CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 28 de septiembre de 2016).- Las palabras pronunciadas por Jesús durante su pasión encuentran su
culminación en el perdón. Jesús perdona. "Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen" y no se trata solamente de palabras porque, como
explicó el Papa FRANCISCO en la Audiencia General de hoy celebrada a las 10.00 en la Plaza de San Pedro, se convierten en un
acto concreto en el perdón ofrecido al "buen ladrón", como narra San
Lucas en su evangelio.
El apóstol nos habla de dos malhechores crucificados con Jesús, que
se dirigen a él con actitudes opuestas. El primero lo insulta, como lo
insultaba la gente, como hacían los gobernantes del pueblo, pero ese
“pobre hombre” empujado por la desesperación dice: "¿No eres tú el
Cristo? ¡Sálvate a ti y a nosotros!”.
“Este grito –dijo el Santo Padre- atestigua la angustia del hombre
ante el misterio de la muerte y la trágica toma de conciencia de que
sólo Dios puede ser la respuesta liberadora. Por eso es impensable que
el Mesías, el enviado de Dios, pueda estar clavado en la cruz sin hacer
nada para salvarse . No lo entendían; no entendían el misterio del
sacrificio de Jesús. En cambio, Jesús, nos salvó quedándose en la cruz.
Todos sabemos que no es fácil permanecer en la cruz, en nuestras
pequeñas cruces de cada día. El, en esta gran cruz, en este gran
sufrimiento, se ha quedado y allí nos ha salvado; allí ha mostrado su
omnipotencia y allí nos ha perdonado. Allí se cumple su entrega de amor y
brota para siempre nuestra salvación. Al morir en la cruz, inocente
entre dos criminales, atestigua que la salvación de Dios puede llegar a
cualquier hombre en cualquier condición, incluso la más negativa y
dolorosa. La salvación de Dios es para todos, ninguno está excluido. Se
ofrece a todos.Por eso,el Jubileo es tiempo de gracia y misericordia
para todos, buenos y malos, los que están sanos y los que sufren”.
Como en la parábola de las bodas del hijo de un hombre poderoso a
las que los invitados no van y éste manda a sus servidores que salgan a
los cruces de caminos a invitar a todos los transeúntes, “todos estamos
llamados, buenos y malos. La Iglesia no es solamente para los buenos,
para los que lo parecen o creen serlo: la Iglesia es para todos y
también, preferiblemente, para los malos, porque la Iglesia es
misericordia y este tiempo de misericordia nos recuerda que nada nos
puede separar del amor de Cristo. Al que está clavado en una cama de
hospital, a quien vive encerrado en una prisión, a aquellos que están
atrapados por la guerra, yo os digo: mirad al crucifijo; Dios está con
vosotros, se queda con vosotros en la cruz y se ofrece a todos como
Salvador. A todos nosotros. A vosotros que sufrís tanto os digo:..dejad
que el poder del Evangelio entre en vuestros corazones y os consuele,
os dé esperanza y la certeza profunda de que nadie está excluido de su
perdón”.
“Pero vosotros me podriaís preguntar –dijo dirigiéndose a los fieles
de la Plaza de San Pedro– “Digáme, Padre, ese que ha hecho de todo en la
vida, ¿tiene la posibilidad de ser perdonado? ¡Sí!. Nadie está excluido
del perdón de Dios. Solamente debe acercarse arrepentido a Jesús y con
ganas de ser abrazado por él”.
Después el Papa pasó a describir al otro, al llamado "buen ladrón",
cuyas palabras son un modelo maravilloso de arrepentimiento, una
catequesis concentrada para aprender a pedir perdón a Jesús. En primer
lugar, se dirige a su compañero: "¿No temes a Dios, tú que estás
condenado a la misma pena?", poniendo así de relieve el punto de
partida de arrepentimiento: el temor de Dios. “Pero no el miedo de Dios,
no, el temor filial de Dios –aclaró -el respeto que se debe a Dios
porque es Dios. Es un respeto filial porque es Padre. El buen ladrón
recuerda la actitud fundamental que abre a la confianza en Dios: la
conciencia de su omnipotencia y su bondad infinita. Es este respeto
confiado el que ayuda a hacer espacio a Dios y a confiarse a su
misericordia”.
Y el buen ladrón declara también la inocencia de Jesús y confiesa
abiertamente su culpa: "Nosotros, justamente, recibimos lo que merecemos
por lo que hicimos; pero éste no ha hecho nada malo”. “Por lo tanto
Jesús está allí, en la cruz, para salvar a los culpables –reiteró
FRANCISCO–, a través de esta cercanía, les ofrece la salvación. Lo que
es escándalo para los líderes y para el primer ladrón… para éste es, en
cambio, el fundamento de su fe. Y así, el buen ladrón se convierte en
testigo de la gracia; ocurre lo impensable: Dios me ha amado tanto que
ha muerto en la cruz por mí. La fe misma de este hombre es el fruto de
la gracia de Cristo: sus ojos contemplan en el Crucificado el amor de
Dios por él, pobre pecador. Es verdad, era un ladrón, había robado toda
su vida. Pero al final, arrepentido de lo que había hecho, mirando a
Jesús, tan bueno y misericordioso, consiguió robar el Paraíso: ¡era un
ladrón experto!”.
Finalmente, el buen ladrón se dirige directamente a Jesús, implorando
su ayuda: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Lo llama
por su nombre, "Jesús", con confianza, y así confiesa lo que ese nombre
indica "el Señor salva".Ese es el significado del nombre Jesús. Ese
hombre pide a Jesús que se acuerde de él. ¡Cuánta ternura en esta
expresión, cuánta humanidad! –exclamó FRANCISCO – Es la necesidad del ser
humano de que no le abandonen, de que Dios esté siempre cerca de él.
Así, un condenado a muerte se convierte en el modelo del cristiano que
se confía a Jesús… Y también en un modelo de la Iglesia que en la
liturgia tan a menudo invoca al Señor, diciendo: "Acuérdate.. acuérdate
de tu amor”.
“Mientras que el buen ladrón habla en futuro: "Cuando estés en tu
reino", la respuesta de Jesús no se hace esperar y habla en presente:
"Hoy estarás conmigo en el paraíso”. En la hora de la cruz, la salvación
de Cristo llega al culmen; y su promesa al buen ladrón revela el
cumplimiento de su misión: salvar a los pecadores. Al comienzo de su
ministerio, en la sinagoga de Nazaret, Jesús había proclamado "la
liberación de los cautivos"; en Jericó, en la casa de un pecador
público, Zaqueo, había declarado que "el Hijo del Hombre –o sea él- ha
venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido". En la cruz, el
último acto confirma la realización de este plan de salvación. Del
principio al fin se ha revelado Misericordia, encarnación definitiva e
irrepetible del amor del Padre. Jesús es realmente el rostro del Padre
misericordioso”.
“Y el buen ladrón –terminó el Santo Padre- lo llamó por su nombre:
Jesús. Es una invocación breve y todos podemos repetirla muchas veces
durante el día: “Jesús”, “Jesús”, simplemente. Hacedlo así a lo largo de
la jornada”.