CIUDAD DEL VATICANO (http://catolicidad.blogspot.mx - 25 de enero de 2017).- A las 17:00 horas de este miércoles, en la Basílica de San Pablo extramuros, el Papa FRANCISCO ha celebrado las segundas Vísperas de la Solemnidad de la Conversión del apóstol San Pablo y la conclusión de la Semana de Oración para la Unidad de los cristianos.
Antes el Santo Padre visitó la tumba de San Pablo y oró por unos minutos.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica de San Pablo extramuros
Miércoles 25 de enero de 2017
Miércoles 25 de enero de 2017
El encuentro con Jesús en el camino de Damasco transformó
radicalmente la vida de Pablo. A partir de entonces, el significado de
su existencia no consiste ya en confiar en sus propias fuerzas para
observar escrupulosamente la Ley, sino en la adhesión total de sí mismo
al amor gratuito e inmerecido de Dios, a Jesucristo crucificado y
resucitado. De esta manera, él advierte la irrupción de una nueva vida,
la vida según el Espíritu, en la cual, por la fuerza del Señor
Resucitado, experimenta el perdón, la confianza y el consuelo. Pablo no
puede tener esta novedad sólo para sí: la gracia lo empuja a proclamar
la buena nueva del amor y de la reconciliación que Dios ofrece
plenamente a la humanidad en Cristo.
Para el Apóstol de los gentiles, la reconciliación del hombre con Dios, de la que se convirtió en embajador (cf. 2 Co 5,20),
es un don que viene de Cristo. Esto aparece claramente en el texto de
la Segunda Carta a los Corintios, del que se toma este año el tema de la
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos: «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia» (cf. 2 Co 5,14-20). «El amor de Cristo»: no se trata de nuestro amor por Cristo, sino del amor que Cristo tiene por nosotros. Del mismo modo, la reconciliación a la que somos urgidos no es simplemente una iniciativa nuestra, sino que es ante todo la reconciliación que Dios nos ofrece en Cristo.Más
que ser un esfuerzo humano de creyentes que buscan superar sus
divisiones, es un don gratuito de Dios. Como resultado de este don, la
persona perdonada y amada está llamada, a su vez, a anunciar el evangelio de la reconciliación con palabras y obras, a vivir y dar testimonio de una existencia reconciliada.
En
esta perspectiva, podemos preguntarnos hoy: ¿Cómo anunciar el
evangelio de la reconciliación después de siglos de divisiones? Es el
mismo Pablo quien nos ayuda a encontrar el camino. Hace hincapié en que
la reconciliación en Cristo no puede darse sin sacrificio. Jesús
dio su vida, muriendo por todos. Del mismo modo, los embajadores de la
reconciliación están llamados a dar la vida en su nombre, a no vivir
para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (cf. 2 Co
5,14-15). Como nos enseña Jesús, sólo cuando perdemos la vida por amor a
él es cuando realmente la ganamos (cf. Lc
9,24). Es esta la revolución que Pablo vivió, y es también la
revolución cristiana de todos los tiempos: no vivir para nosotros
mismos, para nuestros intereses y beneficios personales, sino a imagen
de Cristo, por él y según él, con su amor y en su amor.
Para la Iglesia, para cada confesión cristiana, es una invitación a
no apoyarse en programas, cálculos y ventajas, a no depender de las
oportunidades y de las modas del momento, sino a buscar el camino con la
mirada siempre puesta en la cruz del Señor; allí está nuestro único
programa de vida. Es también una invitación a salir de todo aislamiento,
a superar la tentación de la auto-referencia, que impide captar lo que
el Espíritu Santo lleva a cabo fuera de nuestro ámbito. Una auténtica
reconciliación entre los cristianos podrá realizarse cuando sepamos
reconocer los dones de los demás y seamos capaces, con humildad y
docilidad, de aprender unos de otros —aprender unos de otros—, sin
esperar que sean los demás los que aprendan antes de nosotros.
Si vivimos este morir a nosotros mismos por Jesús, nuestro antiguo
estilo de vida será relegado al pasado y, como le ocurrió a san Pablo,
entramos en una nueva forma de existencia y de comunión. Con Pablo
podremos decir: «Lo antiguo ha desaparecido» (2 Co 5,17).
Mirar hacia atrás es muy útil y necesario para purificar la memoria,
pero detenerse en el pasado, persistiendo en recordar los males
padecidos y cometidos, y juzgando sólo con parámetros humanos, puede
paralizar e impedir que se viva el presente. La Palabra de Dios nos
anima a sacar fuerzas de la memoria para recordar el bien recibido del
Señor; y también nos pide dejar atrás el pasado para seguir a Jesús en
el presente y vivir una nueva vida en él. Dejemos que Aquel que hace
nuevas todas las cosas (cf. Ap 21,5) nos conduzca a un futuro
nuevo, abierto a la esperanza que no defrauda, a un porvenir en el que
las divisiones puedan superarse y los creyentes, renovados en el amor,
estén plena y visiblemente unidos.
Este año, mientras caminamos por el camino de la unidad, recordamos
especialmente el quinto centenario de la Reforma protestante. El hecho
de que hoy católicos y luteranos puedan recordar juntos un evento que ha
dividido a los cristianos, y lo hagan con esperanza, haciendo énfasis
en Jesús y en su obra de reconciliación, es un hito importante, logrado
con la ayuda de Dios y de la oración a través de cincuenta años de
conocimiento recíproco y de diálogo ecuménico.
Mientras imploro a Dios el don de la reconciliación con él y entre
nosotros, saludo cordial y fraternalmente a Su Eminencia el Metropolita
Gennadios, representante del Patriarcado Ecuménico, a Su Gracia David
Moxon, representante personal en Roma del Arzobispo de Canterbury, y a
todos los representantes de las distintas Iglesias y comunidades
eclesiales aquí presentes. Me complace saludar particularmente a los
miembros de la Comisión mixta para el diálogo teológico entre la Iglesia
católica y las Iglesias ortodoxas orientales, a quienes deseo un
trabajo fructífero en la sesión plenaria que está teniendo lugar en
estos días. Saludo también a los estudiantes del Ecumenical Institute of Bossey —los
he visto muy contentos esta mañana—, que están de visita en Roma para
profundizar en su conocimiento de la Iglesia Católica, y a los jóvenes
ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian en Roma, gracias a las
becas del Comité de Cooperación Cultural con las Iglesias ortodoxas, que
opera en el Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los
cristianos. A los superiores y a todos los colaboradores de ese
Dicasterio expreso mi estima y agradecimiento.
Queridos hermanos y hermanas, nuestra oración por la unidad de los
cristianos participa en la oración que Jesús dirigió al Padre antes de
la pasión, «para que todos sean uno» (Jn 17,21). No nos
cansemos nunca de pedir a Dios este don. Con la esperanza paciente y
confiada de que el Padre concederá a todos los creyentes el bien de la
plena comunión visible, sigamos adelante en nuestro camino de
reconciliación y de diálogo, animados por el testimonio heroico de
tantos hermanos y hermanas que, tanto ayer como hoy, están unidos en el
sufrimiento por el nombre Jesús. Aprovechemos todas las oportunidades
que la Providencia nos ofrece para rezar juntos, anunciar juntos, amar y
servir juntos, especialmente a los más pobres y abandonados.
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