TIRANA,
ALBANIA, 22 de septiembre (VIS).- El Papa FRANCISCO, después del
encuentro interreligioso, se desplazó a la Catedral de San Pablo, en
el centro de Tirana para celebrar las vísperas con los sacerdotes,
religiosos, religiosas, seminaristas y movimientos laicos. El templo,
consagrado en 2002 tiene capacidad para 700 personas y una gran
vidriera con las figuras del encuentro entre san Juan Pablo II y la
beata Madre Teresa de Calcuta.
El
Santo Padre había preparado un discurso para pronunciar allí, pero
después de escuchar el testimonio de un sacerdote de 83 años y de
una religiosa de 85, que habían padecido la persecución comunista,
se conmovió hasta las lágrimas, los abrazó y, dejando de parte el
texto oficial, que entregó al Arzobispo de Tirana, Rrok Mirdita,
improvisó unas palabras que reproducimos a continuación.
''Había
preparado unas palabras para decirles, y se las entregaré al
Arzobispo para que se las haga llegar. La traducción ya está hecha.
Se puede hacer llegar.
Pero ahora,
quisiera decirles otra cosa… Hemos escuchado en la Lectura:
''Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de
misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas
nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en
toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos
consolados por Dios'' . Es el texto sobre el que la Iglesia nos
invita a reflexionar en la Vísperas de hoy. En estos dos últimos
meses, me he preparado para esta visita leyendo la historia de la
persecución en Albania. Y para mí ha sido una sorpresa: no sabía
que su pueblo había sufrido tanto. Después, hoy, en el camino del
aeropuerto a la plaza, todas esas fotografías de los mártires: se
nota que este pueblo guarda aún memoria de sus mártires, que tanto
sufrieron. Un pueblo de mártires… Y hoy al principio de esta
celebración, he tocado a dos. Lo que les puedo decir es lo que ellos
han dicho con su vida, con sus palabras sencillas''.
''Contaban las
cosas con una sencillez… pero con mucho dolor. Y nosotros les
podemos preguntar: ''¿Cómo han conseguido sobrevivir a tanta
tribulación?''. Y nos dirán lo que hemos oído en este pasaje de la
Segunda Carta a los Corintios: ''Dios es Padre misericordioso y Dios
de toda consolación. Él nos ha consolado''. Nos lo han dicho con
esa sencillez. Han sufrido demasiado. Han sufrido físicamente,
psíquicamente y también esa angustia de la incertidumbre: si los
iban a fusilar o no, y así vivían, con esa angustia. Y el Señor
los consolaba… Pienso en Pedro, en la cárcel, encadenado, con las
cadenas; toda la Iglesia pedía por él. Y el Señor consoló a
Pedro. Y a los mártires, y a estos dos que hemos escuchado hoy, el
Señor los consoló porque había gente en la Iglesia, el pueblo de
Dios –las viejecitas santas y buenas, tantas religiosas de
clausura…– que rezaban por ellos. Y éste es el misterio de la
Iglesia: cuando la Iglesia pide al Señor que consuele a su pueblo; y
el Señor consuela humildemente, incluso a escondidas. Consuela en la
intimidad del corazón y consuela con la fortaleza.''
''Ellos –estoy
seguro– no se enorgullecen de lo que han vivido, porque saben que
ha sido el Señor quien los ha sostenido. Pero nos dicen algo. Nos
dicen que para nosotros, que hemos sido llamados por el Señor a
seguirlo de cerca, la única consolación viene de Él. Ay de
nosotros si buscamos otro consuelo. Ay de los sacerdotes, de los
religiosos, de las religiosas, de las novicias, de los consagrados
cuando buscan consuelo lejos del Señor. No quiero ''fustigarlos'',
hoy, no quiero convertirme en ''verdugo'', pero tengan la certeza de
que si buscan consuelo en otra parte no serán felices. Más aún: no
podrás consolar a nadie porque tu corazón no se ha abierto al
consuelo del Señor. Y acabarás, como dice el gran Elías al pueblo
de Israel, ''cojeando de dos piernas''. ''Bendito sea Dios Padre,
Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas,
para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación,
mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios''. Es
lo que han hecho estos dos hoy. Humildemente, sin pretensiones, sin
orgullo, haciéndonos un servicio: consolarnos. Nos dicen también:
''Somos pecadores, pero el Señor ha estado con nosotros. Éste es el
camino. No se desanimen''. Perdonen si les pongo hoy de ejemplo, pero
todos debemos ser ejemplo para los demás. Vayamos a casa pensando:
hoy hemos tocado a los mártires''.
El
discurso destinado al clero albanés era el siguiente:
''Queridos
hermanos y hermanas:
Me alegro de
poder tener este encuentro con ustedes en su querida tierra; doy
gracias al Señor y les agradezco a todos su acogida. Así les puedo
expresar mejor mi apoyo a su tarea evangelizadora.
Cuando su país
salió de la dictadura, las comunidades eclesiales se pusieron en
marcha de nuevo y reorganizaron la acción pastoral, afrontando con
esperanza el futuro. Quiero expresar especialmente mi reconocimiento
a aquellos pastores que pagaron un alto precio por su fidelidad a
Cristo y por su decisión de permanecer unidos al Sucesor de Pedro.
Fueron valientes ante las dificultades y las pruebas. Todavía se
encuentran entre nosotros sacerdotes y religiosos que sufrieron
cárcel y persecución, como la hermana y el hermano que han
compartido su propia experiencia. Los abrazo conmovido y alabo a Dios
por su fiel testimonio, que estimula a toda la Iglesia a seguir
anunciando el Evangelio con alegría.
A partir de esta
experiencia, la Iglesia en Albania puede crecer en espíritu
misionero y en entrega apostólica. Conozco y valoro cómo se oponen
decididamente a las nuevas formas de ''dictadura'' que amenazan con
esclavizar a los individuos y a las comunidades. Si el régimen ateo
intentaba acabar con la fe, estas dictaduras, de forma más
encubierta, pueden hacer desaparecer la caridad. Me refiero al
individualismo, a la rivalidad y a los enfrentamientos exacerbados:
es una mentalidad mundana que puede contagiar también a la comunidad
cristiana. No se desanimen ante estas dificultades, no tengan miedo
de mantenerse en el camino del Señor. Él está siempre a su lado y
los asiste con su gracia para que se apoyen unos a otros, para que
sean comprensivos y misericordiosos y acepten a cada uno como es,
para que cultiven la comunión fraterna.
La evangelización
es más eficaz cuando cuenta con iniciativas compartidas y con una
sincera colaboración entre las diversas realidades eclesiales y
entre los misioneros y el clero local: esto requiere determinación
para no cejar en la búsqueda de formas de trabajo común y de ayuda
recíproca en los campos de la catequesis, de la educación católica,
así como en la promoción humana y en la caridad. En estos ámbitos,
es valiosa también la aportación de los movimientos eclesiales,
dispuestos a planificar y trabajar en comunión con sus Pastores y
entre ellos. Es lo que veo aquí: obispos, sacerdotes, religiosos y
laicos, una Iglesia que quiere caminar en fraternidad y en unidad.
Cuando el amor a
Cristo está por encima de todo, incluso de las legítimas exigencias
particulares, entonces es posible salir de uno mismo, de nuestras
''minucias'' personales y grupales, y salir al encuentro de Jesús en
los hermanos; sus llagas son todavía visibles hoy en el cuerpo de
tantos hombres y mujeres que tienen hambre y sed, que son humillados,
que están en la cárcel o en los hospitales. Y precisamente tocando
y sanando con ternura esas llegas, es posible vivir en profundidad el
Evangelio y adorar a Dios vivo en medio de nosotros.
¡Son muchos los
problemas que se presentan cada día! Todos ellos los estimulan a
lanzarse con pasión a una generosa actividad apostólica. Sin
embargo, sabemos que nosotros solos no podemos hacer nada: ''Si el
Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles''. Esta
certeza nos invita a dar cada día el espacio debido al Señor, a
dedicarle tiempo, a abrirle el corazón, para que actúe en nuestra
vida y en nuestra misión. Lo que el Señor promete a la oración
confiada y perseverante supera cuanto podamos imaginar además de lo
que pedimos, nos da también el Espíritu Santo. La dimensión
contemplativa es así indispensable en medio de los compromisos más
urgentes e importantes. Cuanto más nos llama la misión a ir a las
periferias existenciales, más siente nuestro corazón la íntima
necesidad de estar unido al de Cristo, lleno de misericordia y de
amor.
Y teniendo en
cuenta que aún se necesitan más sacerdotes y consagrados, el Señor
les repite también hoy a ustedes: La mies es abundante, pero los
trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande
trabajadores a su mies. No podemos olvidar que esta oración está
precedida por una mirada: la mirada de Jesús que ve la abundancia de
la cosecha. ¿Tenemos también nosotros esta mirada? ¿Sabemos
reconocer la abundancia de los frutos que la gracia de Dios ha hecho
crecer y la labor que hay que hacer en el campo del Señor? De esta
mirada de fe sobre el campo de Dios, nace la oración, la petición
cotidiana e insistente al Señor por las vocaciones sacerdotales y
religiosas.
Ustedes, queridos
seminaristas, y ustedes, queridos postulantes y novicios, son fruto
de esta oración del pueblo de Dios, que siempre precede y acompaña
su respuesta personal. La Iglesia de Albania tiene necesidad de su
entusiasmo y de su generosidad. El tiempo que hoy dedican a una
sólida formación espiritual, teológica, comunitaria y pastoral,
dará fruto oportuno en su futuro servicio al pueblo de Dios. La
gente, más que maestros, busca testigos: testigos humildes de la
misericordia y de la ternura de Dios; sacerdotes y religiosos
configurados con Cristo Buen Pastor, capaces de comunicar a todos la
caridad de Cristo.
En este sentido,
junto a ustedes y a todo el pueblo de Albania, quiero dar gracias a
Dios por tantos misioneros y misioneras, cuya acción ha sido
determinante para que la Iglesia resurja en Albania y todavía hoy
sigue teniendo gran relevancia. Ellos han contribuido notablemente a
consolidar el patrimonio espiritual que obispos, sacerdotes, personas
consagradas y laicos albaneses conservaron en medio de durísimas
pruebas y tribulaciones. Pensemos en el gran trabajo hecho por los
institutos religiosos para el relanzamiento de la educación
católica: este trabajo merece reconocimiento y apoyo.
Queridos hermanos
y hermanas, no se desanimen ante las dificultades; siguiendo las
huellas de sus antepasados, den testimonio de Cristo con
perseverancia, caminando ''juntos con Dios, hacia la esperanza que no
defrauda''. En este camino, siéntanse siempre acompañados y
sostenidos por el afecto de toda la Iglesia. Les agradezco de corazón
este encuentro y encomiendo a cada uno de ustedes y a sus
comunidades, sus proyectos y esperanzas a la Santa Madre de Dios. Los
bendigo afectuosamente y les pido, por favor, que recen por mí''.