CIUDAD DEL VATICANO, 17 de mayo de 2016 (VIS).- ¿Que hace interesante la vida del sacerdote? ¿Cual es el por qué y el
para quien de su servicio? ¿Cual es la última razón de su entrega?.
Estas fueron las preguntas planteadas por el Papa a los Obispos de la
Conferencia Episcopal Italiana (CEI) a quienes encontró ayer tarde con
motivo de la LXIX asamblea de ese organismo inaugurada ayer en el
Vaticano y que concluirá pasado mañana, 19 de mayo.
El hilo conductor de la asamblea es “La renovación del clero” y
FRANCISCO afirmó, desde el principio de su discurso, que no se proponía
ofrecer a los prelados una reflexión sistemática sobre la figura del
sacerdote, sino que les invitaba a acercarse, casi de puntillas, a
cualquiera de los párrocos de sus comunidades, para observar cómo viven
empezando por el contexto cultural “muy diferente de aquel donde dio sus
primeros pasos en el ministerio” porque también en Italia muchas
tradiciones y visiones de la vida han experimentado un cambio profundo.
“Nosotros, que a menudo deploramos esta época con tono amargo y
acusador, también debemos sentir su dureza. En nuestro ministerio,
¿cuántas personas encontramos que sufren por falta de referencias a las
que asirse? ¡cuántas relaciones heridas! -dijo el Papa-
En este contexto, la vida de nuestro sacerdote se vuelve elocuente,
porque es alternativa, diferente. Como Moisés, es uno que se ha acercado
al fuego y dejado que las llamas quemasen sus ambiciones de carrera y
de poder. También ha echado a la hoguera la tentación de considerarse un
"devoto", que se refugia en una intimidad religiosa que tiene muy poco
de espiritual”. Y “no se escandaliza, en cambio, de las fragilidades que
agitan el espíritu humano: consciente de que él también es un
paralítico curado, está tan lejos de la frialdad del rigorista como de
la superficialidad de los que quieren demostrar una condescendencia
barata. Acepta hacerse cargo del otro, sintiéndose partícipe y
responsable de su destino. Con el aceite de la esperanza y del consuelo,
se hace prójimo de cada uno, compartiendo... sus sufrimientos y ya que
ha aceptado que no dispondrá de sí mismo, no tiene una agenda que
defender, sino que da su tiempo todas las mañanas al Señor para que la
gente lo encuentre y para salir a encontrarla. Por lo tanto, nuestro
sacerdote no es un burócrata o un funcionario anónimo de la institución,
no es un empleado, ni se mueve por criterios de eficiencia”.
Ese sacerdote sabe “que el Amor es todo. No busca seguridad terrenal
ni honores... no exige para sí nada que vaya más allá de sus necesidades
reales, ni se preocupa por vincular a su persona a los que le han
confiado. Su estilo de vida sencillo y esencial, siempre disponible, lo
hace creíble a los ojos de la gente y lo acerca a los humildes, en una
caridad pastoral que nos hace libres y solidarios. Siervo de la vida,
camina con el corazón y el ritmo de los pobres y se enriquece
frecuentándolos. Es un hombre de paz y reconciliación, signo e
instrumento de la ternura de Dios, atento a difundir el bien con la
misma pasión que otros dedican a sus intereses. El secreto de nuestro
sacerdote... se encuentra en esa zarza ardiente que ha marcado con el
fuego su existencia,que la conquista y la conforma a la de Jesucristo,
la verdad última de su vida. Y la relación con El lo custodia,
volviéndolo ajeno a la mundanidad espiritual que corrompe, así como a
cualquier compromiso y mezquindad”.
Después de delinear el perfil del sacerdote, el Santo Padre habló de
quienes son los destinatarios de su servicio, precisando antes que el
presbítero es tal en la medida en que se siente “partícipe de la
Iglesia, de una comunidad concreta con la que comparte el camino. El
pueblo fiel de Dios es el seno del que ha salido, la familia a la que
pertenece, la casa a la que es enviado. Esta pertenencia común, que
fluye desde el bautismo es el aire que libra de una autorreferencia que
aísla y aprisiona”, puntualizó FRANCISCO, citando la frase del Obispo
Helder Cámara “Cuando tu barca empiece a echar raíces en la quietud del
muelle, sal mar adentro”. “Ante todo- prosiguió- no porque tengas una
misión que cumplir, sino porque estructuralmente eres un misionero, ya
que en el encuentro con Jesús has sentido la plenitud de la vida y
deseas con todo su ser que otros se reconozcan en El”.
El que vive por el Evangelio, entra así “en un intercambio virtuoso:
el pastor se convierte y se confirma por la fe sencilla del pueblo santo
de Dios, con el que trabaja y en cuyo corazón vive. Esta pertenencia es
la sal de la vida del sacerdote, hace que su característica distintiva
sea la comunión vivida con los laicos en relaciones que saben cómo
valorar la participación de cada uno. En esta época nuestra, pobre de
amistad social, nuestra primera tarea es construir la comunidad”. Y, del
mismo modo, para el sacerdote es clave “encontrarse en el cenáculo del
presbiterio. Esta experiencia... libera del narcisismo y de los celos
clericales, incrementa la estima, el apoyo y la benevolencia recíprocas y
favorece una comunión no sólo sacramental o jurídica, sino fraternal y
concreta.... La comunión es realmente uno de los nombres de la
Misericordia”.
El Papa observó a continuación que la reflexión sobre la renovación
de la comunidad religiosa que está llevando a cabo la CEI también
incluye el capítulo dedicado a la gestión de las estructuras y los
bienes y al respecto afirmó: “En un enfoque evangélico, evitad el fardo
de una pastoral de conservación, que obstaculiza la apertura a la
perenne novedad del Espíritu. Mantened sólo lo que pueda servir para la
experiencia de fe y de caridad del pueblo de Dios”.
En conclusión, FRANCISCO planteó la cuestión de cuál era la última
razón de la entrega del sacerdote imaginado, señalando que había mucha
tristeza en los que en la vida se quedaban siempre a mitad, “con el pie
levantado, y calculan, sopesan, no se arriesgan por miedo a
perderse... Son los más infelices. En cambio, nuestro sacerdote, con sus
limitaciones, es uno que se la juega hasta el final: en las condiciones
concretas en las que la vida y el ministerio lo han puesto, se ofrece
con gratuidad, con humildad y alegría. Aun cuando nadie parezca darse
cuenta. Incluso cuando intuye que, humanamente, quizá nadie le
agradecerá lo suficiente su entrega sin medida. Pero el es uno - no
puede evitarlo- que ama la tierra y sabe que cada mañana la visita la
presencia de Dios. Es un hombre de Pascua, de la mirada dirigida al
Reino, hacia el que se siente que la historia humana camina, a pesar de
los retrasos, las sombras y las contradicciones. El Reino - la visión
que Jesús tiene del hombre - es su alegría, el horizonte que le permite
relativizar el resto... de permanecer libre de las ilusiones y el
pesimismo, de custodiar la paz en el corazón y difundirla con sus
gestos, sus palabras y sus actitudes”.
“He delineado la triple pertenencia que nos constituye -finalizó el
Papa- pertenencia al Señor, a la Iglesia, al Reino. Hay que proteger y
difundir este tesoro en vasijas de barro Sentid hasta el fondo esta
responsabilidad y haceros cargo con paciencia y disponibilidad de tiempo,
de las manos y del corazón”.