miércoles, 3 de septiembre de 2014

FRANCISCO: Audiencias Generales de agosto 2014 (27, 20 y 6)

AUDIENCIAS GENERALES DEL PAPA FRANCISCO

AGOSTO 2014


Plaza de San Pedro
Miércoles 27 de agosto de 2014

  

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Cada vez que renovamos nuestra profesión de fe al rezar el «Credo», afirmamos que la Iglesia es «una» y «santa». Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. La Iglesia también es santa, en cuanto que está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, llena de su amor y su salvación. Al mismo tiempo, sin embargo, es santa y está formada por pecadores, todos nosotros, pecadores, que experimentamos cada día nuestras fragilidades y nuestras miserias. Así pues, esta fe que profesamos nos impulsa a la conversión, a tener el valor de vivir cada día la unidad y la santidad, y si nosotros no estamos unidos, si no somos santos, es porque no somos fieles a Jesús. Pero Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia. Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros pecados, nos perdona, siempre que nosotros nos dejemos perdonar. Él está siempre con nosotros, ayudándonos a llegar a ser menos pecadores, más santos, más unidos.


El primer consuelo nos llega del hecho que Jesús rezó mucho por la unidad de los discípulos. Es la oración de la Última Cena, Jesús pidió con insistencia: «Padre, que todos sean uno». Rezó por la unidad, y lo hizo precisamente en la inminencia de la Pasión, cuando estaba por entregar toda su vida por nosotros. Es lo que estamos invitados continuamente a releer y meditar en una de las páginas más intensas y conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo diecisiete (cf. vv. 11.21-23). ¡Cuán hermoso es saber que el Señor, antes de morir, no se preocupó de sí mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, rezó precisamente para que lleguemos a ser una cosa sola con Él y entre nosotros. Es esto: con estas palabras, Jesús se hizo nuestro intercesor ante el Padre, para que podamos entrar también nosotros en la plena comunión de amor con Él; al mismo tiempo, le confió a cada uno de nosotros como su testamento espiritual, para que la unidad llegue a ser cada vez más la nota distintiva de nuestras comunidades y la respuesta más bella a quien nos pida razón de la esperanza que está en nosotros (cf. 1 P 3, 15).


«Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17, 21). La Iglesia ha buscado desde los comienzos realizar este propósito que tanto le interesa a Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que los primeros cristianos se distinguían por el hecho de tener «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32); el apóstol Pablo, luego, exhortaba a sus comunidades a no olvidar que son «un solo cuerpo» (1 Cor 12, 13). La experiencia, sin embargo, nos dice que son muchos los pecados contra la unidad. Y no pensemos sólo en los cismas, pensemos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados «parroquiales», en los pecados de las parroquias. A veces, en efecto, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares donde se comparte y se vive en comunión, están tristemente marcadas por envidias, celos y antipatías... Y las habladurías están al alcance de todos. ¡Cuánto se murmura en las parroquias! Esto no es bueno. Por ejemplo, cuando uno es elegido presidente de una asociación, se habla mal de él. Y si otra es elegida presidenta de la catequesis, las demás la critican. Pero esto no es la Iglesia. Esto no se debe hacer, no debemos hacerlo. Hay que pedir al Señor la gracia de no hacerlo. Esto es humano pero no es cristiano. Esto sucede cuando aspiramos a los primeros lugares; cuando nos ponemos nosotros mismos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestros modos de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando miramos los defectos de los hermanos, en lugar de sus dones; cuando damos más peso a lo que nos divide, en lugar de aquello que nos une...


Una vez, en la otra diócesis que tenía antes, escuché un comentario interesante y hermoso. Se hablaba de una anciana que durante toda su vida había trabajado en la parroquia, y una persona que la conocía bien, dijo: «Esta mujer nunca habló mal, jamás criticó, era siempre una sonrisa». Una mujer así puede ser canonizada mañana. Este es un buen ejemplo. Y si miramos la historia de la Iglesia, cuántas divisiones entre nosotros cristianos. Incluso ahora estamos divididos. También en la historia nosotros cristianos hemos declarado la guerra entre nosotros por divisiones teológicas. Pensemos en la de los 30 años. Pero esto no es cristiano. Tenemos que trabajar también por la unidad de todos los cristianos, ir por la senda de la unidad que es lo que Jesús quiere y por lo cual oró.


Ante todo esto, debemos hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la convierte en signo no de la obra de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es por definición el que separa, quien arruina las relaciones, insinúa prejuicios... La división en una comunidad cristiana, sea una escuela, una parroquia o una asociación, es un pecado gravísimo, porque es obra del diablo. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de aceptarnos, de perdonarnos y querernos, para asemejarnos cada vez más a Él que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: identificarse a imagen de Dios, llena de su misericordia y de su gracia.


Queridos amigos, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). Pidamos sinceramente perdón por todas las veces en las que hemos sido ocasión de división o de incomprensión en el seno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión si no es a través de una continua conversión. ¿Qué es la conversión? Es pedir al Señor la gracia de no hablar mal, no criticar, no murmurar, de querer a todos. Es una gracia que el Señor nos concede. Esto es convertir el corazón. Y pidamos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones se convierta en un reflejo cada vez más hermoso y gozoso de la relación de Jesús con el Padre.


 
Saludos


Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Venezuela, Chile, Argentina, México y otros países latinoamericanos. Mañana tendrá lugar en los jardines del Vaticano la colocación de una imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba. Saludo con afecto a los obispos de Cuba, venidos a Roma para esta ocasión, a la vez que les pido hacer llegar mi cercanía y bendición a todos los fieles cubanos. Que Jesús les bendiga y la Virgen Santa les cuide. Muchas gracias.  


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Palacio Apostólico Vaticano
Aula Pablo VI
Miércoles 20 de agosto de 2014

 



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En los días pasados realicé un viaje apostólico a Corea y hoy, juntamente con vosotros, doy gracias al Señor por este gran don. Tuve ocasión de visitar una Iglesia joven y dinámica, fundada en el testimonio de los mártires y animada por espíritu misionero, en un país donde se encuentran antiguas culturas asiáticas y la perenne novedad del Evangelio: se encuentran ambas.


Deseo expresar nuevamente mi gratitud a los hermanos obispos de Corea, a la señora presidenta de la República, a las demás autoridades y a todos los que colaboraron con ocasión de mi visita.


El significado de este viaje apostólico se puede sintetizar en tres palabras: memoria, esperanza y testimonio.


La República de Corea es un país que tuvo un notable y rápido desarrollo económico. Sus habitantes son grandes trabajadores, disciplinados, ordenados y deben mantener la fuerza heredada de sus antepasados.


En esta situación, la Iglesia es custodio de la memoria y de la esperanza: es una familia espiritual en la que los adultos transmiten a los jóvenes la llama de la fe recibida de los ancianos; la memoria de los testigos del pasado se convierte en un nuevo testimonio en el presente y esperanza de futuro. En esta perspectiva se pueden leer los dos acontecimientos principales de este viaje: la beatificación de 124 mártires coreanos, que se suman a los ya canonizados hace 30 años por san Juan Pablo II; y el encuentro con los jóvenes, con ocasión de la Sexta Jornada asiática de la juventud.


El joven es siempre una persona en busca de algo por lo que valga la pena vivir, y el mártir da testimonio de algo, es más, de Alguien por quien vale la pena dar la vida. Esta realidad es el amor de Dios, que se hizo carne en Jesús, el Testigo del Padre. En los dos momentos del viaje dedicados a los jóvenes el Espíritu del Señor Resucitado nos ha colmado de alegría y de esperanza, que los jóvenes llevarán a sus diversos países y que harán mucho bien.


La Iglesia en Corea custodia también la memoria del papel primario que tuvieron los laicos tanto en los albores de la fe como en la obra de evangelización. En esa tierra, en efecto, la comunidad cristiana no fue fundada por misioneros, sino por un grupo de jóvenes coreanos de la segunda mitad del año 1700, quienes quedaron fascinados por algunos textos cristianos, los estudiaron a fondo y los eligieron como regla de vida. Uno de ellos fue enviado a Pekín para recibir el bautismo y luego ese laico bautizó a su vez a sus compañeros. De ese primer núcleo se desarrolló una gran comunidad, que desde el inicio y por casi un siglo sufrió violentas persecuciones, con miles de mártires. Así, pues, la Iglesia en Corea está fundada en la fe, en el compromiso misionero y en el martirio de los fieles laicos.


Los primeros cristianos coreanos se plantearon como modelo la comunidad apostólica de Jerusalén, practicando el amor fraterno que supera toda diferencia social. Por ello he alentado a los cristianos de hoy a ser generosos al compartir con los más pobres y los excluidos, según el Evangelio de Mateo en el capítulo 25: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (v. 40).
Queridos hermanos, en la historia de la fe en Corea se ve cómo Cristo no anula las culturas, no suprime el camino de los pueblos que a través de los siglos y los milenios buscan la verdad y viven al amor a Dios y al prójimo. Cristo no elimina lo que es bueno, sino que lo 
lleva adelante, lo conduce a su realización.


Lo que Cristo, en cambio, combate y derrota es al maligno, que siembra cizaña entre hombre y hombre, entre pueblo y pueblo; que genera exclusión a causa de la idolatría del dinero; que siembra el veneno del vacío en el corazón de los jóvenes. Eso sí, Jesucristo lo combatió y lo venció con su Sacrificio de amor. Y si permanecemos en Él, en su amor, también nosotros, como los mártires, podemos vivir y testimoniar su victoria. Con esta fe hemos rezado, y también ahora rezamos a fin de que todos los hijos de la tierra coreana, que sufren las consecuencias de guerras y divisiones, puedan realizar un camino de fraternidad y de reconciliación.


Este viaje estuvo iluminado por la fiesta de María Asunta al cielo. Desde lo alto, donde reina con Cristo, la Madre de la Iglesia acompaña el camino del pueblo de Dios, sostiene los pasos más fatigosos, consuela a quienes son probados y mantiene abierto el horizonte de la esperanza. Que por su maternal intercesión, el Señor bendiga siempre al pueblo coreano, le done paz y prosperidad; y bendiga a la Iglesia que vive en esa tierra, para que sea siempre fecunda y esté llena de la alegría del Evangelio.


 
Saludos

(En francés)
 


Os invito a uniros en la oración de toda la Iglesia por las comunidades de Asia que acabo de visitar, así como por todos los cristianos perseguidos en el mundo, especialmente en Irak, también por las minorías religiosas no cristianas que son perseguidas.


Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, Argentina y otros países latinoamericanos. De modo especial, saludo a los campeones de América, al equipo de San Lorenzo, aquí presente, que es parte de mi identidad cultural. Que la peregrinación al Sepulcro de los Apóstoles Pedro y Pablo aumente su fe y estimule su caridad para con los pobres y necesitados.


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Palacio Apostólico Vaticano
Sala Pablo VI
Miércoles 6 de agosto de 2014

 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En las catequesis anteriores hemos visto cómo la Iglesia constituye un pueblo, un pueblo preparado por Dios con paciencia y amor y al cual estamos todos llamados a pertenecer. Hoy quisiera poner de relieve la novedad que caracteriza a este pueblo: se trata verdaderamente de un nuevo pueblo, que se funda en la nueva alianza establecida por el Señor Jesús con la entrega de su vida. Esta novedad no niega el camino precedente ni se contrapone al mismo, sino que más bien lo conduce hacia adelante, lo lleva a su realización.


Hay una figura muy significativa, que cumple la función de bisagra entre el Antiguo y el Nuevo Testamento: Juan Bautista. Para los Evangelios sinópticos él es el «precursor», quien prepara la venida del Señor, predisponiendo al pueblo para la conversión del corazón y la acogida del consuelo de Dios ya cercano. Para el Evangelio de Juan es el «testigo», porque nos hace reconocer en Jesús a Aquel que viene de lo alto, para perdonar nuestros pecados y hacer de su pueblo su esposa, primicia de la humanidad nueva. Como «precursor» y «testigo», Juan Bautista desempeña un papel central dentro de toda la Escritura, ya que hace las veces de puente entre la promesa del Antiguo Testamento y su realización, entre las profecías y su realización en Jesucristo. Con su testimonio Juan nos indica a Jesús, nos invita a seguirlo, y nos dice sin medias tintas que esto requiere humildad, arrepentimiento y conversión: es una invitación que hace a la humildad, al arrepentimiento y a la conversión.


Como Moisés había estipulado la alianza con Dios en virtud de la ley recibida en el Sinaí, así Jesús, desde una colina a orillas del lago de Galilea, entrega a sus discípulos y a la multitud una enseñanza nueva que comienza con las Bienaventuranzas. Moisés da la Ley en el Sinaí y Jesús, el nuevo Moisés, da la Ley en ese monte, a orillas del lago de Galilea. Las Bienaventuranzas son el camino que Dios indica como respuesta al deseo de felicidad ínsito en el hombre, y perfeccionan los mandamientos de la Antigua Alianza. Nosotros estamos acostumbrados a aprender los diez mandamientos —cierto, todos vosotros los conocéis, los habéis aprendido en la catequesis— pero no estamos acostumbrados a repetir las Bienaventuranzas. Intentemos, en cambio, recordarlas e imprimirlas en nuestro corazón. Hagamos una cosa: yo les diré una tras otra y vosotros las repetís. ¿De acuerdo?
Primera: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos». [en el aula repiten]


«Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados». [en el aula repiten]


«Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra». [en el aula repiten]


«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados». [en el aula repiten]


«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia». [en el aula repiten]


«Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios». [en el aula repiten]


«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios». [en el aula repiten]


«Bienaventurados los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos». [en el aula repiten]


«Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa». Os ayudo: [repite con la gente] «Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa».


«Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo». [en el aula repiten]


¡Geniales! Pero hagamos una cosa: os doy una tarea para casa, una tarea para hacer en casa. Tomad el Evangelio, el que lleváis con vosotros... Recordad que debéis llevar siempre un pequeño Evangelio con vosotros, en el bolsillo, en la cartera, siempre; el que tenéis en casa. Llevad el Evangelio, y en los primeros capítulos de Mateo —creo que en el 5— están las Bienaventuranzas. Y hoy, mañana en casa, leedlas. ¿Lo haréis? [en el aula repiten: ¡Sí!] Para no olvidarlas, porque es la Ley que nos da Jesús. ¿Lo haréis? Gracias.


En estas palabras está toda la novedad traída por Cristo, y toda la novedad de Cristo está en estas palabras. En efecto, las Bienaventuranzas son el retrato de Jesús, su forma de vida; y son el camino de la verdadera felicidad, que también nosotros podemos recorrer con la gracia que nos da Jesús.


Además de la nueva Ley, Jesús nos entrega también el «protocolo» a partir del cual seremos juzgados. Cuando llegue el fin del mundo seremos juzgados. ¿Y cuáles serán las preguntas que nos harán en ese momento? ¿Cuáles serán esas preguntas? ¿Cuál es el protocolo a partir del cual el juez nos juzgará? Es el que encontramos en el capítulo 25 del Evangelio de Mateo. La tarea de hoy es leer el quinto capítulo del Evangelio de Mateo donde están las Bienaventuranzas; y leer el vigésimo quinto, donde está el protocolo, las preguntas que nos harán el día del juicio. No tendremos títulos, créditos o privilegios para presentar. El Señor nos reconocerá si a su vez lo hemos reconocido en el pobre, en el hambriento, en quien pasa necesidad y es marginado, en quien sufre y está solo... Es este uno de los criterios fundamentales de verificación de nuestra vida cristiana, a partir del cual Jesús nos invita a medirnos cada día. Leo las Bienaventuranzas y pienso cómo debe ser mi vida cristiana, y luego hago el examen de conciencia con este capítulo 25 de Mateo. Cada día: he hecho esto, he hecho esto, he hecho esto... Nos hará bien. Son cosas sencillas pero concretas.


Queridos amigos, la nueva alianza consiste precisamente en esto: en verse, en Cristo, envueltos por la misericordia y la compasión de Dios. Es esto lo que llena nuestro corazón de alegría, y es esto lo que hace de nuestra vida un testimonio hermoso y creíble del amor de Dios por todos los hermanos que encontramos a diario. Recordad las tareas. Capítulo quinto de Mateo y capítulo 25 de Mateo. ¡Gracias!


 
Saludos


Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos venidos de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Hoy celebramos la fiesta de la Transfiguración del Señor. Pidamos a Jesús que su gracia nos transforme a imagen suya, para que viviendo según el espíritu de las bienaventuranzas seamos luz y consuelo para nuestros hermanos. Muchas gracias y que Dios los bendiga.


(En italiano)


Nuestro pensamiento se dirige hoy al venerable siervo de Dios Pablo VI, en el aniversario de la muerte, que tuvo lugar el 6 de agosto de 1978. Lo recordamos con afecto y admiración, considerando cómo vivió totalmente entregado al servicio de la Iglesia, que amó con todas sus fuerzas. Que su ejemplo de fiel servidor de Cristo y del Evangelio sea aliento y estímulo para para todos nosotros.


(En árabe)


Recemos mucho por la paz en Oriente Medio: ¡rezad por favor!



LLAMAMIENTO POR EL TERREMOTO EN CHINA


Expreso mi cercanía a las poblaciones ce la provincia china de Yunnan, azotadas el domingo pasado por un terremoto que provocó numerosas víctimas e ingentes daños. Rezo por los difuntos y por sus familiares, por los heridos y por quienes han perdido la casa. Que el Señor les done consuelo, esperanza y solidaridad en la prueba.


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