viernes, 4 de marzo de 2016

FRANCISCO: Ángelus de Febrero 2016 (28, 21 y 7)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
FEBRERO 2016


Plaza de San Pedro
III Domingo de Cuaresma, 28 de febrero de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Cada día, lamentablemente, las crónicas presentan malas noticias: homicidios, accidentes, catástrofes... En el pasaje evangélico de hoy, Jesús se refiere a dos hechos trágicos que en ese tiempo habían suscitado gran impacto: una represión cruenta realizada por los soldados romanos en el templo y el derrumbe de la torre de Siloé, en Jerusalén, que había causado dieciocho víctimas (cf. Lc 13, 1-5).


Jesús conoce la mentalidad supersticiosa de su auditorio y sabe que ellos interpretan de modo equivocado ese tipo de hechos. En efecto, piensan que, si esos hombres murieron cruelmente, es signo de que Dios los castigó por alguna culpa grave que habían cometido; o sea: «se lo merecían». Y, en cambio, el hecho de salvarse de la desgracia equivalía a sentirse «sin falta». Ellos «se lo merecían»; yo no «tengo faltas».


Jesús rechaza completamente esta visión, porque Dios no permite las tragedias para castigar las culpas, y afirma que esas pobres víctimas no eran de ninguna manera peores que las demás. Más bien, Él invita a sacar de estos hechos dolorosos una advertencia referida a todos, porque todos somos pecadores. En efecto, así lo dice a quienes lo habían interrogado: «Si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo» (v. 3).


También hoy, ante ciertas desgracias y lutos, podemos ser tentados de «descargar» la responsabilidad sobre las víctimas, o, es más, sobre Dios mismo. Pero el Evangelio nos invita a reflexionar: ¿qué idea nos hemos hecho de Dios? ¿Estamos convencidos de que Dios es así? O, ¿no se trata de una proyección nuestra, de un dios hecho «a nuestra imagen y semejanza»? Jesús, al contrario, nos llama a cambiar el corazón, a hacer un cambio radical en el camino de nuestra vida, abandonando las componendas con el mal —y esto lo hacemos todos, las componendas con el mal—, las hipocresías —creo que casi todos tenemos al menos un trocito de hipocresía—, para emprender con firmeza el camino del Evangelio. Pero, he aquí de nuevo la tentación de justificarnos: «¿De qué cosa deberíamos convertirnos? Considerándolo bien, ¿no somos buena gente?». Cuántas veces hemos pensado esto: «Pero, considerándolo bien, yo soy de los buenos, soy de las buenas —¿no es así?—. ¿No somos de los creyentes, incluso bastante practicantes?». Y así creemos que estamos justificados.


Lamentablemente, cada uno de nosotros se parece mucho a un árbol que, durante años, ha dado múltiples pruebas de su esterilidad. Pero, afortunadamente, Jesús se parece a ese campesino que, con una paciencia sin límites, obtiene una vez más una prórroga para la higuera infecunda: «Déjala por este año todavía —dijo al dueño— […] Por si da fruto en adelante» (v. 9). Un «año» de gracia: el tiempo del ministerio de Cristo, el tiempo de la Iglesia antes de su retorno glorioso, el tiempo de nuestra vida, marcado por un cierto número de Cuaresmas, que se nos ofrecen como ocasiones de revisión y de salvación, el tiempo de un Año Jubilar de la Misericordia. La invencible paciencia de Jesús. ¿Habéis pensado en la paciencia de Dios? ¿Habéis pensado también en su obstinada preocupación por los pecadores? ¡Cómo es que aún vivimos con impaciencia en relación a nosotros mismos! Nunca es demasiado tarde para convertirse, ¡nunca! Hasta el último momento: la paciencia de Dios nos espera. Recordad esa pequeña historia de santa Teresa del Niño Jesús, cuando rezaba por el hombre condenado a muerte, un criminal, que no quería recibir el consuelo de la Iglesia, rechazaba al sacerdote, no lo quería: quería morir así. Y ella, en el convento, rezaba. Y cuando ese hombre estaba allí, precisamente en el momento de ser asesinado, se dirige al sacerdote, toma el Crucifijo y lo besa. ¡La paciencia de Dios! Y hace lo mismo también con nosotros, ¡con todos nosotros! Cuántas veces —nosotros no lo sabemos, lo sabremos en el cielo—, cuántas veces nosotros estamos ahí, ahí… [a punto de caer] y el Señor nos salva: nos salva porque tiene una gran paciencia con nosotros. Y esta es su misericordia. Nunca es tarde para convertirnos, pero es urgente, ¡es ahora! Comencemos hoy.


Que la Virgen María nos sostenga, para que podamos abrir el corazón a la gracia de Dios, a su misericordia; y nos ayude a nunca juzgar a los demás, sino a dejarnos provocar por las desgracias de cada día para hacer un serio examen de conciencia y arrepentirnos. 


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Mi oración, y también la vuestra, tiene siempre presente el drama de los refugiados que huyen de guerras y otras situaciones inhumanas. En especial Grecia y los demás países que están en primera línea prestando a ellos un generoso auxilio, y que necesitan la colaboración de todas las naciones. Una respuesta coral puede ser eficaz y distribuir los pesos de forma equitativa. Por esto es necesario centrarse con firmeza y sin reservas en las negociaciones. Al mismo tiempo, he acogido con esperanza la noticia sobre el cese de las hostilidades en Siria, e invito a todos a rezar a fin de que la apertura de este resquicio pueda traer alivio a la población que sufre, favoreciendo las necesarias ayudas humanitarias, y abra el camino al diálogo y a la paz tan deseada.


Además, quiero asegurar mi cercanía al pueblo de las Islas Fiyi, duramente golpeado por un devastador ciclón. Rezo por las víctimas y por quienes están comprometidos en prestar socorro.


A todos deseo un feliz domingo. No os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!
 
 
----- 0 -----



Plaza de San Pedro
II Domingo de Cuaresma, 21 de febrero de 2016


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El segundo domingo de Cuaresma nos presenta el Evangelio de la Transfiguración de Jesús.


El viaje apostólico que realicé los días pasados a México fue una experiencia de transfiguración. ¿Por qué? Porque el Señor nos mostró la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su Pueblo santo que vive en esa tierra. Un cuerpo muchas veces herido, un Pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. De hecho los diversos encuentros vividos en México estuvieron llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros e ilumina el camino.


El «baricentro» espiritual de la peregrinación fue el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Quedarme en silencio frente a la imagen de la Madre era lo que me había propuesto antes de todo. Y agradezco a Dios que me lo concedió. Contemplé y me dejé mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos y recoge los dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos en detrimento de muchas personas pobres y de tantas mujeres. Guadalupe es el santuario mariano más frecuentado del mundo. De toda América van allí a rezar donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando inicio a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.


Esta es precisamente la herencia que el Señor entregó a México: custodiar la riqueza de la diversidad y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común, una fe sincera y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad. Como mis predecesores, también yo fui para confirmar la fe del pueblo mexicano, pero contemporáneamente a ser confirmado; he recogido a manos llenas este don para que vaya en beneficio de la Iglesia universal.


Un ejemplo luminoso de lo que estoy diciendo fue dado por las familias: las familias mexicanas me acogieron con alegría en cuanto mensajero de Cristo, Pastor de la Iglesia; pero ellas a su vez me dieron testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para edificar a todas las familias cristianas del mundo. Y lo mismo se puede decir de los jóvenes, de los consagrados, los sacerdotes, los trabajadores y los encarcelados.


Por ello doy gracias al Señor y a la Virgen de Guadalupe por el don de esta peregrinación. Además agradezco al presidente de México y a las demás autoridades civiles por la calurosa acogida; agradezco vivamente a mis hermanos en el episcopado y a todas las personas que de diversas maneras han colaborado.


Una alabanza especial elevamos a la Santísima Trinidad por haber querido que en esta ocasión se llevase a cabo en Cuba el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú y de toda Rusia, el querido hermano Kirill; un encuentro muy deseado también por mis predecesores. También este evento es una luz profética de Resurrección, de la cual hoy el mundo necesita más que nunca. Que la Santa Madre de Dios continúe guiándonos en el camino de la unidad. Recemos a la Virgen de Kazán, de la que el Patriarca Kirill me ha regalado un ícono.
 


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Mañana tendrá lugar en Roma un congreso internacional que se titula «Por un mundo sin pena de muerte», promovido por la Comunidad San Egidio. Deseo que el congreso pueda dar un renovado impulso al compromiso por la abolición de la pena capital. Una señal de esperanza está constituida por el desarrollo, en la opinión pública, de una contrariedad cada vez mayor hacia la pena de muerte, también sólo como instrumento de legítima defensa social. De hecho las sociedades modernas tienen la posibilidad de reprimir eficazmente el crimen sin quitar definitivamente a quien lo cometió la posibilidad de redimirse. El problema va encuadrado en la óptica de una justicia penal que sea cada vez más conforme a la dignidad del hombre y al designio de Dios para el hombre y la sociedad y también a una justicia penal abierta a la esperanza de la reinserción en la sociedad. El mandamiento «no matarás», tiene valor absoluto y se refiere tanto al inocente como al culpable.


El Jubileo extraordinario de la Misericordia es una ocasión propicia para promover en el mundo formas cada vez más maduras de respeto de la vida y de la dignidad de cada persona. También el criminal tiene el derecho inviolable a la vida, don de Dios. Hago un llamamiento a la conciencia de los gobernantes, para que se llegue a un consenso internacional para la abolición de la pena de muerte. Y propongo a quienes entre ellos son católicos que realicen un gesto valiente y ejemplar: que ninguna condena sea ejecutada en este Año santo de la Misericordia.


Todos los cristianos y hombres de buena voluntad están llamados hoy a trabajar no sólo por la abolición de la pena de muerte, sino también para mejorar las condiciones de las cárceles, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de libertad.


Dirijo un cordial saludo a las familias, a los grupos parroquiales, a las asociaciones y a todos los peregrinos de Roma, de Italia y de los diversos países.


Saludo a los fieles de Sevilla, Cádiz, Ceuta (España) y a los de Trieste, Corato y Turín. Un pensamiento particular dirijo a la comunidad Papa Juan XXIII, fundada por el siervo de Dios, don Oreste Benzi, que el viernes próximo promoverá por las calles del centro de Roma un «Vía Crucis» de solidaridad y oración por las mujeres víctimas de la trata.


La Cuaresma es un tiempo propicio para realizar un camino de conversión que tiene como centro la misericordia. Por ello he pensado regalaros a quienes estáis aquí en la plaza una «medicina espiritual» llamada Misericordina. Una vez ya lo hicimos, pero esta es de mejor calidad: es la Misericordina plus. Una cajita que contiene un rosario y una imagen pequeña de Jesús Misericordioso. Ahora la distribuirán los voluntarios entre los cuales hay pobres, sin techo, refugiados y también religiosos. Recibid este regalo como una ayuda espiritual para difundir, especialmente en este Año de la misericordia, el amor, el perdón y la fraternidad.


Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la próxima.


----- 0 -----



Plaza de San Pedro
Domingo 7 de febrero de 2016


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo cuenta —en la redacción de san Lucas— la llamada de los primeros discípulos de Jesús (Lc 5, 1-11). El hecho tiene lugar en un contexto de vida cotidiana: hay algunos pescadores sobre la orilla del mar de Galilea, los cuales, después de una noche de trabajo sin pescar nada, están lavando y organizando las redes. Jesús sube a la barca de uno de ellos, la de Simón, llamado Pedro, le pide separarse un poco de la orilla y se pone a predicar la Palabra de Dios a la gente que se había reunido en gran número. 
Cuando terminó de hablar, le dice a Pedro que se adentre en el mar para echar las redes. Simón ya había conocido a Jesús y había experimentado el poder prodigioso de su palabra, por lo que le contestó: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes» (v. 5). Y su fe no se ve decepcionada: de hecho, las redes se llenaron de tal cantidad de peces que casi se rompían (cf. v. 6).


Frente a este evento extraordinario, los pescadores se asombraron. Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un pecador» (v. 8). Ese signo prodigioso le convenció de que Jesús no es sólo un maestro formidable, cuya palabra es verdadera y poderosa, sino que Él es el Señor, es la manifestación de Dios. Y esta cercana presencia despierta en Pedro un fuerte sentido de la propia mezquindad e indignidad. Desde un punto de vista humano, piensa que debe haber distancia entre el pecador y el Santo. En verdad, precisamente su condición de pecador requiere que el Señor no se aleje de él, de la misma forma en la que un médico no se puede alejar de quien está enfermo.


La respuesta de Jesús a Simón Pedro es tranquilizadora y decidida: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres» (v. 10). Y de nuevo el pescador de Galilea, poniendo su confianza en esta palabra, deja todo y sigue a Aquel que se ha convertido en su Maestro y Señor. Y así hicieron también Santiago y Juan, compañeros de trabajo de Simón. Esta es la lógica que guía la misión de Jesús y la misión de la Iglesia: ir a buscar, «pescar» a los hombres y las mujeres, no para hacer proselitismo, sino para restituir a todos la plena dignidad y libertad, mediante el perdón de los pecados. Esto es lo esencial del cristianismo: difundir el amor regenerante y gratuito de Dios, con actitud de acogida y de misericordia hacia todos, para que cada uno puede encontrar la ternura de Dios y tener plenitud de vida. 
Y aquí, especialmente, pienso en los confesores: son los primeros que tienen que dar la misericordia del Padre siguiendo el ejemplo de Jesús., como han hecho los dos frailes santos, padre Leopoldo y padre Pío.


El Evangelio de hoy nos interpela: ¿sabemos fiarnos verdaderamente de la palabra del Señor? ¿O nos dejamos desanimar por nuestros fracasos? En este Año Santo de la Misericordia estamos llamados a confortar a cuantos se sienten pecadores e indignos frente al Señor y abatidos por los propios errores, diciéndoles las mismas palabras de Jesús: «No temas». Es más grande la misericordia del Padre que tus pecados. ¡Es más grande, no temas! Que la Virgen María nos ayude a comprender cada vez más que ser discípulos significa poner nuestros pies en las huellas dejadas por el Maestro: son las huellas de la gracia divina que regenera vida para todos.





LLAMAMIENTO


Sigo con viva preocupación la dramática situación de la población civil afectada por los violentos combates en la amada Siria y obligada a abandonar todo para huir de los horrores de la guerra. Deseo que, con generosa solidaridad, se dé la ayuda necesaria para asegurar su supervivencia y dignidad, mientras hago un llamamiento a la comunidad internacional para que no ahorre ningún esfuerzo para llevar con urgencia a la mesa de negociación a las partes implicadas. Sólo una solución política del conflicto será capaz de garantizar un futuro de reconciliación y de paz a ese querido y martirizado país, por el que os invito a rezar mucho; y también ahora, todos juntos, rezamos a la Virgen por la amada Siria: Dios te Salve María... 




Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Hoy, en Italia, se celebra la Jornada por la Vida, sobre el tema «La misericordia hace florecer la vida». Me uno a los obispos italianos para desear por parte de varios sujetos institucionales, educativos y sociales un renovado compromiso a favor de la vida humana desde la concepción hasta su natural ocaso. Nuestra sociedad debe ser ayudada a sanar de todos los atentados contra la vida, mediante un cambio interior, que se manifiesta también a través de las obras de misericordia. Saludo y animo a los profesores universitarios de Roma y a cuantos están comprometidos en testimoniar la cultura de la vida.


Mañana se celebra la Jornada de oración y reflexión contra la trata de personas, que ofrece a todos la oportunidad de ayudar a los nuevos esclavos de hoy a romper las pesadas cadenas de la explotación para reapropiarse de su libertad y dignidad. ¡Pienso especialmente en muchas mujeres y hombres, y en tantos niños! Es necesario hacer todo lo posible para acabar con este crimen, y esta vergüenza intolerable.


Y mañana, en el Extremo Oriente y en varias partes del mundo, millones de hombres y mujeres celebran el nuevo año lunar. A todos les deseo que experimenten serenidad y paz en el seno de sus familias, que constituyen el primer lugar en el que se viven y se transmiten los valores del amor y de la fraternidad, de la convivencia y del compartir, de la atención y del cuidado del otro. Que el nuevo año pueda llevar frutos de compasión, misericordia y solidaridad. Y a estos hermanos y hermanas nuestras de Extremo Oriente que mañana celebrarán el año lunar, les saludamos con un aplauso desde aquí.


Saludo a todos los peregrinos, a los grupos parroquiales y a las asociaciones procedentes de Italia, España, Portugal, Ecuador, Eslovaquia y otros países. ¡Son muchos para enumerarlos todos! Cito sólo a los jóvenes de conformación de la diócesis de Treviso, Padua, Cuneo, Lodi, Como y Crotone. Y saludo a la comunidad sacerdotal del Colegio mexicano de Roma, con otros mexicanos: gracias por vuestro compromiso de acompañar con la oración el viaje apostólico en México que realizaré dentro de pocos días y también el encuentro que tendré en La Habana con mi querido hermano Kirill.


A todos os deseo un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


© Copyright - Libreria Editrice Vaticana