lunes, 16 de enero de 2017

Angelus: La escena decisiva del bautismo de Jesús en el Jordán y reitera su llamamiento para la protección de los menores emigrantes

CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 15 de enero de 2017).-  A  mediodía el Santo Padre FRANCISCO se asomó a la ventana de su estudio para rezar el Ángelus con los miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro. El Papa, como es habitual, reflexionó sobre el evangelio de hoy cuyo centro son las palabras de San Juan Bautista: “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!” Una palabra que acompaña con la mirada y el gesto de la mano que indican a Jesús”


“Imaginemos la escena –dijo el Papa- Estamos en la orilla del río Jordán. Juan está bautizando; hay tanta gente, hombres y mujeres de diversas edades, que fueron allí, al río, para recibir el bautismo de las manos de aquel hombre que a muchos recordaba a Elías, el gran profeta que nueve siglos antes había purificado a los israelitas de la idolatría, reconduciéndolos a la verdadera fe en el Dios de la alianza, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”.


Juan predica que el Reino de los cielos está cerca, que el Mesías está a punto de manifestarse y que es necesario prepararse, convertirse y comportarse con justicia; y empieza a  bautizar en el Jordán para dar al pueblo un medio concreto de penitencia. Esta gente iba para arrepentirse de sus pecados, para hacer penitencia, para recomenzar la vida.  Juan sabe, que el Mesías, el Consagrado del Señor está cerca, y el signo para reconocerlo será que sobre Él se posará el Espíritu Santo; en efecto, Él traerá el verdadero bautismo, el bautismo en el Espíritu Santo.


Y he aquí que llega el momento: Jesús se presenta en la orilla del río, en medio de la gente, de los pecadores  – como todos nosotros  –. Es su primer acto público, lo primero que hace  cuando deja la casa de Nazaret, a los  treinta años: baja a Judea, va al Jordán y se hace bautizar por Juan. Sabemos qué pasa – lo  celebramos  el domingo pasado  –: sobre Jesús desciende el Espíritu Santo en forma como de paloma y la voz del Padre lo proclama Hijo predilecto. Es el signo que Juan esperaba. ¡Es Él! Jesús es el Mesías. Juan está desconcertado, porque se ha manifestado de un modo impensable: en medio de los pecadores, bautizado como ellos, es más, por ellos. Pero el Espíritu ilumina a Juan para que entienda  que así se cumple la justicia de Dios, se cumple su designio de salvación: Jesús es el Mesías, el Rey de Israel, pero no con el poder de este mundo, sino como Cordero de Dios, que toma sobre sí y quita el pecado del mundo.


Juan lo indica así  a la gente y a sus discípulos. Porque Juan tenía un círculo muy numeroso de discípulos, que lo habían elegido como guía espiritual, y precisamente algunos de ellos se convertirán en los primeros discípulos de Jesús. Conocemos  sus nombres: Simón, llamado después Pedro; su hermano Andrés; Santiago y su hermano Juan. Todos pescadores; todos galileos, como Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, ¿por qué nos hemos detenido ampliamente en esta escena? ¡Porque es decisiva! No es una anécdota. ¡Es un hecho histórico decisivo! Esta escena es  decisiva para nuestra fe; y también es decisiva para la misión de la Iglesia. La Iglesia, en todos los tiempos, está llamada a hacer lo que hizo Juan Bautista, indicar a Jesús a la gente diciendo: “¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. ¡Él es el único Salvador! Él es el Señor, humilde en medio de los pecadores; pero es Él, no es otro  poderoso que viene. ¡No, no! ¡Es Él!


Y éstas son las palabras que nosotros, los sacerdotes, repetimos cada día, durante la Misa, cuando presentamos al pueblo el pan y el vino que se han convertido en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este gesto litúrgico representa toda la misión de la Iglesia, que no se anuncia a sí misma. ¡Ay, cuando la Iglesia se anuncia a sí misma: pierde la brújula ¡no sabe adónde va! La Iglesia anuncia a Cristo; no se lleva a sí misma, lleva a Cristo. Porque es Él y sólo Él quien salva a su pueblo del pecado, lo libera y lo guía a la tierra de la verdadera libertad.


¡Que la Virgen María, Madre del Cordero de Dios –terminó el Papa-  nos ayude a creer en Él y a seguirlo”.


LLAMAMIENTO


“Hoy –dijo el Papa después de rezar el Ángelus  se celebra la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, dedicada al tema "Emigrantes menores de edad, vulnerables y sin voz." Estos hermanos pequeños nuestros, sobre todo si no están acompañados, están expuestos a muchos peligros. ¡Y os digo que son muchos! Es necesario tomar todas las medidas posibles para asegurar a los menores emigrantes la protección y la defensa, así como su integración”.
 

A continuación dirigió un saludo especial a los representantes de las diversas comunidades étnicas reunidas en la Plaza de San Pedro.  “Queridos amigos, os deseo que viváis  con serenidad en las localidades que os acogen, respetando sus leyes y tradiciones y, manteniendo  al mismo tiempo, los valores de vuestras culturas de origen. ¡El encuentro de diferentes culturas es siempre un enriquecimiento para todos! Doy las gracias a la Oficina de Migrantes de la Diócesis de Roma y a todos los que trabajan con los  emigrantes para acogerlos y acompañarlos en sus dificultades, y os aliento a continuar en este trabajo, recordando el ejemplo de Santa Francisca Javier Cabrini, patrona de los emigrantes, de la que se celebra este año el centenario de la muerte. Esta monja valiente dedicó su vida a llevar el amor de Cristo a los que estaban lejos de su hogar y su familia.¡ Que su testimonio nos ayude a cuidar al hermano forastero, en el que Jesús está presente, a menudo sufriendo,  rechazado y humillado. ¡Cuántas veces en la Biblia el Señor nos ha pedido que acogierámos a  los emigrantes y a los extranjeros, acordándonos de que nosotros también somos forasteros!
 

Por último se dirigió con afecto a todos los fieles procedentes de diferentes parroquias de Italia y otros países, así como a las asociaciones y a los diversos grupos. En particular, a  los estudiantes de del Instituto Meléndez Valdés de Villafranca de los Barros en España.

 

“Os deseo a todos un buen domingo y un buen almuerzo –concluyó Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias ¡Adiós!”