Esta mañana, XXX domingo del tiempo ordinario, a las 10:00 horas, en la Basílica Vaticana, el Papa FRANCISCO ha celebrado la Santa Misa con motivo de la clausura de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema "Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional ". Al final de la celebración eucarística, antes de la bendición del Pontífice, Su Eminencia, el Cardenal Lorenzo Baldisseri, Secretario General del Sínodo de los Obispos, leyó la Carta de los Padres sinodales a los jóvenes al final del Sínodo.
Texto de la homilía pronunciada por el Santo Padre después de la proclamación del Evangelio y el texto de la Carta de los Padres sinodales a los jóvenes.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo, 28 de octubre de 2018
El episodio que hemos escuchado es el último que narra el evangelista
Marcos sobre el ministerio itinerante de Jesús, quien poco después
entrará en Jerusalén para morir y resucitar. Bartimeo es, por lo tanto,
el último que sigue a Jesús en el camino: de ser un mendigo al borde de
la vía en Jericó, se convierte en un discípulo que va con los demás a
Jerusalén. Nosotros también hemos caminado juntos, hemos “hecho sínodo” y
ahora este evangelio sella tres pasos fundamentales para el camino de la fe.
En primer lugar, nos fijamos en Bartimeo: su nombre significa “hijo
de Timeo”. Y el texto lo especifica: «El hijo de Timeo, Bartimeo» (Mc
10,46). Pero, mientras el Evangelio lo reafirma, surge una paradoja: el
padre está ausente. Bartimeo yace solo junto al camino, lejos de casa y
sin un padre: no es alguien amado sino abandonado. Es ciego y no tiene
quien lo escuche; y cuando quería hablar lo hacían callar. Jesús escucha su grito.
Y cuando lo encuentra le deja hablar. No era difícil adivinar lo que
Bartimeo le habría pedido: es evidente que un ciego lo que quiere es
tener o recuperar su vista. Pero Jesús no es expeditivo, da tiempo a la
escucha. Este es el primer paso para facilitar el camino de la fe: escuchar. Es el apostolado del oído: escuchar, antes de hablar.
Por el contrario, muchos de los que estaban con Jesús imprecaban a
Bartimeo para que se callara (cf. v. 48). Para estos discípulos, el
necesitado era una molestia en el camino, un imprevisto en el programa
predeterminado. Preferían sus tiempos a los del Maestro, sus palabras en
lugar de escuchar a los demás: seguían a Jesús, pero lo que tenían en
mente eran sus propios planes. Es un peligro del que tenemos que
prevenirnos siempre. Para Jesús, en cambio, el grito del que pide ayuda
no es algo molesto que dificulta el camino, sino una pregunta vital.
¡Qué importante es para nosotros escuchar la vida! Los hijos del Padre
celestial escuchan a sus hermanos: no las murmuraciones inútiles, sino
las necesidades del prójimo. Escuchar con amor, con paciencia, como hace
Dios con nosotros, con nuestras oraciones a menudo repetitivas. Dios
nunca se cansa, siempre se alegra cuando lo buscamos. Pidamos también
nosotros la gracia de un corazón dócil para escuchar. Me gustaría
decirles a los jóvenes, en nombre de todos nosotros, adultos:
disculpadnos si a menudo no os hemos escuchado; si, en lugar de abrir
vuestro corazón, os hemos llenado los oídos. Como Iglesia de Jesús
deseamos escucharos con amor, seguros de dos cosas: que vuestra vida es
preciosa ante Dios, porque Dios es joven y ama a los jóvenes; y que
vuestra vida también es preciosa para nosotros, más aún, es necesaria
para seguir adelante.
Después de la escucha, un segundo paso para acompañar el camino de fe: hacerse prójimos.
Miramos a Jesús, que no delega en alguien de la «multitud» que lo
seguía, sino que se encuentra con Bartimeo en persona. Le dice: «¿Qué
quieres que haga por ti?» (v. 51). Qué quieres: Jesús se identifica con Bartimeo, no prescinde de sus expectativas; que yo haga: hacer, no solo hablar; por ti:
no de acuerdo con ideas preestablecidas para cualquiera, sino para ti,
en tu situación. Así lo hace Dios, implicándose en primera persona con
un amor de predilección por cada uno. Ya en su modo de actuar transmite
su mensaje: así la fe brota en la vida.
La fe pasa por la vida. Cuando la fe se concentra exclusivamente en
las formulaciones doctrinales, se corre el riesgo de hablar solo a la
cabeza, sin tocar el corazón. Y cuando se concentra solo en el hacer,
corre el riesgo de convertirse en moralismo y de reducirse a lo social.
La fe, en cambio, es vida: es vivir el amor de Dios que ha cambiado
nuestra existencia. No podemos ser doctrinalistas o activistas; estamos llamados a realizar la obra de Dios al modo de Dios, en la proximidad:
unidos a él, en comunión entre nosotros, cercanos a nuestros hermanos.
Proximidad: aquí está el secreto para transmitir el corazón de la fe, no
un aspecto secundario.
Hacerse prójimos es llevar la novedad de Dios a la vida del hermano,
es el antídoto contra la tentación de las recetas preparadas.
Preguntémonos si somos cristianos capaces de ser prójimos, de salir de
nuestros círculos para abrazar a los que “no son de los nuestros” y que
Dios busca ardientemente. Siempre existe esa tentación que se repite
tantas veces en las Escrituras: lavarse las manos. Es lo que hace la
multitud en el Evangelio de hoy, es lo que hizo Caín con Abel, es lo que
hará Pilato con Jesús: lavarse las manos. Nosotros, en cambio, queremos
imitar a Jesús, e igual que él ensuciarnos las manos. Él, el camino
(cf. Jn 14,6), por Bartimeo se ha detenido en el camino. Él, la luz del mundo (cf. Jn
9,5), se ha inclinado sobre un ciego. Reconozcamos que el Señor se ha
ensuciado las manos por cada uno de nosotros, y miremos la cruz y
recomencemos desde allí, del recordarnos que Dios se hizo mi prójimo en
el pecado y la muerte. Se hizo mi prójimo: todo viene de allí. Y cuando
por amor a él también nosotros nos hacemos prójimos, nos convertimos en portadores de nueva vida: no en maestros de todos, no en expertos de lo sagrado, sino en testigos del amor que salva.
Testimoniar es el tercer paso. Fijémonos en los discípulos que
llaman a Bartimeo: no van a él, que mendigaba, con una moneda
tranquilizadora o a dispensar consejos; van en el nombre de Jesús. De
hecho, le dirigen solo tres palabras, todas de Jesús: «Ánimo, levántate,
que te llama» (v. 49). En el resto del Evangelio, solo Jesús dice ánimo, porque solo él resucita el corazón. Solo Jesús dice en el Evangelio levántate, para sanar el espíritu y el cuerpo. Solo Jesús llama,
cambiando la vida del que lo sigue, levantando al que está por el
suelo, llevando la luz de Dios en la oscuridad de la vida. Muchos hijos,
muchos jóvenes, como Bartimeo, buscan una luz en la vida. Buscan un
amor verdadero. Y al igual que Bartimeo que, a pesar de la multitud,
invoca solo a Jesús, también ellos invocan la vida, pero a menudo solo
encuentran promesas falsas y unos pocos que se interesan de verdad por
ellos.
No es cristiano esperar que los hermanos que están en busca llamen a
nuestras puertas; tendremos que ir donde están ellos, no llevándonos a
nosotros mismos, sino a Jesús. Él nos envía, como a aquellos discípulos,
para animar y levantar en su nombre. Él nos envía a decirles a todos:
“Dios te pide que te dejes amar por él”. Cuántas veces, en lugar de este
mensaje liberador de salvación, nos hemos llevado a nosotros mismos,
nuestras “recetas”, nuestras “etiquetas” en la Iglesia. Cuántas veces,
en vez de hacer nuestras las palabras del Señor, hemos hecho pasar
nuestras ideas por palabra suya. Cuántas veces la gente siente más el
peso de nuestras instituciones que la presencia amiga de Jesús. Entonces
pasamos por una ONG, por una organización paraestatal, no por la
comunidad de los salvados que viven la alegría del Señor.
Escuchar, hacerse prójimos, testimoniar. El camino de fe termina en
el Evangelio de una manera hermosa y sorprendente, con Jesús que dice:
«Anda, tu fe te ha salvado» (v. 52). Y, sin embargo, Bartimeo no hizo
profesiones de fe, no hizo ninguna obra; solo pidió compasión. Sentirse
necesitados de salvación es el comienzo de la fe. Es el camino más
directo para encontrar a Jesús. La fe que salvó a Bartimeo no estaba en
la claridad de sus ideas sobre Dios, sino en buscarlo, en querer
encontrarlo. La fe es una cuestión de encuentro, no de teoría. En el
encuentro Jesús pasa, en el encuentro palpita el corazón de la Iglesia.
Entonces, lo que será eficaz es nuestro testimonio de vida, no nuestros
sermones.
Y a todos vosotros que habéis participado en este “caminar juntos”,
os agradezco vuestro testimonio. Hemos trabajado en comunión y con
franqueza, con el deseo de servir a Dios y a su pueblo. Que el Señor
bendiga nuestros pasos, para que podamos escuchar a los jóvenes,
hacernos prójimos suyos y testimoniarles la alegría de nuestra vida:
Jesús.
Link:
http://w2.vatican.va/content/francesco/es/events/event.dir.html/content/vaticanevents/es/2018/10/28/messa-conclusione-sinodo.html
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Carta de los Padres Sinodales a los jóvenes
Nos dirigimos a vosotros, jóvenes del mundo, nosotros como padres sinodales, con una palabra de esperanza, de confianza, de consuelo. En estos días hemos estado reunidos para escuchar la voz de Jesús, “el Cristo eternamente joven” y reconocer en Él vuestras muchas voces, vuestros gritos de alegría, los lamentos, los silencios.
Conocemos vuestras búsquedas interiores, vuestras alegrías y esperanzas, los dolores y las angustias que os inquietan. Deseamos que ahora podáis escuchar una palabra nuestra: queremos ayudaros en vuestras alegrías para que vuestras esperanzas se transformen en ideales. Estamos seguro que estáis dispuestos a entregaros con vuestras ganas de vivir para que vuestros sueños se hagan realidad en vuestra existencia y en la historia humana.
Que nuestras debilidades no os desanimen, que la fragilidad y los pecados no sean la causa de perder vuestra confianza. La Iglesia es vuestra madre, no os abandona y está dispuesta a acompañaros por caminos nuevos, por las alturas donde el viento del Espíritu sopla con más fuerza, haciendo desaparecer las nieblas de la indiferencia, de la superficialidad, del desánimo.
Cuando el mundo, que Dios ha amado tanto hasta darle a su Hijo Jesús, se fija en las cosas, en el éxito inmediato, en el placer y aplasta a los más débiles, vosotros debéis ayudarle a levantar la mirada hacia el amor, la belleza, la verdad, la justicia.
Durante un mes hemos caminado juntamente con algunos de vosotros y con muchos otros unidos por la oración y el afecto. Deseamos continuar ahora el camino en cada lugar de la tierra donde el Señor Jesús nos envía como discípulos misioneros.
La Iglesia y el mundo tienen necesidad urgente de vuestro entusiasmo. Hacéos compañeros de camino de los más débiles, de los pobres, de los heridos por la vida.
Sois el presente, sed el futuro más luminoso.
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