CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 18 de octubre de 2018).- A las 18:00 horas, en la Basílica de San Pedro, el Cardenal Secretario de
Estado, Pietro Parolin, ha presidido la "Misa por la Paz" en la
península de Corea, a la que también asistió el Presidente de la
República de Corea, S.E. Sr. Jae-in Moon.
Sigue la homilía pronunciada por Su Eminencia el Cardenal Pietro Parolin durante la celebración eucarística:
Homilía del Cardenal Secretario de Estado
Señor presidente
Queridos hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
Distinguidas autoridades y miembros del cuerpo diplomático,
Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
El evangelista Juan nos dice que el Señor Jesús, cuando se apareció a
los discípulos por primera vez después de la Resurrección, se dirigió a
ellos con este saludo: "¡La paz con vosotros!" (Jn. 20, 19). Los
discípulos ya habían oído resonar palabras parecidas en la tarde de la
Última Cena, antes de que el Señor se entregara a las manos de sus
perseguidores, aceptando hasta el final el sacrificio de la Cruz por la
salvación del mundo. De hecho, despidiéndose, Jesús, había dicho: "Os dejo la paz, mi paz os doy. No os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde”.
La paz que el Señor ofrece al corazón humano en busca de la verdadera
vida y de la plena alegría es ese misterio espiritual que une el
sacrificio de la Cruz a la potencia renovadora de la Resurrección: "¡Os dejo la paz, mi paz os doy!"
Esta noche, humildemente deseamos elevar nuestra mirada hacia Dios,
hacia Aquél que rige la historia y el destino de la humanidad, e
implorar, una vez más, para todo el mundo el don de la paz. Lo hacemos
rezando en particular para que también en la Península de Corea, después
de tantos años de tensiones y división, por fin resuene plenamente la
palabra paz.
En la primera lectura de esta celebración, hemos escuchado al autor de
Deuteronomio recordar la doble experiencia del pueblo de Israel, la de
la bendición" y la de la "maldición": "Cuando te sucedan todas estas
cosas, la bendición y la maldición que te he propuesto, si las meditas
en tu corazón en medio de todas las naciones, donde el Señor, tu Dios,
te haya arrojado, […] entonces el Señor tu Dios cambiará tu
suerte, tendrá piedad de ti y te reunirá de nuevo de en medio de todos
los pueblos [...] ».
La sabiduría de las Escrituras nos hace comprender que solo aquellos
que han experimentado el inescrutable misterio de la aparente ausencia
de Dios ante el sufrimiento, la opresión y el odio pueden entender
completamente lo que significa escuchar nuevamente resonar la palabra
paz.
Ciertamente, como personas de buena voluntad, todos sabemos que la
paz se construye con las decisiones de cada día, con un compromiso serio
al servicio de la justicia y la solidaridad, con la promoción de los
derechos y la dignidad de la persona humana, y especialmente a través
del cuidado de los más débiles. Pero, para aquellos que creen, la paz es
ante todo un don que viene de las alturas, de Dios mismo. Todavía más,
es la manifestación plena de la presencia de Dios, de Aquel a quien los
Profetas anunciaron como el Príncipe de la Paz.
También sabemos que la paz que proviene de Dios no es una idea
abstracta y distante, sino una experiencia vivida concretamente en el
camino cotidiano de la vida. Es, como el Papa Francisco ha señalado
repetidamente, "una paz en medio de las tribulaciones". Por lo tanto, cuando Jesús promete paz a los discípulos, agrega: "No os la doy como la da el mundo".
Efectivamente, como el Papa reitera, el mundo a menudo "nos anestesia para no dejarnos ver otra realidad de la vida: la cruz".
Esta es la razón por la que la paz que Dios nos ofrece va más allá de
las meras expectativas terrenales, no es el resultado de un simple
compromiso, sino una nueva realidad, que involucra todas las dimensiones
de la vida, incluso aquellas misteriosas de la cruz y de los
sufrimientos inevitables de nuestro peregrinaje terrenal. Por esta
razón, la fe cristiana nos enseña que "una paz sin la cruz no es la paz de Jesús".
El Papa Pablo VI, que tuvimos la alegría de ver canonizado el domingo
pasado en un radiante día de fiesta, convocando por primera vez la
"Jornada Mundial de la Paz", el 1 de enero de 1968, y retomando algunas
frases muy queridas por San Juan XXIII, se dirigía así a los fieles
católicos y a todos los hombres de buena voluntad: "Es necesario siempre
hablar de Paz. Es necesario educar al mundo para que ame la Paz, la
construya y la defienda; contra las premisas de la guerra que renacen
[...] es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las
generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la
verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor”.[1]
Queridos hermanos y hermanas,
Pidamos al Señor la gracia de hacer de la paz una misión auténtica
en el mundo de hoy, confiando en la misteriosa potencia de la cruz de
Cristo y de su resurrección. Con la gracia de Dios, el camino del perdón
se hace posible, la elección de la fraternidad entre los pueblos un
hecho concreto, la paz un horizonte compartido también en la diversidad
de los sujetos que dan vida a la comunidad internacional”.
De este modo, nuestras oraciones por la paz y la reconciliación
llegarán a Dios desde corazones más puros y, por el don de su gracia,
alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos. ". [2]
Amén