VIAJE APOSTÓLICO DEL
SANTO PADRE FRANCISCO
A SUECIA
(31 DE OCTUBRE - 1 DE NOVIEMBRE 2016)
Lunes 31 de octubre de 2016
SANTO PADRE FRANCISCO
A SUECIA
(31 DE OCTUBRE - 1 DE NOVIEMBRE 2016)
Lunes 31 de octubre de 2016
ORACIÓN ECUMÉNICA CONJUNTA EN LA CATEDRAL LUTERANA DE LUND
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Lund
Lunes 31 de octubre de 2016
Lunes 31 de octubre de 2016
En este encuentro de oración, aquí en Lund, queremos manifestar nuestro deseo común de permanecer unidos a él para tener vida. Le pedimos: «Señor, ayúdanos con tu gracia a estar más unidos a ti para dar juntos un testimonio más eficaz de fe, esperanza y caridad». Es también un momento para dar gracias a Dios por el esfuerzo de tantos hermanos nuestros, de diferentes comunidades eclesiales, que no se resignaron a la división, sino que mantuvieron viva la esperanza de la reconciliación entre todos los que creen en el único Señor.
Católicos y luteranos hemos empezado a caminar juntos por el camino de la reconciliación. Ahora, en el contexto de la conmemoración común de la Reforma de 1517, tenemos una nueva oportunidad para acoger un camino común, que ha ido conformándose durante los últimos 50 años en el diálogo ecuménico entre la Federación Luterana Mundial y la Iglesia Católica. No podemos resignarnos a la división y al distanciamiento que la separación ha producido entre nosotros. Tenemos la oportunidad de reparar un momento crucial de nuestra historia, superando controversias y malentendidos que a menudo han impedido que nos comprendiéramos unos a otros.
Jesús nos dice que el Padre es el dueño de la vid que la cuida y la poda para que dé más fruto. El Padre se preocupa constantemente de nuestra relación con Jesús, para ver si estamos verdaderamente unidos a él. Nos mira, y su mirada de amor nos anima a purificar nuestro pasado y a trabajar en el presente para hacer realidad ese futuro de unidad que tanto anhela.
También nosotros debemos mirar con amor y honestidad a nuestro pasado y reconocer el error y pedir perdón: solamente Dios es el juez. Se tiene que reconocer con la misma honestidad y amor que nuestra división se alejaba de la intuición originaria del pueblo de Dios, que anhela naturalmente estar unido, y ha sido perpetuada históricamente por hombres de poder de este mundo más que por la voluntad del pueblo fiel, que siempre y en todo lugar necesita estar guiado con seguridad y ternura por su Buen Pastor. Sin embargo, había una voluntad sincera por ambas partes de profesar y defender la verdadera fe, pero también somos conscientes que nos hemos encerrado en nosotros mismos por temor o prejuicios a la fe que los demás profesan con un acento y un lenguaje diferente. El Papa Juan Pablo II decía: «No podemos dejarnos guiar por el deseo de erigirnos en jueces de la historia, sino únicamente por el de comprender mejor los acontecimientos y llegar a ser portadores de la verdad». Dios es el dueño de la viña, que con amor inmenso la cuida y protege; dejémonos conmover por la mirada de Dios; lo único que desea es que permanezcamos como sarmientos vivos unidos a su Hijo Jesús. Con esta nueva mirada al pasado no pretendemos realizar una inviable corrección de lo que pasó, sino «contar esa historia de manera diferente».
Jesús nos recuerda: «Sin mí no podéis hacer nada» .Él es quien nos sostiene y nos anima a buscar los modos para que la unidad sea una realidad cada vez más evidente. Sin duda la separación ha sido una fuente inmensa de sufrimientos e incomprensiones; pero también nos ha llevado a caer sinceramente en la cuenta de que sin él no podemos hacer nada, dándonos la posibilidad de entender mejor algunos aspectos de nuestra fe. Con gratitud reconocemos que la Reforma ha contribuido a dar mayor centralidad a la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia. A través de la escucha común de la Palabra de Dios en las Escrituras, el diálogo entre la Iglesia Católica y la Federación Luterana Mundial, del que celebramos el 50 aniversario, ha dado pasos importantes. Pidamos al Señor que su Palabra nos mantenga unidos, porque ella es fuente de alimento y vida; sin su inspiración no podemos hacer nada.
La experiencia espiritual de Martín Lutero nos interpela y nos recuerda que no podemos hacer nada sin Dios. «¿Cómo puedo tener un Dios misericordioso?». Esa es la pregunta que perseguía constantemente a Lutero. En efecto, la cuestión de la justa relación con Dios es la cuestión decisiva de la vida. Como se sabe, Lutero encontró a ese Dios misericordioso en la Buena Nueva de Jesús encarnado, muerto y resucitado. Con el concepto de «sólo por la gracia divina», se nos recuerda que Dios tiene siempre la iniciativa y que precede cualquier respuesta humana, al mismo tiempo que busca suscitar esa respuesta. La doctrina de la justificación, por tanto, expresa la esencia de la existencia humana delante de Dios.
Y Jesús intercede por nosotros como mediador ante el Padre, y le pide por la unidad de sus discípulos «para que el mundo crea». Esto es lo que nos conforta, y nos mueve a unirnos a Jesús para pedirlo con insistencia: «Danos el don de la unidad para que el mundo crea en el poder de tu misericordia». Este es el testimonio que el mundo está esperando de nosotros. Los cristianos seremos testimonio creíble de la misericordia en la medida en que el perdón, la renovación y reconciliación sean una experiencia cotidiana entre nosotros. Juntos podemos anunciar y manifestar de manera concreta y con alegría la misericordia de Dios, defendiendo y sirviendo la dignidad de cada persona. Sin este servicio al mundo y en el mundo, la fe cristiana es incompleta.
Luteranos y católicos rezamos juntos en esta Catedral y somos conscientes de que sin Dios no podemos hacer nada; pedimos su auxilio para que seamos miembros vivos unidos a él, siempre necesitados de su gracia para poder llevar juntos su Palabra al mundo, que está necesitado de su ternura y su misericordia”.
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DECLARACIÓN CONJUNTA
Con ocasión de la Conmemoración conjunta Católico – Luterana de la Reforma
Lund, 31 de octubre de 2016
«Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí» (Jn 15,4).
Con corazones agradecidos
Con esta Declaración Conjunta, expresamos gratitud gozosa a Dios por este momento de oración en común en la Catedral de Lund, cuando comenzamos el año en el que se conmemora el quinientos aniversario de la Reforma. Los cincuenta años de constante y fructuoso diálogo ecuménico entre Católicos y Luteranos nos ha ayudado a superar muchas diferencias, y ha hecho más profunda nuestra mutua comprensión y confianza. Al mismo tiempo, nos hemos acercado más unos a otros a través del servicio al prójimo, a menudo en circunstancias de sufrimiento y persecución. A través del diálogo y el testimonio compartido, ya no somos extraños. Más bien, hemos aprendido que lo que nos une es más de lo que nos divide.
Pasar del conflicto a la comunión
Aunque estamos agradecidos profundamente por los dones espirituales y teológicos recibidos a través de la Reforma, también reconocemos y lamentamos ante Cristo que Luteranos y Católicos hayamos dañado la unidad vivible de la Iglesia. Las diferencias teológicas estuvieron acompañadas por el prejuicio y por los conflictos, y la religión fue instrumentalizada con fines políticos. Nuestra fe común en Jesucristo y nuestro bautismo nos pide una conversión permanente, para que dejemos atrás los desacuerdos históricos y los conflictos que obstruyen el ministerio de la reconciliación. Aunque el pasado no puede ser cambiado, lo que se recuerda y cómo se recuerda, puede ser trasformado. Rezamos por la curación de nuestras heridas y de la memoria, que nublan nuestra visión recíproca. Rechazamos de manera enérgica todo odio y violencia, pasada y presente, especialmente la cometida en nombre de la religión. Hoy, escuchamos el mandamiento de Dios de dejar de lado cualquier conflicto. Reconocemos que somos liberados por gracia para caminar hacia la comunión, a la que Dios nos llama constantemente.
Nuestro compromiso para un testimonio común
A medida que avanzamos en esos episodios de la historia que nos pesan, nos comprometemos a testimoniar juntos la gracia misericordiosa de Dios, hecha visible en Cristo crucificado y resucitado. Conscientes de que el modo en que nos relacionamos unos con otros da forma a nuestro testimonio del Evangelio, nos comprometemos a seguir creciendo en la comunión fundada en el Bautismo, mientras intentamos quitar los obstáculos restantes que nos impiden alcanzar la plena unidad. Cristo desea que seamos uno, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).
Muchos miembros de nuestras comunidades anhelan recibir la Eucaristía en una mesa, como expresión concreta de la unidad plena. Sentimos el dolor de los que comparten su vida entera, pero no pueden compartir la presencia redentora de Dios en la mesa de la Eucaristía. Reconocemos nuestra conjunta responsabilidad pastoral para responder al hambre y sed espiritual de nuestro pueblo con el fin de ser uno en Cristo. Anhelamos que sea sanada esta herida en el Cuerpo de Cristo. Este es el propósito de nuestros esfuerzos ecuménicos, que deseamos que progresen, también con la renovación de nuestro compromiso en el diálogo teológico.
Pedimos a Dios que Católicos y Luteranos sean capaces de testimoniar juntos el Evangelio de Jesucristo, invitando a la humanidad a escuchar y recibir la buena noticia de la acción redentora de Dios. Pedimos a Dios inspiración, impulso y fortaleza para que podamos seguir juntos en el servicio, defendiendo los derechos humanos y la dignidad, especialmente la de los pobres, trabajando por la justicia y rechazando toda forma de violencia. Dios nos convoca para estar cerca de todos los que anhelan dignidad, justicia, paz y reconciliación. Hoy, en particular, elevamos nuestras voces para que termine la violencia y el radicalismo, que afecta a muchos países y comunidades, y a innumerables hermanos y hermanas en Cristo. Nosotros, Luteranos y Católicos, instamos a trabajar conjuntamente para acoger al extranjero, para socorrer las necesidades de los que son forzados a huir a causa de la guerra y la persecución, y para defender los derechos de los refugiados y de los que buscan asilo.
Hoy más que nunca, comprendemos que nuestro servicio conjunto en este mundo debe extenderse a la creación de Dios, que sufre explotación y los efectos de la codicia insaciable. Reconocemos el derecho de las generaciones futuras a gozar de lo creado por Dios con todo su potencial y belleza. Rogamos por un cambio de corazón y mente que conduzca a una actitud amorosa y responsable en el cuidado de la creación.
Uno en Cristo
En esta ocasión propicia, manifestamos nuestra gratitud a nuestros hermanos y hermanas, representantes de las diferentes Comunidades y Asociaciones Cristianas Mundiales, que están presentes y quienes se unen a nosotros en oración. Al comprometernos de nuevo a pasar del conflicto a la comunión, lo hacemos como parte del único Cuerpo de Cristo, en el que estamos incorporados por el Bautismo. Invitamos a nuestros interlocutores ecuménicos para que nos recuerden nuestros compromisos y para animarnos. Les pedimos que sigan rezando por nosotros, que caminen con nosotros, que nos sostengan viviendo los compromisos de oración que manifestamos hoy.
Exhortación a los Católicos y Luteranos del mundo entero
Exhortamos a todas las comunidades y parroquias Luteranas y Católicas a que sean valientes, creativas, alegres y que tengan esperanza en su compromiso para continuar el gran itinerario que tenemos ante nosotros. En vez de los conflictos del pasado, el don de Dios de la unidad entre nosotros guiará la cooperación y hará más profunda nuestra solidaridad. Nosotros, Católicos y Luteranos, acercándonos en la fe a Cristo, rezando juntos, escuchándonos unos a otros, y viviendo el amor de Cristo en nuestras relaciones, nos abrimos al poder de Dios Trino. Fundados en Cristo y dando testimonio de él, renovamos nuestra determinación para ser fieles heraldos del amor infinito de Dios para toda la humanidad.
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EVENTO ECUMÉNICO EN EL MALMOE ARENA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Malmoe
Lunes 31 de octubre de 2016
Lunes 31 de octubre de 2016
Queridos hermanos y hermanas:
Doy gracias a Dios por esta conmemoración conjunta de los 500 años de
la Reforma, que estamos viviendo con espíritu renovado y siendo
conscientes que la unidad entre los cristianos es una prioridad, porque
reconocemos que entre nosotros es mucho más lo que nos une que lo que
nos separa. El camino emprendido para lograrla es ya un gran don que
Dios nos regala, y gracias a su ayuda estamos hoy aquí reunidos,
luteranos y católicos, en espíritu de comunión, para dirigir nuestra
mirada al único Señor, Jesucristo.
El diálogo entre nosotros ha permitido profundizar la comprensión
recíproca, generar mutua confianza y confirmar el deseo de caminar hacia
la comunión plena. Uno de los frutos que ha generado este diálogo es la
colaboración entre distintas organizaciones de la Federación Luterana
Mundial y de la Iglesia Católica. Gracias a este nuevo clima de
entendimiento, hoy Caritas Internationalis y Lutheran World Federation World Service
firmarán una declaración común de acuerdos, con el fin de desarrollar y
consolidar una cultura de colaboración para la promoción de la dignidad
humana y de la justicia social.
Saludo cordialmente a los miembros de
ambas organizaciones que, en un mundo fragmentado por guerras y
conflictos, han sido y son un ejemplo luminoso de entrega y servicio al
prójimo. Los exhorto a seguir adelante por el camino de la cooperación.
He escuchado con atención los testimonios, de cómo en medio de tantos
desafíos entregan la vida día a día para construir un mundo que
responda cada vez más a los designios de Dios nuestro Padre. Pranita se
ha referido a la creación. Es cierto, toda la creación es una
manifestación del inmenso amor de Dios para con nosotros; por eso,
también por medio de los dones de la naturaleza nosotros podemos
contemplar a Dios. Comparto tu consternación por los abusos que dañan
nuestro planeta, nuestra casa común, y que generan graves consecuencias
también sobre el clima. Como bien lo has recordado, los mayores impactos
recaen a menudo sobre las personas más vulnerables y con menos
recursos, y son forzadas a emigrar para salvarse de los efectos de los
cambios climáticos. Como decimos en nuestra tierra, en mi tierra: «Al
final, la gran fiesta la terminan pagando los pobres». Todos somos
responsables de la preservación de la creación, y de modo particular
nosotros los cristianos. Nuestro estilo de vida, nuestros
comportamientos deben ser coherentes con nuestra fe. Estamos llamados a
cultivar una armonía con nosotros mismos y con los demás, pero también
con Dios y con la obra de sus manos. Pranita, yo te animo a seguir
adelante en tu compromiso en favor de la casa común. Gracias.
Mons. Héctor Fabio nos ha informado del trabajo conjunto que
católicos y luteranos realizan en Colombia. Es una buena noticia saber
que los cristianos se unen para dar vida a procesos comunitarios y
sociales de interés común. Les pido una oración especial por esa tierra
maravillosa para que, con la colaboración de todos, se pueda llegar
finalmente a la paz, tan deseada y necesaria para una digna convivencia
humana. Y también, como el corazón cristiano, si lo mira a Jesús, no
conoce límites. Que sea una oración que vaya más allá y que abrace
también a todos los países en los que sigue habiendo graves situaciones
de conflicto.
Marguerite ha llamado nuestra atención sobre el trabajo en favor de
los niños víctimas de tantas atrocidades y el compromiso con la paz. Es
algo admirable y, a su vez, un llamado a tomar en serio innumerables
situaciones de vulnerabilidad que sufren tantas personas indefensas,
aquellas que no tienen voz. Lo que tú consideras como una misión, ha
sido una semilla, una semilla que ha generado abundantes frutos, y hoy,
gracias a esta semilla, miles de niños pueden estudiar, crecer y
recuperar la salud. ¡Apostaste al futuro! ¡Gracias! Te doy las gracias
por el hecho de que ahora, incluso en el exilio, sigues comunicando un
mensaje de paz. Has dicho que todos los que te conocen piensan que lo
que haces es una locura – hiciste así (el Papa hace gesto) –. Por
supuesto, es la locura del amor a Dios y al prójimo.
Ojalá que se
pudiera propagar esta locura, iluminada por la fe y la confianza en la
Providencia. Sigue adelante y que esa voz de esperanza que escuchaste al
inicio de tu aventura y de tu apuesta continúe animando tu corazón y el
corazón de muchos jóvenes.
Rose, la más joven, ha manifestado un testimonio realmente
conmovedor. Ha sabido sacar provecho al talento que Dios le ha dado a
través del deporte. En lugar de malgastar sus fuerzas en situaciones
adversas, las ha empleado en una vida fecunda. Mientras escuchaba tu
historia, me venía a la mente la vida de tantos jóvenes que necesitan
testimonios como el tuyo. Me gustaría recordar que todos pueden
descubrir esa condición maravillosa de ser hijos de Dios y el privilegio
de ser queridos y amados por él. Rose, te agradezco de corazón tus
esfuerzos y tus desvelos por animar a otras niñas a regresar a la
escuela y, también, el que recen todos los días por la paz en el joven
estado del Sudán del Sur, que tanto la necesita.
Y después de escuchar estos testimonios valientes, y que nos hacen
pensar en nuestra propia vida y en el modo cómo respondo a las
situaciones de necesidad que están a nuestro lado, quiero agradecer a
todos los gobiernos que asisten a los refugiados, a todos los gobiernos
que asisten a los desplazados y a los que solicitan asilo, porque todas
las acciones en favor de estas personas que tienen necesidad de
protección representan un gran gesto de solidaridad y de reconocimiento
de su dignidad. Para nosotros cristianos, es una prioridad salir al
encuentro de los desechados - porque son desechados de su patria - de
los marginados de nuestro mundo, y hacer palpable la ternura y el amor
misericordioso de Dios, que no descarta a nadie, sino que a todos acoge.
A nosotros, cristianos, hoy se nos pide protagonizar la revolución de
la ternura
Dentro de poco escucharemos el testimonio del Obispo Antoine, que
vive en Alepo, ciudad extenuada por la guerra, donde se desprecia y se
pisotean incluso los derechos más fundamentales. Las noticias nos
refieren cotidianamente el inefable sufrimiento causado por el conflicto
sirio, por el conflicto de la amada Siria, que dura ya más de cinco
años. En medio de tanta devastación, es verdaderamente heroico que
permanezcan allí hombres y mujeres para prestar asistencia material y
espiritual a quien tiene necesidad. Es admirable también que tú, querido
hermano Antoine, sigas trabajando en medio de tantos peligros para
contarnos la dramática situación de los sirios. Cada uno de ellos está
en nuestros corazones y en nuestra oración. Imploremos la gracia de la
conversión de los corazones de quienes tienen la responsabilidad de los
destinos del mundo, de esa región, y de todos los que intervienen en
ella.
Queridos hermanos y hermanas, no nos dejemos abatir por las
adversidades. Que estas historias y estos testigos nos motiven y nos den
nuevo impulso para trabajar cada vez más unidos. Cuando volvamos a
nuestras casas, llevemos el compromiso de realizar cada día un gesto de
paz, un gesto de reconciliación, para ser testigos valientes y fieles de
esperanza cristiana. Y como sabemos, la esperanza no defrauda. Gracias.
Martes 1° de noviembre
SANTA MISA EN EL SWEDBANK STADION DE MALMOE
Malmoe
Martes 1° de noviembre de 2016
Martes 1° de noviembre de 2016
Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos.
Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo
largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han
vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de
una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos
de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que,
tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios,
sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del
bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel
hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida
de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias
sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas
cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices.
Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el
fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los
santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino,
su meta hacia la patria. Las bienaventuranzas son el camino de
vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el
Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran
muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt
11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su
amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús
y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo
aquello que nos divide y nos enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos
para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de
esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente
canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa.
Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión
entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su
País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas,
donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la
Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón.
Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad;
y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su
única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad
del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos
llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los
dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús.
Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu
renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los
males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los
que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles
cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y
luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que
protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al
propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y
trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son
portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente
de él la recompensa merecida.
Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y
hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan
con su vida e su intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos
a otros para hacernos santos. ¡Ayudarnos a hacernos santos! Juntos
pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos
para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los
Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la
plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en
nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.
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SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Malmoe Martes 1° de noviembre de 2016
Al terminar esta celebración, deseo agradecer a Mons. Anders
Arborelius, Obispo de Estocolmo, sus amables palabras, así como el
esfuerzo de las Autoridades y todos los que han participado en la
preparación y desarrollo de esta visita.
Saludo cordialmente al Presidente y al Secretario General de la
Federación Luterana Mundial, y al Arzobispo de la Iglesia de Suecia.
Saludo a los miembros de las delegaciones ecuménicas y del Cuerpo
Diplomático presentes para esta ocasión; y a todos los que han deseado
unirse a nosotros en esta celebración Eucarística.
Doy gracias a Dios por haberme dado la oportunidad de venir a esta
tierra y encontrarme con ustedes, muchos de los cuales provienen de
diversas partes del mundo. Como católicos formamos parte de una gran
familia, sostenida por una misma comunión. Los animo a vivir su fe en la
oración, en los Sacramentos y en el servicio generoso ante quien tiene
necesidad y sufre. Los aliento a ser sal y luz en medio de las
circunstancias que les toca vivir, con su modo de ser y actuar, al
estilo de Jesús, y con gran respeto y solidaridad con los hermanos y
hermanas de las otras iglesias y comunidades cristianas y con todas las
personas de buena voluntad.
En nuestra vida no estamos solos, tenemos siempre el auxilio y la
compañía de la Virgen María, que se nos presenta hoy como la primera
entre los Santos, la primera discípula del Señor. Nos abandonamos a su
protección y le presentamos nuestras penas y alegrías, nuestros temores y
anhelos. Todo lo ponemos bajo su amparo, con la seguridad de que nos
mira y nos cuida con amor de madre.
Queridos hermanos, les pido que no olviden rezar por mí. Yo los tengo también muy presentes en mi oración.
Y ahora saludemos juntos a la Virgen con la oración del Ángelus.
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