CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 21 de febrero de 2017).- El Santo Padre FRANCISCO ha recibido esta mañana en el Aula Pablo VI a los
participantes en la VI edición del Foro Internacional sobre Migraciones
y Paz, cuyo tema este año es “Integración y desarrollo: de la reacción a
la acción”. El Foro está organizado por el Dicasterio para el Servicio
del Desarrollo Humano Integral, el Scalabrini International Migration
Network (SIMN) y la Fundación Konrad Adenauer. El objetivo del Forum
es favorecer una colaboración innovadora entre organismos
gubernamentales, internacionales y organizaciones de la sociedad civil
para poner a punto políticas y programas que atañen a las dos
dimensiones principaes de la emigración: la integración de los migrantes
y refugiados en los países que los acogen y la promoción de programas
de desarrollo en los países de origen de los flujos migratorios.
Reproducimos a contiuación el discurso pronunciado por el Papa:
“Extiendo a cada uno de vosotros mi cordial saludo, con sincero
agradecimiento por vuestro valioso trabajo. Agradezco al arzobispo
Tomasi sus amables palabras y su intervención al Dr. Pöttering;
También estoy agradecido por los tres testimonios, que representan en
vivo el tema de este Foro: "Integración y Desarrollo: de la reacción a
la acción". Efectivamente no es posible leer los retos de los
movimientos migratorios contemporáneos y de la construcción de la paz,
sin incluir el binomio "desarrollo e integración" : con este fin he
creado el Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral dentro
del cual una sección se ocupa específicamente de cuanto concierne a
los migrantes, los refugiados y las víctimas de la trata.
Las migraciones, en sus diversas formas, ciertamente no son un fenómeno
nuevo en la historia humana. Han marcado profundamente cada época,
favoreciendo el encuentro de los pueblos y el nacimiento de nuevas
civilizaciones. En su esencia, la migración es una expresión del anhelo
intrínseco a la felicidad propio del ser humano, felicidad que hay que
buscar y conseguir. Para nosotros los cristianos, toda la vida terrestre
es un itinerar hacia la patria celeste.
El inicio de este tercer milenio está fuertemente caracterizado por los
movimientos migratorios que, en términos de origen, de tránsito y de
destino, interesan prácticamente a todos los rincones de la tierra.
Desafortunadamente, en la mayoría de los casos, se trata de
desplazamientos forzados causado por los conflictos, los desastres
naturales, las persecuciones, el cambio climático, la violencia, la
pobreza extrema y las condiciones de vida indignas: "Es impresionante el
número de personas que emigra de un continente a otro, así como de
aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias
zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el
más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los
tiempos."(Mensaje para la 100ª Jornada Mundial del emigrante y del refugiado, 5 de Agosto de 2013)
Frente a este complejo escenario, siento que debo expresar una
preocupación especial sobre la naturaleza forzada de muchos flujos
migratorios contemporáneos, que aumenta los desafíos para la comunidad
política, la sociedad civil y la Iglesia y exige respuestas todavía
más urgentes, coordinadas y eficaces.
Nuestra respuesta común se podría articular en torno a cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar.
Acoger. "Hay un tipo de rechazo que nos afecta a todos, que nos
lleva a no ver al prójimo como a un hermano al que acoger, sino a
dejarlo fuera de nuestro horizonte personal de vida, a transformarlo más
bien en un adversario, en un súbdito al que dominar”. (Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, 12 de Enero de 2015).
Frente a este tipo de rechazo, enraizado en última instancia en el
egoísmo y amplificada por demagogias populistas, se necesita un cambio
de actitud, para superar la indiferencia y anteponer a los temores una
actitud generosa de acogida con los que llaman a nuestras puertas. Para
aquellos que huyen de terribles guerras y persecuciones, a menudo
atrapados en las garras de organizaciones criminales sin escrúpulos, es
necesario abrir canales humanitarios accesibles y seguros. Una
acogida responsable y digna de estos hermanos y hermanas comienza desde
su primer acomodo en espacios adecuados y decentes. Las grandes
concentraciones de los solicitantes de asilo y de los refugiados no han
dado resultados positivos, y han generado, en cambio, nuevas
situaciones de vulnerabilidad y de malestar. Los programas de acogida
difusa, que ya se realizan en diferentes lugares, parecen facilitar, por
el contrario, el encuentro personal, permitir una mejor calidad de los
servicios y ofrecer mayores garantías de éxito.
Proteger. Mi predecesor, el Papa Benedicto, puso en evidencia
que la experiencia de la migración a menudo hace que las personas sean
más vulnerables a la explotación, el abuso y la violencia. (Cf. BENEDICTO XVI, Mensaje para la 92 Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, el 18 de octubre de 2005) Hablamos
de millones de trabajadores migrantes - y entre éstos especialmente
aquellos en situación irregular -, de refugiados y solicitantes de
asilo, de víctimas de la trata. La defensa de sus derechos inalienables,
la garantía de sus libertades fundamentales y el respeto de su dignidad
son tareas de la que nadie puede estar exento. Proteger a estos
hermanos y hermanas es un imperativo moral que se traduce en la adopción
de instrumentos jurídicos, nacionales e internacionales, claros y
pertinentes; tomando decisiones políticas justas y con visión de
futuro; prefiriendo procesos constructivos, tal vez más lentos, en vez
de resultados que devuelvan un consenso inmediato; implementando
programas oportunos y de humanización en la lucha contra los
"traficantes de carne humana" que se enriquecen con las desgracias de
los demás; coordinando los esfuerzos de todos los actores, entre los
cuales, estad seguros, estará siempre la Iglesia.
Promover. Proteger no es suficiente, es necesario promover el
desarrollo humano integral de los migrantes, refugiados y personas
desplazadas, que "se lleva a cabo mediante el cuidado de los
inconmensurables bienes de la justicia, la paz y la protección de la
creación". ( Lett. Ap. en forma de motu proprio Humanam progressionem 17 de agosto de 2016). El desarrollo, de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia, (Cf. Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 373-374),
es un derecho innegable de cada ser humano. Como tal, debe ser
garantizado asegurando las condiciones necesarias para su ejercicio,
tanto en el ámbito individual como en el social, dando a todos la
igualdad de acceso a los bienes básicos y ofreciendo posibilidades de
elección y de crecimiento. También aquí es necesaria una acción
coordinada y previsora de todas las fuerzas en juego: desde la comunidad
política a la sociedad civil, desde las organizaciones internacionales a
las instituciones religiosas. La promoción humana de los migrantes y
sus familias comienza a partir de la comunidad de origen, donde se debe
garantizar, junto con el derecho a poder emigrar, también el derecho a no deber emigrar, ( Cf. BENEDICTO XVI, Mensaje para la 99ª Jornada Mundial de los Emigrantes y Refugiados 12 de octubre de 2012),es
decir, el derecho de encontrar en la patria las condiciones que
permitan una realización digna de la existencia. Con este fin, se deben
alentar los esfuerzos que conducen a la realización de programas de
cooperación internacional libres de intereses partidarios y de
desarrollo transnacional en que los migrantes están involucrados como
protagonistas.
Integrar. La integración, que no es ni asimilación ni
incorporación, es un proceso bidireccional, que se basa esencialmente
en el reconocimiento recíproco de la riqueza cultural del otro: no es
la superposición de una cultura sobre otra, ni tampoco el aislamiento
mutuo, con el riesgo de una tan nefasta como peligrosa "guetización".
Por cuanto concierne a los que llegan y no deben cerrarse a la cultura
y las tradiciones del país de acogida, respetando sus leyes en primer
lugar, jamas debe descuidarse la dimensión familiar del proceso de
integración: por eso me siento obligado a reiterar la necesidad,
destacada en repetidas ocasiones por el Magisterio, (Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones, 15 de agosto de 1986)
de políticas que promuevan la reagrupación familiar. Con respecto a las
poblaciones autóctonas, se las debe ayudar, sensibilizándolas
adecuadamente y preparándolas de manera positiva a los procesos de
integración, que no siempre son simple e inmediatos, pero siempre son
esenciales e indispensables para el futuro. Para ello también
necesitamos programas específicos que fomenten el encuentro
significativo con el otro. Para la comunidad cristiana, además, la
integración pacífica de personas de diferentes culturas es, de alguna
manera, también eun reflejo de su catolicidad, ya que la unidad que no
anula la diversidad étnica y cultural es una dimensión de la vida de la
Iglesia, que en el Espíritu de Pentecostés está abierta a todos y a
todos quiere abrazar. ( Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones 5 de agosto de 1987).
Creo que conjugar estos cuatro verbos en la primera persona del
singular y la primera persona del plural, represente hoy un deber, un
deber con nuestros hermanos y hermanas que, por diferentes razones,
están obligados a abandonar su lugar de origen: un deber de justicia, de civilización y solidaridad.
En primer lugar, un deber de justicia. Ya no son sostenibles
las inaceptables desigualdades económicas que impiden poner en práctica
el principio del destino universal de los bienes de la tierra. Todos
estamos llamados a emprender procesos de compartición respetuosa,
responsable e inspirada por los dictados de la justicia distributiva.
"Es necesario encontrar los modos para que todos se puedan beneficiar de
los frutos de la tierra, no sólo para evitar que se amplíe la brecha
entre quien más tiene y quien se tiene que conformar con las migajas,
sino también, y sobre todo, por una exigencia de justicia, de equidad y
de respeto hacia el ser humano" (Mensaje para la 47ª Jornada Mundial de la Paz, 8 de diciembre de 2013, 9).Un
pequeño grupo de individuos no puede controlar la mitad de los
recursos mundiales. Pueblos enteros y personas no pueden tener solamente
el derecho de recoger las migajas. Y nadie puede sentirse tranquilo y
aliviado de los imperativos morales que se derivan de la
corresponsabilidad en la gestión del planeta, una responsabilidad
compartida, como ha reafirmado en varias ocasiones la comunidad
política internacional, así como el Magisterio. (Cf.Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 9; 163; 189; 406.)Esta
corresponsabilidad debe interpretarse según el principio de
subsidiariedad "que otorga libertad para el desarrollo de las
capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo tiempo exige
más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder" (Lett. Enc. Laudato si '196)
.Hacer justicia significa también reconciliar la historia con el
presente globalizado, sin perpetuar lógicas de explotación de las
personas y territorios, basadas en el uso más cínica del mercado, para
aumentar el bienestar de unos pocos. Como afirmaba el Papa Benedicto, el
proceso de descolonización se ha retrasado ", tanto por nuevas formas
de colonialismo y dependencia de antiguos y nuevos países hegemónicos,
como por graves irresponsabilidades internas en los propios países que
se han independizado”. (BENEDICTO XVI, Lett Enc.. Caritas in veritate, 33). A todo esto hay que poner remedio.
En segundo lugar, existe el deber de civilidad. Nuestro
compromiso a favor de los migrantes, los refugiados y las personas
desplazadas es una aplicación de los principios y valores de la
hospitalidad y fraternidad que constituyen un patrimonio común de
humanidad y sabiduría. Estos principios y valores han sido
codificados históricamente en la Declaración Universal de Derechos
Humanos, en una serie de convenios y acuerdos internacionales. "Todo
emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos
fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en
cualquier situación”. (Ibid. 62). Hoy más que nunca es necesario
reafirmar la centralidad de la persona humana, sin permitir que
condiciones contingentes o accesorios, a como incluso el necesario
cumplimiento de los requisitos burocráticos o administrativos, ofusquen
su dignidad esencial. Como afirmaba San Juan Pablo II, "la condición de
irregularidad legal no permite menoscabar la dignidad del emigrante, el
cual tiene derechos inalienables, que no pueden violarse ni
desconocerse." (Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de las Migraciones, 25 de julio de 1995, 2) Por deber de civilidad también debe ser recuperado el valor de la fraternidad, que se basa en la constitución relacional
del ser humano: "la viva conciencia de este carácter relacional nos
lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un
verdadero hermano; sin ella, es imposible la construcción de una
sociedad justa, de una paz estable y duradera" (Mensaje para la 47ª Jornada Mundial de la Paz, 8 de diciembre de 2013, 1).
La fraternidad es la forma más civil de confrontarse con la presencia
del otro, que no amenaza, pero interpela, reafirma y enriquece nuestra
identidad individual .(Cf. BENEDICTO XVI, Discurso a los participantes en la conferencia inter-académica "La identidad cambiante" 28 de enero de 2008).
Hay, por último, un deber de solidaridad. Frente a las
tragedias que " marcan con fuego" las vidas de muchos inmigrantes y
refugiados - guerras, persecuciones, abusos, violencia y muerte - no,
pueden por menos que brotar sentimientos espontáneos de empatía y
compasión. "¿Dónde está tu hermano?" (cfr Gen: 49). Esta pregunta, que
Dios plantea al hombre desde el principio, hoy nos atañe a nosotros
especialmente cuando se refiere a los hermanos y hermanas que emigran:
"Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a
mí, a ti, a cada uno de nosotros." (Homilía en el campo de deportes, "Arena" en Salina, 8 de julio de 2013).
La solidaridad nace precisamente de la capacidad de comprender las
necesidades del hermano y de la hermana en dificultad y de hacerse
cargo. Sobre esto, esencialmente, se basa el valor sagrado de la
hospitalidad, presente en las tradiciones religiosas. Para nosotros los
cristianos, la hospitalidad ofrecida al extranjero necesitado de cobijo
se ofrece a Jesucristo mismo, a través del forastero: "Era forastero y
me acogisteis" (Mt 25:35). Es deber de solidaridad combatir la cultura
del descarte y conceder más atención a los débiles, los pobres y
vulnerables. Para ello, "es necesario un cambio de actitud hacia los
inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y
recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a
la “cultura del rechazo”- a una actitud que ponga como fundamento la
“cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y
fraterno, un mundo mejor. "( Mensaje para la100ª Jornada Mundial del emigrante y el refugiado).
Al final de esta reflexión, permitidme llamar la atención sobre un
grupo particularmente vulnerable entre los migrantes, los refugiados y
las personas desplazadas que estamos llamados a acoger, proteger,
promover e integrar. Me refiero a los niños y adolescentes que se ven
obligados a vivir lejos de su tierra natal y separados de la familia.
Les he dedicado mi reciente Mensaje para la Jornada Mundial del
Emigrante y Refugiado, haciendo hincapié en que "hay que centrarse en la
protección, la integración y en soluciones estables" ( Mensaje para la103ª Jornada Mundial del emigrante y el refugiado). Confío
en que estos dos días de trabajo den abundantes frutos de buenas obras.
Os aseguro mi oración; y por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
Gracias”.