Texto del discurso que el Papa ha dirigido a los presentes durante la Audiencia:
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN DON CARLO GNOCCHI
A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN DON CARLO GNOCCHI
Aula Pablo VI
Jueves, 31 de octubre de 2019
Queridos hermanos y hermanas:
Os doy la bienvenida y agradezco a vuestro Presidente y amigo, las
palabras de saludo y presentación de esta hermosa realidad social y
asistencial que es la Fundación Don Carlo Gnocchi, surgida de la mente y
del corazón de ese insigne sacerdote ambrosiano. En la homilía por la
beatificación, que tuvo lugar en Milán hace diez años, el Cardenal
Tettamanzi lo señaló a la Iglesia como «un inquieto buscador de Dios y
un valiente buscador del hombre, que consumió su vida buscando el rostro
de Cristo impreso en el rostro de cada hombre». ¡Qué hermoso!
En efecto, el beato Don Carlo Gnocchi, apóstol de la caridad, sirvió
heroicamente a Cristo en los niños, los jóvenes, los pobres y los que
sufren, desde el comienzo de su ministerio sacerdotal, como un educador
apasionado. Luego, como capellán militar, conoció la crueldad de la
Segunda Guerra Mundial, primero en el frente greco-albanés, luego, con
los Alpinos de la División “Tridentina”, en la dramática campaña de
Rusia. Durante la desastrosa retirada de ese frente, trabajó
incansablemente por los heridos y moribundos, y pensó en el diseño de
una obra a favor de los huérfanos y niños mutilados por el estallido de
los artefactos de guerra. De regreso a Italia, realizó este maravilloso
proyecto; la suya no fue sólo una empresa social, sino movida por la
caridad de Cristo. Una obra, un fruto de la caridad de Cristo.
Muchos años después, vosotros continuáis su legado y, como un talento
precioso, lo estáis multiplicando con el mismo celo apostólico y la
misma fidelidad al Evangelio. Os lo agradezco a cada uno de vosotros:
directores y responsables de los Centros, médicos y trabajadores,
voluntarios y amigos. Y hoy estáis aquí, junto con los pacientes, los
asistidos y sus familias, para confirmar vuestro compromiso de estar
cerca de los sufrimientos de las personas más frágiles, al estilo del
Buen Samaritano y con el ejemplo de vuestro beato fundador. No os
canséis de servir a los últimos en la difícil frontera de la enfermedad y
la discapacidad: junto con las más avanzadas terapias y técnicas para
el cuerpo, ofreced a los que con confianza se dirigen a vuestras
estructuras las medicinas del alma, es decir, el consuelo y la ternura
de Dios.
Inspirados por la atención, la delicadeza y la sensibilidad
sacerdotal del beato Carlo Gnocchi, estáis llamados a conjugar el
servicio social y sanitario con la acción evangelizadora en los aspectos
concretos de la vida cotidiana. Para vosotros, esto significa combatir
con valentía las causas del sufrimiento y curar con amor el malestar de
los que sufren o están en dificultades. Los tiempos han cambiado con
respecto a los de vuestro origen, pero es necesario continuar con el
mismo espíritu, con la actitud y el estilo que Don Gnocchi describió de
la siguiente manera: «Cristianos activos, optimistas, serenos, concretos
y profundamente humanos que ya no ven al mundo como un enemigo que hay
que derrotar o huir, sino como un hijo pródigo que hay que conquistar y
redimir con amor» (Educación del corazón).
El significado y el valor de la profesión sanitaria y de todo
servicio prestado al hermano enfermo se manifiestan plenamente en la
capacidad de conjugar competencia y compasión, las dos juntas. La
competencia es el fruto de vuestra preparación, de la experiencia y la
actualización; y todo esto se apoya en una fuerte motivación para servir
al prójimo que sufre, una motivación que en el cristiano está animada
por la caridad de Cristo. La competencia es la cualidad que hace creíble
el testimonio de los fieles laicos en los diferentes ambientes de la
sociedad; la competencia te garantiza también cuando vas a
contracorriente de la cultura dominante: en vuestro caso, cuando
dedicáis tiempo y recursos a una vida frágil, aunque a alguien pueda
parecerle inútil o incluso indigna de ser vivida.
Competencia y compasión. El sufrimiento de los hermanos pide
ser compartido, pide actitudes e iniciativas de compasión. Se trata de
“sufrir con”, de compadecer como Jesús que, por amor al hombre, se hizo
hombre para poder compartir plenamente, de una manera muy real, en carne
y hueso, como se nos muestra en su Pasión. Una sociedad que no es capaz
de acoger, proteger y dar esperanza a los que sufren es una sociedad
que ha perdido la piedad, que ha perdido el sentido de humanidad. La
vasta red de centros y servicios que habéis creado en Italia y en otros
países es un buen modelo porque busca combinar la asistencia, la
hospitalidad y la caridad evangélica. En un contexto social que favorece
la eficacia por encima de la solidaridad, vuestras estructuras son, en
cambio, casas de esperanza, cuya finalidad es la protección, la
valorización y el verdadero bien de los enfermos, de los discapacitados y
de los ancianos.
Queridos amigos, os renuevo mi aprecio por el servicio que prestáis a
quienes se encuentran en dificultades. Os animo a continuar vuestro
camino en vuestro compromiso con la promoción humana, que es también una
contribución indispensable a la misión evangelizadora de la Iglesia. En
efecto, el anuncio del Evangelio es más creíble gracias al amor
concreto con el que los discípulos de Jesús dan testimonio de su fe en
Él.
¡Que el testimonio humano y cristiano del beato Don Carlo Gnocchi,
caracterizado por el amor a los más débiles, guíe siempre vuestras
decisiones y vuestras actividades! Que el Señor os conceda ser en todas
partes mensajeros de su misericordia y su consuelo, mensajeros de su
ternura, Os acompaño con mi oración y os imparto de corazón la bendición
apostólica, que extiendo de buen grado a los que están acogidos en
vuestros centros. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!






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