CIUDAD DEL VATICANO, 10 de febrero de 2016 (VIS).- Manifestar la
maternidad de la Iglesia, ser conscientes del deseo de perdón y de la
vergüenza de los que acuden a confesarse y no servirse del palo del
juicio, sino del manto de la misericordia, fueron los consejos que el
Papa FRANCISCO dio ayer tarde a los Misioneros de la Misericordia,
procedentes de todos los continentes, a los que encontró en la Sala
Regia del Palacio Apostólico Vaticano y a quienes hoy, durante la misa
del Miércoles de Ceniza, conferirá el mandato de ''misioneros'' de la
Misericordia en el ámbito del Jubileo.
''Os encuentro con gran
placer antes de daros el mandato de ser misioneros de la Misericordia.
-dijo el Papa- Es un signo de especial importancia porque caracteriza el
Jubileo, y permite que todas las Iglesias locales vivan el misterio
insondable de la misericordia del Padre. Ser misionero de la
Misericordia es una responsabilidad
que se os ha confiado porque requiere de vosotros que seáis en primera
persona testigos de la cercanía de Dios y de su forma de amar. No a
nuestra manera, siempre limitada y, a veces contradictoria, sino a su
manera de amar y a su manera de perdonar que es, precisamente, la
misericordia''.
A continuación FRANCISCO recordó a los presentes
que en su ministerio están llamados a manifestar la maternidad de la
Iglesia. ''La Iglesia es Madre -afirmó- porque genera siempre nuevos
hijos en la fe; la Iglesia es Madre porque alimenta la fe; y la Iglesia
también es Madre porque ofrece el perdón de Dios, regenerando a una
nueva vida, fruto de la conversión. No podemos correr el riesgo de que
un penitente no perciba la presencia maternal de la Iglesia que lo acoge
y lo ama. Si fallase esta percepción, a causa de nuestra rigidez,
acarrearía un grave daño en primer lugar a la fe en sí misma, porque
impediría al penitente verse insertado en el
cuerpo de Cristo. Además, limitaría mucho su sentirse parte de una
comunidad. En cambio, nosotros estamos llamados a ser expresión viva de
la Iglesia que como madre acoge a cualquiera que se le acerque, sabiendo
que a través de ella nos insertamos en Cristo. Al entrar en el
confesionario, recordemos siempre que es Cristo el que acoge, es Cristo
el que escucha, es Cristo,el que perdona, es Cristo el que da la paz.
Nosotros somos sus ministros y los primeros que necesitamos que nos
perdone. Por lo tanto, cualquiera que sea el pecado que se confiesa - o
que la persona no se atreve a decir, pero que hace entender, es
suficiente - cada misionero está llamado a recordar su existencia de
pecador y a hacerse humildemente "canal" de la misericordia de Dios''.
Otro
aspecto importante es saber ''mirar el deseo de perdón presente en el
corazón del penitente. Es un fruto de la gracia y de su acción en la
vida de las personas, que les
permite sentir la nostalgia de Dios, de su amor y de su casa. No hay que
olvidar que existe este deseo al comienzo de la conversión. El corazón
se dirige a Dios reconociendo el mal hecho, pero con la esperanza de
obtener el perdón. Y este deseo se fortalece cuando se decide cambiar de
vida y no querer pecar más. Es el momento en que uno se confía a la
misericordia de Dios, y se tiene plena confianza en que nos entienda,
nos perdone y nos sostenga. Concedamos gran espacio a este deseo de Dios
y de su perdón; hagamos que brote como una verdadera expresión de la
gracia del Espíritu que conduce a la conversión del corazón''.
Por
último el Santo Padre citó un componente del que no se habla mucho,
pero que en cambio es crucial: la vergüenza. ''No es fácil ponerse ante
otro hombre sabiendo que representa a Dios, y confesar el pecado. Se
siente vergüenza tanto por lo que se ha hecho, como por tenerlo que
confesar a otro'', dijo
el Papa, subrayando que la Biblia, ya en sus primera páginas habla de
cómo Adán y Eva, después de pecar sintieron vergüenza y se escondieron
de Dios. Y también Noé, considerado un hombre justo, no estaba libre de
pecado. Su borrachera es un signo de su debilidad hasta el punto de
perder la dignidad desnudándose mientras sus hijos, Sem y Jafet,
intentan taparle.
''Este relato -prosiguió FRANCISCO- me hace
entender lo importante que es nuestro papel en la confesión. Ante
nosotros hay una persona "desnuda", y también una persona que no sabe
hablar y no sabe que decir... con la vergüenza de ser un pecador, y
tantas veces no consigue decirlo. No lo olvidemos: ante nosotros no está
el pecado, sino el pecador arrepentido... Una persona que siente el
deseo de ser aceptada y perdonada... Por lo tanto, no estamos llamados a
juzgar, con actitud de superioridad, como si estuviéramos inmunes del
pecado. Al contrario, estamos llamados a actuar
como Sem y Jafet... que tomaron una manta para reparar a su padre de la
vergüenza. Ser confesor según el corazón de Cristo equivale a cubrir al
pecador con el manto de la misericordia para que no se avergüence más,
para que recupere su dignidad y sepa donde se encuentra".
Por lo
tanto, ''no es el palo del jucio el que nos sirve para traer de vuelta
al redil a la oveja perdida, sino la santidad de vida que es el
principio de renovación y reforma en la Iglesia. La santidad se nutre de
amor y sabe cómo llevar sobre sí el peso de los más débiles. Un
misionero de la misericordia lleva sobre sus hombros al pecador, y lo
consuela con el poder de la compasión.... Se puede hacer mucho daño,
tanto daño a un alma si no se escucha con corazón de padre, con el
corazón de la Madre Iglesia''. ''Hace unos meses -reveló el Pontífice-
hablaba con un sabio Cardenal de la Curia Romana sobre las preguntas que
algunos sacerdotes
hacen en la confesión y me dijo: "Cuando una persona empieza y veo que
quiere decir algo, y me doy cuenta y se de que va le digo: ''Ya lo he
entendido. Tranquilo''... Eso es un padre''.
''Os acompaño en esta
aventura misionera -finalizó el Obispo de Roma- dejandoos el ejemplo de
dos santos ministros del perdón de Dios, San Leopoldo y San Pío.. junto
con tantos otros sacerdotes santos que en su vida han dado testimonio
de la misericordia de Dios. Os ayudarán. Cuando sintáis el peso de los
pecados que os confiesan y las limitaciones de vuestra persona y
vuestras palabras, confiad en la misericordia que sale al encuentro de
todos con amor y no conoce fronteras. Y decid como tantos santos
confesores: "Señor, yo perdono, cárgalo en mi cuenta" Y seguid
adelante''.