LA MISA MATUTINA TRANSMITIDA EN DIRECTO
DESDE LA CAPILLA DE LA CASA SANTA MARTA
DESDE LA CAPILLA DE LA CASA SANTA MARTA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
"El pueblo de Dios sigue a Jesús y no se cansa"
Sábado, 28 de marzo de 2020
Introducción a la Misa
En estos días, en algunas partes del mundo, se han evidenciado
—algunas consecuencias— de la pandemia; una de ellas es el hambre. Se
comienza a ver gente que tiene hambre, porque no pueden trabajar, no
tenían un trabajo fijo y por muchas circunstancias. Ya estamos empezando
a ver el “después”, que vendrá más tarde pero comienza ahora. Rezamos
por las familias que empiezan a sentir la necesidad debido a la pandemia.
Homilía
“Y cada uno regresó a su casa” (Jn 7,53): después de la
discusión y todo esto, cada uno volvió a sus convicciones. Hay una
ruptura en el pueblo: el pueblo que sigue a Jesús lo escucha —no se da
cuenta de cuánto tiempo pasa escuchándolo, porque la Palabra de Jesús
entra en sus corazones— y el grupo de doctores de la Ley que a priori
rechazan a Jesús porque no obra según la ley, según ellos. Son dos
grupos de personas. El pueblo que ama a Jesús, lo sigue y el grupo de
intelectuales de la Ley, los líderes de Israel, los líderes del pueblo.
Se ve claramente cuando “los guardias volvieron donde los sumos
sacerdotes y éstos les preguntaron: “¿Por qué no lo habéis traído?”, y
respondieron los guardias: “Nunca un hombre ha hablado así”. Pero los
fariseos les respondieron: “¿Vosotros también os habéis dejado engañar?
¿Acaso ha creído en él algún líder de los fariseos? Pero esa gente que
no conoce la Ley son unos malditos” (Jn 7, 45—49). Este grupo de
doctores de la Ley, la élite, siente desprecio por Jesús.
Pero también,
desprecian al pueblo, “esa gente”, que es ignorante, que no sabe nada.
El santo pueblo fiel de Dios cree en Jesús, lo sigue, y este pequeño
grupo de élite, los Doctores de la Ley, se separa del pueblo y no recibe
a Jesús. ¿Pero cómo es posible, si estos eran ilustres, inteligentes,
habían estudiado? Tenían un gran defecto: habían perdido la memoria de
su pertenencia a un pueblo.
El pueblo de Dios sigue a Jesús... no pueden explicar por
qué, pero lo sigue y llega al corazón, y no se cansa. Pensemos en el día
de la multiplicación de los panes: pasaron todo el día con Jesús, hasta
el punto de que los apóstoles le dicen a Jesús: “Despide a la gente
para que vayan a comprar algo para comer” (cf. Mc 6,36). Incluso
los apóstoles guardaban distancia, no lo consideraban, no los
despreciaban, pero no los consideraban al pueblo de Dios. “Que vayan a
comer”. La respuesta de Jesús: “Dadles vosotros de comer” (cf. Mc 6,37). Los devuelve al pueblo.
Esta ruptura entre la élite de los líderes religiosos y el pueblo es
una tragedia que viene de lejos. Pensemos también, en el Antiguo
Testamento, en la actitud de los hijos de Elí en el templo: se servían
del pueblo de Dios; y si el pueblo iba a cumplir la Ley, alguno de ellos
un poco ateo, decía: “Son supersticiosos”. Desprecio hacia el pueblo.
El desprecio hacia la gente que “no es educada como nosotros que hemos
estudiado, que sabemos...”. En cambio, el pueblo de Dios tiene una gran
gracia: su sentido del olfato. El olfato de saber dónde está el
Espíritu. Es un pecador, como nosotros: es un pecador. Pero posee ese
olfato para conocer los caminos de la salvación.
El problema de las élites, de los clérigos de élite como estos, es
que habían perdido la memoria de su pertenencia al pueblo de Dios; se
habían vuelto sofisticados, pasaron a otra clase social, se sintieron
líderes. Es el clericalismo, que ya existía. “¿Pero cómo es que —he oído
en estos días—, cómo es que estas monjas, estos sacerdotes que están
sanos van donde los pobres a alimentarlos, y pueden contagiarse con el
coronavirus? ¡Pero dígale a la madre superiora que no deje salir a las
monjas, dígale al obispo que no deje salir a los sacerdotes! ¡Son para
los sacramentos! ¡Que provea el gobierno a darles de comer!”. De eso se
habla en estos días: el mismo argumento. “Es gente de segunda clase:
nosotros somos la clase dirigente, no debemos ensuciarnos las manos con
los pobres”.
Muchas veces pienso: son buenas personas —sacerdotes, monjas— que no
tienen el valor de ir a servir a los pobres. Falta algo. Lo que le
faltaba a esta gente, a los doctores de la ley. Perdieron su memoria,
perdieron lo que Jesús sentía en su corazón: que eran parte de su
pueblo. Han perdido la memoria de lo que Dios le dijo a David: “Te saqué
de la grey”. Han perdido la memoria de ser parte de la grey.
Y estos, cada uno regresó a su casa (cf. Jn 7,53). Una
ruptura. Nicodemo, que algo intuía —era un hombre inquieto, quizás no
muy valiente, demasiado diplomático, pero inquieto— había hablado con
Jesús, pero..., era fiel en lo podía; trata de mediar y citando la Ley,
dice: “¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y
sin saber lo que hace?” (Jn 7, 51). Le respondieron, pero no
contestaron a la pregunta sobre la Ley: “¿También tú eres de Galilea?
Estudia —eres un ignorante— y verás que de Galilea no sale ningún
profeta” (Jn 7,52). Y así terminaron la historia.
Pensemos también hoy en tantos hombres y mujeres cualificados para el
servicio de Dios que son buenos y van a servir al pueblo; tantos
sacerdotes que no se separan del pueblo. Anteayer recibí una fotografía
de un sacerdote, un párroco de montaña, de muchos pequeños pueblos, en
un lugar donde nieva, y con la nieve llevaba la custodia a los pequeños
pueblos para dar la bendición. No le importaba la nieve, no le importaba
el ardor que el frío le hacía sentir en sus manos en contacto con el
metal del ostensorio: sólo le importaba llevar a Jesús a la gente.
Pensemos, cada uno de nosotros, de qué lado estamos, si estamos en el
medio, un poco indecisos, si estamos con el sentimiento del pueblo de
Dios, el pueblo fiel de Dios que no puede fallar: tienen esa infallibilitas in credendo.
Y pensemos en la élite que se separa del pueblo de Dios, en ese
clericalismo. Y quizás el consejo que Pablo da a su discípulo, el
obispo, el joven obispo, Timoteo, nos sirva a todos: “Acuérdate de tu
madre y de tu abuela” (cf. 2 Tim 1,5) Acuérdate de tu madre y de
tu abuela. Si Pablo aconsejó esto fue porque conocía bien el peligro al
que conducía este sentido de élite en nuestro liderazgo.
Oración para recibir la comunión espiritual:
Las personas que no pueden recibir la comunión por la distancia hacen ahora la comunión espiritual.
A tus pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento
de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante tu santa
Presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía,
y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma. Esperando
la dicha de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a
mí, puesto que yo vengo a ti, ¡oh mi Jesús!, y que tu amor inflame todo
mi ser en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo. Así
sea.









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