“La persona humana debe ser el objetivo de cualquier y de toda acción humanitaria -añadió- Esto trasciende la política y es absolutamente indispensable, incluso, y sobre todo, en casos de desastres y conflictos. En nuestro mundo altamente interconectado, el uso de la fuerza y de los conflictos armados afectan, de diferentes maneras, a todas las naciones y los pueblos. Nadie está a salvo. Una cultura del diálogo y la cooperación debería ser la norma para hacer frente a las dificultades del mundo. La fuerte dependencia de la intervención militar y de las políticas económicas egoístas es miope, contraproducente y nunca la solución adecuada para estos desafíos”.
“El genocidio, los ataques deliberados contra civiles, el rapto y la violación de mujeres y niños, la destrucción del patrimonio cultural son sin duda el veneno de pensamientos criminales, pero tales ideas comienzan en los corazones y mentes humanas -advirtió el Cardenal- Por lo tanto, para prevenirlas es necesaria la educación y los cambios en los modelos formativos que inculquen el respeto a la persona humana, especialmente las más débiles y frágiles. Los líderes políticos tienen una responsabilidad especial para traducirla en acciones y políticas concretas”.
“La prevención de los conflictos armados es posible. No es un sueño, ni una ilusión. Las regiones que disfrutan de paz, seguridad y la ausencia de conflictos armados son prueba de esta afirmación. En los momentos importantes de la historia, los grandes líderes han tomado decisiones proféticas, basadas en un sentido de la profundidad y el valor de la dignidad de la persona humana. Al hacerlo, han ofrecido a sus naciones la oportunidad de construir comunidades inclusivas y duraderas, y han allanado el camino hacia un futuro mejor para todos. La Santa Sede -reiteró el Secretario de Estado al final de su discurso- está haciendo su parte para construir una fraternidad real y concreta, entre los pueblos y las naciones”.