CIUDAD DEL VATICANO
(http://press.vatican.va/content/salastampa/es/bollettino/pubblico/2014/09/06/0613/01364.html- Septiembre 6 de
2014). Esta es el texto íntegro la Carta que el Papa FRANCISCO ha
enviado a Monseñor Dionisio Guillermo García Ibáñez, Arzobispo
Metropolitano de Santiago de Cuba, Presidente de la Conferencia
Episcopal de los Obispos Católicos de Cuba (C.O.C.C.), en ocasión
del día de la Natividad de Maria, Fiesta de la Virgen de la Caridad
del Cobre, Patrona de Cuba, la cual se celebra cada 8 de septiembre:
Al Excmo. Mons.
Dionisio Guillermo García Ibáñez
Arzobispo
metropolitano de Santiago de Cuba
Presidente de la
Conferencia de Obispos católicos de Cuba
Vaticano, 8 de
septiembre de 2014
Querido Hermano:
Hace pocos días,
la Venerada Imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre fue colocada
en los Jardines Vaticanos. Su presencia constituye un recuerdo
evocador del afecto y la vitalidad de la Iglesia que peregrina en
esas luminosas tierras del Caribe, que, desde hace más de cuatro
siglos, se dirige a la Madre de Dios con ese hermoso título. Desde
las montañas de El Cobre, y ahora desde la Sede de Pedro, esa
pequeña y bendita figura de María, engrandece el alma de quienes la
invocan con devoción, pues Ella nos conduce a Jesús, su divino
Hijo.
Hoy que se
celebra con fervor la fiesta de María Santísima, la Virgen Mambisa,
me uno a todos los cubanos, que ponen sus ojos en su Inmaculado
Corazón, para pedirle favores, encomendarle a sus seres queridos e
imitarla en su humildad y entrega a Cristo, de quien fue la primera y
mejor de sus discípulos.
Cada vez que leo
la Escritura Santa, en los pasajes en que se habla de Nuestra Señora,
me llaman la atención tres verbos. Quisiera detenerme en ellos, con
el propósito de invitar a los pastores y fieles de Cuba a ponerlos
en práctica.
El primero es
alegrarse. Fue la primera palabra que el arcángel Gabriel dirigió a
la Virgen: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo»
(Lc 1,28). La vida del que ha descubierto a Jesús se llena de un
gozo interior tan grande, que nada ni nadie puede robárselo. Cristo
da a los suyos la fuerza necesaria para no estar tristes ni
agobiarse, pensando que los problemas no tienen solución. Apoyado en
esta verdad, el cristiano no duda que aquello que se hace con amor,
engendra una serena alegría, hermana de esa esperanza que rompe la
barrera del miedo y abre las puertas a un futuro prometedor. «Yo soy
la Virgen de la Caridad», fue lo que leyeron lo tres Juanes en la
tablilla que flotaba en la Bahía de Nipe. Qué lindo sería si todo
cubano, especialmente la gente joven, pudiera decir lo mismo: «Yo
soy un hombre de la caridad»: vivo para amar de veras, y así no
quedar atrapado en la espiral nociva del ojo por ojo, diente por
diente. Qué alegría siente el que ama auténticamente, con hechos
diarios, y no es de los que abunda en palabras vacías, que se lleva
el viento.
El segundo verbo
es levantarse. Con Jesús en su seno, dice san Lucas que María se
levantó y con prontitud fue a servir a su prima Isabel, que en su
ancianidad iba a ser madre (cf. Lc 1,39-45). Ella cumplió la
voluntad de Dios poniéndose a disposición de quien lo necesitaba.
No pensó en sí misma, se sobrepuso a las contrariedades y se dio a
los demás. La victoria es de aquellos que se levantan una y otra
vez, sin desanimarse. Si imitamos a María, no podemos quedarnos de
brazos caídos, lamentándonos solamente, o tal vez escurriendo el
bulto para que otros hagan lo que es responsabilidad propia. No se
trata de grandes cosas, sino de hacerlo todo con ternura y
misericordia. María siempre estuvo con su pueblo en favor de los
pequeños. Ella conoció la soledad, la pobreza y el exilio, y
aprendió a crear fraternidad y hacer de cualquier lugar en donde
germine el bien la propia casa. A Ella le suplicamos que nos dé un
alma de pobre que no tenga soberbia, un corazón puro que vea a Dios
en el rostro de los desfavorecidos, una paciencia fuerte que no se
arredre ante las dificultades de la vida.
El tercer verbo
es perseverar. María, que había experimentado la bondad de Dios,
proclamó las grandezas que él había hecho con Ella (cf. Lc
1,46-55). Ella no confió en sus propias fuerzas, sino en Dios, cuyo
amor no tiene fin. Por eso permaneció junto a su Hijo, al que todos
habían abandonado; rezó sin desfallecer junto a los apóstoles y
demás discípulos, para que no perdieran el ánimo (cf. Hch 1,14).
También nosotros estamos llamados a permanecer en el amor de Dios y
a permanecer amando a los demás. En este mundo, en el que se
desechan los valores imperecederos y todo es mudable, en donde
triunfa el usar y tirar, en el que parece que se tiene miedo a los
compromisos de por vida, la Virgen nos alienta a ser hombres y
mujeres constantes en el buen obrar, que mantienen su palabra, que
son siempre fieles. Y esto porque confiamos en Dios y ponemos en Él
el centro de nuestra vida y la de aquellos a quienes queremos.
Tener alegría y
compartirla con los que nos rodean. Levantar el corazón y no
sucumbir ante las adversidades, permanecer en el camino del bien,
ayudando infatigablemente a los que están oprimidos por penas y
aflicciones: he aquí las lecciones importantes que nos enseña la
Virgen de la Caridad del Cobre, útiles para el hoy y el mañana. En
sus maternas manos pongo a los pastores, comunidades religiosas y
fieles de Cuba, para que Ella aliente su compromiso evangelizador y
su voluntad de hacer del amor el cimiento de la sociedad. Así no
faltará alegría para vivir, ánimo para servir y perseverancia en
las buenas obras.
A los hijos de la
Iglesia en Cuba les pido, por favor, que recen por mí pues lo
necesito.
Que Jesús los
bendiga y la Virgen Santa los cuide siempre.
Fraternalmente,
FRANCISCO
PP.