Cracovia, POLONIA, julio 28 de 2016 (VIS).- El recuerdo de San Juan Pablo II y su sueño de un nuevo humanismo
europeo, de una Europa que respirase con dos pulmones, con una
civilización común que hunde sus raíces en el cristianismo abrieron el
primer discurso pronunciado ayer por el Papa FRANCISCO en tierra polaca ante
el Presidente de la República y los representantes del mundo político y
cultural en el Wawel, uno de los lugares más significativos de Polonia.
El Pontífice subrayó también la importancia de la memoria, de la memoria
“buena” que favorece la toma de conciencia y el respeto de la identidad
propia y de los demás de la que el pueblo polaco ha sabido dar muestra
en su reciente historia e invitó a la nación a mirar con esperanza al
futuro y a las cuestiones que ha de afrontar, entre las que se
encuentran la facilitación del regreso de sus emigrantes y la
disponibilidad a acoger a los que, en cambio, huyen de las guerras y del
hambre.
“Es la primera vez que visito la Europa centro-oriental y me alegra
comenzar por Polonia, que ha tenido entre sus hijos al inolvidable San
Juan Pablo II, creador y promotor de las Jornadas Mundiales de la
Juventud –dijo FRANCISCO- A él le gustaba hablar de una Europa
que respira con dos pulmones: el sueño de un nuevo humanismo europeo
está animado por el aliento creativo y armonioso de estos dos pulmones y
por la civilización común que tiene sus raíces más sólidas en el
cristianismo”.
“El pueblo polaco se caracteriza por la memoria”, señaló recordando
después que siempre le había impresionado “el agudo sentido de la
historia del Papa Juan Pablo II” que “cuando hablaba de los pueblos
partía de su historia para resaltar sus tesoros de humanidad y
espiritualidad”. “La conciencia de identidad, libre de complejos de
superioridad –añadió- es esencial para organizar una comunidad
nacional basada en su patrimonio humano, social, político, económico y
religioso, para inspirar a la sociedad y la cultura, manteniéndolas fiel
a la tradición y, al mismo tiempo, abiertas a la renovación y al
futuro. En esta perspectiva, han celebrado recientemente el 1050
aniversario del Bautismo de Polonia. Ha sido ciertamente un momento
intenso de unidad nacional, confirmando cómo la concordia, aun en la
diversidad de opiniones, es el camino seguro para lograr el bien común
de todo el pueblo polaco”.
“También la cooperación fructífera en el ámbito internacional y la
consideración recíproca maduran mediante la toma de conciencia y el
respeto de la identidad propia y de los demás. No puede haber diálogo si
cada uno no parte de su propia identidad –advirtió el Pontífice-
En la vida cotidiana de cada persona, como en la de cada sociedad, hay,
sin embargo, dos tipos de memoria: labuena y la mala, la positiva y la
negativa. La memoria buena es la que nos muestra la Biblia en el
Magnificat, el cántico de María que alaba al Señor y su obra de
salvación. En cambio, la memoria negativa es la que fija obsesivamente
la atención de la mente y del corazón en el mal, sobre todo el cometido
por otros. Al mirar vuestra historia reciente, doy gracias a Dios porque
habéis sabido hacer prevalecer la memoria buena: por ejemplo,
celebrando los 50 años del perdón ofrecido y recibido recíprocamente
entre el episcopado polaco y el alemán tras la Segunda Guerra Mundial.
La iniciativa, que implicó inicialmente a las comunidades eclesiales,
desencadenó también un proceso social, político, cultural y religioso
irreversible, cambiando la historia de las relaciones entre los dos
pueblos. En este sentido, recordemos también la Declaración conjunta
entre la Iglesia Católica en Polonia y la ortodoxa de Moscú: un gesto
que dio inicio a un proceso de acercamiento y hermandad, no sólo entre
las dos Iglesias, sino también entre los dos pueblos”.
“La noble nación polaca muestra así cómo se puede hacer crecer la
memoria buena y dejar de lado la mala. Para esto se requiere una firme
esperanza y confianza en Aquel que guía los destinos de los pueblos,
abre las puertas cerradas, convierte las dificultades en oportunidades y
crea nuevos escenarios allí donde parecía imposible. Lo atestiguan
precisamente las vicisitudes históricas de Polonia: después de la
tormenta y de la oscuridad, vuestro pueblo, recobrada ya su dignidad, ha
podido cantar, como los israelitas al regresar de Babilonia: «Nos
parecía soñar: [...] Nuestra boca se llenaba de risas, la lengua de
cantares».El ser conscientes del camino recorrido, y la alegría por las
metas logradas, dan fuerza y serenidad para afrontar los retos del
momento, que requieren el valor de la verdad y un constante compromiso
ético, para que los procesos decisionales y operativos, así como las
relaciones humanas, sean siempre respetuosos de la dignidad de la
persona. Todas las actividades están implicadas: la economía, la
relación con el medio ambiente y el modo mismo de gestionar el complejo
fenómeno de la emigración”.
“Esto último requiere un suplemento de sabiduría y misericordia para superar los temores y hacer el mayor bien posible –observó el Santo Padre-
Se han de identificar las causas de la emigración en Polonia, dando
facilidades a los que desean regresar. Al mismo tiempo, hace falta
disponibilidad para acoger a los que huyen de las guerras y del hambre;
solidaridad con los que están privados de sus derechos fundamentales,
incluido el de profesar libremente y con seguridad la propia fe. También
se deben solicitar colaboraciones y sinergias internacionales para
encontrar soluciones a los conflictos y las guerras, que obligan a
muchas personas a abandonar sus hogares y su patria. Se trata, pues, de
hacer todo lo posible por aliviar sus sufrimientos, sin cansarse de
trabajar con inteligencia y continuidad por la justicia y la paz, dando
testimonio con los hechos de los valores humanos y cristianos”.
A la luz de su historia milenaria, el Papa invitó a la nación polaca
“a mirar con esperanza hacia el futuro y a las cuestiones que ha de
afrontar”. “Esta actitud –afirmó- favorece un clima de respeto
entre todos los componentes de la sociedad, y un diálogo constructivo
entre las diferentes posiciones; además, crea mejores condiciones para
un crecimiento civil, económico e incluso demográfico, fomentando la
confianza de ofrecer una buena vida a sus hijos. En efecto, ellos no
sólo deberán afrontar problemas, sino que disfrutarán de la belleza de
la creación, del bien que podamos hacer y difundir, de la esperanza que
sepamos infundirles. De este modo, serán aún más eficaces las políticas
sociales en favor de la familia, el primer y fundamental núcleo de la
sociedad, para apoyar a las más débiles y las más pobres, y ayudarlas en
la acogida responsable de la vida. La vida siempre ha de ser acogida y
protegida —ambas cosas juntas: acogida y protegida— desde la concepción
hasta la muerte natural, y todos estamos llamados a respetarla y
cuidarla. Por otro lado, es responsabilidad del Estado, de la Iglesia y
de la sociedad acompañar y ayudar concretamente quienquiera que se
encuentre en situación de grave dificultad, para que nunca sienta a un
hijo como una carga, sino como un don, y no se abandone a las personas
más vulnerables y más pobres”.
“Señor Presidente –concluyó- la nación polaca puede contar,
como ha ocurrido a lo largo de su dilatada historia, con la colaboración
de la Iglesia Católica, para que, a la luz de los principios cristianos
que han inspirado y forjado la historia y la identidad de Polonia, sepa
avanzar en su camino en las nuevas condiciones históricas, fiel a sus
mejores tradiciones y llenos de confianza y esperanza, incluso en los
momentos más difíciles.Le renuevo mi agradecimiento y expreso, a usted y
a todos los presentes, mis mejores deseos de un sereno y provechoso
servicio al bien común. Que Nuestra Señora de Częstochowa bendiga y
proteja a Polonia”.