En
la Biblia el profeta Isaías presenta de esa manera la figura divina
que, como un padre afectuoso pero atento y severo, se dirige al pueblo
de Israel acusándolo de infidelidad y corrupción, para que vuelva a la
senda de la rectitud. “Dios, por medio del profeta -explicó el Papa-
habla a las personas con la amargura de un padre decepcionado que ha
hecho crecer a sus hijos, y ahora se han rebelado contra Él”. Incluso
los animales, como dice el texto del profeta son fieles a su amo y
reconocen la mano que les da de comer; en cambio, el pueblo ya no
reconoce a Dios. “Pero , aunque herido -señaló el Santo Padre- Dios deja
hablar al amor y se apela a la conciencia de éstos hijos degenerados
para que se arrepientan y se dejen amar de nuevo'”.
La
relación entre padres e hijos, a la que los profetas a menudo se
refieren para hablar de la relación de pacto entre Dios y su pueblo,
aquí se ha desnaturalizado. “La misión educativa de los padres está
encaminada a hacer crecer a sus hijos libres y responsables, capaces de
hacer buenas obras para ellos mismos y para los demás. En cambio a causa
del pecado, la libertad se convierte en pretensión de autonomía y,
dejándose llevar por el orgullo, lleva a la contraposición y la ilusión
de la autosuficiencia”, agregó el Pontífice.
Es
entonces cuando Dios llama a su pueblo: “Os habéis equivocado de
camino”. Con cariño y con amargura dice “mi” pueblo porque “Dios no
reniega nunca de nosotros; somos “su” pueblo. El peor de los hombres, la
peor de las mujeres, el peor de los pueblos, son hijos suyos. Este es
Dios: jamás reniega de nosotros. Siempre dice : “Ven, hijo”. Este es el
amor de nuestro Padre, esta es la misericordia de Dios. Tener un padre
así nos da esperanza, nos da confianza. Habría que vivir esta
pertenencia con confianza y obediencia, sabiendo que todo es don que
procede del amor del Padre. Y sin embargo, la respuesta es la vanidad,
la autosuficiencia y la idolatría”.
Isaías,
como recordó el Papa, habla directamente a este pueblo con palabras
severas para ayudar a comprender la gravedad de su culpa llamándolo,
gente pecadora, hijos corruptos que han abandonado al Señor y le han
dado la espalda. Y la consecuencia del pecado es “un estado de
sufrimiento que repercute también en el país, devastado y rendido como
un desierto, por lo que hasta Sion se vuelve inhabitable. Donde hay
rechazo de Dios, de su paternidad, no es posible la vida, la existencia
pierde sus raíces, todo parece pervertido y destruido. Sin embargo,
incluso este doloroso momento es con vistas a la salvación. Es una
prueba para que el pueblo sienta la amargura de aquellos que abandonan a
Dios y vea el vacío desolador de una elección de muerte. El
sufrimiento, consecuencia inevitable de un decisión autodestructiva,
tiene que hacer reflexionar al pecador para que se abra a la conversión y
al perdón”.
“Este
el camino de la misericordia divina -exclamó FRANCISCO.- Dios no nos
trata conforme a nuestras culpas. El castigo se convierte en el medio
para llamar a la reflexión . Se entiende que Dios perdona a su pueblo,
le concede la gracia, no destruye todo: siempre deja abierta la puerta a
la esperanza. La salvación implica la decisión de escuchar y dejarse
convertir, pero sigue siendo don gratuito”.
Por
lo tanto, el Señor, en su misericordia, indica un camino “que no es el
de los sacrificios rituales, sino más bien el de la justicia. El culto
no se critica porque se considera innecesario en sí mismo sino porque,
en lugar de expresar la conversión, pretende reemplazarla,
convirtiéndose así en busca de la propia justicia, dando pie a la
engañosa convicción de que son los sacrificios los que salvan y no la
misericordia divina que perdona el pecado. Dios, dice el profeta Isaías,
no ama la sangre de los toros y corderos sobre todo si la oferta se
hace con las manos sucias de la sangre de hermanos. Y pienso en algunos
benefactores de la Iglesia que llegan con la oferta: ''Tenga, esta
oferta es para la Iglesia'', que es fruto de la sangre de tanta gente
explotada, maltratada, esclavizada con el trabajo mal pagado. Yo diría a
esta gente: ''Por favor, llévate tu cheque y quémalo. El pueblo de
Dios, es decir la Iglesia, no necesita dinero sucio, necesita corazones
abiertos a la misericordia de Dios. Es necesario acercarse a Dios con
las manos purificadas, evitando el mal y practicando el bien y la
justicia''.
Por
eso, el profeta exhorta al pueblo a que deje de hacer el mal, aprenda a
hacer el bien, busque la justicia, socorra a los oprimidos, haga
justicia a los huérfanos y abogue por las viudas. “Y pensad en tantos
prófugos que llegan a Europa y no saben donde ir” añadió FRANCISCO.
Y
entonces, como dice Isaías, el Señor hará que los pecados aunque fueran
como la grana, se vuelvan blancos como la nieve y la lana, y el pueblo
se nutra de los bienes de la tierra y viva en paz. “Este es el milagro
del perdón que Dios, como Padre, quiere dar a su pueblo -concluyó el
Obispo de Roma- La misericordia de Dios es ofrecida a todos, y estas
palabras del profeta son válidas también hoy para todos nosotros,
llamados a vivir como hijos de Dios”.
Posteriormente saludó a los fieles en francés, inglés, alemán, español, portugués, árabe y polaco.
Estas fueron sus palabras en castellano:
“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a
los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el Señor Jesús
nos alcance la gracia de acoger el perdón y la misericordia que el Padre
ofrece gratuitamente a todos, para que aprendamos a vivir como hijos
suyos. Muchas gracias”.
La Audiencia General concluyó con el canto del Pater Noster y la Bendición Apostólica impartida por el Santo Padre FRANCISCO.