miércoles, 3 de septiembre de 2014

FRANCISCO: Ángelus del mes de agosto (31, 24, 10 y 3)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
AGOSTO 2014 


Plaza de San Pedro
Domingo 31 de agosto de 2014



Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!

En el itinerario dominical del Evangelio de Mateo, llegamos hoy al punto crucial en el cual Jesús, después de haber verificado que Pedro y los otros once habían creído en Él como Mesías e Hijo de Dios, «comenzó a explicarles que debía ir a Jerusalén y sufrir mucho..., ser asesinado y resucitar al tercer día» (16,21). Es un momento crítico en el cual emerge el contraste entre el modo de pensar de Jesús y el de los discípulos. Pedro incluso siente el deber de reprochar al Maestro, porque no puede atribuir al Mesías un final así innoble. Ahora Jesús, a su vez, reprocha duramente a Pedro, lo pone “en su lugar”, porque no piensa «según Dios, sino según los hombres» (v. 23) y sin darse cuenta hace el papel de satanás, el tentador.

Sobre este punto insiste, en la liturgia de este domingo, también el apóstol Pablo, el cual, escribiendo a los cristianos de Roma, les dice a ellos: «No se conformen a este mundo, no sigan los esquemas de este mundo - sino déjense transformar renovando su modo de pensar, para poder discernir la voluntad de Dios» (Rm 12,2).

En efecto, nosotros los cristianos vivimos en el mundo, plenamente insertados en la realidad social y cultural de nuestro tiempo, y es justo que así sea; pero esto trae consigo el riesgo de convertirnos en “mundanos”, el riego que “la sal pierda el sabor” como diría Jesús (cfr. Mt 5,13), es decir que el cristiano se “diluya”, pierda la carga de novedad que viene del Señor e del Espíritu Santo. En lugar debería de ser al contrario: cuando en los cristianos permanece viva la fuerza del Evangelio, esa puede transformar «los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida» (PAOLO VI, Esort. ap. Evangelii nuntiandi, 19). ¡Es triste encontrar cristianos “diluidos”, que parecen el vino diluido y no se sabe si son cristianos o mundanos, como el vino diluido no se sabe si es vino o agua!. Es triste esto. Es triste encontrar cristianos que no son más la sal de la tierra, y sabemos que cuando la sal pierde su sabor, no sirve para nada. Su sal perdió el sabor porque están entregado al espíritu del mundo, es decir, se han convertidos en mundanos.

Por eso es necesario renovarse continuamente nutriéndose de la linfa del Evangelio. ¿Y cómo se puede hacer esto en la práctica? Ante todo leyendo y meditando el Evangelio de cada día, así la Palabra de Jesús estará siempre presente en nuestra vida. Recordad: que les ayudara llevar siempre el Evangelio con vosotros, un pequeño Evangelio, en el bolsillo, en la bolsa, y leer durante el día un pasaje. Pero siempre con el Evangelio porque es portar la Palabra de Jesús para poder leerla. También participando en la Misa dominical, donde encontramos al Señor en la comunidad, escuchando su Palabra y recibiendo la Eucaristía que nos une a Él y entre nosotros; y luego son muy importantes para la renovación espiritual las jornadas de retiro y de ejercicios espirituales. Evangelio, Eucaristía y oración. No lo olviden: Evangelio, Eucaristía y oración. Gracias a estos dones del Señor podemos conformarnos no al mundo, sino a Cristo, y seguirlo en su camino, el camino de “perder la propia vida” para encontrarla (v. 25). “Perderla” en el sentido de donarla, ofrecerla por amor en el amor – y esto comporta el sacrificio, la cruz – para recibirla nuevamente purificada, liberada del egoísmo y de la hipoteca de la muerte, llena de eternidad.

La Virgen María nos precede siempre en este camino; dejémonos guiar y acompañar por ella.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas,

mañana, en Italia, se celebra la Jornada para el cuidado de la creación, promovida por la Conferencia Episcopal. El tema de este año es muy importante, «Educar para el cuidado de la creación, por la salud de nuestro país y de nuestra ciudad». Espero que se fortalezca el compromiso de todos, instituciones, asociaciones y ciudadanos, a fin de salvaguardar la vida y la salud de las personas también respetando el ambiente y la naturaleza.

Saludo a los peregrinos procedentes de Italia y de diversos Países, en particular a los peregrinos de Santiago de Chile, Pistoia, San Giovanni Bianco y Albano San Alejandro (Bérgamo); a los jóvenes de Módena, Bassano del Grappa y Ravenna; el nutrido grupo de Motociclistas de la Policía y de la banda de la Policía. ¡Sería bello al final, escucharla sonar!...

Un saludo especial a los parlamentarios católicos, reunidos por su 5° encuentro internacional, les animo a vivir el delicado rol de representantes del pueblo, en conformidad a los valores evangélicos.

Ayer recibí a una familia numerosa de Mirabella Imbaccari, que me han traído el saludo de todo el pueblo. Agradezco a todos vosotros de este pueblo por el afecto. Saludo a los participantes del encuentro de “Scholas”: continuad con vuestro compromiso con los niños y jóvenes, trabajando en la educación, en el deporte y en la cultura; ¡les deseo y un buen partido mañana en el Estadio Olímpico!.

Veo desde aquí a los jóvenes que pertenecen al sindicato de los plásticos. Sean fieles a su lema: es muy peligroso caminar solos en los campos y en la vida. Anden siempre juntos.

Les deseo un buen domingo, les pido que recen por mí, y un buen almuerzo. ¡Adiós!


(Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.com)
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Plaza de San Pedro
Domingo 24 de agosto de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo (Mt 16, 13-20) es el célebre pasaje, centrado en el relato de Mateo, en el cual Simón, en nombre de los Doce, profesa su fe en Jesús como «el Cristo, el Hijo del Dios vivo»; y Jesús llamó «bienaventurado» a Simón por su fe, reconociendo en ella un don especial del Padre, y le dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».


Detengámonos un momento precisamente en este punto, en el hecho de que Jesús asigna a Simón este nuevo nombre: «Pedro», que en la lengua de Jesús suena «Kefa», una palabra que significa «roca». En la Biblia este término, «roca», se refiere a Dios. Jesús lo asigna a Simón no por sus cualidades o sus méritos humanos, sino por su fe genuina y firme, que le es dada de lo alto.


Jesús siente en su corazón una gran alegría, porque reconoce en Simón la mano del Padre, la acción del Espíritu Santo. Reconoce que Dios Padre dio a Simón una fe «fiable», sobre la cual Él, Jesús, podrá construir su Iglesia, es decir, su comunidad, con todos nosotros. Jesús tiene el propósito de dar vida a «su» Iglesia, un pueblo fundado ya no en la descendencia, sino en la fe, lo que quiere decir en la relación con Él mismo, una relación de amor y de confianza. Nuestra relación con Jesús construye la Iglesia. Y, por lo tanto, para iniciar su Iglesia Jesús necesita encontrar en los discípulos una fe sólida, una fe «fiable». Es esto lo que Él debe verificar en este punto del camino.


El Señor tiene en la mente la imagen de construir, la imagen de la comunidad como un edificio. He aquí por qué, cuando escucha la profesión de fe franca de Simón, lo llama «roca», y manifiesta la intención de construir su Iglesia sobre esta fe.


Hermanos y hermanas, esto que sucedió de modo único en san Pedro, sucede también en cada cristiano que madura una fe sincera en Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo. El Evangelio de hoy interpela también a cada uno de nosotros. ¿Cómo va tu fe? Que cada uno responda en su corazón. ¿Cómo va tu fe? ¿Cómo encuentra el Señor nuestro corazón? ¿Un corazón firme como la piedra o un corazón arenoso, es decir, dudoso, desconfiado, incrédulo? Nos hará bien hoy pensar en esto. Si el Señor encuentra en nuestro corazón una fe no digo perfecta, pero sincera, genuina, entonces Él ve también en nosotros las piedras vivas con la cuales construir su comunidad. De esta comunidad, la piedra fundamental es Cristo, piedra angular y única. Por su parte, Pedro es piedra, en cuanto fundamento visible de la unidad de la Iglesia; pero cada bautizado está llamado a ofrecer a Jesús la propia fe, pobre pero sincera, para que Él pueda seguir construyendo su Iglesia, hoy, en todas las partes del mundo.


También hoy mucha gente piensa que Jesús es un gran profeta, un maestro de sabiduría, un modelo de justicia... Y también hoy Jesús pregunta a sus discípulos, es decir a todos nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». ¿Qué responderemos? Pensemos en ello. Pero sobre todo recemos a Dios Padre, por intercesión de la Virgen María; pidámosle que nos dé la gracia de responder, con corazón sincero: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo». Esta es una confesión de fe, este es precisamente «el credo». Repitámoslo juntos tres veces: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo».
 


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Mi pensamiento se dirige hoy de modo particular a la amada tierra de Ucrania, de la cual se recuerda hoy la fiesta nacional, a todos sus hijos e hijas, a sus deseos de paz y serenidad, amenazados por una situación de tensión y de conflicto que no da señales de aplacarse, generando mucho sufrimiento en la población civil. Encomendamos al Señor Jesús y a la Virgen a toda la nación y rezamos unidos sobre todo por las víctimas, sus familias y cuantos sufren. He recibido una carta de un obispo que relata todo este dolor. Recemos juntos a la Virgen por esta amada tierra de Ucrania en el día de la fiesta nacional: Ave María... María, Reina de la paz, ruega por nosotros.


Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los procedentes de diversos países, en especial a los fieles de Santiago de Compostela (España), a los niños de Maipú (Chile), a los jóvenes de Chiry-Ourscamp (Francia) y a cuantos participan en el encuentro internacional promovido por la diócesis de Palestrina.


Saludo con afecto a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio de América del Norte, llegados a Roma para iniciar los estudios teológicos.


Saludo a los seiscientos jóvenes de Bérgamo, que a pie, juntamente con su obispo, llegaron a Roma desde Asís, es decir «de Francisco a Francisco», como está escrito allí. ¡Sois geniales vosotros bergamascos! Ayer por la tarde vuestro obispo, junto con uno de los sacerdotes que os acompañan, me contaba cómo habéis vivido estos días de peregrinación: ¡felicitaciones! Queridos jóvenes, volved a casa con el deseo de testimoniar a todos la belleza de la fe cristiana. Saludo a los jóvenes de Verona, Montegrotto Terme y de Valle Liona, así como a lo fieles de Giussano y de Bassano del Grappa.


Os pido, por favor, que no os olvidéis de rezar por mí. Os deseo un feliz domingo y un buen almuerzo. ¡Hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 10 de agosto de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de hoy nos presenta el episodio de Jesús que camina sobre las aguas del lago (cf. Mt 14, 22-33). Después de la multiplicación de los panes y los peces, Él invitó a los discípulos a subir a la barca e ir a la otra orilla, mientras Él despedía a la multitud, y luego se retiró completamente solo a rezar en el monte hasta avanzada la noche. Mientras tanto en el lago se levantó una fuerte tempestad, y precisamente en medio de la tempestad Jesús alcanzó la barca de los discípulos, caminando sobre las aguas del lago. Cuando lo vieron, los discípulos se asustaron, pensando que fuese un fantasma, pero Él los tranquilizó: «Ánimo, soy yo, no tengáis miedo» (v. 27). Pedro, con su típico impulso, le pidió casi una prueba: «Señor, si eres Tú, mándame ir a ti sobre el agua»; y Jesús le dijo: «Ven» (vv. 28-29). Pedro bajó de la barca y empezó a caminar sobre las aguas; pero el viento fuerte lo arrolló y comenzó a hundirse. Entonces gritó: «Señor, sálvame» (v. 30), y Jesús extendió la mano y lo agarró.


Este relato es una hermosa imagen de la fe del apóstol Pedro. En la voz de Jesús que le dice: «Ven», él reconoció el eco del primer encuentro en la orilla de ese mismo lago, e inmediatamente, una vez más, dejó la barca y se dirigió hacia el Maestro. Y caminó sobre las aguas. La respuesta confiada y disponible ante la llamada del Señor permite realizar siempre cosas extraordinarias. Pero Jesús mismo nos dijo que somos capaces de hacer milagros con nuestra fe, la fe en Él, la fe en su palabra, la fe en su voz. En cambio Pedro comienza a hundirse en el momento en que aparta la mirada de Jesús y se deja arrollar por las adversidades que lo rodean. Pero el Señor está siempre allí, y cuando Pedro lo invoca, Jesús lo salva del peligro. En el personaje de Pedro, con sus impulsos y sus debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y con todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el encuentro del Señor resucitado, en medio de las tempestades y peligros del mundo.


Es muy importante también la escena final. «En cuanto subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios»!» (vv. 32-33). Sobre la barca estaban todos los discípulos, unidos por la experiencia de la debilidad, de la duda, del miedo, de la «poca fe». Pero cuando a esa barca vuelve a subir Jesús, el clima cambia inmediatamente: todos se sienten unidos en la fe en Él. Todos, pequeños y asustados, se convierten en grandes en el momento en que se postran de rodillas y reconocen en su maestro al Hijo de Dios. ¡Cuántas veces también a nosotros nos sucede lo mismo! Sin Jesús, lejos de Jesús, nos sentimos asustados e inadecuados hasta el punto de pensar que ya no podemos seguir. ¡Falta la fe! Pero Jesús siempre está con nosotros, tal vez oculto, pero presente y dispuesto a sostenernos.


Esta es una imagen eficaz de la Iglesia: una barca que debe afrontar las tempestades y algunas veces parece estar en la situación de ser arrollada. Lo que la salva no son las cualidades y la valentía de sus hombres, sino la fe, que permite caminar incluso en la oscuridad, en medio de las dificultades. La fe nos da la seguridad de la presencia de Jesús siempre a nuestro lado, con su mano que nos sostiene para apartarnos del peligro. Todos nosotros estamos en esta barca, y aquí nos sentimos seguros a pesar de nuestros límites y nuestras debilidades. Estamos seguros sobre todo cuando sabemos ponernos de rodillas y adorar a Jesús, el único Señor de nuestra vida. A ello nos llama siempre nuestra Madre, la Virgen. A ella nos dirigimos confiados.



Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Nos dejan incrédulos y abatidos las noticias que llegan de Irak: miles de personas, entre las cuales muchos cristianos, son expulsadas de sus casas de manera brutal; niños muertos de sed y de hambre durante la fuga; mujeres secuestradas; personas masacradas; violencias de todo tipo; destrucción por todas partes; destrucción de casas, de patrimonios religiosos, históricos y culturales. Todo esto ofende gravemente a Dios y ofende gravemente a la humanidad. No se lleva el odio en nombre de Dios. No se declara la guerra en nombre de Dios. Todos nosotros, pensando en esta situación, en esta gente, ahora hagamos silencio y recemos.


(Silencio)


Doy las gracias a aquellos que, con valentía, están llevando ayuda a estos hermanos y hermanas, y confío en que una eficaz solución política a nivel internacional y local pueda detener estos crímenes y restablecer el derecho. Para asegurar mejor mi cercanía a esas queridas poblaciones he nombrado mi enviado personal a Irak al cardenal Fernando Filoni, que mañana partirá desde Roma.


También en Gaza, tras una tregua, volvió la guerra, que causa víctimas inocentes, niños... y no hace más que empeorar el conflicto entre israelíes y palestinos.


Oremos juntos al Dios de la paz, por intercesión de la Virgen María: Dona la paz, Señor, a nuestros días, y haznos artífices de justicia y de paz. María, Reina de la paz, ruega por nosotros.


Recemos también por las víctimas del virus del «ébola» y por quienes están luchando para detenerlo.


Saludo a todos los peregrinos y a los romanos, en especial a los jóvenes de Verona, Cazzago San Martino, Sarmeola y Mestrino, y a las jóvenes scouts de Treviso.


Desde el miércoles próximo hasta el lunes 18 realizaré un viaje apostólico a Corea: por favor, acompañadme con la oración, la necesito. Gracias. Y a todos deseo un feliz domingo y buen almuerzo. ¡Hasta la vista!


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Plaza de San Pedro
Domingo 3 de agosto de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Este domingo el Evangelio nos presenta el milagro de la multiplicación de los panes y los peces (Mt 14, 13-21). Jesús lo realizó en el lago de Galilea, en un sitio aislado donde se había retirado con sus discípulos tras enterarse de la muerte de Juan el Bautista. Pero muchas personas lo siguieron y lo encontraron; y Jesús, al verlas, sintió compasión y curó a los enfermos hasta la noche. Los discípulos, preocupados por la hora avanzada, le sugirieron que despidiese a la multitud para que pudiesen ir a los poblados a comprar algo para comer. Pero Jesús, tranquilamente, respondió: «Dadles vosotros de comer» (Mt 14, 16); y haciendo que le acercasen cinco panes y dos peces, los bendijo, y comenzó a repartirlos y a darlos a los discípulos, que los distribuían a la gente. Todos comieron hasta saciarse e incluso sobró.


En este hecho podemos percibir tres mensajes. El primero es la compasión. Ante la multitud que lo seguía y —por decirlo así— «no lo dejaba en paz», Jesús no reacciona con irritación, no dice: «Esta gente me molesta». No, no. Sino que reacciona con un sentimiento de compasión, porque sabe que no lo buscan por curiosidad, sino por necesidad. Pero estemos atentos: compasión —lo que siente Jesús— no es sencillamente sentir piedad; ¡es algo más! Significa com-patir, es decir, identificarse con el sufrimiento de los demás, hasta el punto de cargarla sobre sí. Así es Jesús: sufre junto con nosotros, sufre con nosotros, sufre por nosotros. Y la señal de esta compasión son las numerosas curaciones que hizo. Jesús nos enseña a anteponer las necesidades de los pobres a las nuestras. Nuestras exigencias, incluso siendo legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres, que no tienen lo necesario para vivir. Nosotros hablamos a menudo de los pobres. Pero cuando hablamos de los pobres, ¿nos damos cuenta de que ese hombre, esa mujer, esos niños no tienen lo necesario para vivir? Que no tienen para comer, no tienen para vestirse, no tienen la posibilidad de tener medicinas... Incluso que los niños no tienen la posibilidad de ir a la escuela. Por ello, nuestras exigencias, incluso siendo legítimas, no serán nunca tan urgentes como las de los pobres que no tienen lo necesario para vivir.


El segundo mensaje es el compartir. El primero es la compasión, lo que sentía Jesús, el segundo es el compartir. Es útil confrontar la reacción de los discípulos, ante la gente cansada y hambrienta, con la de Jesús. Son distintas. Los discípulos piensan que es mejor despedirla, para que puedan ir a buscar el alimento. Jesús, en cambio, dice: dadles vosotros de comer. Dos reacciones distintas, que reflejan dos lógicas opuestas: los discípulos razonan según el mundo, para el cual cada uno debe pensar en sí mismo; razonan como si dijesen: «Arreglaos vosotros mismos». Jesús razona según la lógica de Dios, que es la de compartir. Cuántas veces nosotros miramos hacia otra parte para no ver a los hermanos necesitados. Y este mirar hacia otra parte es un modo educado de decir, con guante blanco, «arreglaos solos». Y esto no es de Jesús: esto es egoísmo. Si hubiese despedido a la multitud, muchas personas hubiesen quedado sin comer. En cambio, esos pocos panes y peces, compartidos y bendecidos por Dios, fueron suficientes para todos. ¡Y atención! No es magia, es un «signo»: un signo que invita a tener fe en Dios, Padre providente, quien no hace faltar «nuestro pan de cada día», si nosotros sabemos compartirlo como hermanos.


Compasión, compartir. Y el tercer mensaje: el prodigio de los panes prenuncia la Eucaristía. Se lo ve en el gesto de Jesús que «lo bendijo» (v. 19) antes de partir los panes y distribuirlos a la gente. Es el mismo gesto que Jesús realizará en la última Cena, cuando instituirá el memorial perpetuo de su Sacrificio redentor. En la Eucaristía Jesús no da un pan, sino el pan de vida eterna, se dona a Sí mismo, entregándose al Padre por amor a nosotros. Y nosotros tenemos que ir a la Eucaristía con estos sentimientos de Jesús, es decir, la compasión y la voluntad de compartir. Quien va a la Eucaristía sin tener compasión hacia los necesitados y sin compartir, no está bien con Jesús.


Compasión, compartir, Eucaristía. Este es el camino que Jesús nos indica en este Evangelio. Un camino que nos conduce a afrontar con fraternidad las necesidades de este mundo, pero que nos conduce más allá de este mundo, porque parte de Dios Padre y vuelve a Él. Que la Virgen María, Madre de la divina Providencia, nos acompañe en este camino.


Después del Ángelus


Queridos hermanos y hermanas:


Dirijo mi saludo a todos vosotros —valientes, bajo la lluvia— fieles de Roma y peregrinos de diversos países.


Recordadlo: compasión, compartir, Eucaristía.


A todos deseo un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!



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