Blantyre, MALAWI (Agencia Fides, 03/03/2020) – “Este año, las lluvias en nuestra área han
sido regulares y el maíz para la polenta, el pan diario de toda la
población, está maduro. En algunos campos ya se está secando y estamos
deseosos de poder recogerlo para poner fin a la palabra 'hambre', que
sufre nuestra gente desde el año pasado, cuando el ciclón Idai destruyo
la cosecha anterior”. Así comienza el testimonio de Anna Tomasi,
comprometida en Malawi desde hace 17 años, con la comunidad de las
Franciscanas Auxiliares Laicas Misioneras de la Inmaculada (F.A.L.M.I.)
presentes en el país desde 1974.
“Nuestra comunidad trabaja en la Arquidiócesis de Blantyre, que se
encuentra en el sur. Este año hemos tratado de ayudar a un cierto número
de personas, pero lo que se está haciendo es una gota en el océano de
las necesidades", continúa Anna. “En los almacenes del gobierno no hay
maíz, o si llega es en cantidades insignificantes y la gente lucha por
conseguir unos pocos kilos. Por ello, este año los precios son
prohibitivos para las personas realmente pobres, más de 20 euros por
saco. Confiamos en que marzo sea favorable y que todos puedan tener lo
necesario para alimentar a sus familias y sobrevivir”.
Las actividades en las que participan las misioneras van desde la
atención médica hasta la educación y la asistencia en las cárceles. “Una
de nuestras misioneras es médico y trabaja a tiempo completo en el
hospital diocesano", dice Anna. “Mi mayor compromiso es en las cárceles,
donde tratamos de brindar algo de alivio con la ayuda que recibimos y
dar esperanza a quienes no la tienen. Regularmente visitamos once
cárceles y otras cuatro más ocasionalmente. Damos prioridad a la
educación, desde primer grado hasta la escuela secundaria y más allá, un
grupo de ex reclusos han completado estudios universitarios u otros
cursos. Varios presos se ven afectados por el VIH/SIDA o la tuberculosis
y los ayudamos especialmente con alimentos ricos en proteínas. En la
prisión de Chichiri, en las afueras de Blantyre (tercera prisión en el
país con casi 2000 prisioneros), tenemos una enfermería para los casos
más graves donde damos comida diaria, lo necesario para la higiene,
ropa y medicinas especiales que de otro modo tendrían que comprar".
“Otro sector en el que estamos involucradas son las escuelas de la
infancia rurales: tenemos 117 dispersas en las aldeas más pobres, con
más de 6.000 niños inscritos. Las maestras son voluntarias elegidas por
el comité escolar con el jefe del pueblo. Una de nuestras jóvenes
misioneras de Malawi ha obtenido el diploma de enseñanza y ahora está a
cargo de este sector. Es una alegría ver cuánto compromiso y amor pone
en ello: su vocación misionera se expresa en la relación con los niños.
Yo la ayudo buscando subvenciones para llevar a cabo este proyecto.
Hemos construido más de 70 guarderías que pertenecen a la aldea, gracias
a la ayuda de diferentes países europeos. Los lugareños aportan
ladrillos, arena y agua para construir. Nuestra joven misionera sigue a
los maestros de una manera especial, ofreciendo cursos de formación para
que los niños, además de una comida que damos todos los días, también
tengan una mejor formación intelectual, social y espiritual. Es
un proyecto muy bonito y necesario porque los jardines de infancia del
gobierno aún no existen, pero cada vez es más difícil encontrar el
dinero necesario para garantizar la alimentación. Sigamos adelante
confiando en la Providencia”.