''En la primera parábola -dijo- se llama la atención sobre el hecho de que la semilla, echada en tierra, arraiga y crece sola, sea que el campesino duerma o que vele. El campesino confía tanto en la potencia de la semilla como en la fertilidad del terreno. En el lenguaje evangélico, la semilla es símbolo de la Palabra de Dios, cuya fecundidad recuerda esta parábola. Lo mismo que la humilde semilla crece en la tierra, la Palabra obra con la potencia de Dios en el corazón de quien la escucha. Dios ha confiado su Palabra a nuestra tierra, es decir a cada uno de nosotros, con nuestra humanidad concreta''.
La segunda parábola utiliza la imagen del grano de mostaza que, a pesar de ser el más pequeño de todos, se convierte en “la más grande de todas las plantas del huerto ''Así es el Reino de Dios: una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en la propia capacidad, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que prefiere siempre a los sencillos y humildes. Cuando vivimos así, a través de nosotros irrumpe la fuerza de Cristo y transforma lo que es pequeño y modesto en una realidad que hace fermentar la entera masa del mundo y de la historia''.
La enseñanza de estas dos parábolas, subrayó FRANCISCO es que el Reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. ''Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se inserta en la obra de Dios no teme las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y crecer cada semilla de bien presente en la tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, de las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y crece, porque la hace madurar el amor misericordioso de Dios''.
''Que la Santísima Virgen, que acogió como “tierra fecunda” la semilla de la divina Palabra, nos sostenga en esta esperanza que jamás nos decepciona'', finalizó el Pontífice.