Almaty, KAZAKSTÁN (Agencia Fides, 24/09/2018) – “Creamos la Asociación Arca en 1997 con la idea
de realizar actividades caritativas periódicamente, pero luego nos
hemos ido involucrando completamente. Estamos tan ocupados con el
trabajo que incluso el vigésimo aniversario de su nacimiento ha pasado
casi inadvertido”. Así lo explica a la Agencia Fides el misionero p.
Guido Trezzani, que lleva más de 20 años en Kazajstán y es fundador y
director de la comunidad “La aldea del Arca”, en Talgar, cerca de
Almaty, para niños con discapacidad, huérfanos o con dificultades
familiares.
Al principio se trataba de una estructura destinada a la acogida de
niños sin padres. Sin embargo, durante sus 20 años de vida, la aldea ha
cambiado su naturaleza: “Comenzamos con un grupo de un orfanato estatal,
al que se añadieron otros huérfanos con discapacidades. Ahora recibimos
también a jóvenes de familias destruidas por la violencia o por el
alcoholismo. Cuando es posible, tratamos de recuperar la situación
familiar, si no los niños siguen con nosotros o les buscamos familias de
acogida”, señala el misionero.
Actualmente, en la Aldea viven unos 70 niños, huérfanos o con familias
problemáticas, de los cuales unos treinta tienen hándicap físicos o
mentales. Hoy cuentan, además, con personal consolidado: allí trabajan
establemente unas treinta personas y semanalmente se alternan figuras
profesionales como educadores o personal médico.
Después de un periodo de desconfianza inicial, la asociación Arca se ha
integrado perfectamente en el contexto ciudadano: “Ha sido un verdadero
desafío. Durante algunos años nos consideraban casi extraterrestres,
porque no era fácil para la población local concebir un orfanato no
estatal, a cargo de extranjeros, en un ambiente ex soviético. Siempre
tenían sospechas de que detrás hubiese algo más.
Ha habido momentos en los que hemos estado a punto caer en un cierre
forzoso. Luego, después de años, en la ciudad han aprendido a
conocernos: Nos hemos ganado la confianza de la gente y ahora trabajamos
con el ayuntamiento. Todos los niños que recibimos son enviados por la
administración de la ciudad, que además nos ha encargado gestionar una
escuela para preparar a parejas para la adopción”.
El crecimiento sano de los niños es la satisfacción más grande: “Los
niños que recibimos en 1997 han crecido, trabajan, se han casado y ahora
tienen hijos. Una gran satisfacción para nosotros. Muchos de ellos
participan, de diferentes maneras, en la gestión de la estructura. Para
nosotros es muy valioso ver que estos chicos, a pesar de sus difíciles
contextos de origen, han logrado formar una familia propia y vivir sus
vidas tranquilamente”.
“La caridad -concluye padre Guido- es el idioma que la mayoría de las
personas comprende de inmediato, también en Asia Central. Nuestro mundo
necesita una nueva temporada de creatividad de la caridad. Lo que más
impacta a la gente aquí es la mirada con la que se sienten recibidos,
con la que por primera vez, ven recibir con amor a sus hijos con
discapacidades. Con el tiempo y con paciencia, llegan a entender que se
trata de la mirada de Otro: Es el amor de Cristo que llega hasta ellos”.