A las 17:30 (16:30 horas en Roma), el Papa FRANCISCO se encontró con los jóvenes en la Plaza de la Catedral en Vilnius. Antes de llegar, durante el viaje, el Papa se detuvo para saludar a un grupo de ancianos enfermos, reunidos bajo una gran carpa.
En la Plaza de la Catedral, después de las palabras de una chica y un chico, y de la ejecución de cantos y bailes, el Papa dirigió su discurso a los jóvenes.
Después de las palabras de agradecimiento del Arzobispo de Vilnius, S.E. Mons. Gintaras Grušas, la entrega de un obsequio al Arzobispo y la bendición final, el Santo Padre visitó la Catedral de los Santos Estanislao y Ladislao de Vilnius.
Texto del discurso que el Santo Padre dirigió a los jóvenes:
[22-25 DE SEPTIEMBRE DE 2018]
ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Plaza de la Catedral de Vilna (Lituania)
Sábado, 22 de septiembre de 2018
Sábado, 22 de septiembre de 2018
Buenas tardes a todos.
Muchas gracias Mónica y Jonás por vuestro testimonio. Lo he recibido
como un amigo, como si hubiéramos estado sentados juntos, en algún bar,
contándonos cosas de la vida, mientras tomamos una cerveza o un “gira” después de haber ido al “Jaunimo teatras”.
Pero vuestras vidas no son una obra de teatro, son reales, concretas,
como las de cada uno de los que estamos acá, en esta hermosa plaza
situada entre estos dos ríos. Y quizá todo esto nos sirva para releer
vuestras historias y descubrir en ellas el paso de Dios... porque Dios
pasa siempre por nuestras vidas. Pasa siempre. Un filósofo importante
decía: «Tengo miedo de que el Señor pase y yo no lo reconozca».
Como esta iglesia catedral, vosotros habéis experimentado situaciones
que os derrumbaban, incendios de los que parecía que no hubierais
podido reponeros. Tantas veces este templo fue devorado por las llamas,
se derrumbó y, sin embargo, siempre hubo quienes decidieron volver a
levantarlo, no se dejaron vencer por las dificultades, no bajaron los
brazos. Hay un canto alpino que dice así: “En el arte de subir, lo que
importa no es no caer, sino no quedarse caído”. Comenzar de nuevo
siempre, y así subir. Como esta catedral. También la libertad de vuestra
patria está construida sobre aquellos que no se dejaron intimidar por
el terror y la desventura. La vida, el modo de ser y la muerte de tu
papá, Mónica; tu enfermedad, Jonás, os podría haber devastado... Y, sin
embargo, estáis aquí, compartiendo vuestra experiencia con una mirada de
fe, haciéndonos descubrir que Dios os dio la gracia para aguantar, para
levantaros, para seguir caminando en la vida.
Y yo me pregunto: ¿Cómo se derramó en vosotros esta gracia de Dios?
No por el aire, no por arte de magia, no hay una varita mágica para la
vida. Esto ha sucedido a través de personas que se cruzaron en vuestras
vidas, gente buena que os nutrió de su experiencia de fe. Siempre hay
gente en la vida que nos da una mano para ayudarnos a levantarnos.
Mónica: tu abuela y tu mamá, la parroquia franciscana, fueron para ti
como la confluencia de estos dos ríos: así como el Vilna se une al
Neris, tú te sumaste, te dejaste llevar por esa corriente de gracia.
Porque el Señor nos salva haciéndonos parte de un pueblo. El Señor nos
salva haciéndonos parte de un pueblo. Nos introduce en un pueblo, y
nuestra identidad, en última instancia, está en pertenecer a un pueblo.
Nadie puede decir “yo me salvo solo”, estamos todos interconectados,
estamos todos “en red”. Dios quiso entrar en esta dinámica de relaciones
y nos atrae hacia sí en comunidad, dando pleno sentido de identidad y
pertenencia a nuestra vida (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate,
6). También tú, Jonás, encontraste en otros ―en tu esposa y en la
promesa hecha el día del matrimonio― la razón para seguir, para luchar,
para vivir. No permitáis que el mundo os haga creer que es mejor caminar
solos. Solos no se llega a ninguna parte. Sí, podrás tener éxito en la
vida, pero sin amor, sin amigos, sin pertenecer a un pueblo, sin una
experiencia tan hermosa que es arriesgar junto con otros. No se puede
caminar solos. No cedáis a la tentación de ensimismaros, mirándoos el
ombligo, a la tentación de volveros egoístas o superficiales ante el
dolor, la dificultad o el éxito pasajero. Volvamos a afirmar que “lo que
le pasa al otro, me pasa a mí”, vayamos contra la corriente de ese
individualismo que aísla, que nos vuelve egocéntricos, que nos hacer ser
vanidosos, preocupados solamente por la imagen y el propio bienestar.
Preocupado por la imagen, de cómo me verán. Es fea la vida mirándose al
espejo, es feo. En cambio, la vida es hermosa con los demás, en familia,
con amigos, con la lucha de mi gente... Así, la vida es hermosa.
Somos cristianos y queremos lograr la santidad. Apostad por la
santidad desde el encuentro y la comunión con los demás, atentos a sus
necesidades (cf. ibíd.,
146). Nuestra verdadera identidad supone la pertenencia a un pueblo. No
existen identidades “de laboratorio”, no existen, ni identidades
“destiladas”, identidades “purasangre”: estas no existen. Existe la
identidad de caminar juntos, de luchar juntos, de amar juntos. La
identidad de pertenecer a una familia, a un pueblo. Existe la identidad
que te da amor, ternura, de preocuparte por los demás... Existe la
identidad que te da la fuerza para luchar y al mismo tiempo la ternura
para acariciar. Cada uno de nosotros conoce la belleza y también el
cansancio —es hermoso que los jóvenes se cansen, es signo de que
trabajan—, y muchas veces el dolor de pertenecer a un pueblo, vosotros
conocéis esto. Aquí radica nuestra identidad, no somos personas sin
raíces. No somos personas sin raíces.
También los dos recordáis la presencia en el coro, la oración
familiar, la misa, la catequesis y la ayuda a los más necesitados; son
armas poderosas que el Señor nos da. La oración y el canto, para
no encerrarse en la inmanencia de este mundo: al suspirar por Dios
habéis salido de vosotros mismos y habéis podido contemplar con los ojos
de Dios lo que os pasaba en el corazón (cf. ibíd.,
147); practicando la música os abrís a la escucha y a la interioridad,
os dejáis impactar de tal modo en la sensibilidad y eso es siempre una
buena oportunidad para el discernimiento (cf. Sínodo dedicado a los
Jóvenes, Instrumentum laboris,
162). Es cierto que la oración puede ser una experiencia de “batalla
espiritual”, pero es allí donde aprendemos a escuchar al Espíritu, a
discernir los signos de los tiempos y a recuperar las fuerzas para
seguir anunciando el Evangelio hoy. ¿De qué otro modo batallaríamos
contra el desaliento ante las enfermedades y dificultades propias y
ajenas, ante los horrores del mundo? ¿Cómo haríamos sin la oración para
no creer que todo depende de nosotros, que estamos solos ante el cuerpo a
cuerpo con la adversidad? “¡Jesús y yo, mayoría completa!”. No lo
olvidéis; esto lo decía un santo, san Alberto Hurtado. El encuentro con
él, con su palabra, con la eucaristía nos recuerda que no importa la
fuerza del oponente; no importa que esté primero el “Žalgiris Kaunas” o
el “Vilnius Rytas”… A propósito, os pregunto: ¿Cuál es el primero?... No
importa cuál es el primero, no importa el resultado, sino que el Señor
está con nosotros.
También a vosotros os ha sostenido en la vida la experiencia de ayudar a otros,
descubrir que cerca nuestro hay gente que lo pasa mal, incluso mucho
peor que nosotros. Mónica: nos has contado de tu tarea con niños
discapacitados. Ver la fragilidad de otros nos ubica, nos evita vivir
lamiéndonos las propias heridas. Es feo vivir quejándose, es feo. Es feo
vivir lamiéndose las heridas. Cuántos jóvenes se van del país por falta
de oportunidades, cuántos son víctimas de la depresión, el alcohol y
las drogas. Vosotros lo sabéis bien. Cuántas personas mayores solas, sin
nadie con quien compartir el presente y miedosas de que vuelva el
pasado. Vosotros, jóvenes, podéis responder a esos desafíos con vuestra
presencia y con el encuentro entre vosotros y los demás. Jesús nos
invita a salir de nosotros mismos, a arriesgar en el “cara a cara” con
los otros. Es verdad que creer en Jesús implica muchas veces dar saltos
de fe en el vacío, y eso da miedo. Otras veces nos lleva a
cuestionarnos, a salir de nuestros esquemas, y eso puede hacernos sufrir
y dejarnos tentar por el desánimo. Pero, sed valientes. Seguir a Jesús
es una aventura apasionante, que llena nuestra vida de sentido, que nos
hace sentir parte de una comunidad que nos anima, de una comunidad que
nos acompaña, que nos compromete a servir. Queridos jóvenes, vale la
pena seguir a Cristo, ¡vale la pena! No tengamos miedo a formar parte de
la revolución a la que él nos invita: la revolución de la ternura (cf.
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 88).
Si la vida fuera una obra de teatro o un videojuego estaría acotada
por un tiempo preciso, un comienzo y un final donde se baja el telón o
alguien gana la partida. Pero la vida mide otros tiempos, no con los
tiempos del teatro o del videojuego; la vida se juega en tiempos
parecidos al corazón de Dios; a veces se avanza, otras se retrocede, se
ensayan e intentan caminos, se cambian. La indecisión pareciera que nace
del miedo a que caiga el telón, a que el cronómetro me deje fuera de la
partida, o a que no pueda pasar de nivel en el juego. En cambio, la
vida es siempre caminar, la vida se hace en camino, no está parada; la
vida es siempre un caminar buscando la dirección correcta, sin miedo a
volver si me equivoqué. Lo más peligroso es confundir el camino con un
laberinto: ese andar dando vueltas por la vida, sobre sí mismos, sin
atinar por el camino que conduce hacia adelante. Por favor, no seáis
jóvenes de laberinto, del cual es difícil salir, sino jóvenes en camino.
¡Nada de laberinto, sino en camino!
No tengáis miedo a decidiros por Jesús, a abrazar su causa, la del
Evangelio, de la humanidad, de los seres humanos. Porque él nunca se va a
bajar de la barca de nuestra vida, siempre va a estar en el cruce de
nuestros caminos, jamás va a dejar de reconstruirnos, aunque a veces nos
empeñemos en incendiarnos. Jesús nos regala tiempos amplios y
generosos, donde hay espacios para los fracasos, donde nadie tiene que
emigrar, pues hay lugar para todos. Muchos querrán ocupar vuestros
corazones, inundar los campos de vuestras aspiraciones con cizaña, pero
al final, si le entregamos la vida al Señor, siempre vence el buen
trigo. Vuestro testimonio, Mónica y Jonás, hablaba de la abuela, la
madre... Me gustaría deciros —y con esto termino, no os preocupéis—, me
gustaría deciros que no olvides las raíces de vuestro pueblo. Pensad en
el pasado, hablad con la gente mayor: no es algo aburrido hablar con los
mayores. Id a visitar a los ancianos y haced que os cuenten las raíces
de vuestro pueblo, las alegrías, los sufrimientos, los valores. De este
modo, valiéndose de las raíces, sacaréis adelante vuestro pueblo, la
historia de vuestro pueblo para obtener un fruto mayor. Queridos
jóvenes: Si queréis un pueblo grande y libre, tomad la memoria de las
raíces, y llevadlo adelante. Muchas gracias.
Link:
Visita a la Catedral de los Santos Estanislao y Ladislao de Vilnius
A las 18.30 horas (17.30 horas, en Roma), el Santo Padre FRANCISCO
visitó la Catedral de los Santos Estanislao y Ladislao de Vilnius.
A su llegada fue recibido por el Párroco. Luego se detuvo en oración
silenciosa en la Capilla de San Casimiro, donde se encontraban alrededor
de sesenta sacerdotes y monjas ancianos.
Al final, una monja y un sacerdote ofrecieron al Papa un ramo de flores
que colocó ante la imagen de la Virgen de Siberia. Finalmente, el Papa
saludó a algunos sacerdotes ancianos. Luego el Santo Padre regresó en
automóvil a la Nunciatura Apostólica de Vilnius.
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