CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 27 de septiembre de 2018).- Discurso pronunciado ayer en Nueva York por S.E. Mons. Paul Richard
Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados y Jefe de la
Delegación de la Santa Sede en el 73° período de sesiones de la Asamblea
General de las Naciones Unidas con motivo del Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares.
Discurso de S.E. Mons. Paul Richard Gallagher
Señor Presidente,
El Día Internacional para la Eliminación Total de las Armas Nucleares
es una afirmación de nuestra determinación común de crear las
condiciones y dar los pasos necesarios para la eliminación total de las
armas nucleares. Nunca debemos resignarnos a la idea de que las armas
nucleares estén aquí para siempre. No debemos dar crédito a la idea de
que las amenazas contemporáneas a la paz y la seguridad internacionales
no permitan el desarme nuclear. El mundo no es más seguro con armas
nucleares; es más peligroso Una política que dependa de la posesión de
armas nucleares es contradictoria con el espíritu y el propósito de las
Naciones Unidas porque las armas nucleares no pueden crear para nosotros
un mundo estable y seguro, y porque la paz y la estabilidad
internacional no pueden fundarse en la destrucción mutuamente asegurada o
en la amenaza de aniquilación total.
El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares es un paso
importante en nuestros esfuerzos por lograr un mundo libre de armas
nucleares. Sesenta y un Estados lo han firmado, catorce de ellos ya lo
han ratificado. La Santa Sede, que lo firmó y ratificó el mismo día en
que se abrió para su firma y ratificación, el 20 de septiembre de 2017,
desea instar a otros a firmarlo y ratificarlo. Será un ingrediente
importante del régimen de no proliferación y desarme nuclear una vez que
entre en vigor. Cada firma, cada ratificación de este Tratado
constituye un paso importante hacia el logro de un mundo libre de armas
nucleares.
El Tratado es el fruto de los esfuerzos de muchos Estados y otras
partes interesadas para promover una mayor conciencia y comprensión de
las consecuencias humanitarias y de los desastres ambientales que
resultarían del uso de armas nucleares. Los impactos catastróficos de
las armas nucleares son previsibles y aterradores. Las víctimas de estas
armas todavía están con nosotros: los Hibakusha son un testimonio
viviente de los horrores que las armas nucleares pueden desatar. Siguen
retándonos a reconocer que la eliminación total de las armas nucleares
no es solo un problema de seguridad, sino también un imperativo moral,
humanitario y ambiental.
La Santa Sede quiere llamar a todos los países a hacer realidad el
Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT)
garantizando su entrada en vigor. Asegurar que ningún Estado pueda
realizar ensayos de armas nucleares es un paso esencial para detener el
desarrollo de armas nucleares todavía más letales y un avance
fundamental hacia la consecución de un mundo libre de armas nucleares.
Recae sobre todos nosotros la responsabilidad de seguir persuadiendo a
aquellos Estados, cuya ratificación es necesaria para que el TPCE entre
en vigor, de la importancia fundamental de ratificarlo para la paz
mundial.
Tanto el Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares como el
CTBT complementan el Tratado de No Proliferación Nuclear (NPT). Su
objetivo es ayudar a cumplir el compromiso de todas las Partes fijado en
el artículo 6 de que "cada Parte en el Tratado se compromete a celebrar
negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas a la
cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y al
desarme nuclear, y sobre un tratado de desarme general y completo bajo
estricto y eficaz control internacional”. Hoy, debemos comprometernos
de nuevo por un mundo sin armas nucleares, implementando plenamente el
TNP.
La Santa Sede ha sido Parte en el Tratado de No Proliferación Nuclear
(TNP) desde el principio, para alentar a los Estados poseedores de
armas nucleares a abolir sus armas nucleares, disuadir a los Estados
poseedores de armas nucleares de adquirir o desarrollar capacidades
nucleares, y alentar la cooperación internacional sobre la utilización
del material nuclear con fines pacíficos. Al mismo tiempo que cree
firmemente que el TNP sigue siendo fundamental para la paz y la
seguridad internacionales, la Santa Sede seguirá argumentando contra la
posesión y el uso de armas nucleares, hasta que se logre la eliminación
total de las armas nucleares.
La entrada en vigor del CTBT y la plena aplicación del NPT solo
pueden darse si existe confianza mutua. Los tratados de desarme son más
que simples obligaciones legales; también son compromisos morales
basados en la confianza entre los Estados y enraizados en la confianza
que los ciudadanos depositan en sus gobiernos. En el caso del NPT, los
Estados no poseedores de armas nucleares se obligan a la no
proliferación nuclear y confían en que los Estados poseedores de armas
nucleares entablen negociaciones de buena fe encaminadas al desarme
nuclear. Si los compromisos con el desarme nuclear no se hacen de buena
fe y, en consecuencia, desembocan en violaciones de la confianza, la
proliferación de tales armas sería el corolario lógico.
De hecho, esta confianza se ha visto gravemente erosionada tanto por
la reciente falta de progreso en materia de desarme nuclear como por la
decisión de algunos Estados de desarrollar su capacidad en las armas
nucleares. Por lo tanto, es sumamente urgente que continuemos
restableciendo y fortaleciendo la confianza mutua, ya que solo a través
de esa confianza puede establecerse una paz verdadera y duradera entre
las naciones. La confianza puede llevarnos nuevamente al significativo
camino del diálogo y la negociación por un mundo libre de armas
nucleares.
Señor Presidente,
El deseo de paz, seguridad y estabilidad es uno de los anhelos más
profundos del corazón humano. Esta paz no es la ilusión de paz que crea
la amenaza del uso de armas nucleares. Por lo tanto, nunca debemos dejar
de perseguir este objetivo exigente y de amplias miras de la
eliminación total de las armas nucleares, hasta el día en que nuestro
mundo finalmente esté libre de ellas, y la paz auténtica que anhela el
corazón humano pueda ser alcanzada y disfrutada por todos.
Gracias, Sr. Presidente.