''¿Y
cuáles son estos lugares del estupor en la vida cotidiana? -dijo- Son
tres. El primer lugar es el otro, en el cual reconocer a un hermano,
porque desde que se produjo el nacimiento de Jesús, cada rostro lleva
impresa las semblanzas del Hijo de Dios. Sobre todo cuando es el rostro
del pobre, porque como pobre, Dios entró en el mundo y dejó, ante todo,
que los pobres se acercaran a Él''. El segundo, explicó que es el
estupor de la historia.
''Tantas veces creemos que la vemos por el lado
justo, y en cambio corremos el riesgo de leerla al revés. Sucede, por
ejemplo, cuando nos parece determinada por la economía de mercado,
regulada por la finanza y las especulaciones, dominada por los poderosos
de turno. En cambio, el Dios de la Navidad es un Dios que “desordena
las cartas”.
''Un
tercer lugar del estupor es la Iglesia -continuó-. Mirarla con el
estupor de la fe significa no limitarse a considerarla sólo como una
institución religiosa, que es, sino sentirla como una Madre que, aun
entre manchas y arrugas – ¡tenemos tantas! – deja traslucir los rasgos
de la Esposa amada y purificada por Cristo Señor. Una Iglesia que sabe
reconocer los muchos signos de amor fiel que Dios le envía
continuamente. Una Iglesia para la que el Señor Jesús jamás será una
posesión que hay que defender celosamente: los que hacen esto se
equivocan, sino siempre Aquel que sale a su encuentro y que ella sabe
esperar con confianza y alegría, dando voz a la esperanza del mundo. La
Iglesia que llama al Señor: “¡Ven, Señor Jesús!”. La Iglesia madre que
siempre tiene las puertas abiertas de par en par y los brazos abiertos
para acoger a todos. Es más, la Iglesia madre que sale de sus propias
puertas para buscar con sonrisa de madre a todos los alejados y
llevarlos a la misericordia de Dios. ¡Éste es el estupor de la Navidad!".
En
Navidad, destacó, ''Dios se nos entrega totalmente entregándonos a su
Hijo, el Único que es toda su alegría. Y sólo con el corazón de María,
la humilde y pobre hija de Sion, que se convirtió en Madre del Hijo del
Altísimo, es posible exultar y alegrarse por el gran don de Dios y por
su imprevisible sorpresa... El encuentro con Jesús nos hará sentir este
gran estupor. Pero no podemos tener este estupor, no podemos encontrar a
Jesús, -finalizó- si no lo encontramos en los demás, en la historia y en
la Iglesia''.