A las 9.30 horas en la Sala Clementina del Palacio Apostólico Vaticano, el Santo Padre FRANCISCO ha recibido en Audiencia a los participantes en la World Conference on Xenophobia, Racism, and Populist Nationalism in the context of Global Migration, en curso en Roma del 18 al 20 de septiembre de 2018, organizada por el Dicasterio para el Servicio del desarrollo humano integral y por el World Council of Churches (WCC), Y en colaboración con el Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos.
Texto del discurso que el Papa había preparado para esa ocasión y que ha sido entregado a los presentes y la transcripción de las palabras improvisadas por el Santo Padre:
DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA MUNDIAL
"XENOFOBIA, RACISMO Y NACIONALISMO POPULISTA,
EN EL CONTEXTO DE LA MIGRACIÓN MUNDIAL"
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA MUNDIAL
"XENOFOBIA, RACISMO Y NACIONALISMO POPULISTA,
EN EL CONTEXTO DE LA MIGRACIÓN MUNDIAL"
Sala Clementina
Jueves, 20 de septiembre de 2018
Sr. Cardenal,
Venerables hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas:
Me complace recibiros con motivo de la Conferencia Mundial sobre el tema Xenofobia, racismo y nacionalismo populista en el contexto de las migraciones mundiales
(Roma, 18-20 de septiembre de 2018). Saludo cordialmente a los
representantes de las instituciones de las Naciones Unidas, del Consejo
de Europa, de las Iglesias cristianas, en particular del Consejo
Ecuménico de Iglesias y de otras religiones. Doy las gracias al cardenal
Peter Turkson, Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo
Humano Integral, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre
de todos los participantes.
Vivimos tiempos en los que parecen reavivarse y difundirse
sentimientos que muchos consideraban superados. Sentimientos de
sospecha, de miedo, desprecio y hasta de odio frente a individuos o
grupos considerados diferentes a causa de su origen étnico, nacional o
religioso y, como tales, no considerados lo suficientemente dignos de
participar plenamente en la sociedad. Estos sentimientos, con demasiada
frecuencia, inspiran propios y verdaderos actos de intolerancia,
discriminación o exclusión, que dañan gravemente la dignidad de las
personas involucradas y sus derechos fundamentales, incluido el mismo
derecho a la vida y a la integridad física y moral.
Desafortunadamente, también sucede que en el mundo de la política se
ceda a la tentación de explotar los temores o las dificultades objetivas
de algunos grupos y de usar promesas ilusorias para intereses
electorales miopes.
La gravedad de estos fenómenos no puede dejarnos indiferentes. Todos
estamos llamados, en nuestras respectivas funciones, a cultivar y
promover el respeto de la dignidad inherente a toda persona humana,
empezando por la familia - el lugar en el que se aprenden desde muy
temprana edad los valores de compartir, de la hospitalidad, de la
hermandad y solidaridad- pero también en los diversos contextos sociales
en los que operamos.
Antes que nada, pienso en los formadores y educadores, a quienes se
les pide que renueven su compromiso para que en la escuela, en la
universidad y otros lugares de formación se enseñe el respeto de cada
persona humana, no obstante las diferencias físicas y culturales que la
distinguen, superando los prejuicios.
En un mundo en el que el acceso a los instrumentos de información y
comunicación está cada vez más extendido, una responsabilidad particular
recae sobre aquellos que trabajan en el mundo de las comunicaciones
sociales, que tienen el deber de ponerse al servicio de la verdad y
difundir la información preocupándose de favorecer la cultura del
encuentro y la apertura hacia el otro, en el respeto mutuo por la
diversidad.
Los que, además, se benefician económicamente del clima de
desconfianza ante los extranjeros, en el que la irregularidad y la
ilegalidad de su estancia fomenta y alimenta un sistema de precariedad y
de explotación - a veces hasta un nivel que comporta verdaderas formas
de esclavitud - deben hacer un profundo examen de conciencia, sabiendo
que algún día tendrán que dar cuenta ante Dios de las decisiones que
han tomado.
Ante la proliferación de nuevas formas de xenofobia y racismo,
también los líderes de todas las religiones tienen una importante
misión: difundir entre sus fieles los principios y valores éticos
grabados por Dios en el corazón humano, conocidos como ley moral
natural. Se trata de cumplir e inspirar acciones que ayuden a construir
sociedades basadas en el principio de la sacralidad de la vida humana y
del respeto por la dignidad de cada persona, sobre la caridad, la
fraternidad - que va mucho más allá de la tolerancia - y sobre la
solidaridad.
En particular, que las Iglesias cristianas sean testigos humildes e
industriosos del amor de Cristo. En efecto, para los cristianos, las
responsabilidades morales mencionadas anteriormente asumen un
significado aún más profundo a la luz de la fe.
El origen común y el vínculo singular con el Creador hacen a todas
las personas miembros de una única familia, hermanos y hermanas,
creados a imagen y semejanza de Dios, como enseña la Revelación
bíblica.
La dignidad de todos los hombres, la unidad fundamental del género
humano y la llamada a vivir como hermanos, se confirman y refuerzan aún
más en la medida en que se acoge la Buena Nueva, de que todos son
igualmente salvos y reunidos por Cristo, hasta el punto que - como dice
San Pablo - "no hay judío o griego; no hay esclavos ni libres; no hay
hombre y mujer, porque todos [... somos] uno en Cristo Jesús "(Gal
3:28).
En esta perspectiva, el otro no es solo un ser que debe ser respetado
en virtud de su dignidad intrínseca, sino sobre todo un hermano o
hermana para ser amado. En Cristo, la tolerancia se transforma en amor
fraternal, ternura y solidaridad operativa. Esto es especialmente cierto
en el caso de los más pequeños de nuestros hermanos, entre los que
podemos reconocer al extranjero, al forastero, con quien se identificó
el mismo Jesús. En el día del juicio universal, el Señor nos recordará:
"Fui forastero y no me recibiste" (Mt 25,43). Pero ya hoy nos interpela:
"Soy extranjero, ¿no me reconocéis?".
Y cuando Jesús dijo a los Doce: "No sea así entre vosotros" (Mt
20,26), no se refería solamente al dominio de los líderes de las
naciones por cuanto respecta al poder político, sino a todo el ser
cristiano. De hecho, ser cristiano es un llamado a ir a contracorriente,
a reconocer, acoger y servir a Cristo mismo descartado en los hermanos.
Consciente de las muchas expresiones de cercanía, acogida e
integración hacia los extranjeros ya existentes, espero que de la
reunión que acaba de concluir surjan muchas otras iniciativas de
colaboración para que juntos podamos construir sociedades más justas y
solidarias.
Encomiendo a cada uno de vosotros y a vuestras familias a la
intercesión de María Santísima, Madre de la ternura, y os imparto de
corazón la bendición apostólica a vosotros y a todos vuestros seres
queridos.
Palabras de presentación improvisadas:
Queridos amigos, ¡buenos días!
He escrito un discurso para leerlo, pero es algo largo…Por eso
prefiero deciros dos o tres palabras de todo corazón y después saludaros
uno por uno: esto es muy importante para mí. Os pido que no lo toméis a
mal.
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