DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL
PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA DEL
PONTIFICIO CONSEJO PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS
Sala Clementina
Viernes, 28 de septiembre de 2018
Viernes, 28 de septiembre de 2018
Señores Cardenales,
queridos hermanos Obispos y Sacerdotes,
queridos hermanos y hermanas:
Me complace daros la bienvenida y agradezco al cardenal Koch las
palabras que me ha dirigido. Os saludo y os doy vivamente las gracias a
todos vosotros, colaboradores, miembros y consultores del Consejo
Pontificio, porque con vuestro esfuerzo diario me ayudáis a ofrecer mi
ministerio como Obispo de Roma como servicio de unidad y comunión, con
diferentes modalidades y formas, para todos los creyentes en Cristo.
Recientemente, han sido de gran importancia y consuelo algunos
encuentros con cristianos de diferentes tradiciones. Rezar junto con los
Jefes de las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales en Bari, en
comunión con los que sufren en el amado y atormentado Oriente Medio, nos
ha recordado que no podemos permanecer indiferentes ante los
padecimientos, lamentablemente todavía actuales, de tantos de nuestros
hermanos y hermanas. Unirnos a los cristianos de diversas tradiciones en
Ginebra, como parte del septuagésimo aniversario del Consejo Ecuménico
de Iglesias, fue una oportunidad para agradecer a Dios los abundantes
frutos del movimiento ecuménico y renovar nuestro compromiso
irreversible de promover una unidad cada vez mayor entre los creyentes.
Celebrar junto con muchos hermanos pentecostales el cincuenta
aniversario de la Renovación Carismática Católica en Roma, en el Circo
Máximo, en uno de los lugares donde los cristianos de los primeros
siglos sufrieron más por causa Cristo, permitió a los católicos y
pentecostales manifestar los dones y carismas otorgados por el mismo
Espíritu en una sinfonía de alabanza al Señor Jesús, renovando el
compromiso de cumplir el mandato misionero hasta los extremos confines
de la tierra. Estos han sido algunos momentos sobresalientes de ese
camino ecuménico que todos los cristianos están llamados a realizar
caminando juntos, orando juntos y trabajando juntos, a la espera de que
el Señor nos guíe a la recomposición de la unidad plena. Y también me
gustaría agregar la reunión anual,-Su Eminencia estuvo presente en dos
de ellas- con el grupo "Juan 17" de los Estados Unidos y los pastores
...: hay una gran amistad y familiaridad que ayuda mucho.
El tema elegido para vuestra Plenaria - "Pentecostales, carismáticos y
evangélicos: repercusión en el concepto de unidad"- es muy oportuno. El
crecimiento constante de estas nuevas expresiones de la vida cristiana
es un fenómeno muy significativo, que no puede pasarse por alto. Las
formas concretas de las comunidades inspiradas por estos movimientos a
menudo están vinculadas al particular contexto geográfico, cultural y
social en el que se desarrollan, por lo que mi breve reflexión no tendrá
en cuenta las situaciones individuales, sino que se referirá al
fenómeno general.
En primer lugar, tenemos el deber de discernir y reconocer la
presencia del Espíritu Santo en estas comunidades, tratando de construir
con ellos lazos de auténtica fraternidad. Esto será posible
multiplicando las ocasiones de encuentro y superando la desconfianza
mutua, motivada muchas veces por la ignorancia o la falta de
comprensión. Y me gustaría contaros una experiencia personal y hacer un mea culpa.
Cuando era [superior] provincial, prohibí a los jesuitas que entablasen
relaciones con estas personas, -con la Renovación Católica-, ¡y les
dije que más que un encuentro de oración parecía una "escuela de
samba"! Luego me disculpé, y como obispo tuve una buena relación con
ellos, con la misa en la catedral ... Pero se necesita un camino para
entender. Entre las diversas actividades compartidas están la oración,
la escucha de la Palabra de Dios, el servicio a los necesitados, el
anuncio del Evangelio, la defensa de la dignidad de la persona y de la
vida humana. Frecuentándonos mutua y fraternalmente, los católicos
podemos aprender a apreciar la experiencia de muchas comunidades que, a
menudo de manera diferente a las que estamos acostumbrados, viven su fe,
alaban a Dios y dan testimonio del Evangelio de la caridad. Al mismo
tiempo, ellos se verán ayudados a superar los prejuicios sobre la
Iglesia católica y a reconocer que en el tesoro inapreciable de la
tradición, recibida de los apóstoles y custodiada en el curso de la
historia, el Espíritu Santo no se extingue ni sofoca en absoluto, sino
que continúa su obra eficaz.
Soy consciente de que, en muchos casos, las relaciones entre
católicos y pentecostales, carismáticos y evangélicos no son fáciles. La
aparición repentina de nuevas comunidades, vinculada a la personalidad
de algunos predicadores, contrasta fuertemente con los principios y la
experiencia eclesiológica de las Iglesias históricas y puede ocultar el
peligro de ser arrastrados por las ondas emocionales del momento o de
encerrar la experiencia de la fe en ambientes protegidos y
tranquilizadores. El hecho de que no pocos fieles católicos se sientan
atraídos por estas comunidades es motivo de fricción, pero puede
convertirse, por nuestra parte, en un motivo de examen personal y
renovación pastoral.
De hecho, son muchas las comunidades que se inspiran en estos
movimientos y viven experiencias cristianas auténticas en contacto con
la Palabra de Dios y en la docilidad a la acción del Espíritu, que lleva
a amar, testimoniar y servir. Incluso estas comunidades, como enseñaba
el Concilio Vaticano II, no carecen en absoluto de sentido y valor en el
misterio de la salvación (cf. Unitatis redintegratio, 3). Los
católicos pueden recibir aquellas riquezas que, bajo la guía del
Espíritu, contribuyen en gran medida al cumplimiento de la misión de
anunciar el Evangelio hasta los confines de la tierra. En efecto, la
Iglesia crece en fidelidad al Espíritu Santo cuanto más aprende a no
domesticarlo, sino a aceptar sin temor y, al mismo tiempo, con un serio
discernimiento, su fresca novedad. El Espíritu Santo es siempre novedad.
Siempre. Y tenemos que acostumbrarnos. Es una novedad que nos hace
entender las cosas más profundamente, con más luz y nos hace cambiar
tantos hábitos, incluso hábitos disciplinarios. Pero Él es el Señor de
las novedades. Jesús nos dijo que Él nos enseñaría; nos recordaría lo
que Él nos ha enseñado, y luego nos enseñará. Debemos estar abiertos a
esto.Por lo tanto, es necesario evitar acomodarse en posiciones
estáticas e inmutables, para asumir el riesgo de aventurarse en la
promoción de la unidad: con obediencia eclesial fiel y sin extinguir el
Espíritu (cf. 1 Tes. 5:19). Es el Espíritu quien crea y recrea la
novedad de la vida cristiana, y es el mismo Espíritu el que reconduce
todo a la verdadera unidad, que no es uniformidad. Para esta apertura de
corazón, las actitudes que deben caracterizar, según el Espíritu,
nuestras relaciones son la búsqueda de la comunión y el discernimiento
cuidadoso.
En este sentido, los diálogos que ha llevado a cabo vuestro Consejo
Pontificio con los pentecostales, con los carismáticos y con los
evangélicos a nivel internacional, también a través de iniciativas como
el Foro Cristiano Mundial, representan una contribución significativa y
un estímulo para desarrollar mejores relaciones a nivel local.
Esta semana tuve la alegría de tener experiencias ecuménicas maduras
en la "Tierra Mariana": la celebración ecuménica en la capital de
Letonia, luego el encuentro ecuménico frente a la Puerta de la Virgen en
Vilnius ... Han sido momentos de madurez ecuménica. Nunca había pensado
que el movimiento ecuménico fuera, en esos lugares, tan maduro.Con la
certeza de poder contar con vuestra dedicación, así como con vuestra
oración por mí, renuevo mi gratitud y os doy mi bendición.
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