martes, 3 de mayo de 2016

FRANCISCO: Discursos de abril 2016 (8, 7 y 2)

DISCURSOS DEL PAPA FRANCISCO
ABRIL 2016


A UNA DELEGACIÓN DE LA "PAPAL FOUNDATION"


Palacio Apostólico Vaticano
Sala Clementina
Viernes 8 de abril de 2016


Eminencias,
excelencias,
estimados amigos en Cristo:


Tengo el placer de daros la bienvenida a todos vosotros, miembros, administradores y «Stewards of Saint Peter» de la Papal Foundation con motivo de vuestra peregrinación anual al Vaticano.


Es una alegría para mí encontrarme de nuevo con vosotros y expresar mi reconocimiento por vuestra generosidad hacia mi ministerio y hacia la Iglesia en el mundo.


Os doy las gracias en nombre de todos los que reciben asistencia mediante vuestro compromiso de caridad.


Vuestra peregrinación de este año se desarrolla en el ámbito del Jubileo de la Misericordia, durante el cual contemplamos el misterio de la misericordia, que es fuente de alegría, serenidad y paz, y de la cual depende nuestra salvación (cf. Bula Misericordiae vultus, 2).


Estamos llamados por Cristo a compartir la misericordia con quienes están espiritual y materialmente en la necesidad mediante las obras de misericordia espirituales y corporales, con ese espíritu de generosidad y ternura que refleja la inconmensurable bondad de Dios.


Como miembros, administradores y Stewards de la Papal Foundation, las obras de misericordia están en el centro de vuestra misión. Mediante vuestra generosa ayuda a los proyectos diocesanos, parroquiales y de las comunidades, como también a través de las becas de estudio, ayudáis a muchas personas para que respondan eficazmente a las necesidades presentes en sus comunidades y llevan adelante de una forma cada vez más proficua las obras de misericordia.


De esta forma vuestra caridad se irradia en el mundo, ofreciendo nuevas iniciativas que ayudan a expandir el abrazo misericordioso del Padre.


Espero que, con la gracia de Dios, estos días de peregrinación sean para vosotros una nueva y fuerte invitación a la santidad y una experiencia intensa de la misericordia de Dios. San Pablo nos recuerda que no debemos cansarnos nunca de hacer el bien (cf. Gal 6, 9; 2 Ts 3, 13).


Que el Padre celestial os sostenga en vuestras buenas obras, pero sobre todo que pueda conduciros a una fe y a una experiencia cada vez más profunda de su infinito amor. Sabed que mis oraciones y mi bendición os acompañan; y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


¡Gracias!
 

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A UNA DELEGACIÓN DEL CONSEJO METODISTA MUNDIAL


Jueves 7 de abril de 2016


Queridos hermanos y hermanas:


Os dirijo mi cordial saludo en este tiempo pascual, en el que celebramos la Resurrección del Señor que resplandece en el mundo. Agradezco las amables palabras que me habéis dirigido. Nos encontramos unidos en la fe que Jesús es el Señor y que Dios lo ha resucitado de los muertos; esta fe bautismal nos hace verdaderamente hermanos y hermanas. Mi saludo se dirige también a las instituciones a las que representáis: el Consejo metodista mundial, el Consejo metodista europeo y la Iglesia metodista británica.


He recibido con placer la noticia de la apertura de la Oficina ecuménica metodista en Roma. Esto es una señal de la intensificación de nuestras relaciones, y en particular de nuestro deseo común de superar los obstáculos que nos impiden entrar en una plena comunión. Ruego al Señor que bendiga el trabajo de esta oficina: que pueda llegar a ser un lugar de encuentro fecundo entre metodistas y católicos, en el que cada vez más se pueda apreciar la fe de cada uno, ya sean grupos de peregrinos, personas que se preparan para el ministerio o responsables de sus comunidades; que también pueda llegar a ser un lugar donde se divulguen, celebren y llevan adelante los progresos realizados por nuestro diálogo teológico.


Han pasado casi cincuenta años desde que nuestra Comisión teológica conjunta comenzó sus trabajos. Más allá de las diferencias que se mantienen, el nuestro es un diálogo que, basado en el respeto y la fraternidad, enriquece a ambas comunidades. El documento que actualmente está en fase de preparación y que debería publicarse a finales de este año, es un claro ejemplo. A partir de la adhesión metodista a la Declaración común sobre la doctrina de la justificación, éste toma el tema «La llamada a la santidad». Católicos y metodistas tienen mucho que aprender unos de otros sobre cómo entender la santidad y la manera de tratar de vivirla. Todos debemos hacer lo posible para que los miembros de nuestras respectivas parroquias se reúnan con frecuencia, se conozcan fomentando los intercambios y se animen recíprocamente a buscar al Señor y su gracia. Cuando leemos las Escrituras, ya sea solos o en grupo, pero siempre en un ambiente de oración, nos abrimos al amor del Padre, que se nos da en su Hijo y en el Espíritu Santo. Incluso donde se mantienen divergencias entre nuestras comunidades, éstas pueden y deben convertirse en un estímulo para la reflexión y el diálogo. John Wesley, en su Carta a un católico romano, escribió que los católicos y metodistas están llamados a «ayudarse mutuamente en cualquier cosa... que conduzca al Reino». Que esta nueva declaración común pueda ser de aliento a los metodistas y católicos para ayudarse los unos a los otros en la vida oración y en la devoción. En la misma carta, Wesley también escribía: «Si todavía no podemos pensar de la misma manera en todas las cosas, por lo menos podemos amar del mismo modo». Es cierto que aún no pensamos de la misma manera en todas las cosas, y que en las cuestiones relativas al ministerio ordenado y la ética queda mucho trabajo por hacer. Sin embargo, ninguna de estas diferencias representa un obstáculo que pueda impedirnos amar del mismo modo y dar un testimonio común ante el mundo. Nuestra vida en la santidad debe incluir siempre un servicio de amor al mundo; católicos y metodistas deben trabajar juntos para dar testimonio concreto, en muchos campos, de su amor a Cristo. De hecho, cuando servimos juntos a los necesitados, nuestra comunión crece. En el mundo de hoy, herido por muchos males, es más necesario que nunca que como cristianos demos testimonio juntos con energía renovada de la luz de Pascua, convirtiéndonos en un signo del amor de Dios, victorioso en la Resurrección de Jesús. Que este amor, incluso a través de nuestro servicio humilde y valiente, pueda llegar al corazón y la vida de muchos hermanos y hermanas que lo están esperando, aun sin saberlo. «¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!» (1 Cor 15, 57).
 

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 VIGILIA DE ORACIÓN CON MOTIVO
DEL JUBILEO DE LA DIVINA MISERICORDIA
 



Plaza de San Pedro
Sábado 2 de abril de 2016
 

  


Compartimos con alegría y agradecimiento este momento de oración que nos introduce en el Domingo de la Misericordia, muy deseado por san Juan Pablo II — hoy, hace once años, en el 2005 se ha ido—, y quería esto para hacer realidad una petición de santa Faustina. 

Los testimonios que han sido presentados —por los que damos gracias— y las lecturas que hemos escuchado abren espacios de luz y de esperanza para entrar en el gran océano de la misericordia de Dios. ¿Cuántos son los rostros de la misericordia, con los que él viene a nuestro encuentro? Son verdaderamente muchos; es imposible describirlos todos, porque la misericordia de Dios es un crescendo continuo. Dios no se cansa nunca de manifestarla y nosotros no deberíamos acostumbrarnos nunca a recibirla, buscarla y desearla. Siempre es algo nuevo que provoca estupor y maravilla al ver la gran fantasía creadora de Dios, cuando sale a nuestro encuentro con su amor.


Dios se ha revelado, manifestando muchas veces su nombre, y este nombre es “misericordioso” (cf. Ez 34,6). Así como la naturaleza de Dios es grande e infinita, del mismo modo es grande e infinita su misericordia, hasta el punto que parece una tarea difícil poder describirla en todos sus aspectos. Recorriendo las páginas de la Sagrada Escritura, encontramos que la misericordia es sobre todo cercanía de Dios a su pueblo. Una cercanía que se expresa y se manifiesta principalmente como ayuda y protección. Es la cercanía de un padre y de una madre que se refleja en una bella imagen del profeta Oseas, que dice así: «Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer» (11,4). El abrazo de un papá y de una mamá con su niño. Es muy expresiva esta imagen: Dios toma a cada uno de nosotros y nos alza hasta sus mejillas. Cuánta ternura contiene y cuánto amor manifiesta. Ternura: palabra casi olvidada y de la que hoy el mundo —todos nosotros— tenemos necesidad.


He pensado en esta palabra del Profeta cuando he visto el logo del Jubileo. Jesús no sólo lleva sobre sus espaldas a la humanidad, sino que además pega su mejilla a la de Adán, hasta el punto que los dos rostros parecen fundirse en uno.


No tenemos un Dios que no sepa comprender y compadecerse de nuestras debilidades (cf. Hb 4, 15). Al contrario, precisamente en virtud de su misericordia, Dios se ha hecho uno de nosotros: «El Hijo de Dios con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con cada hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo, en todo semejantes a nosotros, excepto en el pecado» (Gaudium et spes, 22). Por lo tanto, en Jesús no sólo podemos tocar la misericordia del Padre, sino que somos impulsados a convertirnos nosotros mismos en instrumentos de misericordia. Puede ser fácil hablar de misericordia, mientras que es más difícil llegar a ser testigos de esa misericordia en lo concreto. Este es un camino que dura toda la vida y no debe detenerse. Jesús nos dijo que debemos ser “misericordiosos como el Padre” (cf. Lc 6,36). Y esto toma toda la vida.


¡Cuántos rostros, entonces, tiene la misericordia de Dios! Ésta se nos muestra como cercanía y ternura, pero en virtud de ello también como compasión y comunicación, como consolación y perdón. Quién más la recibe, más está llamado a ofrecerla, a comunicarla; no se puede tener escondida ni retenida sólo para sí mismo. Es algo que quema el corazón y lo estimula a amar, porque reconoce el rostro de Jesucristo sobre todo en quien está más lejos, débil, solo, confundido y marginado. La misericordia no se detiene: sale a buscar la oveja perdida, y cuando la encuentra manifiesta una alegría contagiosa. La misericordia sabe mirar a los ojos de cada persona; cada una es preciosa para ella, porque cada una es única. Cuanto dolor sentimos en el corazón, al escuchar decir: “Esta gente… esta gente, esta pobre gente, echémosla fuera, dejémosla dormir en la calle…”. ¿Esto es de Jesús?


Queridos hermanos y hermanas, la misericordia nunca puede dejarnos tranquilos. Es el amor de Cristo que nos “inquieta” hasta que no hayamos alcanzado el objetivo; que nos empuja a abrazar y estrechar a nosotros, a involucrar, a quienes tienen necesidad de misericordia para permitir que todos sean reconciliados con el Padre (cf. 2 Co 5,14-20). No debemos tener miedo, es un amor que nos alcanza y envuelve hasta el punto de ir más allá de nosotros mismos, para darnos la posibilidad de reconocer su rostro en los hermanos. Dejémonos guiar  dócilmente por este amor y llegaremos a ser misericordiosos como el Padre.


Hemos escuchado el Evangelio. Tomás era un testarudo. No había creído. Y ha encontrado la fe cuando ha tocado las llagas del Señor. Una fe que no es capaz de meterse en las llagas del Señor, no es fe. Una fe que no es capaz de ser misericordiosa, como son signos de misericordia las llagas del Señor, no es fe: es idea, es ideología. Nuestra fe es encarnada en Dios que se ha hecho carne, que se ha hecho pecado, que ha sido herido por nosotros. Si queremos creer seriamente y tener la fe, debemos acercarnos y tocar aquellas llagas, acariciar aquellas llagas e incluso bajar la cabeza y dejar que los otros acaricien nuestras heridas.


Que sea, pues, el Espíritu Santo quien guíe nuestros pasos: Él es el amor, él es la misericordia que se comunica a nuestros corazones. No pongamos obstáculos a su acción vivificante, sino sigámoslo dócilmente por los caminos que nos indica. Permanezcamos con el corazón abierto, para que el Espíritu pueda transformarlo; y así, perdonados, reconciliados, inmersos en las llagas del Señor, seamos testigos de la alegría que brota del encuentro con el Señor Resucitado, vivo entre nosotros.


[Bendición]


El otro día, hablando con los directivos de una asociación de ayuda, de caridad, ha salido está idea, y pensé: “la diré en la Plaza, el sábado”. Que bello sería, que como un recuerdo, digamos, un “monumento” de este Año de la Misericordia, haya en cada diócesis una obra estructural de misericordia: un hospital, una casa para ancianos, para niños abandonados, una escuela donde no haya, una casa para recuperar los toxicómanos… Tantas cosas que se pueden hacer… Sería hermoso que cada diócesis pensara: ¿Qué podemos dejar como recuerdo vivo, como obra de misericordia viva, como llaga de Jesús vivo en este Año de la Misericordia? Pensemos y hablémoslo con los Obispos. Gracias.



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