martes, 11 de diciembre de 2012

BENEDICTO XVI: Discursos (Dic. 9 y 1°), Audiencia Gral. (Dic. 5), Ángelus (Dic. 2) y Homilía (Dic. 1°)


DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL 
«TRAS LAS HUELLAS DE LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL "ECCLESIA IN AMERICA", BAJO LA GUÍA DE NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE , MADRE DE TODA AMÉRICA, ESTRELLA DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN», ORGANIZADO POR
LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA
Y LOS CABALLEROS DE COLÓN

Basílica Vaticana
Domingo 9 de Diciembre de 2012


Señores Cardenales,
Queridos Hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
Apreciados Caballeros de Colón


Agradezco vivamente las palabras del Señor Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Comisión Pontificia para América Latina, y me alegra que, junto a los Caballeros de Colón, haya querido promover un Congreso internacional para ahondar en la consideración y proyección de la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America, del beato Juan Pablo II, y que recoge las aportaciones de la Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para América. Saludo cordialmente a los Señores Cardenales, Obispos, sacerdotes y personas consagradas, así como a los numerosos laicos venidos para participar en esta importante iniciativa. Vuestros rostros me traen nuevamente a la mente y al corazón los latidos del Continente americano, tan presente en la plegaria del Papa, y cuya devoción a la Sede Apostólica he podido gratamente experimentar, no sólo durante mis visitas pastorales a algunos de sus países, sino cada vez que encuentro aquí a pastores y fieles de esas queridas tierras.
Mi venerado Predecesor, el beato Juan Pablo II, tuvo la clarividente intuición de incrementar las relaciones de cooperación entre las Iglesias particulares de toda América, del Norte, del Centro y del Sur, y, a la vez, suscitar una mayor solidaridad entre sus naciones. Hoy dichos propósitos merecen ser retomados con vistas a que el mensaje redentor de Cristo se ponga en práctica con mayor ahínco y produzca abundantes frutos de santidad y renovación eclesial.
El tema que guió las reflexiones de aquella Asamblea sinodal puede servir también de inspiración para los trabajos de estos días: "El encuentro con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la solidaridad en América". En efecto, el amor al Señor Jesús y la potencia de su gracia han de arraigar cada vez más intensamente en el corazón de las personas, las familias y las comunidades cristianas de vuestras naciones, para que en éstas se avance con dinamismo por las sendas de la concordia y el justo progreso. Por eso, es un regalo de la Providencia que vuestro Congreso tenga lugar poco después de comenzar el Año de la fe y tras la Asamblea general del Sínodo de los Obispos dedicada a la nueva evangelización, pues vuestras deliberaciones contribuirán valiosamente a la ardua e imperiosa tarea de hacer resonar con claridad y audacia el Evangelio de Cristo.
La citada Exhortación apostólica apuntaba ya a retos y dificultades que en la hora actual siguen presentes con singulares y complejas características. En efecto, el secularismo y diferentes grupos religiosos se expanden por todas las latitudes, dando lugar a numerosas problemáticas. La educación y promoción de una cultura por la vida es una urgencia fundamental ante la difusión de una mentalidad que atenta contra la dignidad de la persona y no favorece ni tutela la institución matrimonial y familiar. ¿Cómo no preocuparse por las dolorosas situaciones de emigración, desarraigo o violencia, especialmente las causadas por la delincuencia organizada, el narcotráfico, la corrupción o el comercio de armamentos? ¿Y qué decir de las lacerantes desigualdades y las bolsas de pobreza provocadas por cuestionables medidas económicas, políticas y sociales?
All these important questions require careful study. Yet in addition to their technical evaluation, the Catholic Church is convinced that the light for an adequate solution can only come from encounter with the living Christ, which gives rise to attitudes and ways of acting based on love and truth. This is the decisive force which will transform the American continent.

Dear friends, the love of Christ impels us to devote ourselves without reserve to proclaiming his Name throughout America, bringing it freely and enthusiastically to the hearts of all its inhabitants. There is no more rewarding or beneficial work than this. There is no greater service that we can provide to our brothers and sisters. They are thirsting for God. For this reason, we ought to take up this commitment with conviction and joyful dedication, encouraging priests, deacons, consecrated men and women and pastoral agents to purify and strengthen their interior lives ever more fully through a sincere relationship with the Lord and a worthy and frequent reception of the sacraments. This will be encouraged by suitable catechesis and a correct and ongoing doctrinal formation marked by complete fidelity to the word of God and the Church’s magisterium and aimed at offering a response to the deepest questions and aspirations of the human heart. The witness of your faith will thus be more eloquent and incisive, and you will grow in unity in the fulfilment of your apostolate. A renewed missionary spirit and zealous generosity in your commitment will be an irreplaceable contribution to what the universal Church expects and needs from the Church in America.
As a model of openness to God’s grace and of perfect concern for others, there shines forth on your continent the figure of Mary Most Holy, Star of the New Evangelization, invoked throughout America under the glorious title of Our Lady of Guadalupe. As I commend this Congress to her maternal and loving protection, I impart to you, the organizers and participants, my Apostolic Blessing as a pledge of abundant divine graces.

[Todas estas importantes cuestiones requieren un esmerado estudio. Sin embargo, más allá de su evaluación técnica, la Iglesia católica tiene la convicción de que la luz para una solución adecuada sólo puede provenir del encuentro con Jesucristo vivo que suscita actitudes y comportamientos cimentados en el amor y la verdad. Ésta es la fuerza decisiva para la transformación del Continente americano.
Queridos amigos, el amor de Cristo nos urge a dedicarnos sin reservas a proclamar su Nombre en todos los rincones de América, llevándolo con libertad y entusiasmo a los corazones de todos sus habitantes. No hay labor más apremiante ni benéfica que ésta. No hay servicio más grande que podamos prestar a nuestros hermanos. Ellos tienen sed de Dios. Por ello es preciso asumir este cometido con convicción y gozosa entrega, animando a los sacerdotes, a los diáconos, los consagrados y los agentes de pastoral a purificar y vigorizar cada vez más su vida interior a través del trato sincero con el Señor y la participación digna y asidua en los sacramentos. A esto ayudará una adecuada catequesis y una recta y constante formación doctrinal, con fidelidad total a la Palabra de Dios y al Magisterio de la Iglesia y buscando dar respuesta a los interrogantes y anhelos que anidan en el corazón del hombre. De este modo, el testimonio de vuestra fe será más elocuente e incisivo, y se acrecentará la unidad en el desempeño de vuestro apostolado. Un renovado espíritu misionero y el ardor y generosidad de vuestro compromiso serán una aportación insustituible que la Iglesia universal espera y necesita de la Iglesia en América.
Como modelo de disponibilidad a la gracia divina y de total solicitud por los demás, resplandece en ese Continente la figura de María Santísima, Estrella de la nueva evangelización, y a quien se invoca en toda América bajo el glorioso título de Nuestra Señora de Guadalupe. A la vez que encomiendo a su materna y amorosa protección este Congreso, imparto a sus organizadores y participantes la Bendición Apostólica, prenda de incesantes favores divinos.]

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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA PEREGRINACIÓN DE LA GENTE DEL ESPECTÁCULO AMBULANTE ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES

Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Sábado 1° de Diciembre de 2012

 Queridos hermanos y hermanas:

Me alegra recibiros a todos vosotros y os agradezco vuestra bienvenida. Habéis venido aquí en gran número para encontraros con el Sucesor de san Pedro y para manifestar, también en nombre de muchos que trabajan en el espectáculo ambulante, la alegría de ser cristianos y de pertenecer a la Iglesia. Saludo y doy las gracias al cardenal Antonio Maria Vegliò, presidente del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes, que, en colaboración con la diócesis de Roma y con la Fundación Migrantes de la Conferencia episcopal italiana, ha organizado este evento. ¡Gracias, Eminencia! Doy las gracias también a vuestros representantes, que nos han brindado su testimonio y un bellísimo y pequeño espectáculo, así como a cuantos han contribuido a preparar esta cita, que se sitúa en el Año de la fe, ocasión importante para profesar abiertamente la fe en el Señor Jesús.
Lo que distingue ante todo a vuestra gran familia es la capacidad de usar el lenguaje particular y específico de vuestro arte. La alegría de los espectáculos, la felicidad recreativa del juego, la gracia de las coreografías, el ritmo de la música constituyen propiamente una vía inmediata de comunicación para ponerse en diálogo con los pequeños y los grandes, suscitando sentimientos de serenidad, de felicidad, de concordia. Con la variedad de vuestras profesiones y la originalidad de vuestras exhibiciones, sabéis asombrar y suscitar maravilla, ofrecer ocasiones de fiesta y de sana diversión.
Queridos amigos, precisamente a partir de estas características y con vuestro estilo, estáis llamados a testimoniar los valores que forman parte de vuestra tradición: el amor por la familia, la solicitud por los pequeños, la atención por los discapacitados, el cuidado de los enfermos, la valoración de los ancianos y de su patrimonio de experiencias. En vuestro ambiente se conserva vivo el diálogo entre las generaciones, el sentido de la amistad, el gusto por el trabajo de equipo. Acogida y hospitalidad son propias de vosotros, así como la atención para dar respuesta a los deseos más auténticos, sobre todo de las jóvenes generaciones. Vuestros oficios requieren renuncia y sacrificio, responsabilidad y perseverancia, valentía y generosidad: virtudes que la sociedad actual no siempre aprecia, pero que han contribuido a formar, en vuestra gran familia, generaciones enteras. Conozco también los numerosos problemas relacionados a vuestra condición itinerante, como la educación de los hijos, la búsqueda de lugares adecuados para los espectáculos, las autorizaciones para las representaciones y los permisos de residencia para los extranjeros. Mientras deseo que las Administraciones públicas, reconociendo la función social y cultural del espectáculo ambulante, se comprometan a proteger vuestra categoría, os animo tanto a vosotros como a la sociedad civil a superar todo prejuicio y a buscar siempre una buena inserción en las realidades locales.
Queridos hermanos y hermanas: la Iglesia se alegra del compromiso que demostráis y aprecia vuestra fidelidad a las tradiciones, de las que os sentís orgullosos con razón. La Iglesia misma que, como vosotros, es peregrina en este mundo, os invita a participar en su misión divina a través de vuestro trabajo cotidiano. La dignidad de todo hombre se expresa también en el ejercicio honesto de las profesionalidades adquiridas y en practicar la gratuidad que evita condicionarse a los intereses económicos. Así también vosotros, mientras ponéis atención en la calidad de vuestras realizaciones y de los espectáculos, no dejáis de vigilar para que, con los valores del Evangelio, podáis seguir ofreciendo a las jóvenes generaciones la esperanza y el aliento que necesitan, sobre todo respecto a las dificultades de la vida, a las tentaciones de la desconfianza, de la cerrazón en sí mismos y del pesimismo, que impiden captar la belleza de la existencia.
Aunque la vida itinerante impida formar parte establemente de una comunidad parroquial y no facilite la participación regular en la catequesis y en el culto divino, también en vuestro mundo se hace necesaria una nueva evangelización. Deseo que podáis encontrar, en las comunidades en las que os detenéis, personas acogedoras y disponibles, capaces de salir al encuentro de vuestras necesidades espirituales. No olvidéis sin embargo que es la familia la primera vía de transmisión de la fe, la pequeña Iglesia doméstica llamada a dar a conocer a Jesús y su Evangelio y a educar según la ley de Dios, para que cada uno pueda llegar a la plena madurez humana y cristiana (cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. Familiaris consortio, 2). Que vuestras familias sean siempre escuelas de fe y de caridad, espacios de comunión y de fraternidad.
Queridos artistas y agentes del espectáculo ambulante: os repito cuanto afirmé al inicio de mi pontificado: «Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada hay más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con Él… Sólo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Sólo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera» (Homilía en la santa Misa por el inicio del Pontificado, 24 de abril de 2005: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de abril de 2005, p. 7). Al aseguraros la cercanía de la Iglesia, que comparte vuestro camino, os encomiendo a todos a la Santísima Virgen María, la «estrella del camino», que con su presencia materna nos acompaña en todos los momentos de la vida.

[En francés] Queridos amigos: vuestro carisma consiste en dar a los demás la alegría, el sentido de la fiesta y de la belleza. Que vuestra alegría encuentre su fuente en Dios y esté estrechamente unida a la confianza en Él y en su amor, una alegría llena de humildad y de fe. Convertíos por tanto en imitadores de Dios y caminad en la caridad (cf. Ef 5, 1-2), llevando a todos la alegría de la fe.

[En inglés] Queridos amigos: vosotros difundís a vuestro alrededor un clima alegre y aliviáis el peso del trabajo cotidiano. Sed también hombres y mujeres con una fuerte vida interior, abiertos a la contemplación y al diálogo con Dios. Ruego para que vuestra fe en Cristo y vuestra devoción a la Bienaventurada Virgen María os sostengan en la vida y en el trabajo.

[En alemán] Queridos amigos: vuestro mundo puede convertirse en un laboratorio en el ámbito de las grandes temáticas del ecumenismo y del encuentro con las personas pertenecientes a otras religiones. Que vuestra fe os guíe para ser testigos auténticos de Dios y de su amor, comunidades unidas en la fraternidad, en la paz y en la solidaridad.

[En español] Queridos amigos profesionales del espectáculo itinerante: en la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, en el párrafo dedicado a los emigrantes, manifestaba mi deseo de que «se hagan ellos mismos anunciadores de la Palabra de Dios y testigos de Jesús Resucitado, esperanza del mundo» (n. 105). Hoy con gran confianza repito también a vosotros este deseo y a los agentes de pastoral que os acompañan con admirable dedicación.
A cada uno de vosotros y a vuestras familias y comunidades imparto de corazón la bendición apostólica. Gracias.

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AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA BENEDICTO XVI

Palacio Apostólico Vaticano
Sala Pablo VI
Miércoles 5 de Diciembre de 2012


El Año de la fe. Dios revela su «designio de benevolencia»

Queridos hermanos y hermanas:

El apóstol san Pablo, al comienzo de su carta a los cristianos de Éfeso (cf. 1, 3-14), eleva una oración de bendición a Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos introduce a vivir el tiempo de Adviento, en el contexto del Año de la fe. El tema de este himno de alabanza es el proyecto de Dios respecto al hombre, definido con términos llenos de alegría, de estupor y de acción de gracias, como un «designio de benevolencia» (v. 9), de misericordia y de amor.
¿Por qué el apóstol eleva a Dios, desde lo profundo de su corazón, esta bendición? Porque mira su obrar en la historia de la salvación, que alcanza su cumbre en la encarnación, muerte y resurrección de Jesús, y contempla cómo el Padre celestial nos ha elegido antes aun de la creación del mundo para ser sus hijos adoptivos en su Hijo Unigénito Jesucristo (cf. Rm 8, 14s.; Ga 4, 4s.). Nosotros existimos en la mente de Dios desde la eternidad, en un gran proyecto que Dios ha custodiado en sí mismo y que ha decidido poner por obra y revelar «en la plenitud de los tiempos» (cf. Ef 1, 10). San Pablo nos hace comprender, por lo tanto, cómo toda la creación y, en particular, el hombre y la mujer no son fruto de la casualidad, sino que responden a un designio de benevolencia de la razón eterna de Dios que con el poder creador y redentor de su Palabra da origen al mundo. Esta primera afirmación nos recuerda que nuestra vocación no es simplemente existir en el mundo, estar insertados en una historia, y tampoco ser sólo criaturas de Dios; es algo más grande: es ser elegidos por Dios, antes aun de la creación del mundo, en el Hijo, Jesucristo. En Él, por lo tanto, nosotros ya existimos, por decirlo así, desde siempre. Dios nos contempla en Cristo como hijos adoptivos. El «designio de benevolencia» de Dios, que el Apóstol califica también como «designio de amor» (Ef 1, 5), se define «el misterio» de la voluntad divina (v. 9), oculto y ahora manifestado en la Persona y en la obra de Cristo. La iniciativa divina precede a toda respuesta humana: es un don gratuito de su amor que nos envuelve y nos transforma.
¿Cuál es el fin último de este designio misterioso? ¿Cuál es el centro de la voluntad de Dios? Es —nos dice san Pablo— el de «recapitular en Cristo todas las cosas» (v. 10). En esta expresión encontramos una de las formulaciones centrales del Nuevo Testamento que nos hacen comprender el designio de Dios, su proyecto de amor para toda la humanidad, una formulación que, en el siglo II, san Ireneo de Lyon tomó como núcleo de su cristología: «recapitular» toda la realidad en Cristo. Tal vez alguno de vosotros recuerda la fórmula usada por el Papa san Pío X para la consagración del mundo al Sagrado Corazón de Jesús: «Instaurare omnia in Christo», fórmula que remite a esta expresión paulina y que era también el lema de ese santo Pontífice. El Apóstol, sin embargo, habla más precisamente de recapitulación del universo en Cristo, y ello significa que en el gran designio de la creación y de la historia Cristo se erige como centro de todo el camino del mundo, piedra angular de todo, que atrae a Sí toda la realidad, para superar la dispersión y el límite y conducir todo a la plenitud querida por Dios (cf. Ef 1, 23).
Este «designio de benevolencia» no ha quedado, por decirlo así, en el silencio de Dios, en la altura de su Cielo, sino que Él lo ha dado a conocer entrando en relación con el hombre, a quien no sólo ha revelado algo, sino a Sí mismo. Él no ha comunicado simplemente un conjunto de verdades, sino que se ha auto-comunicado a nosotros, hasta ser uno de nosotros, hasta encarnarse. El Concilio Ecuménico Vaticano II en la constitución dogmática Dei Verbum dice: «Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a sí mismo —no sólo algo de sí, sino a sí mismo— y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina» (n. 2). Dios no sólo dice algo, sino que se comunica, nos atrae en la naturaleza divina de tal modo que quedamos implicados en ella, divinizados. Dios revela su gran designio de amor entrando en relación con el hombre, acercándose a él hasta el punto de hacerse, Él mismo, hombre. Continúa el Concilio: «Dios invisible movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33, 11; Jn 15, 14-15), trata con ellos (cf. Ba 3, 38) para invitarlos y recibirlos en su compañía» (ib.). El hombre, sólo con su inteligencia y sus capacidades, no habría podido alcanzar esta revelación tan luminosa del amor de Dios. Es Dios quien ha abierto su Cielo y se abajó para guiar al hombre al abismo de su amor.
Escribe también san Pablo a los cristianos de Corinto: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu; pues el Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios» (1 Co 2, 9-10). Y san Juan Crisóstomo, en una célebre página de comentario al comienzo de la Carta a los Efesios, invita a gustar toda la belleza de este «designio de benevolencia» de Dios revelado en Cristo, con estas palabras: «¿Qué es lo que te falta? Te has convertido en inmortal, en libre, en hijo, en justo, en hermano, en coheredero, con Cristo reinas, con Cristo eres glorificado. Todo nos ha sido donado y —como está escrito— “¿cómo no nos dará todo con Él?” (Rm 8, 32). Tu primicia (cf. 1 Co 15, 20.23) es adorada por los ángeles [...]: ¿qué es lo que te falta?» (PG 62, 11).
Esta comunión en Cristo por obra del Espíritu Santo, ofrecida por Dios a todos los hombres con la luz de la Revelación, no es algo que se sobrepone a nuestra humanidad, sino que es la realización de las aspiraciones más profundas, de aquel deseo de infinito y de plenitud que alberga en lo íntimo el ser humano, y lo abre a una felicidad no momentánea y limitada, sino eterna. San Buenaventura de Bagnoregio, refiriéndose a Dios que se revela y nos habla a través de las Escrituras para conducirnos a Él, afirma: «La Sagrada Escritura es [...] el libro en el cual están escritas palabras de vida eterna para que no sólo creamos, sino también poseamos la vida eterna, en la cual veremos, amaremos y se realizarán todos nuestros deseos» (Breviloquium, Prol.; Opera Omnia V, 201 s.). Por último, el beato Papa Juan Pablo II recordaba que «la Revelación introduce en la historia un punto de referencia del cual el hombre no puede prescindir, si quiere llegar a comprender el misterio de su existencia; pero, por otra parte, este conocimiento remite constantemente al misterio de Dios que la mente humana no puede agotar, sino sólo recibir y acoger en la fe» (Enc. Fides et ratio, 14).
Desde esta perspectiva, ¿qué es, por lo tanto, el acto de fe? Es la respuesta del hombre a la Revelación de Dios, que se da a conocer, que manifiesta su designio de benevolencia; es, por usar una expresión agustiniana, dejarse aferrar por la Verdad que es Dios, una Verdad que es Amor. Por ello san Pablo subraya cómo a Dios, que ha revelado su misterio, se debe «la obediencia de la fe» (Rm 16, 26; cf. 1, 5; 2 Co 10, 5-6), la actitud con la cual «el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela» (Const. dogm. Dei Verbum, 5). Todo esto conduce a un cambio fundamental del modo de relacionarse con toda la realidad; todo se ve bajo una nueva luz, se trata por lo tanto de una verdadera «conversión». Fe es un «cambio de mentalidad», porque el Dios que se ha revelado en Cristo y ha dado a conocer su designio de amor, nos aferra, nos atrae a Sí, se convierte en el sentido que sostiene la vida, la roca sobre la que la vida puede encontrar estabilidad. En el Antiguo Testamento encontramos una densa expresión sobre la fe, que Dios confía al profeta Isaías a fin de que la comunique al rey de Judá, Acaz. Dios afirma: «Si no creéis —es decir, si no os mantenéis fieles a Dios— no subsistiréis» (Is 7, 9b). Existe, por lo tanto, un vínculo entre estar ycomprender que expresa bien cómo la fe es acoger en la vida la visión de Dios sobre la realidad, dejar que sea Dios quien nos guíe con su Palabra y los Sacramentos para entender qué debemos hacer, cuál es el camino que debemos recorrer, cómo vivir. Al mismo tiempo, sin embargo, es precisamente comprender según Dios, ver con sus ojos lo que hace fuerte la vida, lo que nos permite «estar de pie», y no caer.
Queridos amigos, el Adviento, el tiempo litúrgico que acabamos de iniciar y que nos prepara para la Santa Navidad, nos coloca ante el luminoso misterio de la venida del Hijo de Dios, el gran «designio de benevolencia» con el cual Él quiere atraernos a sí, para hacernos vivir en plena comunión de alegría y de paz con Él. El Adviento nos invita una vez más, en medio de tantas dificultades, a renovar la certeza de que Dio está presente: Él ha entrado en el mundo, haciéndose hombre como nosotros, para llevar a plenitud su plan de amor. Y Dios pide que también nosotros nos convirtamos en signo de su acción en el mundo. A través de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra caridad, Él quiere entrar en el mundo siempre de nuevo y quiere hacer resplandecer siempre de nuevo su luz en nuestra noche.


Saludos

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a ser signo de la acción de Dios en el mundo por medio de la fe, la esperanza, la caridad. El Señor quiere siempre hacer resplandecer nuevamente su luz en la noche. Muchas gracias.

LLAMAMIENTO

Siguen llegando preocupantes noticias sobre la grave crisis humanitaria en el este de la República Democrática del Congo, desde hace meses escenario de enfrentamientos armados y violencias. A gran parte de la población le faltan los medios de subsistencia primaria y miles de habitantes han sido obligados a abandonar sus casas para buscar refugio en otro lugar. Así que renuevo mi llamamiento al diálogo y a la reconciliación y pido a la comunidad internacional que se emplee para ayudar a las necesidades de la población.

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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
I Domingo de Adviento, 2 de Diciembre de 2012


Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia empieza hoy un nuevo Año litúrgico, un camino que se enriquece además con el Año de la fe, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II. El primer tiempo de este itinerario es el Adviento, formado, en el Rito Romano, por las cuatro semanas que preceden a la Navidad del Señor, esto es, el misterio de la Encarnación. La palabra «adviento» significa «llegada» o «presencia». En el mundo antiguo indicaba la visita del rey o del emperador a una provincia; en el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Dios, a su presencia en el mundo; un misterio que envuelve por entero el cosmos y la historia, pero que conoce dos momentos culminantes: la primera y la segunda venida de Cristo. La primera es precisamente la Encarnación; la segunda el retorno glorioso al final de los tiempos. Estos dos momentos, que cronológicamente son distantes —y no se nos es dado saber cuánto—, en profundidad se tocan, porque con su muerte y resurrección Jesús ya ha realizado esa transformación del hombre y del cosmos que es la meta final de la creación. Pero antes del fin, es necesario que el Evangelio se proclame a todas las naciones, dice Jesús en el Evangelio de san Marcos (cf. 13, 10). La venida del Señor continúa; el mundo debe ser penetrado por su presencia. Y esta venida permanente del Señor en el anuncio del Evangelio requiere continuamente nuestra colaboración; y la Iglesia, que es como la Novia, la Esposa prometida del Cordero de Dios crucificado y resucitado (cf. Ap 21, 9), en comunión con su Señor colabora en esta venida del Señor, en la que ya comienza su retorno glorioso.
A esto nos llama hoy la Palabra de Dios, trazando la línea de conducta a seguir para estar preparados para la venida del Señor. En el Evangelio de Lucas, Jesús dice a los discípulos: «Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones con juergas, borracheras y la inquietudes de la vida... Estad despiertos en todo tiempo, rogando» (Lc 21, 34.36). Por lo tanto, sobriedad y oración. Y el apóstol Pablo añade la invitación a «crecer y rebosar en el amor» entre nosotros y hacia todos, para que se afiancen nuestros corazones y sean irreprensibles en la santidad (cf. 1 Ts 3, 12-13). En medio de las agitaciones del mundo, o los desiertos de la indiferencia y del materialismo, los cristianos acogen de Dios la salvación y la testimonian con un modo distinto de vivir, como una ciudad situada encima de un monte. «En aquellos días —anuncia el profeta Jeremías— Jerusalén vivirá tranquila y será llamada “El Señor es nuestra justicia”» (33, 16). La comunidad de los creyentes es signo del amor de Dios, de su justicia que está ya presente y operante en la historia, pero que aún no se ha realizado plenamente y, por ello, siempre hay que esperarla, invocarla, buscarla con paciencia y valor.
La Virgen María encarna perfectamente el espíritu de Adviento, hecho de escucha de Dios, de deseo profundo de hacer su voluntad, de alegre servicio al prójimo. Dejémonos guiar por ella, a fin de que el Dios que viene no nos encuentre cerrados o distraídos, sino que pueda, en cada uno de nosotros, extender un poco su reino de amor, de justicia y de paz.

Después del Ángelus

Llamamiento tras la oración

Mañana se celebra la Jornada internacional de los derechos de las personas con discapacidad. Cada persona, aunque tenga limitaciones físicas y psíquicas, incluso graves, es siempre un valor inestimable, y como tal hay que considerarla. Animo a las comunidades eclesiales a ser atentas y acogedoras con estos hermanos y hermanas. Exhorto a los legisladores y a los gobernantes a tutelar a las personas con discapacidad y a promover su plena participación en la vida de la sociedad.

(En español)
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que participan en esta oración mariana. Abrimos hoy el Adviento, que nos trae a la memoria la doble venida de Jesús, la primera que se reveló en la realidad de la carne y la segunda que se manifestará al final de los tiempos. Que al comenzar este tiempo —como se ora en la liturgia— el Señor avive en nosotros el deseo de salir a su encuentro, acompañados por las buenas obras, y así un día merezcamos poseer el reino eterno. Que la Virgen María, que esperó a su Divino Hijo con inefable amor de Madre, nos acompañe y guíe para alcanzar estos anhelos. Muchas gracias.

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ENCUENTRO CON LOS UNIVERSITARIOS DE LOS ATENEOS ROMANOS
Y DE LAS UNIVERSIDADES PONTIFICIAS

HOMILÍA

Basílica Vaticana
Sábado 1° de Diciembre de 2012

«El que os llama es fiel» (1 Ts 5, 24).

Queridos amigos universitarios:

Las palabras del apóstol Pablo nos guían para captar el verdadero significado del Año litúrgico, que esta tarde comenzamos juntos con el rezo de las primeras Vísperas de Adviento. Todo el camino del año de la Iglesia está orientado a descubrir y a vivir la fidelidad del Dios de Jesucristo que en la cueva de Belén se nos presentará, una vez más, con el rostro de un niño. Toda la historia de la salvación es un itinerario de amor, de misericordia y de benevolencia: desde la creación hasta la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, desde el don de la Ley en el Sinaí hasta el regreso a la patria de la esclavitud babilónica. El Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob ha sido siempre el Dios cercano, que jamás ha abandonado a su pueblo. Muchas veces ha sufrido con tristeza su infidelidad y esperado con paciencia su regreso, siempre en la libertad de un amor que precede y sostiene al amado, atento a su dignidad y a sus expectativas más profundas.
Dios no se ha encerrado en su Cielo, sino que se ha inclinado sobre las vicisitudes del hombre: un misterio grande que llega a superar toda espera posible. Dios entra en el tiempo del hombre del modo más impensable: haciéndose niño y recorriendo las etapas de la vida humana, para que toda nuestra existencia, espíritu, alma y cuerpo —como nos ha recordado san Pablo— pueda conservarse irreprensible y ser elevada a las alturas de Dios. Y todo esto lo hace por su amor fiel a la humanidad. El amor, cuando es verdadero, tiende por su naturaleza al bien del otro, al mayor bien posible, y no se limita a respetar simplemente los compromisos de amistad asumidos, sino que va más allá, sin cálculo ni medida. Es precisamente lo que ha realizado el Dios vivo y verdadero, cuyo misterio profundo nos lo revelan las palabras de san Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8. 16). Este Dios en Jesús de Nazaret asume en sí toda la humanidad, toda la historia de la humanidad, y le da un viraje nuevo, decisivo, hacia un nuevo ser persona humana, caracterizado por el ser generado por Dios y por el tender hacia Él (cf. La infancia de Jesús, ed. Planeta 2012, p. 19).
Queridos jóvenes, ilustres rectores y profesores, es para mí motivo de gran alegría compartir estas reflexiones con vosotros, que representáis el mundo universitario romano, en el que confluyen, si bien en sus identidades específicas, las universidades estatales y privadas de Roma y las instituciones pontificias que desde hace tantos años caminan juntas dando testimonio vivo de un fecundo diálogo y de colaboración entre los diversos saberes y la teología. Saludo y agradezco al cardenal prefecto de la Congregación para la educación católica, al rector de la Universidad de Roma «Foro Italico» y a vuestra representante las palabras que me han dirigido en nombre de todos. Saludo con profunda cordialidad al cardenal vicario y al ministro de la Educación, de la Universidad y de la Investigación, así como a las diversas autoridades académicas presentes.
Con especial afecto os saludo a vosotros, queridos jóvenes universitarios de los ateneos romanos, que habéis renovado vuestra profesión de fe ante la tumba del apóstol Pedro. Estáis viviendo el tiempo de preparación para las grandes elecciones de vuestra vida y para el servicio en la Iglesia y en la sociedad. Esta tarde podéis experimentar que no estáis solos: están con vosotros los profesores, los capellanes universitarios, los animadores de los colegios. ¡El Papa está con vosotros! Y, sobre todo, estáis insertados en la gran comunidad académica romana, en la que es posible caminar en la oración, en la investigación, en la confrontación, en el testimonio del Evangelio. Es un don valioso para vuestra vida; sabed verlo como un signo de la fidelidad de Dios, que os ofrece ocasiones para conformar vuestra existencia a la de Cristo, para dejaros santificar por Él hasta la perfección (cf. 1 Ts 5, 23). El año litúrgico que iniciamos con estas Vísperas será también para vosotros el camino en el que una vez más reviviréis el misterio de esta fidelidad de Dios, sobre la que estáis llamados a fundar, como sobre una roca segura, vuestra vida. Celebrando y viviendo con toda la Iglesia este itinerario de fe, experimentaréis que Jesucristo es el único Señor del cosmos y de la historia, sin el cual toda construcción humana corre el riesgo de frustrarse en la nada. La liturgia, vivida en su verdadero espíritu, es siempre la escuela fundamental para vivir la fe cristiana, una fe «teologal», que os implica en todo vuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— para convertiros en piedras vivas en la construcción de la Iglesia y en colaboradores de la nueva evangelización. En la Eucaristía, de modo particular, el Dios vivo se hace tan cercano que se convierte en alimento que sostiene el camino, presencia que transforma con el fuego de su amor.
Queridos amigos, vivimos en un contexto en el que a menudo encontramos la indiferencia hacia Dios. Pero pienso que en lo profundo de cuantos viven la lejanía de Dios —también entre vuestros coetáneos— hay una nostalgia interior de infinito, de trascendencia. Vosotros tenéis la misión de testimoniar en las aulas universitarias al Dios cercano, que se manifiesta también en la búsqueda de la verdad, alma de todo compromiso intelectual. A este propósito expreso mi complacencia y mi aliento por el programa de pastoral universitaria con el título: «El Padre lo vio de lejos. El hoy del hombre, el hoy de Dios», propuesto por la Oficina de pastoral universitaria del Vicariato de Roma. La fe es la puerta que Dios abre en nuestra vida para conducirnos al encuentro con Cristo, en quien el hoy del hombre se encuentra con el hoy de Dios. La fe cristiana no es adhesión a un dios genérico o indefinido, sino al Dios vivo que en Jesucristo, Verbo hecho carne, ha entrado en nuestra historia y se ha revelado como el Redentor del hombre. Creer significa confiar la propia vida a Aquel que es el único que puede darle plenitud en el tiempo y abrirla a una esperanza más allá del tiempo.
Reflexionar sobre la fe, en este Año de la fe, es la invitación que deseo dirigir a toda la comunidad académica de Roma. El diálogo continuo entre las universidades estatales o privadas y las universidades pontificias permite esperar una presencia cada vez más significativa de la Iglesia en el ámbito de la cultura no sólo romana sino también italiana e internacional. Las Semanas culturales y el Simposio internacional de los profesores, que se celebrará el próximo junio, serán un ejemplo de esta experiencia que espero pueda realizarse en todas las ciudades universitarias donde hay ateneos estatales, privados y pontificios.
Queridos amigos, «el que os llama es fiel, y Él lo realizará» (1 Ts 5, 24); hará de vosotros anunciadores de su presencia. En la oración de esta tarde encaminémonos idealmente hacia la cueva de Belén para gustar la verdadera alegría de la Navidad: la alegría de acoger en el centro de nuestra vida, a ejemplo de la Virgen María y de san José, a ese Niño que nos recuerda que los ojos de Dios están abiertos sobre el mundo y sobre todo hombre (cf. Zc 12, 4). ¡Los ojos de Dios están abiertos sobre nosotros porque Él es fiel a su amor! Sólo esta certeza puede conducir a la humanidad hacia metas de paz y de prosperidad, en este momento histórico delicado y complejo. También la próxima Jornada mundial de la juventud en Río de Janeiro será para vosotros, jóvenes universitarios, una gran ocasión para manifestar la fecundidad histórica de la fidelidad de Dios, brindando vuestro testimonio y vuestro compromiso para la renovación moral y social del mundo. La entrega del icono de María Sedes Sapientiae a la delegación universitaria brasileña por parte de la Capellanía universitaria de «Roma Tre», que este año celebra su veintenario, es un signo de este compromiso común vuestro, jóvenes universitarios de Roma.
A María, Trono de Sabiduría, os encomiendo a todos vosotros y a vuestros seres queridos; el estudio, la enseñanza, la vida de los ateneos; especialmente, el itinerario de formación y de testimonio en este Año de la fe. Que las lámparas que llevaréis a vuestras capellanías estén siempre alimentadas por vuestra fe humilde pero plena de adoración, para que cada uno de vosotros sea una luz de esperanza y de paz en el ambiente universitario. Amén.

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