“Para Jesús el rechazo de la violencia puede comportar también la renuncia a un derecho legítimo y da algunos ejemplos: poner la otra mejilla, entregar el vestido o el dinero propios, aceptar otros sacrificios. Pero esta renuncia no significa que las exigencias de la justicia se ignoren o se rechazen; al contrario, el amor cristiano, que se manifiesta de modo especial en la misericordia, representa una realización superior de la justicia. Lo que Jesús quiere enseñarnos –subrayó FRANCISCO – es la neta distinción que debemos hacer entre la justicia y la venganza… La venganza nunca es justa. Se nos consiente pedir justicia; es nuestro deber practicar la justicia. Se nos prohibe, en cambio, vengarnos o fomentar de cualquier manera la venganza, en cuanto es expresión del odio y de la violencia”.
Jesús “no quiere proponer un nuevo orden civil, sino más bien el mandamiento del amor al prójimo, que comprende también el amor a los enemigos: “Amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persiguen”. Y esto no es fácil. No hay que entender esas palabras como una aprobación del mal hecho por el enemigo, sino como invitación a una perspectiva superior, a una perspectiva magnánima, semejante a la del Padre celestial, que – dice Jesús – “hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos”. También el enemigo es una persona humana, creada como tal a imagen de Dios, aunque en el presente esta imagen se haya ofuscado por una conducta indigna”.
“Cuando hablamos de “enemigos” no debemos pensar en quien sabe cuáles personas diversas y lejanas de nosotros – aclaró el Papa – Hablamos también de nosotros mismos, que podemos entrar en conflicto con nuestro prójimo, a veces con nuestros familiares. Cuantas enemistades en la familia, ¡cuántas! Pensémoslo. Enemigos son también los que hablan mal de nosotros, los que nos calumnian y nos hacen daño. Y no es fácil digerirlo. A todos ellos estamos llamados a responder con el bien, que también tiene sus estrategias, inspiradas en el amor”.
¡Que la Virgen María – concluyó – nos ayude a seguir a Jesús en este camino exigente, que de verdad exalta la dignidad humana y nos hace vivir como hijos de nuestro Padre que está en los cielos!. Que nos ayude a practicar la paciencia, el diálogo, el perdón, y a ser así artesanos de comunión, artesanos de fraternidad en nuestra vida cotidiana, sobre todo en nuestra familia”.