CIUDAD DEL VATICANO, 14 de marzo de 2016 (VIS).- En la meditación que precede al ángelus dominical, el Papa FRANCISCO habló del
evangelio de San Juan que narra el episodio de la mujer adúltera. “Es
muy bello -dijo- me gusta mucho leerlo y releerlo” y describió
la escena que según el relato se desarrollaba en la explanada del
Templo de Jerusalén, pidiendo a los presentes en la Plaza que se la
imaginasen como si fuera en el atrio de la Basílica de San Pedro.
“Jesús está enseñando a la gente y hete aquí -relató el Santo Padre-
que llegan algunos escribas y fariseos arrastrando ante Él a una mujer
sorprendida en adulterio. Esa mujer se encuentra en medio, entre Jesús y
la muchedumbre, entre la misericordia del Hijo de Dios y la violencia,
la rabia de sus acusadores. En realidad, no habían acudido a pedir el
parecer del Maestro - era gente mala - sino para tenderle una trampa. En
efecto, si Jesús hubiera seguido la severidad de la ley, aprobando la
lapidación de la mujer, perdería su fama de mansedumbre y bondad que
tanto fascinaba al pueblo; si, por el contrario hubiera sido
misericordioso, habría obrado contra la ley, que Él mismo había dicho
que no quería abolir, sino cumplir”.
“Esta mala intención -continuó- se esconde bajo la pregunta que hacen
a Jesús: "¿Tú qué dices?" Jesús no responde, calla y hace un gesto
misterioso: "Inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo".
Quizás dibujaba, otros dicen que escribía los pecados de los fariseos.
De todas formas escribía, es como si estuviera en otro sitio. De esa
manera, invitaba a todos a la calma, a no actuar movidos por la
impulsividad, y a buscar la justicia de Dios. Pero aquellos, los malos,
insisten y esperan que les de una respuesta. Es como si tuvieran sed de
sangre… Entonces, Jesús levanta la mirada y dice: "El que esté libre de
pecado, tire la primera piedra". Esta respuesta desconcierta a los
acusadores, desarmándoles en el verdadero sentido de la palabra: todos
depusieron las “armas”, es decir, las piedras que iban a tirar, tanto
las visibles contra la mujer, como las escondidas contra Jesús. Y,
mientras el Señor sigue escribiendo en la tierra, dibujando, no sé…, los
acusadores se van uno tras otro, empezando por los más viejos, los más
conscientes de no estar libre de pecado. ¡Qué bien nos sienta ser
conscientes de que también nosotros somos pecadores! Cuando hablamos mal
de los otros y todas esas cosas que todos sabemos... Y qué bien nos
hará tener la valentía de tirar al suelo las piedras que tenemos para
arrojárselas a los demás , y pensar un poco en nuestros pecados”.
“Se quedaron allí solamente la mujer y Jesús -subrayó FRANCISCO- la
miseria y la misericordia, una frente a otra. Y¿cuántas veces nos pasa
lo mismo a nosotros, cuando entramos en el confesionario, con vergüenza,
para mostrar nuestra miseria y pedir perdón? - "Mujer ¿dónde están? le
dice Jesús. Y basta esta constatación y su mirada llena de misericordia y
de amor, para que esa persona sienta -quizás por primera vez – que
tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que tiene una dignidad de
persona, que puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y
caminar por una senda nueva”.
“Ella nos representa a todos, que somos pecadores es decir adúlteros
ante Dios, traidores de su fidelidad -exclamó- Y su experiencia
representa la voluntad de Dios para uno de nosotros: no nuestra condena,
sino nuestra salvación a través de Jesús. Él es la gracia, que salva
del pecado y de la muerte. Él escribió en la tierra, en el polvo del que
está hecho todo ser humano, la sentencia de Dios: "No quiero que
mueras, sino que vivas". Dios no nos clava a nuestro pecado, no nos
identifica con el mal que hemos cometido. Tenemos un nombre y Dios no lo
identifica con el pecado que hemos cometido. Nos quiere liberar y
quiere que nosotros también lo queramos con Él. Quiere que nuestra
libertad se convierta del mal al bien y esto es posible con su gracia”.
Después de rezar el Ángelus, en el tercer aniversario de su elección
como Pontífice, el Papa regaló un evangelio de bolsillo a los miles de
fieles presentes en la Plaza de San Pedro. El evangelio de San Lucas que
reproduce las palabras de Jesús: “Sed misericordiosos, como vuestro
Padre es misericordioso”, que han inspirado el lema del Jubileo
Extraordinario y que repartieron los voluntarios del Dispensario
Pediátrico Santa Marta del Vaticano y algunos abuelos y ancianos de
Roma.
“Cuánto mérito tienen los abuelos y las abuelas que transmiten la fe a
los nietos- observó el Santo Padre- Os invito a leer un párrafo de este
evangelio cada día: así la misericordia del Padre habitará en vuestro
corazón y podréis llevarla a los que encontréis. Y al final, en la
página 123 están las siete obras de misericordia corporales y las siete
obras de misericordia espirituales. Estaría muy bien que las
aprendieráis de memoria, así es más fácil hacerlas. Os invito a recibir
este evangelio para que la misericordia del Padre se haga obra en
vosotros”.