A lo largo del camino que conduce a la Capilla del Santuario y a la Puerta de la Aurora había muchos fieles, incluidos algunos cientos de niños huérfanos y de familias de acogida y un grupo de pacientes.
Dentro de la Capilla se encontraban la Presidenta de la República, el Embajador de la Santa Sede y los Miembros del séquito Papal.
Después del canto de entrada, el Papa pronunció su discurso desde el balcón del rosetón central de la Capilla de la Mater Misericordiae y dirigió el rezo del tercer misterio gozoso del Santo Rosario, los niños y las familias rezaron una decena del rosario en lituano. Al final, el Papa se trasladó a la Catedral de Vilnius para encontrarse con los jóvenes.
Palabras pronunciadas por el Papa FRANCISCO en el curso del rezo del Rosario:
[22-25 SEPTIEMBRE 2018]
VISITA AL SANTUARIO MATER MISERICORDIAE
ORACIÓN DEL SANTO PADRE
Vilna, Lituania
Sábado, 22 de septiembre de 2018
Sábado, 22 de septiembre de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos frente a la “Puerta de la Aurora”, lo que queda del muro
protector de esta ciudad que servía para defenderse de cualquier peligro
y provocación, y que en 1799 el ejército invasor destruyó en su
totalidad, dejando solo esta puerta: ya entonces estaba allí la imagen
de la “Virgen de la Misericordia”, la Santa Madre de Dios que siempre
está dispuesta a socorrernos, a salir en nuestro auxilio.
Ya desde esos días, ella nos quería enseñar que se puede proteger sin
atacar, que es posible cuidar sin la necesidad enfermiza de desconfiar
de todos. Esta Madre, sin Niño, toda dorada, es la Madre de todos; ella
ve en cada uno de los que vienen hasta aquí lo que tantas veces ni
nosotros mismos alcanzamos a percibir: el rostro de su Hijo Jesús
grabado en nuestro corazón.
Y porque la imagen de Jesucristo está puesta como un sello en todo
corazón humano, todo hombre y toda mujer nos dan la posibilidad de
encontrarnos con Dios. Cuando nos encerramos dentro de nosotros mismos
por miedo a los demás, cuando construimos muros y barricadas, terminamos
privándonos de la Buena Noticia de Jesús que conlleva la historia y la
vida de los demás. Hemos construido demasiadas fortalezas en nuestro
pasado, pero hoy sentimos la necesidad de mirarnos a la cara y
reconocernos como hermanos, de caminar juntos descubriendo y
experimentando con alegría y paz el valor de la fraternidad (cf. Exhort.
ap. Evangelii gaudium, 87). Cada
día visitan a la Madre de la Misericordia en este lugar multitud de
personas venidas de muchos países: lituanos, polacos, bielorrusos y
rusos; católicos y ortodoxos. Hoy lo permite la fluidez de las
comunicaciones, la libertad de circulación entre nuestros países.
Qué
bueno sería que a esta facilidad para movernos de un lugar a otro se le
sumara también la facilidad para establecer puntos de encuentro y
solidaridad entre todos, para hacer circular los dones que gratuitamente
hemos recibido, para salir de nosotros mismos y darnos a los demás,
acogiendo a su vez la presencia y la diversidad de los otros como un
regalo y una riqueza en nuestras vidas.
A veces pareciera que abrirnos al mundo nos lanza a espacios de
competencia, donde “el hombre es lobo para el hombre” y solo hay lugar
para el conflicto que nos divide, las tensiones que nos agotan, el odio y
la enemistad que no nos llevan a ninguna parte (cf. Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 71-72).
La Madre de la Misericordia, como toda buena madre, busca reunir a la
familia y nos dice al oído: “Busca a tu hermano”. Así nos abre la
puerta a un nuevo amanecer, a una nueva aurora. Nos lleva hasta el
umbral, como en la puerta del rico Epulón del Evangelio (cf. Lc 16,19-31).
Hoy nos han esperado niños y familias con las llagas sangrando; no son
las de Lázaro en la parábola, son las de Jesús; son reales, concretas y,
desde su dolor y oscuridad, claman para que nosotros les acerquemos la
sanadora luz de la caridad. Porque es la caridad la llave que nos abre
la puerta del cielo.
Queridos hermanos: Que al cruzar este umbral experimentemos la fuerza
que purifica nuestro modo de abordar a los demás, y la Madre nos
permita mirar sus limitaciones y defectos con misericordia y humildad, sin creernos superiores a nadie (cf. Flp 2,3). Que al contemplar los misterios del rosario le pidamos ser una comunidad que sabe anunciar a Cristo Jesús, nuestra esperanza,
a fin de construir una patria que sabe acoger a todos, que recibe de la
Virgen Madre los dones del diálogo y la paciencia, de la cercanía y la acogida que ama, perdona y no condena (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,
165); una patria que elige construir puentes y no muros, que prefiere
la misericordia y no el juicio. Que María sea siempre la Puerta de la
Aurora para toda esta bendita tierra.
Dejándonos guiar por ella, recemos ahora una decena del Rosario, contemplando el tercer misterio gozoso.
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