CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 1°. de septiembre de 2018).- Homilía pronunciada por Su Eminencia el cardenal Giovanni Angelo
Becciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, hoy
en Košice, Eslovaquia, con motivo de la ceremonia de beatificación de la
Sierva de Dios Anna Kolesárová, una joven laica asesinada en 1944 por
un militar soviético durante la ocupación de la Armada Roja:
Homilía del Cardenal Giovanni Angelo Becciu
La lectura de la biografía de la Beata Anna Kolesárová, que acabamos
de escuchar, ha despertado en nosotros sentimientos de profunda emoción y
admiración. Fortalecida y bien preparada por su padre y su madre,
quienes con sus enseñanzas y su ejemplo la enseñaron a elegir a Dios
antes que nada, solo con 16 años se enfrentó al trágico dilema de optar
por la vida o la muerte. La vida significaba ceder a los instintos
brutales de un militar del ejército soviético y traicionar su propia
conciencia, la muerte en cambio la llevaba pura al abrazo de Dios, que
había aprendido a amar por encima de todo. Fue asesinada la noche del
miércoles 22 de noviembre de 1944, ante los ojos de su padre. Fue
asesinada por su resistencia y firmeza por defender su integridad física
y la virtud de la castidad.
Estas fueron las únicas razones por las cuales Anna fue asesinada. No
se es héroe ni mucho menos santo de improviso. Anna Kolesárová llegó
preparada al martirio gracias a su robusta vida espiritual, nutrida por
la oración diaria y la frecuentación de los sacramentos. Su fe la hizo
fuerte y valiente para aceptar el martirio sin vacilar. La Iglesia en
Eslovaquia puede estar orgullosa de esta hija que hoy se propone como un
modelo de vida para los creyentes, especialmente los jóvenes, para que
redescubran la belleza del amor auténtico, así como el valor de la
pureza. La beatificación de Anna Kolesárová, reafirma el valor de la
castidad como un ideal de vida que, si se vive como una entrega gozosa
a Dios y a los hermanos todavía ejerce "un encanto irresistible y
prometedor" (Pío XII, 24 de Junio, 1950).
La joven Anna Kolesárová no es la única en la historia de la Iglesia
elevada al honor de los altares por haber defendido su virginidad con el
martirio. El pensamiento va espontáneamente a Santa Maria Goretti,
canonizada por el Papa Pío XII en 1950, y también víctima de la ciega
pasión de un hombre. Pero ya en los primeros días del cristianismo
encontramos a Santa Inés, de doce años, que se convirtió en el tipo de
virgen mártir. Podríamos recordar a las muchas compañeras de la beata
Anna, como la beata Albertina Berkenbrock, asesinada en Brasil el 15 de
junio de 1931, a la edad de doce años; o las italianas beata Antonia
Mesina de Cerdeña, asesinada el 17 de mayo de 1935; la beata Pierina
Morosini de Bérgamo, asesinada en 1957; la Sierva de Dios Santa Scorese,
de Bari, asesinada en 1991 a la edad de 23 años. El martirio de la
virginidad sigue dando testimonio de la fuerza del amor de Dios y por
Dios, el amor que siempre prevalece sobre la maldad del hombre.
El martirio de la Beata Anna Kolesárová tuvo lugar en el contexto
violento de la Segunda Guerra Mundial. Nosotros, hoy estamos lejos de
la guerra; Europa está en paz desde hace más de 70 años. Sin embargo,
no podemos olvidar que la unidad europea también se construyó con la
contribución de tantos fieles discípulos de Cristo, que sufrieron y
pagaron con sus vidas su fidelidad a los ideales del Evangelio. Hay
muchas historias de fe que, como la de esta muchacha, Anna, llevan en sí
mismas, las dolorosas vicisitudes de tantos gestos fuera de lo común,
no escritos en los libros de historia, pero que deben tomarse como un
ejemplo para quienes hoy conciben Europa como una realidad abstracta y
no hecha por personas que han creído y creen en valores indispensables.
La joven Anna, con su martirio, testificó que el bien puede oponerse al
mal, a la violencia y a la injusticia. Anna derrotó al mal con el bien
que llevaba escondido dentro de ella, como un tesoro. Aquella noche,
cargada del dolor y el llanto de un padre, testigo del homicidio de su
única hija, ganó la preciosa perla, llamada castidad.
Si nosotros vivimos en paz no podemos olvidar que muchos países están
en guerra y conocen las atrocidades experimentadas en el pasado en
nuestra Europa. ¡Cuántas niñas y mujeres siguen siendo objeto de
violencia! Incluso la violación es considerada como un arma de guerra;
permanece impune, sin ser reconocida como un crimen contra la
humanidad. ¡Pero cuántas violencias se siguen perpetrando contra las
mujeres en nuestra Europa civilizada, donde el feminicidio continúa
prosperando y el cuerpo de la mujer es a menudo objeto de comercio
indigno de la persona humana!
Con esta beatificación, la Iglesia proclama que la pureza todavía
conserva su encanto. Vosotros sois el testimonio. Fue precisamente un
grupo de vuestros estudiantes que, en 1989, después de conocer la
historia de Anna, decidió ir en peregrinación a los lugares donde vivió.
El funeral, en 1944, se celebró en secreto, por temor a represalias,
incluso sin la presencia de un sacerdote. Pero la vida es más elocuente
que la muerte y el testimonio de Anna ha llegado hasta nuestros días y
muchos, especialmente los jóvenes, han redescubierto en esta joven
mártir la belleza de una vida entregada por permanecer fieles al amor de
Cristo.
Anna no temió dar su vida a Jesús, para defender el tesoro precioso
de la castidad, convirtiéndose, según los testimonios de su párroco en: hostia sanctae castitatis.
La beata Anna había encontrado un tesoro y para comprarlo vendió todo
lo que tenía: su propia vida. Dirigiéndose a los jóvenes con motivo de
la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, en 2016, el Santo Padre
Francisco dijo: "¿Dónde está vuestro tesoro? ¿En qué tesoro descansa
vuestro corazón? Sí, nuestros corazones pueden apegarse a tesoros
reales o falsos, pueden encontrar un descanso auténtico o quedarse
dormidos, volviéndose perezosos y entumecidos. Lo más precioso que
podemos tener en la vida es nuestra relación con Dios. ¿Estáis
convencidos? ¿Sois conscientes del valor incalculable que tenéis a los
ojos de Dios? Anna estaba convencida. "¿Sabéis que sois amados y
acogidos por Él incondicionalmente, así como sois?", continuaba el
Papa. Anna lo sabía. «El período de juventud –proseguía el Papa- es
aquel en que brota la gran riqueza afectiva presente en vuestros
corazones, el profundo deseo de un amor verdadero, bello y grande.
¡Cuánta fuerza hay en esta capacidad de amar y ser amado! No permitáis
que este precioso valor sea distorsionado, destruido o desfigurado ".
Anna no lo permitió.
Dejándose matar en vez de traicionar el amor verdadero, en Anna se
cumplieron las palabras pronunciadas por Cristo en el Monte de las
Bienaventuranzas: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos
verán a Dios" (Mt 5, 8). Sí, ¡Anna vio a Dios! Y lo contempló cara a
cara en la alegría del Paraíso. Todos somos conscientes de lo
indispensable que es salvaguardar la creación, trabajar por la pureza
del aire, del agua y de los alimentos. Es igual y tal vez incluso más
necesario preservar la pureza de lo más precioso que tenemos: nuestros
corazones y nuestras relaciones interpersonales.
Queridos hermanos y hermanas, que el testimonio de la beata Anna
Kolesárová se convierta en un ejemplo de gran atractivo humano y
espiritual. Me dirijo especialmente a vosotros, queridos jóvenes, para
recordaros que la Iglesia tiene gran confianza en vosotros, pone en
vosotros la esperanza de un florecimiento de la comunidad cristiana y de
la renovación de la sociedad. Para vosotros, el Papa Francisco ha
convocado un Sínodo para responder a vuestras expectativas de una
Iglesia más auténtica y más evangélica. Lo necesitamos. Siguiendo el
ejemplo y con la intercesión de la beata Anna, esforzaos por vivir el
Evangelio con alegría todos los días, tanto en las situaciones fáciles
como en las difíciles. La beata Anna nos enseña que vale la pena
sacrificar todo por el Señor, sin ceder nunca a compromisos con la
propia conciencia.
Sabed superar las dificultades de la vida y tratad de mantener vuestro
corazón puro, es decir, lleno de amor, siempre en una actitud de dar y
atento a las necesidades de los demás, especialmente de los débiles y
necesitados. Aceptad en vuestro corazón la Palabra de Jesús y dejaos
moldear por ella: solo Jesús puede enseñarnos a amar verdaderamente,
porque Él mismo es Amor. No tengáis miedo de vosotros mismos, de los
sentimientos y también de las tentaciones que puedan presentarse. El
perdón de Cristo ayuda a reanudar el camino con valentía, también
después de cada caída. Su amor misericordioso sana cada corazón herido y
lo llena de verdadera alegría para ser testigos auténticos del reino de
Dios en el mundo. Que el testimonio de Anna, mártir de la castidad,
también os aliente a vosotros, parejas casadas, a vivir la belleza de
una unión indisoluble y fiel. Con el bien se supera todo mal y con
Cristo se supera toda crisis matrimonial.
Queridos hermanos y hermanas, el mayor bien que podemos tener en la
vida es nuestra relación con Dios. Mirando el martirio de la joven Anna,
hija de esta querida tierra y de esta Iglesia, recemos para que
nuestros corazones puedan apegarse a los tesoros de las virtudes
cristianas e ir cada día en busca de la perla más preciosa, que es Dios.
Defendamos la pureza de nuestros corazones para ser bendecidos y poder
ver a Dios algún día.
Digamos juntos: ¡Beata Anna, ruega por nosotros!