CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 29 de septiembre de 2018). Discurso pronunciado ayer en New York por S.E. Mons. Paul Richard
Gallagher, Secretario para las Relaciones con los Estados y Jefe de la
Delegación de la Santa Sede, , durante el 73 período de sesiones de la
Asamblea General de las Naciones Unidas cuyo tema ha sido “Libertad de
la persecución: Minorías religiosas cristianas, pluralismo religioso en
peligro”.
Discurso de S.E. Mons. Paul Richard Gallagher
Su Excelencia, Ministro de Relaciones Exteriores de Hungría,
Excelencias, damas y caballeros,
Me gustaría agradecer a Hungría el haberme invitado a intervenir en
esta discusión de alto nivel sobre "Libertad de la persecución: minorías
religiosas cristianas, pluralismo religioso en peligro".
Es un hecho histórico indiscutible que el cristianismo comenzó en
Oriente Medio. Sin embargo, la dura verdad es que las antiguas
comunidades cristianas sufren en la región del nacimiento del
cristianismo. La población cristiana en Oriente Medio ha disminuido
drásticamente en los últimos años y, en algunos lugares, puede no
sobrevivir, sin importar cuán profundas sean sus raíces.
Los cristianos siempre han coexistido con los musulmanes y han sido
parte del tejido de Oriente Medio. Tal hecho, evidente por sí mismo,
sirve para recordar al mundo una vez más que los cristianos tienen todo
el derecho de vivir en paz y libertad. En efecto, a lo largo de dos
milenios, las comunidades cristianas en Oriente Medio han contribuido
activamente a sus respectivas sociedades. Han sido fundamentales en la
protección y promoción de las antiguas culturas de la región. La
comunidad siria todavía habla y reza en arameo, el lenguaje de Jesús. La
diáspora cristiana de Oriente Medio ha difundido su cultura en todo el
mundo. Durante largos períodos de la historia, cristianos y musulmanes
han vivido pacíficamente, unos al lado de los otros, a pesar de los
casos esporádicos de violencia basados en una manipulación política de
la religión o la etnia.
En las últimas décadas, sin embargo, algo ha sacudido esta
convivencia relativamente armoniosa. Los cristianos y otras minorías
religiosas y étnicas en Oriente Medio han soportado dificultades,
presiones, discriminación e incluso una persecución mortal. Como el
patriarca caldeo testificó ante el Consejo de Seguridad en mayo de 2015:
"Los grupos extremistas islámicos se niegan a vivir con los que no son
musulmanes. Los están persiguiendo y desarraigando de sus hogares y
destruyendo todos los rastros de su historia", un patrimonio inmenso e
irremplazable de la humanidad.
Esta no es solo una cuestión religiosa; es una cuestión de derechos
humanos fundamentales. Mientras para los cristianos los que han sido
asesinados por la fe son mártires, para todas las personas de fe o sin
fe, han sido víctimas de las más escandalosas violaciones de los
derechos humanos. Estos crímenes atroces exigen, por lo tanto, una
respuesta no solo de los cristianos y de otras personas de fe; ante la
ley, exigen una respuesta de las autoridades públicas, cuyo deber es
proteger a su gente y proporcionarles un espacio en el que prosperar,
crear sociedades armoniosas y ser ciudadanos respetuosos de la ley.
La "protección" es una responsabilidad primordial de los Estados para
con todos y cada uno de sus ciudadanos, independientemente de su raza,
religión u origen étnico. Durante la primera parte del siglo XVI, cuando
surgía el concepto de Estados soberanos nacionales, el fraile español
Francisco de Vitoria describió la responsabilidad de los gobernadores de
proteger a sus ciudadanos como un aspecto de la razón natural
compartida por todas las naciones, y una regla para un orden
"internacional" cuya tarea es regular las relaciones entre los pueblos.
Las Naciones Unidas se basan en este principio fundamental.
La “protección” se convierte en una responsabilidad más específica y
urgente para un Estado cuando partes de su población, simplemente por el
hecho de ser minorías, objetivo de persecución, están sometidas a todas
las formas de violencia física, subyugación, detención falsa,
expropiación de bienes, esclavitud, exilio forzado, asesinato, limpieza
étnica y otros crímenes de lesa humanidad.
El deber de defender no solo se refiere a la “responsabilidad de
proteger a las poblaciones del genocidio, los crímenes de guerra, la
limpieza étnica y los crímenes de lesa humanidad”, tal como se define en
el Documento Final de la Cumbre Mundial 2005, [1] sino también de todas
las violaciones de sus derechos humanos fundamentales y de sus derechos
como ciudadanos.
Las violaciones de los derechos religiosos de las minorías además de
las violaciones más atroces como el genocidio, los crímenes de guerra,
la limpieza étnica y los crímenes de lesa humanidad, también incluyen
diversas formas de discriminación incorporadas en las estructuras
legales y administrativas, que se traducen en obstruccionismo
burocrático y pesadas cargas administrativas con respecto a la
construcción de lugares de culto y escuelas.
Por lo tanto, esa protección debe ir más allá de la mera prevención
de la aniquilación intencionada o real de las minorías, y ha de incluir
el análisis y la solución de las causas profundas de la discriminación y
la persecución en su contra. En este sentido, me gustaría mencionar
brevemente tres elementos, que considero esenciales en nuestros
esfuerzos a largo plazo para abordar las causas fundamentales de la
persecución y la discriminación contra las minorías religiosas, de
hecho, de todas las minorías.
En primer lugar, creo que la clave para proteger a las minorías
religiosas o étnicas de la persecución es el pleno respeto del estado de
derecho y la plena igualdad de todos ante la ley basada en el principio
de ciudadanía, independientemente de las diferencias religiosas,
raciales o étnicas. Las leyes deben garantizar inequívocamente los
derechos fundamentales de todos los ciudadanos sin excepción, incluido
el derecho a la libertad religiosa. Incluso en lugares donde la ley
otorga un estatus especial a una religión en particular, una ley que
priva a un individuo o a una comunidad de libertades fundamentales no es
una ley justa.
Este diciembre celebramos el setenta aniversario de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos. La Declaración establece que "todos
son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual
protección de la ley." (Art. 7). Garantiza " la libertad de pensamiento,
de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de
cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su
religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público
como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la
observancia.”(Art. 18). Estas libertades fundamentales deben aplicarse a
todos los pueblos en todos los rincones del globo: en Iraq, Siria o
Libia, tanto como en los Estados Unidos, Italia o Japón. La igualdad de
todos ante la ley debe ser un elemento esencial en nuestra defensa a
favor de los cristianos perseguidos y de otras minorías religiosas y
étnicas -de hecho, de todas las personas- en Oriente Medio.
En segundo lugar, las recientes brutalidades contra las minorías
religiosas o étnicas han sido perpetradas por sujetos no estatales
violentos que operan en Estados con instituciones débiles. La comunidad
internacional tiene una grave responsabilidad ante tales atrocidades que
continúan incluso mientras estamos hablando aquí. Al adoptar
universalmente el Documento Final de la Cumbre Mundial 2005, la
comunidad internacional se comprometió a ayudar a los Estados a ejercer
esta responsabilidad de proteger, ayudándolos a desarrollar la capacidad
de proteger a sus poblaciones de crímenes atroces y a tomar medidas
colectivas de manera puntual y decisiva. 2] La comunidad internacional
no ha podido cumplir con este compromiso. Hay que sacudirla de su
inercia y divisiones.
En tercer lugar, si hemos fracasado en proteger a las minorías
religiosas y étnicas de ser sometidas a las violaciones más graves de
sus derechos humanos fundamentales, debemos trabajar para restablecer
sus derechos. La justicia para los sobrevivientes exige no solo justicia
contra los perpetradores de los crímenes; también exige que tratemos de
devolverles lo más posible lo que les han arrebatado. Esto significa
garantizar las condiciones para que las minorías religiosas y étnicas
regresen a sus lugares de origen y vivan con dignidad y seguridad, con
los marcos sociales, económicos y políticos básicos necesarios para
garantizar la cohesión de la comunidad. No basta con reconstruir
viviendas, escuelas y lugares de culto, lo cual es un punto crucial,
como ocurre en varias ciudades de la llanura de Nínive gracias a la
generosidad de gobiernos como Hungría u organizaciones caritativas como
Ayuda a la Iglesia Necesitada o los Caballeros de Colón. También es
imperativo reconstruir la sociedad, sentando las bases de la
coexistencia pacífica sobre la base de la ciudadanía.
Esta lista está lejos de ser exhaustiva, pero cumplirla ya
contribuiría a proteger a las minorías étnicas y religiosas perseguidas
en Oriente Medio y en otros lugares.
Deseo concluir recordando la grave y específica responsabilidad de
los líderes religiosos de hacer frente y condenar el abuso de creencias y
sentimientos religiosos para justificar el terrorismo y la violencia
contra los creyentes de otras religiones. Deben enseñar un firme y claro
"¡No!" a toda forma de violencia, venganza y odio perpetrada en nombre
de la religión o en nombre de Dios, y un "¡Sí!" igualmente firme y claro
al derecho de toda persona de seguir en conciencia a Dios, tal como él o
ella creen que Dios los llama a adorarlo y seguirlo. Si se respetara la
libertad fundamental de conciencia y creencia, no necesitaríamos
ninguna "protección especial" o "específica" para nadie.
Gracias por su amable atención.
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[1] Resultados de la Cumbre Mundial 2005,
138-139.
[2] Resultados de la Cumbre Mundial 2005, 138-139.