DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS NUEVOS CARDENALES, A SUS FAMILIARES Y A LOS PEREGRINOS PRESENTES PARA EL CONSISTORIO
A LOS NUEVOS CARDENALES, A SUS FAMILIARES Y A LOS PEREGRINOS PRESENTES PARA EL CONSISTORIO
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Pablo VI
Lunes 26 de Noviembre de 2012
Lunes 26 de Noviembre de 2012
Señores Cardenales,
queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
queridos amigos:
Con ánimo agradecido al Señor, queremos hoy extender los sentimientos y las emociones que hemos vivido ayer y anteayer con ocasión de la creación de seis nuevos cardenales. Han sido momentos de intensa oración y de profunda comunión, vividos con la conciencia de un acontecimiento referido a la Iglesia universal, llamada a ser signo de esperanza para todos los pueblos. Me alegra acogeros también hoy, en este encuentro sencillo y familiar, y dirigir mi cordial saludo a los neopurpurados, así como a sus familiares, amigos y a cuantos les acompañan en esta circunstancia tan solemne e importante.
[En inglés] Doy un cordial saludo a los prelados anglófonos a quienes he tenido la alegría de elevar a la dignidad de cardenales en el Consistorio del sábado pasado: el cardenal James Michael Harvey, arcipreste de la Basílica Papal de San Pablo Extramuros; el cardenal Baselios Cleemis Thottunkal, arzobispo mayor de Trivandrum de los Siro-Malankares (India); el cardenal John Olorunfemi Onaiyekan, arzobispo de Abuja (Nigeria); y el cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila (Filipinas).
Asimismo doy la bienvenida a sus familiares y amigos, y a todos los fieles que les acompañan hoy aquí.
El Colegio cardenalicio, cuyo origen está vinculado al antiguo clero de la Iglesia de Roma, tiene la tarea de elegir al Sucesor de Pedro y aconsejarle en las cuestiones de mayor importancia. Tanto en las oficinas de la Curia romana como en su ministerio en las Iglesias locales en todo el mundo, los cardenales están llamados a compartir de manera particular la solicitud del Papa por la Iglesia universal. El vivo color de sus vestiduras se ha visto tradicionalmente como un signo de su compromiso de defender la grey de Cristo hasta el derramamiento de sangre. Mientras los nuevos cardenales asumen el peso de su responsabilidad, confío en que sean sostenidos por vuestras oraciones y por vuestra ayuda cuando, con el Romano Pontífice, se esfuercen en promover en todo el mundo la santidad, la comunión y la paz de la Iglesia.
[En francés] Saludo cordialmente a los peregrinos francófonos, y sobre todo a los libaneses, en el alegre recuerdo de mi reciente visita apostólica a su país, motivada en primer lugar por la firma de la Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Medio Oriente. Con el cardenalato del Patriarca Boutros Raï, deseo alentar de modo especial la vida y la presencia de los cristianos en Oriente Medio, donde deben poder vivir libremente su propia fe, y lanzar una vez más un apremiante llamamiento a la paz en la región. La Iglesia alienta todo esfuerzo en vista de la paz en el mundo y en Oriente Medio, paz que será efectiva sólo si se basa en un auténtico respeto del otro. Que el tiempo de Adviento, ya a la puerta, nos haga redescubrir la grandeza de Cristo, verdadero hombre y verdadero Dios, venido al mundo para salvar a todos los hombres y para traer la paz y la reconciliación. Feliz peregrinación a todos.
[En español] Saludo con vivo afecto al cardenal Rubén Salazar Gómez, arzobispo metropolitano de Bogotá y presidente de la Conferencia episcopal de Colombia, y a los familiares, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que le acompañan y participan de su gozo íntimo y espiritual al ser incorporado al Colegio cardenalicio. Invito a todos a elevar fervientes oraciones por el nuevo purpurado, para que esté cada vez más unido al Sucesor de Pedro y colabore infatigablemente con la Sede Apostólica. Pidamos a Dios igualmente que le asista con sus dones, para que siga siendo testigo de la verdad del Evangelio de la salvación, exponiendo con rectitud y fidelidad su contenido y llevando a todos la fuerza redentora de Cristo. Que María Santísima, que en aquellas nobles tierras se invoca bajo el dulce Nombre de Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, le sostenga siempre con su amor de Madre, así como a todos los queridos hijos e hijas de Colombia, a quienes tengo muy presentes en mi corazón y plegaria, para que avancen en paz y concordia por los caminos de la justicia, la reconciliación y la solidaridad.
Queridos y venerados hermanos que habéis pasado a formar parte del Colegio cardenalicio: vuestro ministerio se enriquece de un nuevo compromiso al sostener al Sucesor de Pedro en su servicio universal a la Iglesia. Por lo tanto, renovando a cada uno de vosotros mi felicitación más cordial, confío en el apoyo de vuestra oración y de vuestra preciosa ayuda. Proseguid confiados y fuertes en vuestra misión espiritual y apostólica, manteniendo fija la mirada en Cristo y reforzando vuestro amor por su Iglesia. Podemos aprender este amor también de los santos, que son la realización más elevada de la Iglesia: ellos la amaron y, dejándose plasmar por Cristo, entregaron totalmente su vida para que todos los hombres fueran iluminados por la luz de Cristo que resplandece en el rostro de la Iglesia (cf. Conc. Ecum. Vat. II, Lumen gentium, 1). Invoco sobre vosotros y sobre los presentes la materna protección de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y de corazón os imparto, a vosotros y a todos los presentes, una especial bendición apostólica.
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ÁNGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI
Plaza de San Pedro
Domingo 25 de Noviembre de 2012
Plaza de San Pedro
Domingo 25 de Noviembre de 2012
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy la Iglesia celebra a Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo. Esta solemnidad si sitúa al término del año litúrgico y resume el misterio de Jesús, «primogénito de los muertos y dominador de todos los poderosos de la tierra» (Oración Colecta Año b), ampliando nuestra mirada hacia la plena realización del Reino de Dios, cuando Dios sea todo en todos (cf. 1 Co 15, 28). San Cirilo de Jerusalén afirma: «Nosotros anunciamos no sólo la primera venida de Cristo, sino también una segunda mucho más bella que la primera. La primera de hecho fue una manifestación de padecimiento, la segunda lleva la diadema de la realeza divina; ...en la primera fue sometido a la humillación de la cruz, en la segunda es circundado y glorificado por una corte de ángeles» (Catequesis XV, 1 Illuminandorum, De secundo Christi adventu: PG 33, 869 a). Toda la misión de Jesús y el contenido de su mensaje consiste en anunciar el Reino de Dios y realizarlo en medio de los hombres con signos y prodigios. «Pero —como recuerda el Concilio Vaticano II—, ante todo, el Reino se manifiesta en la persona misma de Cristo» (Const. dogm. Lumen gentium, 5), que lo ha instaurado mediante su muerte en la cruz y su resurrección, manifestándose así como Señor y Mesías y Sacerdote por la eternidad.
Este Reino de Cristo ha sido confiado a la Iglesia, que de él es «germen» y «principio» y tiene la misión de anunciarlo y difundirlo entre todos los pueblos, con la fuerza del Espíritu Santo (cf. ibid.). Al término del tiempo establecido, el Señor entregará a Dios Padre el Reino y le presentará a cuantos vivieron según el mandamiento del amor.
Queridos amigos: todos nosotros estamos llamados a prolongar la obra salvífica de Dios convirtiéndonos al Evangelio, poniéndonos decididamente a seguir al Rey que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar testimonio de la verdad (cf. Mc 10, 45; Jn 18, 37). En esta perspectiva invito a todos a orar por los seis nuevos cardenales que ayer creé, a fin de que el Espíritu Santo les fortalezca en la fe y en la caridad y les colme de sus dones, de forma que vivan su nueva responsabilidad como una ulterior dedicación a Cristo y a su reino. Estos nuevos miembros del Colegio cardenalicio representan la dimensión universal de la Iglesia: son pastores de Iglesias en Líbano, India, Nigeria, Colombia, Filipinas, y uno por largo tiempo al servicio de la Santa Sede.
Invoquemos la protección de María Santísima sobre cada uno de ellos y sobre los fieles encomendados a su servicio. Que la Virgen nos ayude a todos a vivir el tiempo presente en espera del retorno del Señor, pidiendo con fuerza a Dios: «Venga tu Reino», y realizando las obras de luz que nos acercan cada vez más al Cielo, conscientes de que, en los atormentados acontecimientos de la historia, Dios continúa construyendo su Reino de amor.
Después del Ángelus
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los fieles de las parroquias de Granada, Málaga, Torremolinos y Baza, así como a los Obispos, sacerdotes, religiosos y laicos de Colombia, que han venido acompañando al Arzobispo de Bogotá, que ha sido agregado al Colegio cardenalicio. Por intercesión de la Virgen María, Madre de la Iglesia, y de la nueva beata Maria Troncatti, que ayer en Ecuador fue elevada a la gloria de los altares, pidamos a Jesucristo, Rey del Universo, que ilumine y fortalezca con su gracia al nuevo Purpurado, y que a todos nosotros nos aumente la fe y nos conceda perseverar en su amor hasta el final de nuestra vida. Que Dios os bendiga.
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AUDIENCIA GENERAL DEL PAPA BENEDICTO XVI
Palacio Apostólico Vaticano
Sala Pablo VI
Miércoles 28 de Noviembre de 2012
Miércoles 28 de Noviembre de 2012
El Año de la fe. ¿Cómo hablar de Dios?
Queridos hermanos y hermanas:
La cuestión central que nos planteamos hoy es la siguiente: ¿cómo hablar de Dios en nuestro tiempo? ¿Cómo comunicar el Evangelio para abrir caminos a su verdad salvífica en los corazones frecuentemente cerrados de nuestros contemporáneos y en sus mentes a veces distraídas por los muchos resplandores de la sociedad? Jesús mismo, dicen los evangelistas, al anunciar el Reino de Dios se interrogó sobre ello: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos?» (Mc 4, 30). ¿Cómo hablar de Dios hoy? La primera respuesta es que nosotros podemos hablar de Dios porque Él ha hablado con nosotros. La primera condición del hablar con Dios es, por lo tanto, la escucha de cuanto ha dicho Dios mismo. ¡Dios ha hablado con nosotros! Así que Dios no es una hipótesis lejana sobre el origen del mundo; no es una inteligencia matemática muy apartada de nosotros. Dios se interesa por nosotros, nos ama, ha entrado personalmente en la realidad de nuestra historia, se ha auto-comunicado hasta encarnarse. Dios es una realidad de nuestra vida; es tan grande que también tiene tiempo para nosotros, se ocupa de nosotros. En Jesús de Nazaret encontramos el rostro de Dios, que ha bajado de su Cielo para sumergirse en el mundo de los hombres, en nuestro mundo, y enseñar el «arte de vivir», el camino de la felicidad; para liberarnos del pecado y hacernos hijos de Dios (cf. Ef 1, 5; Rm 8, 14). Jesús ha venido para salvarnos y mostrarnos la vida buena del Evangelio.
Hablar de Dios quiere decir, ante todo, tener bien claro lo que debemos llevar a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo: no un Dios abstracto, una hipótesis, sino un Dios concreto, un Dios que existe, que ha entrado en la historia y está presente en la historia; el Dios de Jesucristo como respuesta a la pregunta fundamental del por qué y del cómo vivir. Por esto, hablar de Dios requiere una familiaridad con Jesús y su Evangelio; supone nuestro conocimiento personal y real de Dios y una fuerte pasión por su proyecto de salvación, sin ceder a la tentación del éxito, sino siguiendo el método de Dios mismo. El método de Dios es el de la humildad —Dios se hace uno de nosotros—, es el método realizado en la Encarnación en la sencilla casa de Nazaret y en la gruta de Belén, el de la parábola del granito de mostaza. Es necesario no temer la humildad de los pequeños pasos y confiar en la levadura que penetra en la masa y lentamente la hace crecer (cf. Mt 13, 33). Al hablar de Dios, en la obra de evangelización, bajo la guía del Espíritu Santo, es necesario una recuperación de sencillez, un retorno a lo esencial del anuncio: la Buena Nueva de un Dios que es real y concreto, un Dios que se interesa por nosotros, un Dios-Amor que se hace cercano a nosotros en Jesucristo hasta la Cruz y que en la Resurrección nos da la esperanza y nos abre a una vida que no tiene fin, la vida eterna, la vida verdadera. Ese excepcional comunicador que fue el apóstol Pablo nos brinda una lección, orientada justo al centro de la fe, sobre la cuestión de «cómo hablar de Dios» con gran sencillez. En la Primera Carta a los Corintios escribe: «Cuando vine a vosotros a anunciaros el misterio de Dios, no lo hice con sublime elocuencia o sabiduría, pues nunca entre vosotros me precié de saber cosa alguna, sino a Jesucristo, y éste crucificado» (2, 1-2). Por lo tanto, la primera realidad es que Pablo no habla de una filosofía que él ha desarrollado, no habla de ideas que ha encontrado o inventado, sino que habla de una realidad de su vida, habla del Dios que ha entrado en su vida, habla de un Dios real que vive, que ha hablado con él y que hablará con nosotros, habla del Cristo crucificado y resucitado. La segunda realidad es que Pablo no se busca a sí mismo, no quiere crearse un grupo de admiradores, no quiere entrar en la historia como cabeza de una escuela de grandes conocimientos, no se busca a sí mismo, sino que san Pablo anuncia a Cristo y quiere ganar a las personas para el Dios verdadero y real. Pablo habla sólo con el deseo de querer predicar aquello que ha entrado en su vida y que es la verdadera vida, que le ha conquistado en el camino de Damasco. Así que hablar de Dios quiere decir dar espacio a Aquel que nos lo da a conocer, que nos revela su rostro de amor; quiere decir expropiar el propio yo ofreciéndolo a Cristo, sabiendo que no somos nosotros los que podemos ganar a los otros para Dios, sino que debemos esperarlos de Dios mismo, invocarlos de Él. Hablar de Dios nace, por ello, de la escucha, de nuestro conocimiento de Dios que se realiza en la familiaridad con Él, en la vida de oración y según los Mandamientos.
Comunicar la fe, para san Pablo, no significa llevarse a sí mismo, sino decir abierta y públicamente lo que ha visto y oído en el encuentro con Cristo, lo que ha experimentado en su existencia ya transformada por ese encuentro: es llevar a ese Jesús que siente presente en sí y se ha convertido en la verdadera orientación de su vida, para que todos comprendan que Él es necesario para el mundo y decisivo para la libertad de cada hombre. El Apóstol no se conforma con proclamar palabras, sino que involucra toda su existencia en la gran obra de la fe. Para hablar de Dios es necesario darle espacio, en la confianza de que es Él quien actúa en nuestra debilidad: hacerle espacio sin miedo, con sencillez y alegría, en la convicción profunda de que cuánto más le situemos a Él en el centro, y no a nosotros, más fructífera será nuestra comunicación. Y esto vale también para las comunidades cristianas: están llamadas a mostrar la acción transformadora de la gracia de Dios, superando individualismos, cerrazones, egoísmos, indiferencia, y viviendo el amor de Dios en las relaciones cotidianas. Preguntémonos si de verdad nuestras comunidades son así. Debemos ponernos en marcha para llegar a ser siempre y realmente así: anunciadores de Cristo y no de nosotros mismos.
En este punto debemos preguntarnos cómo comunicaba Jesús mismo. Jesús en su unicidad habla de su Padre —Abbà— y del Reino de Dios, con la mirada llena de compasión por los malestares y las dificultades de la existencia humana. Habla con gran realismo, y diría que lo esencial del anuncio de Jesús es que hace transparente el mundo y que nuestra vida vale para Dios. Jesús muestra que en el mundo y en la creación se transparenta el rostro de Dios y nos muestra cómo Dios está presente en las historias cotidianas de nuestra vida. Tanto en las parábolas de la naturaleza —el grano de mostaza, el campo con distintas semillas— o en nuestra vida —pensemos en la parábola del hijo pródigo, de Lázaro y otras parábolas de Jesús—. Por los Evangelios vemos cómo Jesús se interesa en cada situación humana que encuentra, se sumerge en la realidad de los hombres y de las mujeres de su tiempo con plena confianza en la ayuda del Padre. Y que realmente en esta historia, escondidamente, Dios está presente y si estamos atentos podemos encontrarle. Y los discípulos, que viven con Jesús, las multitudes que le encuentran, ven su reacción ante los problemas más dispares, ven cómo habla, cómo se comporta; ven en Él la acción del Espíritu Santo, la acción de Dios. En Él anuncio y vida se entrelazan: Jesús actúa y enseña, partiendo siempre de una íntima relación con Dios Padre. Este estilo es una indicación esencial para nosotros, cristianos: nuestro modo de vivir en la fe y en la caridad se convierte en un hablar de Dios en el hoy, porque muestra, con una existencia vivida en Cristo, la credibilidad, el realismo de aquello que decimos con las palabras; que no se trata sólo de palabras, sino que muestran la realidad, la verdadera realidad. Al respecto debemos estar atentos para percibir los signos de los tiempos en nuestra época, o sea, para identificar las potencialidades, los deseos, los obstáculos que se encuentran en la cultura actual, en particular el deseo de autenticidad, el anhelo de trascendencia, la sensibilidad por la protección de la creación, y comunicar sin temor la respuesta que ofrece la fe en Dios. El Año de la fe es ocasión para descubrir, con la fantasía animada por el Espíritu Santo, nuevos itinerarios a nivel personal y comunitario, a fin de que en cada lugar la fuerza del Evangelio sea sabiduría de vida y orientación de la existencia.
También en nuestro tiempo un lugar privilegiado para hablar de Dios es la familia, la primera escuela para comunicar la fe a las nuevas generaciones. El Concilio Vaticano II habla de los padres como los primeros mensajeros de Dios (cf. Lumen gentium, 11; Apostolicam actuositatem, 11), llamados a redescubrir esta misión suya, asumiendo la responsabilidad de educar, de abrir las conciencias de los pequeños al amor de Dios como un servicio fundamental a sus vidas, de ser los primeros catequistas y maestros de la fe para sus hijos. Y en esta tarea es importante ante todo lavigilancia, que significa saber aprovechar las ocasiones favorables para introducir en familia el tema de la fe y para hacer madurar una reflexión crítica respecto a los numerosos condicionamientos a los que están sometidos los hijos. Esta atención de los padres es también sensibilidad para recibir los posibles interrogantes religiosos presentes en el ánimo de los hijos, a veces evidentes, otras ocultos. Además, la alegría: la comunicación de la fe debe tener siempre una tonalidad de alegría. Es la alegría pascual que no calla o esconde la realidad del dolor, del sufrimiento, de la fatiga, de la dificultad, de la incomprensión y de la muerte misma, sino que sabe ofrecer los criterios para interpretar todo en la perspectiva de la esperanza cristiana. La vida buena del Evangelio es precisamente esta mirada nueva, esta capacidad de ver cada situación con los ojos mismos de Dios. Es importante ayudar a todos los miembros de la familia a comprender que la fe no es un peso, sino una fuente de alegría profunda; es percibir la acción de Dios, reconocer la presencia del bien que no hace ruido; y ofrece orientaciones preciosas para vivir bien la propia existencia. Finalmente, la capacidad de escucha y de diálogo: la familia debe ser un ambiente en el que se aprende a estar juntos, a solucionar las diferencias en el diálogo recíproco hecho de escucha y palabra, a comprenderse y a amarse para ser un signo, el uno para el otro, del amor misericordioso de Dios.
Hablar de Dios, pues, quiere decir hacer comprender con la palabra y la vida que Dios no es el rival de nuestra existencia, sino su verdadero garante, el garante de la grandeza de la persona humana. Y con ello volvemos al inicio: hablar de Dios es comunicar, con fuerza y sencillez, con la palabra y la vida, lo que es esencial: el Dios de Jesucristo, ese Dios que nos ha mostrado un amor tan grande como para encarnarse, morir y resucitar por nosotros; ese Dios que pide seguirle y dejarse transformar por su inmenso amor para renovar nuestra vida y nuestras relaciones; ese Dios que nos ha dado la Iglesia para caminar juntos y, a través de la Palabra y los Sacramentos, renovar toda la Ciudad de los hombres a fin de que pueda transformarse en Ciudad de Dios.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Bolivia y otros países latinoamericanos. Invito a todos a dar testimonio de Dios, que nos ha mostrado en la muerte y resurrección de su Hijo el más grande amor, y nos pide seguirlo y dejarnos transformar por Él, de modo que en su Iglesia, a través de la Palabra y los sacramentos, podamos renovar el mundo entero. Muchas gracias.
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LLAMAMIENTO
El próximo 1 de diciembre es el Día mundial de lucha contra el sida, iniciativa de las Naciones Unidas para llamar la atención sobre una enfermedad que ha causado millones de muertos y trágicos sufrimientos humanos, acentuados en las regiones más pobres del mundo que con gran dificultad pueden acceder a fármacos eficaces. En particular mi pensamiento se dirige al gran número de niños que cada año contraen el virus de sus propias madres, a pesar de que existan terapias para impedirlo. Aliento las numerosas iniciativas que, en el ámbito de la misión eclesial, se promueven para derrotar este flagelo.
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