(24-26 DE JUNIO DE 2016)

Viernes 24 de junio de 2016
PALABRAS DEL SANTO PADRE
DURANTE EL VUELO ROMA-EREVÁN
DURANTE EL VUELO ROMA-EREVÁN
Viernes 24 de junio de 2016
Padre Lombardi:
Santo Padre, sea bienvenido entre nosotros. Le presentamos nuestro
saludo como comunidad “volante” de sus amigos y colaboradores
periodistas. Como es habitual en estos viajes, somos un poco más de 70
periodistas; representamos, como siempre, a muchos países y a diferentes
medios de comunicación. Nos dicen que en Armenia hay acreditados más de
600 periodistas, que nos esperan allá, para completar el trabajo sobre
la marcha. Sabemos que durante el vuelo de regreso tendrá con nosotros
la acostumbrada conferencia de preguntas y respuestas; también en esa
ocasión procederemos como se hace siempre, pero ahora esperamos poder
darle la mano y saludarlo. Pero creo que esta mañana todos nosotros,
como periodistas, tenemos en mente dos preguntas sobre las que
quisiéramos que usted nos dijera algo. Luego, lo dejamos en paz hasta el
vuelo de regreso.
Las dos preguntas son: Una, la primera, que hace referencia a su
continente, es decir a la buena noticia que tuvimos ayer de Colombia,
sobre el avance del proceso de paz allí, en Colombia; y la segunda, con
la que nos levantamos esta mañana, que se refiere en cambio al
continente europeo y al resultado del referéndum sobre la Brexit. Si pudiera decirnos algo acerca de estas dos cuestiones, lo dejamos después saludar con calma.
Papa FRANCISCO:
Buenos días a todos y gracias, muchas gracias por su compañía y por
su trabajo. Muchas gracias. Pido disculpas por tener que darle la
espalda a algunos, aunque dicen que los ángeles no tienen espalda.
Sobre la primera pregunta, me siento muy feliz por la noticia que me
llegó ayer. Son más de cincuenta años de guerra, de guerrilla, de tanta
sangre derramada. Es una hermosa noticia y espero que los países que han
trabajado para conseguir la paz y que garantizan que ese proceso
avance, lo “blinden”, hasta el punto de que sea imposible volver otra
vez, por ningún motivo interno o externo, a un estado de guerra. Van mis
mejores deseos para Colombia, que está dando ahora este paso.
Con respecto a la segunda pregunta, supe del resultado final del
referéndum aquí en el avión, pues cuando salí de casa sólo le di una
mirada a Il Messaggero, que aún no mencionaba nada definitivo. Es
la voluntad expresada por el pueblo, y nos pide a todos nosotros actuar
con gran responsabilidad para garantizar el bien del pueblo del Reino
Unido y también el bien y la convivencia de todo el continente europeo.
Así lo espero.
Muchas gracias. Nos veremos de nuevo en el viaje de regreso. Gracias, muchas gracias de nuevo.
Padre Lombardi:
Gracias, muchas gracias Santidad.
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VISITA DE ORACIÓN A LA CATEDRAL APOSTÓLICA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Echmiadzín
Viernes 24 de junio de 2016
Viernes 24 de junio de 2016
Patriarca Supremo y Catholicós de Todos los Armenios,
Estimados hermanos y hermanas en Cristo
Crucé con emoción el umbral de este lugar sagrado, testigo de la historia de vuestro pueblo, centro que irradia su espiritualidad; y considero un don precioso de Dios el poder acercarme al santo altar desde el cual se difunde la luz de Cristo en Armenia. Saludo al Catholicós de Todos los Armenios, Su Santidad Karekin II, a quien le agradezco de corazón la grata invitación a visitar Santa Etchmiadzin, a los arzobispos y a los obispos de la Iglesia Apostólica Armenia, y doy las gracias a todos por la cordial y alegre bienvenida que me han deparado. Gracias, Santidad, por haberme acogido en su casa; este elocuente signo de amor dice, mucho más que las palabras, lo que significa la amistad y la caridad fraterna.
En esta solemne ocasión, doy gracias a Dios por la luz de la fe encendida en vuestra tierra, la fe que confirió a Armenia su identidad peculiar y la hizo mensajera de Cristo entre las naciones. Cristo es vuestra gloria, vuestra luz, el sol que os ha iluminado y dado una nueva vida, que os ha acompañado y sostenido, especialmente en los momentos de mayor prueba. Me inclino ante la misericordia del Señor, que ha querido que Armenia se convirtiese en la primera nación, desde el año 301, en acoger el cristianismo como su religión, en un tiempo en el que todavía arreciaban las persecuciones en el Imperio Romano.
La fe en Cristo no ha sido para Armenia como un vestido que se puede poner o quitar en función de las circunstancias o conveniencias, sino una realidad constitutiva de su propia identidad, un don de gran valor que se debe recibir con alegría, y custodiar con atención y fortaleza, a precio de la misma vida. Como escribió San Juan Pablo II, «Con el “bautismo” de la comunidad armenia, [...] nació una identidad nueva del pueblo, que llegaría a ser parte constitutiva e inseparable del mismo ser armenio. Desde entonces ya no será posible pensar que, entre los componentes de esa identidad, no figure la fe en Cristo, como constitutivo esencial» (Carta. ap. En el XVII centenario del bautismo del pueblo armenio, 2 febrero 2001, 2). Que el Señor os bendiga por este testimonio luminoso de fe, que muestra de manera ejemplar la poderosa eficacia y fecundidad del bautismo recibido hace más de mil setecientos años con el signo elocuente y santo del martirio, que ha sido un elemento constante en la historia de vuestro pueblo.
Doy gracias al Señor por el camino que la Iglesia católica y la Iglesia Apostólica Armenia han recorrido a través de un diálogo sincero y fraterno, con el fin de llegar a compartir plenamente la mesa eucarística. Que el Espíritu Santo nos ayude a realizar esa unidad por la cual pidió Nuestro Señor, para que sus discípulos sean uno y el mundo crea. Me es grato recordar aquí el impulso decisivo dado a la intensificación de las relaciones y al fortalecimiento del diálogo entre nuestras dos iglesias en los últimos tiempos por Su Santidad Vasken I y Karekin I, San Juan Pablo II y Benedicto XVI. Entre las etapas particularmente significativas de este compromiso ecuménico, recuerdo la conmemoración de los testigos de la fe del siglo XX, en el contexto del Gran Jubileo del año 2000; la entrega a vuestra Santidad de la reliquia del Padre de la Armenia cristiana, San Gregorio el Iluminador, para la nueva catedral de Ereván; la Declaración Conjunta de Su Santidad Juan Pablo II y de Vuestra Santidad, firmada precisamente aquí, en Santa Etchmiadzin; y las visitas que Vuestra Santidad ha hecho al Vaticano con motivo de grandes eventos y conmemoraciones.
El mundo, desgraciadamente, está marcado por las divisiones y los conflictos, así como por formas graves de pobreza material y espiritual, incluida la explotación de las personas, incluso de niños y ancianos, y espera de los cristianos un testimonio de mutua estima y cooperación fraterna, que haga brillar ante toda conciencia el poder y la verdad de la resurrección de Cristo. El compromiso paciente y renovado hacia la plena unidad, la intensificación de las iniciativas comunes y la colaboración entre todos los discípulos del Señor con vistas al bien común, son como luz brillante en una noche oscura, y una llamada a vivir también las diferencias en la caridad y en la mutua comprensión. El espíritu ecuménico adquiere un valor ejemplar, incluso fuera de los límites visibles de la comunidad eclesial, y representa para todos una fuerte llamada a componer las divergencias mediante el diálogo y la valorización de lo que une. Esto impide también la instrumentalización y la manipulación de la fe, porque obliga a redescubrir las genuinas raíces, a comunicar, defender y propagar la verdad en el respeto de la dignidad de todo ser humano y con modos que trasparenten la presencia de ese amor y de aquella salvación, que se quiere difundir. Se ofrece de este modo al mundo —que tiene necesidad urgente de ello— un convincente testimonio de que Cristo está vivo y operante, capaz de abrir siempre nuevas vías de reconciliación entre las naciones, las civilizaciones y las religiones. Se confirma y se hace creíble que Dios es amor y misericordia.
Queridos hermanos, cuando nuestro actuar está inspirado y movido por la fuerza del amor de Cristo, crece el conocimiento y la estima recíproca, se crean mejores condiciones para un camino ecuménico fructífero y, al mismo tiempo, se muestra a todas las personas de buena voluntad, y a toda la sociedad, una vía concreta y factible para armonizar los conflictos que desgarran la vida civil y producen divisiones difíciles de sanar. Que Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de María Santísima, san Gregorio el Iluminador, «Columna de Luz de la Santa Iglesia de los Armenios», y san Gregorio de Narek, Doctor de la Iglesia, os bendiga a todos y a toda la Nación armenia, y la guarde siempre en la fe que ha recibido de los padres y que gloriosamente ha testimoniado a lo largo de los siglos.
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ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES CIVILES Y CON EL CUERPO DIPLOMÁTICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Palacio Presidencial
Viernes 24 de junio de 2016
Viernes 24 de junio de 2016
Señor Presidente,
Excelentísimas Autoridades,
Ilustrísimos miembros del Cuerpo Diplomático,
Señoras y señores:
Es para mí un motivo de gran alegría estar aquí y pisar el suelo de esta tierra armenia tan querida; visitar un pueblo de ricas y antiguas tradiciones, que ha testimoniado valientemente su fe, que ha sufrido mucho, pero que siempre ha vuelto a renacer.
«Nuestro cielo turquesa, el agua limpia, el lago de luz, el sol en verano y en invierno el fiero bóreas, [...] la piedra de los milenios, [...] los libros grabados con el estilo, que se convierten en oración» (Yeghishe Charents, Oda a Armenia). Estas son algunas de las impresionantes imágenes que un ilustre poeta vuestro nos ofrece para entender la profundidad de la historia y la belleza de la naturaleza de Armenia. En pocas palabras se expresa el eco y la hondura de la experiencia gloriosa y dramática de un pueblo y su conmovedor amor por la patria.
Señor Presidente, le agradezco vivamente sus gentiles palabras de bienvenida, que me ha dirigido en nombre del Gobierno y de los habitantes de Armenia, así como su amable invitación que me consiente devolverle la visita que usted realizó el año pasado al Vaticano, cuando participó en la solemne celebración en la Basílica de San Pedro, junto con Su Santidad Karekin II, Patriarca Supremo y Catholicós de Todos los Armenios, y Aram I, Catholicós de la Gran Casa de Cilicia, y Su Beatitud Nerses Bedros XIX, Patriarca de Cilicia de los Armenios, recientemente desaparecido. En aquella ocasión se recordó el centenario del Metz Yeghérn, el «Gran Mal», que azotó a vuestro pueblo y causó la muerte de una gran multitud de personas. Aquella tragedia, aquel genocidio, por desgracia, inauguró la triste lista de las terribles catástrofes del siglo pasado, causadas por aberrantes motivos raciales, ideológicos o religiosos, que cegaron la mente de los verdugos hasta el punto de proponerse como objetivo la aniquilación de poblaciones enteras. Es muy triste que, sea en este caso como en los otros dos, las grandes potencias miraban hacia otro lado.
Rindo homenaje al pueblo armenio, que, iluminado por la luz del Evangelio incluso en los momentos más trágicos de su historia, siempre ha encontrado en la cruz y en la resurrección de Cristo la fuerza para levantarse de nuevo y reemprender el camino con dignidad. Esto revela la profundidad de las raíces de su fe cristiana y el inmenso tesoro de consuelo y de esperanza que contiene. Teniendo ante los ojos los terribles efectos que en el siglo pasado causaron el odio, los prejuicios y el deseo desenfrenado de poder, espero sinceramente que la humanidad sea capaz de aprender de esas trágicas experiencias a actuar con responsabilidad y sabiduría para evitar el peligro de volver a caer en tales horrores. Que todos multipliquen sus esfuerzos para que en las disputas internacionales prevalezca siempre el diálogo, la búsqueda constante y auténtica de la paz, la cooperación entre los Estados y el compromiso inquebrantable de las organizaciones internacionales para crear un clima de confianza que favorezca el logro de acuerdos permanentes, que miren hacia el futuro.
La Iglesia Católica desea cooperar activamente con todos los que se preocupan por el destino de la humanidad y el respeto de los derechos humanos, para que en el mundo prevalezcan los valores espirituales, desenmascarando a todos los que desfiguran su sentido y su belleza. A este respecto, es vital que todos los que confiesan su fe en Dios unan sus fuerzas para aislar a quien se sirva de la religión para llevar a cabo proyectos de guerra, de opresión y de persecución violenta, instrumentalizando y manipulando el santo nombre Dios.
En la actualidad, igual e incluso tal vez más que en la época de los primeros mártires, los cristianos son discriminados y perseguidos en algunos lugares por el mero hecho de profesar su fe, mientras que en diversas zonas del mundo no se encuentra solución satisfactoria a muchos conflictos, causando dolor, destrucción y el desplazamiento forzado de poblaciones enteras. Es indispensable, por tanto, que los responsables del destino de las naciones pongan en marcha, con valor y sin demora, iniciativas dirigidas a poner fin a este sufrimiento, y que tengan como objetivo primario la búsqueda de la paz, la defensa y la acogida de los que son objeto de ataques y persecuciones, la promoción de la justicia y de un desarrollo sostenible. El pueblo armenio ha experimentado estas situaciones en primera persona; conoce el sufrimiento y el dolor, conoce la persecución; conserva en su memoria, no sólo las heridas del pasado, sino también el espíritu que le ha permitido empezar siempre de nuevo. Así pues, yo lo animo a no dejar de ofrecer su valiosa colaboración a la comunidad internacional.
Este año se cumple el 25 aniversario de la independencia de Armenia. Es un evento para alegrarse y una ocasión para rememorar lo conseguido y proponerse nuevas metas. Las celebraciones por este feliz aniversario serán mucho más significativas si se convierten para todos los armenios, en la Patria y en la diáspora, en un momento especial para reunir y coordinar las energías, con el fin de promover un desarrollo civil y social del País, justo e inclusivo. Se trata de vigilar constantemente para que no se dejen de cumplir los imperativos morales de una justicia igual para todos y de solidaridad con los más débiles y desfavorecidos (cf. Juan Pablo II, Discurso de despedida de Armenia, 27 septiembre 2001). La historia de vuestro país está unida a su identidad cristiana, custodiada durante siglos. Esta identidad cristiana, en vez de ser un obstáculo para una sana laicidad del Estado, más bien la reclama y la alimenta, favoreciendo participación ciudadana de todos los miembros de la sociedad, la libertad religiosa y el respeto a las minorías. La cohesión de todos los armenios, y el creciente esfuerzo por encontrar caminos que ayuden a superar las tensiones con algunos países vecinos, harán que sea más fácil lograr estos importantes objetivos, inaugurando para Armenia una época de auténtico renacimiento.
La Iglesia Católica, por su parte, a pesar de estar presente en el país con recursos humanos limitados, se complace en ofrecer su contribución al crecimiento de la sociedad, sobre todo con su actividad orientada hacia los más débiles y los más pobres, en el campo sanitario y educativo, y concretamente en el de la caridad, como lo demuestra el trabajo realizado desde hace veinticinco años por el hospital «Redemptoris Mater», en Ashotzk, las actividades del Instituto educativo a Ereván, las iniciativas de Caritas Armenia y las obras gestionadas por las Congregaciones religiosas.
Dios bendiga y proteja a Armenia, tierra iluminada por la fe, por el valor de los mártires, por la esperanza, que es más fuerte que cualquier sufrimiento.
Sábado 25 de junio de 2016
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Gyumri, Plaza Vartanants
Sábado 25 de junio de 2016
Sábado 25 de junio de 2016
«Reconstruirán sobre ruinas antiguas […] renovarán ciudades devastadas» (Is 61,4).
En estos lugares, queridos hermanos y hermanas, podemos decir que se
han cumplido las palabras del profeta Isaías que hemos escuchado.
Después de la terrible devastación del terremoto, estamos hoy aquí para
dar gracias a Dios por todo lo que ha sido reconstruido.
Pero también podríamos preguntarnos: ¿Qué es lo que el Señor quiere que construyamos hoy en la vida?, y ante todo: ¿Sobre qué cimiento quiere que construyamos nuestras vidas? Quisiera responder a estas preguntas proponiendo tres bases estables sobre las que edificar y reconstruir incansablemente la vida cristiana.
La primera base es la memoria. Una gracia que tenemos que
pedir es la de saber recuperar la memoria, la memoria de lo que el Señor
ha hecho en nosotros y por nosotros: recordar que, como dice el
Evangelio de hoy, él no nos ha olvidado, sino que se «acuerda» (cf. Lc
1,72) de nosotros: nos ha elegido, amado, llamado y perdonado; hay
momentos importantes de nuestra historia personal de amor con él que
debemos reavivar con la mente y el corazón. Pero hay también otra
memoria que se ha de custodiar: la memoria del pueblo. Los pueblos, en
efecto, tienen una memoria, como las personas. Y la memoria de vuestro
pueblo es muy antigua y valiosa. En vuestras voces resuenan la de los
santos sabios del pasado; en vuestras palabras se oye el eco del que ha
creado vuestro alfabeto con el fin de anunciar la Palabra de Dios; en
vuestros cantos se mezclan los llantos y las alegrías de vuestra
historia. Pensando en todo esto, podéis reconocer sin duda la presencia
de Dios: él no os ha dejado solos. Incluso en medio de tremendas
dificultades, podríamos decir con el Evangelio de hoy que el Señor ha
visitado a su pueblo (cf. Lc 1,68): se ha acordado de vuestra
fidelidad al Evangelio, de las primicias de vuestra fe, de todos los que
han dado testimonio, aun a costa de la sangre, de que el amor de Dios
vale más que la vida (cf. Sal 63,4). Qué bueno es recordar con
gratitud que la fe cristiana se ha convertido en el aliento de vuestro
pueblo y el corazón de su memoria.
La fe es también la esperanza para vuestro futuro, la luz en
el camino de la vida, y es la segunda base de la que quisiera hablaros.
Existe siempre un peligro que puede ensombrecer la luz de la fe: es la
tentación de considerarla como algo del pasado, como algo importante,
pero perteneciente a otra época, como si la fe fuera un libro miniado
para conservar en un museo. Sin embargo, si se la relega a los anales de
la historia, la fe pierde su fuerza transformadora, su intensa belleza,
su apertura positiva a todos. La fe, en cambio, nace y renace en el
encuentro vivificante con Jesús, en la experiencia de su misericordia
que ilumina todas las situaciones de la vida. Es bueno que revivamos
todos los días este encuentro vivo con el Señor. Nos vendrá bien leer la
Palabra de Dios y abrirnos a su amor en el silencio de la oración. Nos
vendrá bien dejar que el encuentro con la ternura del Señor ilumine el
corazón de alegría: una alegría más fuerte que la tristeza, una alegría
que resiste incluso ante el dolor, transformándose en paz. Todo esto
renueva la vida, que se vuelva libre y dócil a las sorpresas, lista y
disponible para el Señor y para los demás. También puede suceder que
Jesús llame para seguirlo más de cerca, para entregar la vida por él y
por los hermanos: cuando os invite, especialmente a vosotros jóvenes, no
tengáis miedo, dadle vuestro «sí». Él nos conoce, nos ama de verdad, y
desea liberar nuestro corazón del peso del miedo y del orgullo.
Dejándole entrar, seremos capaces de irradiar amor. De esta manera,
podréis dar continuación a vuestra gran historia de evangelización, que
la Iglesia y el mundo necesitan en esta época difícil, pero que es
también tiempo de misericordia.
La tercera base, después de la memoria y de la fe, es el amor misericordioso:
la vida del discípulo de Jesús se basa en esta roca, la roca del amor
recibido de Dios y ofrecido al prójimo. El rostro de la Iglesia se
rejuvenece y se vuelve atractivo viviendo la caridad. El amor concreto
es la tarjeta de visita del cristiano: otras formas de presentarse son
engañosas e incluso inútiles, porque todos conocerán que somos sus
discípulos si nos amamos unos a otros (cf. Jn 13,35). Estamos
llamados ante todo a construir y reconstruir, sin desfallecer, caminos
de comunión, a construir puentes de unión y superar las barreras que
separan. Que los creyentes den siempre ejemplo, colaborando entre ellos
con respeto mutuo y con diálogo, a sabiendas de que «la única
competición posible entre los discípulos del Señor es buscar quién es
capaz de ofrecer el amor más grande» (Juan Pablo II, Homilía, 27 septiembre 2001).
El profeta Isaías, en la primera lectura, nos ha recordado que el
espíritu del Señor está siempre con el que lleva la buena noticia a los
pobres, cura los corazones desgarrados y consuela a los afligidos (cf.
61,1-2). Dios habita en el corazón del que ama; Dios habita donde se
ama, especialmente donde se atiende, con fuerza y compasión, a los
débiles y a los pobres. Hay mucha necesidad de esto: se necesitan
cristianos que no se dejen abatir por el cansancio y no se desanimen
ante la adversidad, sino que estén disponibles y abiertos, dispuestos a
servir; se necesitan hombres de buena voluntad, que con hechos y no sólo
con palabras ayuden a los hermanos y hermanas en dificultad; se
necesitan sociedades más justas, en las que cada uno tenga una vida
digna y ante todo un trabajo justamente retribuido.
Tal vez podríamos preguntarnos: ¿Cómo se puede ser misericordiosos
con todos los defectos y miserias que cada uno ve dentro de sí y a su
alrededor? Quiero fijarme en el ejemplo concreto de un gran heraldo de
la misericordia divina, cuya figura he querido resaltar declarándolo
Doctor de la Iglesia universal: san Gregorio de Narek, palabra y voz de
Armenia. Nadie como él ha sabido penetrar en el abismo de miseria que
puede anidar en el corazón humano. Sin embargo, él ha puesto siempre en
relación las miserias humanas con la misericordia de Dios, elevando una
súplica insistente hecha de lágrimas y confianza en el Señor, «dador de
los dones, bondad por naturaleza […], voz de consolación, noticia de
consuelo, impulso de gozo, […] ternura inigualable, misericordia
desbordante, […] beso salvífico» (Libro de las Lamentaciones, 3,1), con la seguridad de que «la luz de [su] misericordia nunca será oscurecida por las tinieblas de la rabia» (ibíd., 16,1). Gregorio de Narek es un maestro de vida, porque nos enseña que lo más importante es reconocerse necesitados de misericordia
y después, frente a la miseria y las heridas que vemos, no encerrarnos
en nosotros mismos, sino abrirnos con sinceridad y confianza al Señor,
«Dios cercano, ternura de bondad» (ibíd., 17,2), «lleno de amor por el hombre, […] fuego que consume los abrojos del pecado» (ibíd., 16,2).
Por último, me gustaría invocar con sus palabras la misericordia
divina y el don de no cansarse nunca de amar: Espíritu Santo, «poderoso
protector, intercesor y pacificador, te dirigimos nuestras súplicas
[...] Concédenos la gracia de animarnos a la caridad y a las buenas
obras [...] Espíritu de mansedumbre, de compasión, de amor al hombre y
de misericordia, [...] tú que eres todo misericordia, [...] ten piedad
de nosotros, Señor Dios nuestro, según tu gran misericordia» (Himno de Pentecostés).
Al final de esta celebración, deseo expresar vivo agradecimiento al
Catholicós Karekin II y al Arzobispo Minassian por las amables palabras
que me han dirigido, así como al Patriarca Ghabroyan y a los obispos
presentes, a los sacerdotes y a las autoridades que nos han recibido.
Doy las gracias a todos los que habéis participado, viniendo a Gyumri
incluso de diferentes regiones y de la vecina Georgia. Quisiera saludar
en particular a los que con tanta generosidad y amor concreto ayudan a
los necesitados. Pienso especialmente en el hospital de Ashotsk,
inaugurado hace veinticinco años, y conocido como el «Hospital del
Papa»: nacido del corazón de San Juan Pablo II, sigue siendo una
presencia muy importante y cercana a los que sufren; pienso en las obras
que llevan a cabo la comunidad católica local, las Hermanas Armenias de
la Inmaculada Concepción y las Misioneras de la Caridad de la beata
Madre Teresa de Calcuta.
Que la Virgen María, nuestra Madre, os acompañe siempre y guíe los pasos de todos en el camino de la fraternidad y de la paz.
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ENCUENTRO ECUMÉNICO Y ORACIÓN POR LA PAZ
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Ereván, Plaza de la República
Sábado 25 de junio de 2016
Sábado 25 de junio de 2016
Venerado y querido hermano,
Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios,
Señor Presidente,
Queridos hermanos y hermanas
Patriarca supremo y Catholicós de todos los armenios,
Señor Presidente,
Queridos hermanos y hermanas
La bendición y la paz de Dios estén con todos vosotros.
Mucho he deseado visitar esta querida tierra, vuestro País que fue
el primero en abrazar la fe cristiana. Es una gracia para mí encontrarme
en estas montañas, donde, bajo la mirada del monte Ararat, también el
silencio parece que nos habla; donde los khatchkar —las cruces de
piedra— narran una historia única, impregnada de fe sólida y
sufrimiento enorme, una historia rica de grandes testigos del Evangelio,
de los que sois herederos. He venido como peregrino desde Roma para
encontrarme con vosotros y para manifestaros un sentimiento que brota
desde la profundidad del corazón: es el afecto de vuestro hermano, es el
abrazo fraterno de toda la Iglesia Católica, que os quiere y que está
cerca de vosotros.
En los años pasados, se han intensificado, gracias a Dios, las
visitas y los encuentros entre nuestras Iglesias, siendo siempre muy
cordiales y con frecuencia memorables. La Providencia ha querido que, en
el mismo día en el que se recuerdan los santos Apóstoles de Cristo,
estemos juntos nuevamente para reforzar la comunión apostólica entre
nosotros. Estoy muy agradecido a Dios por la «real e íntima unidad»
entre nuestras Iglesias (cf. Juan Pablo II, Celebración ecuménica,
Ereván, 26 septiembre 2001) y os agradezco vuestra fidelidad al
Evangelio, frecuentemente heroica, que es un don inestimable para todos
los cristianos. Nuestro reencuentro no es un intercambio de ideas, sino
un intercambio de dones (cf. Id., Carta enc. Ut unum sint, 28): recojamos lo que el Espíritu ha sembrado en nosotros, como un don para cada uno (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium,
246). Compartamos con gran alegría los muchos pasos de un camino común
que ya está muy avanzado, y miremos verdaderamente con confianza al día
en que, con la ayuda de Dios, estaremos unidos junto al altar del
sacrificio de Cristo, en la plenitud de la comunión eucarística. Hacia
esa meta tan deseada «somos peregrinos, y peregrinamos juntos […] hay
que confiar el corazón al compañero de camino sin recelos, sin
desconfianzas» (ibíd., 244).
En este trayecto nos preceden y acompañan muchos testigos, de modo
particular tantos mártires que han sellado con la sangre la fe común en
Cristo: son nuestras estrellas en el cielo, que resplandecen sobre
nosotros e indican el camino que nos falta por recorrer en la tierra
hacia la comunión plena. Entre los grandes Padres, deseo mencionar al
santo Catholicós Nerses Shnorhali. Él manifestaba un amor grande y
extraordinario por su pueblo y sus tradiciones, y, al mismo tiempo,
estaba abierto a las otras Iglesias, incansable en la búsqueda de la
unidad, deseoso de realizar la voluntad de Cristo: que los creyentes
«sean uno» (Jn 17,21). En efecto, la unidad no es un beneficio
estratégico para buscar mutuos intereses, sino lo que Jesús nos pide y
que depende de nosotros cumplir con buena voluntad y con todas las
fuerzas, para realizar nuestra misión: ofrecer al mundo, con coherencia,
el Evangelio.
Para lograr la unidad necesaria no basta, según san Nerses, la buena
voluntad de alguien en la Iglesia: es indispensable la oración de
todos. Es hermoso estar aquí reunidos para rezar unos por otros, unos con
otros. Y es sobre todo el don de la oración que he venido a pediros
esta tarde. Por mi parte, os aseguro que, al ofrecer el Pan y el Cáliz
en el altar, no dejo de presentar al Señor a la Iglesia de Armenia y a
vuestro querido pueblo.
San Nerses advertía la necesidad de acrecentar el amor recíproco,
porque sólo la caridad es capaz de sanar la memoria y curar las heridas
del pasado: sólo el amor borra los prejuicios y permite reconocer que la
apertura al hermano purifica y mejora las propias convicciones. Para el
santo Catholicós, es esencial imitar en el camino hacia la unidad el
estilo del amor de Cristo, que «siendo rico» (2 Co 8,9), «se humilló a sí mismo» (Flp
2,8). Siguiendo su ejemplo, estamos llamados a tener la valentía de
dejar las convicciones rígidas y los intereses propios, en nombre del
amor que se abaja y se da, en nombre del amor humilde: este es el
aceite bendecido de la vida cristiana, el ungüento espiritual precioso
que cura, fortifica y santifica. «Suplimos las faltas con caridad
unánime», escribía san Nerses (Cartas de Nerses Shnorhali, Catholicós de los Armenios,
Venecia 1873, 316), e incluso —hacía entender— con una particular
dulzura de amor, que ablande la dureza de los corazones de los
cristianos, también de los que a veces están replegados en sí mismos y
en sus propios beneficios. No los cálculos ni los intereses, sino el
amor humilde y generoso atrae la misericordia del Padre, la bendición de
Cristo y la abundancia del Espíritu Santo. Rezando y «amándonos
intensamente unos a otros con corazón puro» (cf. 1 P 1, 22), con
humildad y apertura de ánimo, dispongámonos a recibir el don de la
unidad. Sigamos nuestro camino con determinación, más aún corramos hacia
la plena comunión entre nosotros.
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo» (Jn
14,27). Hemos escuchado estas palabras del Evangelio, que nos disponen a
implorar de Dios esa paz que el mundo tanto se esfuerza por encontrar.
¡Qué grandes son hoy los obstáculos en el camino de la paz y qué
trágicas las consecuencias de las guerras! Pienso en las poblaciones
forzadas a abandonar todo, de modo particular en Oriente Medio, donde
muchos de nuestros hermanos y hermanas sufren violencia y persecución a
causa del odio y de conflictos, fomentados siempre por la plaga de la
proliferación y del comercio de armas, por la tentación de recurrir a la
fuerza y por la falta de respeto a la persona humana, especialmente a
los débiles, a los pobres y a los que piden sólo una vida digna.
No dejo de pensar en las pruebas terribles que vuestro pueblo ha
experimentado: Apenas ha pasado un siglo del “Gran Mal” que se abatió
sobre vosotros. Ese «exterminio terrible y sin sentido» (Saludo al comienzo de la Santa Misa para los fieles de rito armenio,
12 abril 2015), este trágico misterio de iniquidad que vuestro pueblo
ha experimentado en su carne, permanece impreso en la memoria y arde en
el corazón. Quiero reiterar que vuestros sufrimientos nos pertenecen:
«son los sufrimientos de los miembros del Cuerpo místico de Cristo»
(Juan Pablo II, Carta apostólica en ocasión del XVII centenario del bautismo del pueblo armenio,
7); recordarlos no es sólo oportuno, sino necesario: que sean una
advertencia en todo momento, para que el mundo no caiga jamás en la
espiral de horrores semejantes.
Al mismo tiempo, deseo recordar con admiración cómo la fe cristiana,
«incluso en los momentos más trágicos de la historia armenia, ha sido
el estímulo que ha marcado el inicio del renacimiento del pueblo
probado» (ibíd., 276). Esta es vuestra verdadera fuerza, que
permite abrirse a la vía misteriosa e salvífica de la Pascua: las
heridas que permanecen abiertas y que han sido producidas por el odio
feroz e insensato, pueden en cierto modo conformarse a las de Cristo
resucitado, a esas heridas que le fueron infligidas y que tiene impresas
todavía en su carne. Él las mostró gloriosas a los discípulos la noche
de Pascua (cf. Jn 20,20): esas heridas terribles de dolor
padecidas en la cruz, transfiguradas por el amor, son fuente de perdón y
de paz. Del mismo modo, también el dolor más grande, transformado por
el poder salvífico de la cruz, de la cual los Armenios son heraldos y
testigos, puede ser una semilla de paz para el futuro.
La memoria, traspasada por el amor, es capaz de adentrarse por
senderos nuevos y sorprendentes, donde las tramas del odio se
transforman en proyectos de reconciliación, donde se puede esperar en un
futuro mejor para todos, donde son «dichosos los que trabajan por la paz» (Mt
5,9). Hará bien a todos comprometerse para poner las bases de un futuro
que no se deje absorber por la fuerza engañosa de la venganza; un
futuro, donde no nos cansemos jamás de crear las condiciones por la paz:
un trabajo digno para todos, el cuidado de los más necesitados y la
lucha sin tregua contra la corrupción, que tiene que ser erradicada.
Queridos jóvenes , este futuro os pertenece, pero sabiendo
aprovechar la gran sabiduría de vuestros ancianos. Desead ser
constructores de paz: no notarios del status quo, sino promotores
activos de una cultura del encuentro y de la reconciliación. Que Dios
bendiga vuestro futuro y «haga que se retome el camino de reconciliación
entre el pueblo armenio y el pueblo turco, y que la paz brote también
en el Nagorno Karabaj» (Mensaje a los Armenios, 12 abril 2015).
Por último, quiero evocar en esta perspectiva a otro gran testigo y
artífice de la paz de Cristo, san Gregorio de Narek, que he proclamado
Doctor de la Iglesia. Podría ser definido también «Doctor de la paz».
Así escribía en ese extraordinario Libro que me gusta considerar
como la «constitución espiritual del pueblo armenio»: «Recuérdate,
[Señor, …] de los que en la estirpe humana son nuestros enemigos, pero
por el bien de ellos: concede a ellos perdón y misericordia. […] No
extermines a los que me muerden, transfórmalos. Extirpa la viciosa
conducta terrena y planta la buena en mí y en ellos» (Libro de las Lamentaciones, 83, 1-2). Narek, «partícipe profundamente consciente de toda necesidad» (ibíd.,
3,2), ha querido identificarse incluso con los débiles y los pecadores
de todo tiempo y lugar, para interceder en favor de todos (cf. ibíd., 31,3; 32,1; 47,2): se ha hecho «“ofrenda de oración” de todo el mundo» (ibíd.,
28,2). Su solidaridad universal con la humanidad es un gran mensaje
cristiano de paz, un grito vehemente que implora misericordia para
todos. Los armenios, presentes en muchos países y a quienes deseo
abrazar fraternalmente desde aquí, son mensajeros de este deseo de
comunión. Todo el mundo necesita de vuestro mensaje, necesita de vuestra
presencia, necesita de vuestro testimonio más puro. Que la paz esté con
vosotros.
Domingo 26 de junio de 2016
PARTICIPACIÓN EN LA DIVINA LITURGIA EN LA CATEDRAL APOSTÓLICA ARMENIA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Echmiadzín
Domingo 26 de junio de 2016
Domingo 26 de junio de 2016
Santidad,
Queridos Obispos,
Hermanos y hermanas
Queridos Obispos,
Hermanos y hermanas
Al coronar esta visita, que tanto he deseado, y para mí ya
inolvidable, deseo elevar mi agradecimiento al Señor, junto con el gran
himno de alabanza y de acción de gracias que sube de este altar. Vuestra
Santidad me ha abierto en estos días las puertas de su casa y hemos
experimentado «qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos (Sal
133,1). Nos hemos encontrado, nos hemos abrazado fraternalmente, hemos
rezado juntos y compartido los dones, las esperanzas y las
preocupaciones de la Iglesia de Cristo, cuyo corazón oímos latir al
unísono, y en la que creemos y sentimos como una. «Un solo cuerpo
y un solo Espíritu, como una sola es la esperanza [...]. Un Señor, una
fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa
por medio de todos y está en todos» (Ef 4,4-6): con gozo podemos
hacer verdaderamente nuestras estas palabras del apóstol Pablo. Nos
hemos encontrado precisamente en el signo de los santos Apóstoles. Los
santos Bartolomé y Tadeo, que proclamaron por primera vez el Evangelio
en estas tierras, y los santos Pedro y Pablo, que dieron su vida por el
Señor en Roma, y que ahora reinan con Cristo en el cielo, se alegran
ciertamente al ver nuestro afecto y nuestra aspiración concreta a la
plena comunión. Por todo esto doy gracias al Señor, por vosotros y con
vosotros: ¡Gloria a Dios!
En esta Divina Liturgia, el solemne canto del trisagio se ha elevado
al cielo, ensalzando la santidad de Dios; que descienda copiosamente la
bendición del Altísimo sobre la tierra por intercesión de la Madre de
Dios, de los grandes santos y doctores, de los mártires, sobre todo de
tantos mártires que en este lugar habéis canonizados el año pasado. «El
Unigénito que vino aquí» bendiga vuestro camino. Que el Espíritu Santo
haga de los creyentes un solo corazón y una sola alma; que venga a refundarnos en la unidad.
Por eso quisiera invocarlo nuevamente, tomando algunas espléndidas
palabras que han entrado en vuestra Liturgia. Ven, Espíritu, Tú, «que
con gemidos incesantes eres nuestro intercesor ante el Padre
misericordioso, Tú, que velas por los santos y purificas a los
pecadores»; infunde en nosotros tu fuego de amor y unidad, y «que este
fuego diluya los motivos de nuestro escándalo» (Gregorio de Narek, Libro de las Lamentaciones, 33, 5), ante todo, la falta de unidad entre los discípulos de Cristo.
Que la Iglesia Armenia camine en paz, y la comunión entre nosotros
sea plena. Que brote en todos un fuerte anhelo de unidad, una unidad que
no debe ser «ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien
la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno, para
manifestar a todo el mundo el gran misterio de la salvación llevada a
cabo por Cristo, el Señor, por medio del Espíritu Santo» (Palabras al final de la Divina Liturgia, Iglesia patriarcal de San Jorge, Estambul, 30 noviembre 2014).
Acojamos la llamada de los santos, escuchemos la voz de los humildes
y los pobres, de tantas víctimas del odio que sufrieron y sacrificaron
sus vidas a causa de su fe; tengamos el oído abierto a las jóvenes
generaciones, que anhelan un futuro libre de las divisiones del pasado.
Que desde este lugar santo se difunda de nuevo una luz radiante; la de
la fe, que desde san Gregorio, vuestro padre según el Evangelio, ha
iluminado estas tierras, y a ella se una la luz del amor que perdona y
reconcilia.
Así como los Apóstoles en la mañana de Pascua, no obstante las dudas
e incertidumbres, corrieron hasta el lugar de la resurrección atraídos
por el amanecer feliz de una nueva esperanza (cf. Jn 20,3-4), así
también sigamos nosotros en este santo domingo la llamada de Dios a la
comunión plena y apresuremos el paso hacia ella.
Y ahora, Santidad, en nombre de Dios te pido que me bendigas, a mí y
a la Iglesia Católica, que bendigas esta nuestra andadura hacia la
unidad plena.
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FIRMA DE UNA
DECLARACIÓN CONJUNTA
DE SU SANTIDAD FRANCISCO
Y DE SU SANTIDAD KAREKIN II
EN LA SANTA ECHMIADZÍN, REPÚBLICA DE ARMENIA
DE SU SANTIDAD FRANCISCO
Y DE SU SANTIDAD KAREKIN II
EN LA SANTA ECHMIADZÍN, REPÚBLICA DE ARMENIA
Echmiadzín, Palacio Apostólico
Domingo 26 de junio de 2016
Domingo 26 de junio de 2016
Hoy, en la Santa Echmiadzín, centro espiritual de todos los armenios,
nosotros, Papa FRANCISCO y el Catholicós de todos los Armenios Karekin
II, elevamos nuestras mentes y nuestros corazones en acción de gracias
al Todopoderoso por la continua y creciente cercanía en la fe y el amor
entre la Iglesia Apostólica Armenia y la Iglesia Católica, en su
testimonio común del mensaje del Evangelio de la salvación, en un mundo
desgarrado por la guerra y deseoso de consuelo y esperanza. Damos
gracias a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por
permitirnos reunirnos en la tierra bíblica de Ararat, que permanece como
recordatorio de que Dios será siempre nuestra protección y salvación.
Nos sentimos espiritualmente gozosos al recordar como en el año 2001,
con motivo del 1700 aniversario de la proclamación del cristianismo como
religión de Armenia, San Juan Pablo II visitó Armenia
y fue testigo de una nueva página en las relaciones cálidas y
fraternales entre la Iglesia Apostólica Armenia y la Iglesia Católica.
Estamos agradecidos por haber tenido la gracia de reunirnos en una
solemne liturgia en la Basílica de San Pedro, en Roma, el 12 de abril de
2015, donde nos comprometimos en nuestra voluntad de oponernos a toda
forma de discriminación y violencia, y donde conmemoramos a las víctimas
que la Declaración Conjunta de Su Santidad Juan Pablo II y Su Santidad Karekin II
indicó como "el exterminio de un millón y medio de cristianos armenios,
en lo que se conoce generalmente como el primer genocidio del siglo XX"
(27 de septiembre 2001).
Damos gracias al Señor que hoy la fe cristiana es de nuevo una
realidad vibrante en Armenia, y que la Iglesia Armenia lleva a cabo su
misión con un espíritu de colaboración fraterna entre las Iglesias,
sosteniendo a los fieles en la construcción de un mundo de solidaridad,
justicia y paz.
Con inmensa tristeza, sin embargo, somos testigos de la inmensa
tragedia que se desarrolla ante nuestros ojos, en la que un sin número
de personas inocentes están siendo asesinadas, desplazadas o forzadas a
un exilio doloroso e incierto, a causa de los continuos conflictos por
motivos étnicos, económicos, políticos y religiosos en el Medio Oriente y
en otras partes del mundo. Como resultado, minorías religiosas y
étnicas se han convertido en objeto de persecución y tratos crueles,
hasta el punto de que sufrir por la propia creencia religiosa se ha
convertido en una realidad cotidiana. Los mártires pertenecen a todas
las Iglesias y su sufrimiento es un "ecumenismo de la sangre" que
trasciende las divisiones históricas entre los cristianos, y que nos
llama a promover la unidad visible de los discípulos de Cristo. Oramos
juntos, con la intercesión de los santos apóstoles Pedro y Pablo, Tadeo y
Bartolomé, por una conversión del corazón de todos los que cometen este
tipo de delitos y también de aquellos que están en condiciones de
detener la violencia. Imploramos a los responsables de las naciones que
escuchen la súplica de millones de seres humanos que desean la paz y la
justicia en el mundo, que exigen respeto a sus derechos dados por Dios,
que tienen urgente necesidad de pan, no de armas. Por desgracia, también
asistimos a una presentación de la religión y de los valores religiosos
en modo fundamentalista, que se utiliza para justificar la propagación
del odio, la discriminación y la violencia. La justificación de este
tipo de crímenes sirviéndose de motivaciones religiosas es inaceptable,
porque "Dios no es autor de confusión, sino de paz" (I Corintios 14,33).
Por otra parte, el respeto de las diferencias religiosas es condición
necesaria para la convivencia pacífica de las diferentes comunidades
étnicas y religiosas. Precisamente porque somos cristianos, estamos
llamados a buscar y a promover caminos hacia la reconciliación y la paz;
y en este sentido, manifestamos también nuestra esperanza en una
solución pacífica de los problemas que afectan a Nagorno-Karabaj.
Atentos a lo que Jesús enseñó a sus discípulos cuando dijo: "tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui
forastero y me acogisteis, estaba desnudo y me vestisteis, estaba
enfermo y me visitasteis, en la cárcel, y vinisteis a verme" (Mateo 25,
35-36), pedimos a todos los fieles de nuestras Iglesias abrir sus
corazones y sus manos a las víctimas de la guerra y del terrorismo, a
los refugiados y a sus familias. Se trata del sentido mismo de nuestra
humanidad, solidaridad, compasión y generosidad, que sólo puede
expresarse adecuadamente a través de un compromiso práctico e inmediato
de ayuda concreta. Reconocemos todo lo que ya se está haciendo, pero
insistimos en que aún queda mucho más por hacer de parte de los líderes
políticos y de la comunidad internacional para garantizar el derecho de
todos a vivir en paz y seguridad, defender el estado de derecho,
proteger a las minorías religiosas y étnicas, combatir el tráfico de
personas y el contrabando.
La secularización de amplios sectores de la sociedad, su alienación
de lo espiritual y de lo divino, conducen inevitablemente a una visión
desacralizada y materialista del hombre y de la familia humana. En este
sentido, nos preocupa la crisis de la familia en muchos países. La
Iglesia Apostólica Armenia y la Iglesia Católica comparten la misma
visión sobre la familia, fundada en el matrimonio, acto de amor gratuito
y fiel entre un hombre y una mujer.
Con alegría confirmamos que, a pesar de las continuas divisiones
entre los cristianos, reconocemos con más claridad que lo que nos une es
mucho más de lo que nos divide. Este es el sólido fundamento sobre el
que la unidad de la Iglesia de Cristo se manifestará, según las palabras
del Señor, "que todos sean uno" (Jn 17,21). Durante las últimas
décadas, la relación entre la Iglesia Apostólica Armenia y la Iglesia
Católica ha entrado con éxito en una nueva fase, reforzada por nuestra
común oración y los esfuerzos conjuntos para enfrentar los desafíos
contemporáneos. Hoy estamos convencidos de la importancia crucial de
fomentar esta relación, comprometiéndonos a una colaboración más
profunda y decisiva, no sólo en el ámbito de la teología, sino también
en la oración y en la cooperación activa a nivel de las comunidades
locales, con vistas a compartir la comunión plena y las expresiones
concretas de unidad. Instamos a nuestros fieles a trabajar en armonía
por la promoción de los valores cristianos en la sociedad, que
contribuyen eficazmente a la construcción de una civilización de la
justicia, la paz y la solidaridad humana. El camino de la reconciliación
y de la fraternidad está abierto ante nosotros. Que el Espíritu Santo,
que nos guía hacia la verdad plena (Juan 16,13), nos sostenga en todos
los esfuerzos genuinos para construir puentes de amor y de comunión
entre nosotros.
Desde la Santa Echmiadzín hacemos un llamado a todos nuestros fieles a
unirse a nosotros en la oración con la plegaria de San Nerses
Shnorhali: "Glorioso Señor, acepta las súplicas de tus siervos, y cumple
misericordiosamente nuestras peticiones, por intercesión de la Santa
Madre de Dios, de San Juan Bautista, del primer mártir San Esteban, de
San Gregorio nuestro Iluminador, de los santos Apóstoles, Profetas,
Teólogos, Mártires, Patriarcas, Ermitaños, Vírgenes y de todos tus
Santos en el cielo y en la tierra. Y a Ti, oh Santa e Indivisible
Trinidad, sea gloria y adoración por los siglos de los siglos. Amén".
Santa Echmiadzín, 26 de junio de 2016.
Su Santidad FRANCISCO
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Su Santidad Karekin II
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CONFERENCIA DE PRENSA DEL SANTO PADRE
DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA
Domingo 26 de junio de 2016
DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA
Domingo 26 de junio de 2016
Padre Lombardi:
Santo Padre, muchas gracias por estar aquí al concluir este viaje,
breve pero intenso. Nos ha alegrado acompañarlo y ahora, como de
costumbre, queremos hacerle algunas preguntas aprovechando su gentileza.
Tenemos una lista de personas que se han apuntado para hablar, y
podemos comenzar, como es habitual, con el colega de Armenia, porque les
damos prioridad. El primero es Arthur Grygorian, de la televisión
pública armenia.
Papa FRANCISCO:
Buenas tardes. Les agradezco mucho su ayuda en este viaje, y todo su
trabajo, que hace tanto bien a la gente. Comunicar bien las cosas son
buenas noticias, y las buenas noticias hacen siempre bien. Muchas
gracias.
Arthur Grygorian, de la Televisión pública armenia
Santo Padre, he sabido que usted tiene amigos armenios y tenía ya
contactos con la comunidad armenia en Argentina. En estos últimos tres
días, usted ha podido, por decirlo así, palpar el espíritu armenio.
¿Cuáles son sus sentimientos, sus impresiones, y cuál es su mensaje para
el futuro, sus oraciones para nosotros armenios?
Papa FRANCISCO:
Bien, empecemos por el futuro y luego iremos al pasado. Espero para
este pueblo la justicia y la paz. Y rezo por esto, porque es un pueblo
valiente. Rezo para que encuentre la justicia y la paz. Sé que tantos
trabajan por ello; y me he alegrado mucho la semana pasada al ver una
fotografía del presidente Putin, con los dos presidentes, armenio y
azerbaiyano. Al menos se hablan, y también con Turquía. El Presidente de
la República [de Armenia] ha hablado claro en el discurso de
bienvenida. Ha tenido la valentía de decir: «Pongámonos de acuerdo,
perdonémonos y miremos el futuro». Esto es una gran valentía para un
pueblo que ha sufrido tanto. La imagen del pueblo armenio ―y este
pensamiento lo he tenido hoy mientras rezaba un poco― es la de una vida
de piedra y una ternura de madre. Ha cargado cruces, pero cruces de
piedra ―se pueden ver [las características cruces de piedra llamadas khachkar]―,
pero no ha perdido la ternura, el arte, la música, esos «cuartos
tonos», muy difíciles de comprender, y con gran genialidad. Un pueblo
que ha sufrido mucho en su historia, y que sólo la fe lo ha mantenido en
pie. Porque el hecho de haber sido la primera nación cristiana no es
suficiente. Ha sido la primera nación cristiana porque el Señor la ha
bendecido, porque ha tenido santos, ha tenido obispos santos, mártires. Y
por eso se ha formado con su resistencia esa «piel de piedra»
―digámoslo así―, pero no ha perdido la ternura de un corazón materno.
Armenia es también madre. Esta era la segunda pregunta, vayamos ahora a
la primera. Sí, he tenido mucho contacto con los armenios: iba con
frecuencia donde ellos a sus misas; tengo muchos amigos armenios. Y a
una cosa que habitualmente no me agrada ir, para poder descansar bien,
pero iba a cenar con ellos, y ustedes cenan muy fuerte. Pero soy muy
amigo, muy amigo, ya sea del arzobispo Kissag Mouradian, de la Iglesia
Apostólica, como de Boghossian, católico. Pero entre ustedes, más
importante que pertenecer a la Iglesia Apostólica o a la Iglesia
Católica, es la «armenidad». Esto lo he entendido en aquellos tiempos.
Hoy me ha saludado un argentino de familia armenia que, cuando iba a
misa, el Arzobispo siempre lo sentaba a mi lado para que me explicase
algunas ceremonias o algunas palabras que no entendía.
Padre Lombardi:
Muchas gracias, Santo Padre. Ahora damos la palabra a otra
representante armenia: a la señora Jeanine Paloulian, de «Nouvelles
d’Arménie».
Jeanine Paloulian, de «Nouvelles d’Arménie
Gracias, Santo Padre. Ayer en la tarde, en el encuentro ecuménico de
oración, usted pidió a los jóvenes que fueran artífices de la
reconciliación con Turquía y con Azerbaiyán. Quisiera preguntarle
simplemente, ya que dentro de algunas semanas irá a Azerbaiyán: ¿Qué
puede hacer más concretamente usted, qué puede hacer la Santa Sede para
ayudarnos, para ayudarnos a avanzar? ¿Cuáles son los signos concretos?
Usted los ha hecho en Armenia. ¿Qué signos hará Azerbaiyán?
Papa FRANCISCO:
Hablaré a los azerbaiyanos de la verdad, de lo que he visto y oído. Y
también los animaré. Me he encontrado con el presidente azerbaiyano y
he hablado con él. Y diré también que no hacer la paz por un pedacito de
tierra ―porque no es una gran cosa― significa algo oscuro. Pero eso se
lo digo a todos, a los armenios y a los azerbaiyanos. Quizás no se ponen
de acuerdo sobre la forma de hacer la paz, y sobre esto se debe
trabajar. Pero no sé decir más. Diré lo que en el momento me salga del
corazón, pero siempre en positivo, buscando encontrar soluciones que
sean viables, que permitan avanzar.
Padre Lombardi:
Muchas gracias. Y ahora damos la palabra a Jean-Louis de la
Vaissière, de «France Presse». Creo que es el último viaje que hace con
nosotros. Nos alegra por tanto darle la palabra.
Jean-Louis de la Vaissière, de «France Presse»
Santo Padre, deseo ante todo agradecerle de mi parte y de parte de
Sébastien Maillard, de «La Croix». Nosotros nos vamos de Roma y queremos
agradecerle de corazón por esa brisa de primavera que sopla sobre la
Iglesia. Tengo una pregunta. ¿Por qué ha decidido agregar abiertamente
la palabra «genocidio» en su discurso en el Palacio presidencial? Sobre
un tema tan doloroso como este, piensa que es útil para la paz en esta
región complicada?
Papa FRANCISCO:
Gracias. En Argentina, cuando se hablaba del exterminio armenio,
siempre se usaba la palabra «genocidio». No conocí otra. En la Catedral
de Buenos Aires, en el tercer altar a la izquierda colocamos una cruz de
piedra recordando el «genocidio armenio». Vino el Arzobispo con los dos
Arzobispos armenios, el católico y el apostólico, para inaugurarla.
También el Arzobispo Apostólico de la iglesia católica de San Bartolomé
―otra [iglesia]― levantó un altar en memoria de san Bartolomé
[evangelizador de Armenia]. Pero siempre así, no conocía otra palabra.
Yo vengo con esta palabra. Cuando llego a Roma, oigo otra palabra, «el Gran Mal» o «la tragedia terrible», pero en lengua armenia [Metz Yeghern],
que no sé pronunciar, y me dicen que la de genocidio es ofensiva, que
se debe decir esta. Siempre he hablado de los tres grandes genocidios
del siglo pasado, siempre tres: el primero, el armenio; luego, el de
Hitler; y el último, el de Stalin. Los tres. Hay otros más pequeños.
Hubo otro en África [Rwanda], pero en la órbita de las dos grandes
guerras, están estos tres. He preguntado, porque hay quien dice:
«Algunos piensan que no es verdad, que no ha sido un genocidio». Otro me
decía ―me lo dijo un jurista, y me ha interesado mucho―: «La palabra
genocidio es una palabra técnica, una palabra que tiene un
significado técnico, que no es sinónimo de exterminio». Se puede decir
extermino, pero declarar un genocidio implica acciones de resarcimiento y
cosas por el estilo». Esto me ha dicho el jurista. El año pasado cuando
preparaba el discurso [para la celebración del 12 de abril de 2015 en
Roma], he visto que san Juan Pablo II usaba la palabra, usó las dos: «El
Gran Mal» y «genocidio». Y yo he citado esta entre comillas, y no cayó
bien. El gobierno turco hizo una declaración. A los pocos días, Turquía
llamó a Ankara al embajador ―que es un buen hombre, un embajador «de
lujo» que nos envió Turquía― y ha regresado hace dos o tres meses. Ha
sido un «ayuno diplomático». Pero es un derecho: todos tenemos derecho a
protestar. En este discurso [en Armenia], al inicio no estaba la
palabra, esto es cierto. Y respondo por qué la he añadido. Después de
escuchar el tono del discurso del Presidente, y mi relación con esta
palabra en el pasado, y habiendo dicho esta palabra también el año
pasado en San Pedro, públicamente, habría sonado al menos muy extraño no
decir lo mismo. Pero debo subrayar otra cosa, y creo ―si no me
equivoco― que he dicho: «En este genocidio, como en los otros dos, las
grandes potencias internacionales miraban hacia otro lado». Y esta ha
sido la crítica. En la Segunda Guerra Mundial, algunas potencias tenían
fotografías de las vías de los ferrocarriles que conducían a Auschwitz:
tenían la posibilidad de bombardearlas, y no lo hicieron. Es un ejemplo.
En el contexto de la Primera Guerra, donde se presentó el problema con
los armenios, y en el contexto de la Segunda Guerra, donde estaba el
problema de Hitler o Stalin, después de Yalta, de los campos de
concentración, de todo aquello, ¿ninguno habla? Se debe subrayar
esto, y hacer la pregunta histórica: ¿Por qué no han hecho esto?
Ustedes, potencias ―no acuso, hago la pregunta―. Es interesante: se
miraba, sí, a la guerra, a tantas cosas, pero no a aquel pueblo. No sé
si es cierto, pero me gustaría saber si es verdad que, cuando Hitler
perseguía tanto a los judíos, una de las cosas que él habría dicho es:
«¿Pero quién recuerda hoy a los armenios? Hagamos lo mismo con los
judíos». No sé si es verdad, quizás son de esas cosas que se dicen, pero
lo he oído decir. Que los historiadores busquen y vean si es verdad.
Creo haber respondido. Pero esta palabra, nunca la he dicho con ánimo
ofensivo, sino más bien objetivo.
Padre Lombardi:
Muchas gracias, Santidad. Ha tocado un argumento delicado, con gran
sinceridad y profundidad. Ahora damos la palabra a Elisabetta Piqué que,
como sabe, es argentina, de «La Nación»
Elisabetta Piqué, de «La Nación»
Antes de nada, felicidades por el viaje. Sabemos que usted es el Papa
y está también el Papa Benedicto, el Papa emérito. Pero últimamente
hicieron un poco de ruido unas declaraciones del Prefecto de la Casa
Pontificia, Mons. Georg Ganswein, que sugirió que había un ministerio
petrino compartido con un Papa activo y otro contemplativo. ¿Hay dos
Papas?
Papa FRANCISCO:
Hubo una época de la Iglesia en que hubo tres. No he leído las
declaraciones porque no he tenido tiempo de ver esas cosas. Benedicto es
Papa emérito. Él ha dicho claramente aquel 11 de febrero que daba su
dimisión a partir del 28 de febrero, que se retiraba para ayudar a la
Iglesia con la oración. Y Benedicto está en el monasterio
rezando. Yo he ido a visitarlo muchas veces o le hablo por teléfono. El
otro día me ha escrito una carta ―aún firma con esa firma suya―,
felicitándome por este viaje. Y una vez ―no una vez, sino varias
veces― he dicho que es una gracia tener en casa al «abuelo» sabio. Lo he
dicho delante de él y se ríe. Pero él para mí es el Papa emérito, el
«abuelo» sabio, el hombre que me guarda las espaldas con su oración.
Nunca olvido aquel discurso que nos dirigió a los cardenales el 28 de
febrero: «Uno de ustedes será seguramente mi sucesor. Prometo obediencia». Y lo ha cumplido. Después he oído ― pero no sé si es cierto―, y lo subrayo, he oído:
tal vez sean chácharas, pero van bien con su carácter, que algunos han
ido allá a lamentarse por «este nuevo Papa...», y los ha echado, con el
mejor estilo bávaro, educado, pero los ha echado. Si no es cierto está
bien dicho, porque este hombre es así: es un hombre de palabra, un
hombre recto, recto. Es el Papa emérito. Además, no sé si usted recuerda
que he agradecido públicamente ―no sé cuándo, creo que durante un
vuelo― a Benedicto por haber abierto la puerta a los papas eméritos.
Hace 70 años no existían los obispos eméritos, y hoy los hay. Con con
este alargamiento de la vida, se puede regir una iglesia a esta edad,
con achaques, o no? Y él, con valentía, con oración y también con
ciencia, con teología, ha decidido abrir esta puerta y creo que esto es
bueno para la Iglesia. Pero hay un solo Papa y el otro... o tal vez
―como los obispos eméritos―, no digo muchos pero tal vez pueda haber dos
o tres. Serán eméritos, han sido [papas], ahora son eméritos. Pasado
mañana, se celebra el 65 aniversario de su ordenación sacerdotal. Estará
su hermano Georg [no se ha confirmado su presencia] porque los dos
fueron ordenados juntos. Habrá un pequeño acto con los Jefes de los
Dicasterios y poca gente, porque él prefiere... Ha aceptado, pero muy
modestamente. También estaré yo y le diré unas palabras a este gran
hombre de oración, valiente, que es el Papa emérito ―no el segundo Papa―, que es fiel a su palabra y un hombre de Dios. Es muy inteligente y para mí es el abuelo sabio en casa.
Padre Lombardi:
Ahora damos la palabra a Alexej Bukalov, uno de nuestros decanos y
que ―como sabe bien― representa a Itar-Tass, y por tanto es la cultura
rusa entre nosotros.
Papa FRANCISCO:
¿Ha hablado ruso en Armenia?
Alexej Bukalov, de Itar-Tass:
Sí, con mucho gusto. Siempre se lo agradecemos. Gracias, Santidad por
este viaje, que es el primero en el ex territorio soviético. Para mí ha
sido muy importante seguirlo. Mi pregunta va un poco fuera de este
argumento: Sé que usted ha alentado mucho este Concilio Panortodoxo: ya
en el encuentro con el Patriarca Kirill en Cuba fue mencionado como
deseo. ¿Qué juicio le merece este —digámoslo así— forum?
Papa FRANCISCO:
Un juicio positivo. Se ha dado un paso adelante, no al cien por cien,
pero un paso adelante. Las causas que han justificado, entre comillas
[las ausencias], son sinceras para ellos; son cosas que se pueden
resolver con el tiempo. Querían ―los cuatro que no han asistido― hacerlo
un poco más adelante. Pero creo que el primer paso se da como se puede.
Como los niños dan sus primeros pasos como pueden. Primero se mueven a
gatas, y después dan sus primeros pasos. Estoy contento. Hablaron de
muchas cosas. Creo que el resultado es positivo. El mero hecho de que
estas Iglesias autocéfalas se hayan reunido en nombre de la Ortodoxia,
para mirarse a la cara, orar juntos, hablar y tal vez decir alguna
ocurrencia, es muy positivo. Doy gracias al Señor. En el próximo serán
más. ¡Bendito sea el Señor!
Padre Lombardi:
Gracias, Santidad. Ahora pasamos el micrófono a Edward Pentin, que
representa un poco el idioma inglés: esta vez al National Catholic
Register.
Edward Pentin, del National Catholic Register:
Santo Padre, usted, como Juan Pablo II, parece ser partidario de la
Unión Europea: ha elogiado el proyecto europeo cuando ha recibido
recientemente el Premio Carlomagno. ¿Está preocupado porque el Brexit
podría llevar a la desintegración de Europa y, eventualmente, a la
guerra?
Papa FRANCISCO:
La guerra ya está en Europa. Hay ya un aire de división, y no sólo en
Europa, sino dentro de los mismos países. Recordemos Cataluña, el año
pasado Escocia... No digo que estas divisiones sean peligrosas, pero
tenemos que estudiarlas bien y, antes de dar un paso hacia una división,
hablar bien entre nosotros y buscar soluciones viables. Realmente, no
lo sé, no he estudiado cuáles son las razones por las que el Reino Unido
haya tomado esta decisión. Pero hay decisiones de independencia —y creo
que he dicho esto otra vez; no sé dónde, pero lo he dicho— que se hacen
por la emancipación. Por ejemplo, todos nuestros países
latinoamericanos, y también de África, se han emancipado de las coronas
de Madrid, Lisboa. También en África se han emancipado de París,
Londres; de Ámsterdam, Indonesia, especialmente... La emancipación es
más comprensible porque hay detrás de ella una cultura, una forma de
pensar. Sin embargo, la secesión de un país ―no estoy hablando ahora de
la Brexit―, pensemos en Escocia, es algo que se ha llamado ―y lo digo
sin ofender, usando esa palabra que los políticos utilizan―
«balcanización», sin hablar mal de los Balcanes. Es un poco una
secesión, no una emancipación; y detrás hay historias, culturas,
malentendidos; también mucha buena voluntad de otros. Hay que tener esto
muy claro. Para mí, la unidad es siempre superior al conflicto,
¡siempre! Pero hay diferentes formas de unidad; y también la hermandad
―y aquí vuelvo a la Unión Europea― es mejor que la enemistad o la
distancia. Respecto a las distancias ―digamos―, es mejor la hermandad. Y
los puentes son mejores que los muros. Todo esto debe hacernos
reflexionar. Es verdad, un país [dice]: «Estoy en la Unión Europea, pero
quiero tener ciertas cosas que son mías, de mi cultura...». Este es el
paso ―y aquí me refiero al Premio Carlomagno― que debe dar la Unión
Europea para recuperar la fuerza que ha tenido en sus raíces, es un paso
de creatividad y también de «sana desunión»: es decir, dar más
independencia, dar más libertad a los países de la Unión. Pensar en otra
forma de unión, ser creativos. Creativos respecto a puestos de trabajo,
a la economía. Hoy en Europa hay una economía «líquida» que propicia
―por ejemplo en Italia― que los jóvenes de 25 años o menos no tengan
trabajo: ¡el 40 por ciento! Hay algo que no va en esa Unión masiva...
Pero no tiremos por la ventana al niño con el agua sucia. Tratemos de
rescatar las cosas y recrear. Porque recrear las cosas humanas ―incluso
nuestra personalidad― es un recorrido, y siempre hay que hacerlo. Un
adolescente no es lo mismo que un adulto o un anciano: es el mismo y no
es el mismo, se recrea continuamente. Y esto le da vida y ganas de
vivir, y le da fecundidad. Y subrayo esto: hoy las dos palabras clave
para la Unión Europea son creatividad y fecundidad. Es el reto. No sé, yo pienso así.
Padre Lombardi:
Gracias Santidad. Ahora damos la palabra a Tilmann Kleinjung, de ADR,
la radio nacional alemana. Creo que también para él este será su último
viaje. Nos complace, pues, darle esta posibilidad.
Tilmann Kleinjung, de Adr:
Sí, también yo estoy regresando a Baviera. Gracias por permitirme hacer esta pregunta. «Zu viel Bier, zu viel Wein»
[ndr. «demasiada cerveza, demasiado vino»]. Santo Padre, quisiera
hacerle una pregunta. Hoy habló de los dones que comparten las Iglesias,
en conjunto. Visto que dentro de cuatro meses irá a Lund para
conmemorar el 500 aniversario de la Reforma, creo que tal vez este sea
el momento justo, no sólo para recordar las heridas de ambas partes,
sino también para reconocer los dones de la Reforma y tal vez ―esta es
una pregunta herética― ocasión también para anular o retirar la
excomunión a Martín Lutero, o para alguna forma de rehabilitación.
Papa FRANCISCO:
Creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un
reformador. Tal vez algunos métodos no eran los indicados, pero en
aquel entonces, si leemos por ejemplo la historia de Pastor ―un alemán
luterano que, cuando vio la realidad de aquel tiempo, se convirtió y se
hizo católico― vemos que la Iglesia no era precisamente un modelo que
imitar. En la Iglesia había corrupción, mundanidad, apego al dinero y al
poder. Y por esto él protestó. Además, él era una persona inteligente.
Dio un paso hacia adelante, justificando el motivo por el que lo hacía. Y
hoy, luteranos y católicos, junto con todos los protestantes, estamos
de acuerdo con la doctrina de la justificación. Y sobre este punto tan
importante no se había equivocado. Él elaboró una «medicina» para la
Iglesia, y luego esta medicina se consolidó en un estado de cosas, en
una disciplina, en un modo de creer, en una manera de hacer, en una
forma litúrgica. Pero no era sólo él. Estaban Zwinglio, Calvino,... Y
detrás de ellos, ¿quiénes estaban? Los príncipes, «cuius regio eius religio».
Debemos entrar en la historia de aquel tiempo. Es una historia nada
fácil de entender. Luego, las cosas siguieron su curso. Actualmente, el
diálogo es muy bueno y aquel documento sobre la justificación creo que
sea uno de los documentos ecuménicos más ricos que existen, más rico y
más profundo. ¿Está de acuerdo? Existen divisiones, pero dependen
también de las Iglesias. En Buenos Aires había dos iglesias luteranas,
una pensaba de un modo y la otra de otro. En la misma Iglesia luterana
tampoco hay unidad, pero se respetan, se aman. La diversidad es lo que
quizás nos ha hecho daño a todos nosotros y hoy tratamos de retomar el
camino para encontrarnos después de 500 años. Yo creo que debemos rezar
juntos, rezar. Por esto la oración es importante. En segundo lugar,
trabajar por los pobres, por los perseguidos, por tanta gente que sufre,
por los prófugos. Trabajar juntos y rezar juntos. Y que los teólogos
estudien juntos, buscando. Es un camino largo, larguísimo. Una vez dije
bromeando: «Yo sé cuándo será el día de la plena unidad» ―«¿Cuándo?».
―«El día después de la venida del Hijo del hombre», porque no se sabe.
El Espíritu Santo hará esta gracia, y mientras tanto es necesario rezar,
amarse y trabajar juntos, sobre todo por los pobres, por la gente que
sufre, por la paz y por muchas cosas más, contra la explotación de la
gente. Son muchas las cosas por las que se está trabajando en conjunto.
Padre Lombardi:
Gracias. Ahora le damos la palabra a Cécile Chambraud de «Le Monde», que también representa a la lengua francesa.
Cécile Chambraud, de «Le Monde»:
Hace unas semanas habló de una comisión para reflexionar sobre si las
mujeres podían ser diaconisas algún día. Quisiera saber si ya existe
esa comisión y cuáles son las preguntas que tendrían que estudiar y que
todavía están por resolver. Y por último, a veces una comisión sirve
para olvidarse de problemas: quisiera saber si este es el caso.
Papa FRANCISCO:
Había un presidente en Argentina que aconsejaba a los presidentes de
otros países: «Cuando tú quieras que una cosa no se resuelva, crea una
comisión». El primer sorprendido por la noticia sobre la comisión fui
yo, porque el diálogo con las religiosas, que fue grabado y luego
publicado en L’Osservatore Romano, era otra cosa, en este
sentido: «Hemos oído que en los primeros siglos había diaconisas ¿Se
podría hacer un estudio sobre esto? ¿Formar una comisión?» Y nada más.
Hicieron la pregunta, fueron educadas, y no sólo educadas sino apegadas a
la Iglesia, mujeres consagradas. Yo conté que conocí a un sirio, a un
teólogo sirio ya fallecido, que se encargó de hacer la edición crítica
de san Efrén en italiano. Una vez, hablando durante el desayuno sobre
las diaconisas ―porque cuando yo venía a Roma me alojaba en la Via della
Scrofa y él vivía ahí― me dijo: «Sí, existían, pero no se sabe bien lo
que eran, si tenían la ordenación o no». Sin duda alguna existían estas
mujeres que ayudaban al obispo en tres cosas: primero, en el bautismo de
las mujeres, porque era por inmersión; segundo, en las unciones pre y
post bautismales de las mujeres; y tercero, aunque haga reír, cuando una
mujer casada iba a quejarse con el obispo de que el marido le pegaba,
el obispo llamaba a una de estas diaconisas para que examinara el cuerpo
y viera si había moratones que probaran la veracidad de la denuncia.
Y yo dije que se podía estudiar la cuestión, que «diría a la
[Congregación para la] Doctrina de la Fe que se formara esta Comisión».
Al día siguiente [en los diarios], se leía: «La Iglesia abre las puertas
a las diaconisas». Es verdad, me enfadé un poco con los medios de
comunicación porque esto no es decirle la verdad a la gente. Hablé
después con el Prefecto de la [Congregación para la] Doctrina de la Fe,
que me dijo: «Mire que existe ya un estudio que hizo la Comisión
Teológica Internacional en los años ochenta». Hablé también con la
presidenta [de las Superioras Generales] y le dije: «Por favor, mándeme
una lista de personas que usted crea que puedan formar parte de esta
Comisión». Y me mandó la lista. También el Prefecto me mandó una lista, y
las tengo en mi escritorio, para formar esta comisión. Creo que este
tema se ha estudiado bastante a fondo durante los años ochenta, así que
no será difícil arrojar luz sobre este tema. Pero hay algo más. Hace un
año y medio, formé una comisión de mujeres teólogas que trabajaron con
el cardenal Riłko [Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos] e
hicieron un buen trabajo, pues es muy importante el pensamiento de la
mujer. Para mí, la función de la mujer no es tan importante como su pensamiento:
la mujer piensa de otro modo respecto a nosotros, los hombres. Y no se
puede tomar una decisión adecuada, buena y justa, sin escuchar a las
mujeres. En Buenos Aires, a veces, consultaba a mis consejeros, los
escuchaba sobre un tema; luego, llamaba a algunas mujeres y les exponía
la cuestión; ellas veían las cosas desde otra perspectiva, y esto
enriquecía mucho; y la decisión era mucho más fecunda, muy hermosa. Debo
encontrarme con estas mujeres teólogas, que han hecho un buen trabajo,
pero que ahora se ha suspendido. ¿Por qué? Porque el Dicasterio para los
Laicos ahora cambia, se reestructura. Y espero un poco hasta que se
lleve a cabo, para continuar con esta segunda tarea: la cuestión sobre
las diaconisas. Algo más sobre las mujeres teólogas ―y quisiera
subrayarlo―: es más importante la manera de entender, pensar y ver las
cosas que tienen las mujeres, que su funcionalidad. Y repito lo que
siempre digo: La Iglesia es mujer, es «la» Iglesia. No es una mujer
solterona, sino una mujer casada con el Hijo de Dios, su Esposo es
Jesucristo. Piense sobre esto y luego me dice lo que cree.
Padre Lombardi:
Bueno, ya que ha hablado sobre las mujeres, dejemos que la última
pregunta la haga otra mujer. En seguida, le haré yo otra y concluiremos.
Así, después de una hora de diálogo, lo dejamos tranquilo. Cindy
Wooden, responsable de Cns, Agencia católica de los Estados Unidos.
Cindy Wooden, de Cns:
Gracias Santidad. En los últimos días el cardenal alemán Marx,
hablando en una conferencia muy importante en Dublín, sobre la Iglesia y
el mundo moderno, dijo que la Iglesia católica debe disculparse con la
comunidad gay por haber marginado a estas personas. En los días
siguientes a la masacre de Orlando muchos dijeron que la comunidad
cristiana tiene algo que ver con el odio hacia estas personas ¿Qué
piensa usted?
Papa FRANCISCO:
Repetiré lo mismo que dije en el primer viaje, y repito también lo
que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: no deben ser
discriminados, sino respetados, acompañados pastoralmente. Pueden ser
condenados, no por motivos ideológicos, sino por motivos ―digamos― de
comportamiento político, como ciertas manifestaciones demasiado
ofensivas para los demás. Pero estas son cosas que nada tienen que ver
con el problema. Porque si el problema es una persona que tiene esa
condición, que tiene buena voluntad y busca a Dios, ¿quiénes somos
nosotros para juzgarla? Debemos acompañar bien, como dice el Catecismo.
El Catecismo es bien claro. Además, hay tradiciones en algunos países,
en algunas culturas que tienen una mentalidad diferente sobre este
problema. Creo que la Iglesia no sólo tiene que pedir disculpas ―como
dijo el cardenal «marxista» [cardenal Marx] ― a esta persona gay, a la
que ha ofendido, sino también a los pobres, a las mujeres y a los niños
explotados en el trabajo. Tiene que pedir disculpas por haber bendecido
muchas armas. La Iglesia debe pedir disculpas por no haberse comportado
bien muchas veces. Y cuando digo «la Iglesia» me refiero a los
cristianos, porque la Iglesia es santa, los pecadores somos nosotros.
Los cristianos deben pedir disculpas por no haber apoyado muchas
opciones, a muchas familias: por ejemplo, recuerdo que de niño, según la
cultura de Buenos Aires, una cultura católica cerrada ―yo vengo de
allí―, no se podía entrar en casa de una familia divorciada. Estoy
hablando de hace ochenta años. Gracias a Dios, la cultura ha cambiado.
Como cristianos tenemos que pedir muchas disculpas, y no sólo por esto.
Pedir perdón, no sólo disculpas. «Perdón, Señor», es una palabra que
olvidamos ―ahora hablo como pastor y hago la prédica―. Pero es verdad,
muchas veces encontramos al «sacerdote tirano» y no al sacerdote padre,
al sacerdote «que regaña» y no al sacerdote que abraza, perdona y
consuela; pero hay muchos sacerdotes buenos. Muchos capellanes de
hospitales, de cárceles, santos, que no se ven, porque la santidad es
«pudorosa», se esconde; el cinismo, en cambio, es descarado y se exhibe.
Hay muchas organizaciones, con gente buena y gente menos buena, o gente
a la que se le da una «bolsa» un poco grande y mira para otro lado,
como hicieron las potencias internacionales con los tres genocidios. Es
verdad que nosotros los cristianos ―sacerdotes, obispos― también hemos
hecho esto, pero también es verdad que los cristianos tenemos una Teresa
de Calcuta y muchas otras Teresas de Calcuta. Tenemos muchas monjas en
África, muchos laicos, muchas parejas de esposos santos. El trigo y la
cizaña juntos. Así dice Jesús que es el Reino. No debemos
escandalizarnos de ser así. Tenemos que rezar para que el Señor haga que
esta cizaña se termine y haya más trigo. Pero esta es la vida de la
Iglesia. No se puede poner un límite. Todos somos santos, porque tenemos
al Espíritu Santo dentro de nosotros, pero también somos pecadores,
todos, y yo el primero, ¿de acuerdo?
Gracias. Espero haber respondido. No sólo pedir disculpas sino perdón.
Padre Lombardi:
Santo Padre, me permito de hacerle una pregunta más, y luego le dejamos en paz.
Papa FRANCISCO:
No me ponga en apuros...
Padre Lombardi:
Se refiere al próximo viaje a Polonia, al que ya nos estamos
preparando. Usted se dedicará a su preparación en el mes de julio.
¿Quisiera decirnos algo sobre los sentimientos con los que se acerca a
esta Jornada Mundial de la Juventud, en este Jubileo de la Misericordia?
Y otro punto más específico: hemos visitado con usted el Memorial
Tzitzernakaberd durante la visita a Armenia, y usted visitará también
Auschwitz y Birkenau durante el viaje a Polonia. He oído que usted
quiere vivir estos momentos con el silencio más que con las palabras:
hacer también en Birkenau como ha hecho aquí. Quisiera preguntarle si
piensa hacer allí un discurso o prefiere más bien tener un momento de
oración en silencio con una motivación específica.
Papa FRANCISCO:
Hace dos años, en Redipuglia,
hice lo mismo para conmemorar el centenario de la Gran Guerra. En
Redipuglia fue en silencio. Luego tuvo lugar la misa, y en la misa tuve
la homilía, pero era otra cosa. El silencio. Hoy hemos visto ―esta
mañana― el silencio... ¿Ha sido hoy? [P. Lombardi: No, ayer]. Quisiera
ir a ese lugar de horror sin discursos, sin gente, solamente los pocos
necesarios... Seguro que habrá periodistas. Pero sin saludar: esto no,
no. Entraré solo a rezar. Y que el Señor me dé la gracia de llorar.
Padre Lombardi:
Gracias, Santidad. Le acompañaremos también en la preparación de este
próximo viaje, y le agradecemos mucho por el tiempo que nos ha
dedicado. Ahora descanse un poco, coma algo también usted. Y se descanse
también en el mes de julio.
Papa FRANCISCO:
Muchas gracias. Gracias de nuevo, gracias también por su trabajo y por su benevolencia.
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