CIUDAD DEL VATICANO, 3 de septiembre de 2016 (http://press.vatican.va).- “Entre las realidades más hermosas de la Iglesia os encontráis
vosotros que cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dais
forma y visibilidad a la misericordia. Vosotros manifestáis uno de los
deseos más hermosos del corazón del hombre: hacer que una persona que
sufre se sienta amada”, ha dicho el Papa FRANCISCO a las decenas de miles de
participantes en el Jubileo del Voluntariado y de los operadores de
misericordia reunidos esta mañana en la Plaza de San Pedro. El Jubileo
comenzó ayer y concluirá mañana, 4 de septiembre con la ceremonia de
canonización de la Madre Teresa de Calcuta.
La catequesis del Santo Padre estuvo precedida de una manifestación
en la que se alternaron lecturas bíblicas, cantos , música de diversos
tipos, y testimonios de voluntarios, entre ellos el de un refugiado
sirio, llegado a Italia gracias a los corredores humanitarios
organizados por la Comunidad de Sant’Egidio y de la Federación de las
Iglesias evangélicas en Italia, el de una mujer palestina que trabaja
con la Misericordia de Belén, en una tierra difícil donde el servicio al
prójimo es todavía más significativo, de un voluntario de san Vicente
de Paúl, que por un error judicial pasó doce meses en una cárcel
italiana, perdió su trabajo y ahora se dedica a la asistencia a los
presos y por último de una misionera de la Caridad, la orden creada por
la Madre Teresa de Calcuta, que tras prestar servicio en Bombay fue
enviada a Oriente Medio donde ha trabajado con los más marginados en 30
países. En 2012 junto con otras cuatro hermanas fue destinada a Aden, en
Yemen, desafiando las circunstancias más adversas, desde las bombas y
los tiroteos hasta la falta de agua, de alimentos, y de medicinas para
las personas a las que asistían; pero siempre, dijo, “llamaban al
Tabernáculo” y pedían a Dios que ayudase a los necesitados que dependían
de ellas y a su comunidad a salir adelante y, en una extraordinaria
serie de coincidencias, de un dar y recibir mutuo, lo lograron.
Después de la lectura de la carta del apóstol San Pablo a los
Corintios, un himno al amor “que constituye una de las páginas más
hermosas y exigentes para el testimonio de nuestra fe”, el Papa recordó
que el apóstol había hablado muchas veces del amor y de la fe en sus
escritos, pero que ese texto ofrece algo extraordinariamente grande y
original: “Él afirma -dijo FRANCISCO- que el amor, a diferencia de la
fe y de la esperanza, «no pasará jamás». Es para siempre. Esta
enseñanza debe ser para nosotros una certeza inquebrantable; el amor de
Dios no cesará nunca, ni en nuestra vida ni en la historia del mundo. Es
un amor que permanece siempre joven, activo y dinámico, y que atrae
hacia sí de un modo incomparable. Es un amor fiel que no traiciona, a
pesar de nuestras contradicciones. Es un amor fecundo que genera y va
más allá de nuestra pereza. En efecto, de este amor todos somos
testigos. El amor de Dios nos sale al encuentro, como un río en crecida
que nos arrolla pero sin aniquilarnos; más bien, es condición de vida:
«Si no tengo amor, no soy nada», dice San Pablo Cuanto más nos dejamos
involucrar por este amor, tanto más se regenera nuestra vida.
Verdaderamente deberíamos decir con toda nuestra fuerza: soy amado,
luego existo”.
Pero el amor del que nos habla el Apóstol no es algo abstracto ni
vago. “Al contrario es un amor que se ve, se toca y se experimenta en
primera persona. La forma más grande y expresiva de este amor es Jesús.
Toda su persona y su vida no es otra cosa que una manifestación concreta
del amor del Padre, hasta llegar al momento culminante: la prueba de
que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos
pecadores” “Esto es amor, - exclamó FRANCISCO - no solamente palabras, es
amor”. Del Calvario, donde el sufrimiento del Hijo de Dios
alcanza su culmen, brota el manantial de amor que cancela todo pecado y
que todo recrea en una vida nueva. Llevemos siempre con nosotros, de
modo indeleble, esta certeza de la fe: Cristo me amó y se entregó por
mí. Esta es la gran certeza: Cristo me ha amado y se ha entregado por
mí, por ti, por todos, por cada uno de nosotros…Nada ni nadie podrá
separarnos del amor de Dios. Por tanto, el amor es la expresión más alta
de toda la vida y nos permite existir”.
Después el Papa destacó que ante este contenido tan esencial de
la fe, “la Iglesia no puede permitirse actuar como lo hicieron el
sacerdote y el levita con el hombre abandonado medio muerto en el camino. No se puede mirar para otro lado y dar la espalda para no ver muchas
formas de pobreza que piden misericordia” e hizo hincapíe en que ese dar
la espalda para no ver el hambre, la enfermedad o la explotación de las
personas era un pecado grave; un pecado de nuestros días que los
cristianos no podían permitirse. “No sería digno de la Iglesia ni de un
cristiano «pasar de largo» y pretender tener la conciencia tranquila sólo porque se ha rezado o se ha ido a misa el domingo. No. El
Calvario es siempre actual; no ha desaparecido ni permanece sólo como
un hermoso cuadro en nuestras iglesias. Ese vértice de com-pasión, del
que brota el amor de Dios hacia la miseria humana, nos sigue hablando
hoy, animándonos a ofrecer nuevos signos de misericordia. No me cansaré
nunca de decir que la misericordia de Dios no es una idea bonita, sino
una acción concreta”.
No hay misericordia sin concreción, reiteró el Santo Padre,
insistiendo en que la misericordia no es un hacer el bien yendo de
paso, sino un comprometerse allí donde está el mal, la enfermedad, el
hambre, la explotación de seres humanos. “Y la misericordia humana no
será auténtica, es decir humana y misericordia, -explicó- hasta
que no se concrete en el actuar diario. La admonición del apóstol Juan
sigue siendo válida: «Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y
de palabra, sino con obras y de verdad». De hecho, la verdad de la
misericordia se comprueba en nuestros gestos cotidianos que hacen
visible la acción de Dios en medio de nosotros”.
“Hermanos y hermanas, vosotros representáis el gran y variado mundo
del voluntariado –afirmó mirando a los miles de personas en la Plaza-
Entre las realidades más hermosas de la Iglesia os encontráis vosotros
que cada día, casi siempre de forma silenciosa y oculta, dais forma y
visibilidad a la misericordia. Sois artesanos de misericordia:
con vuestras manos, con vuestros ojos, con vuestra escucha, con vuestra
cercanía, con vuestras caricias…Vosotros manifestáis uno de los deseos
más hermosos del corazón del hombre: hacer que una persona que sufre se
sienta amada. En las distintas condiciones de indigencia y necesidad de
muchas personas, vuestra presencia es la mano tendida de Cristo que
llega a todos. Sois la mano tendida de Cristo, ¿lo habéis pensado? La
credibilidad de la Iglesia pasa también de manera convincente a través
de vuestro servicio a los niños abandonados, los enfermos, los pobres
sin comida ni trabajo, los ancianos, los sintecho, los prisioneros, los
refugiados y los emigrantes, así como a todos aquellos que han sido
golpeados por las catástrofes naturales... En definitiva, dondequiera
que haya una petición de auxilio, allí llega vuestro testimonio activo y
desinteresado. Vosotros hacéis visible la ley de Cristo, la de llevar
los unos los pesos de los otros”.
“Queridos hermanos y hermanas : vosotros tocáis la carne de Cristo
con vuestras manos; no lo olvidéis”, dijo, animando a los voluntarios
a ser “siempre diligentes en la solidaridad, fuertes en la
cercanía, solícitos en generar alegría y convincentes en el consuelo. El
mundo tiene necesidad de signos concretos de solidaridad, sobre todo
ante la tentación de la indiferencia, y requiere personas capaces de
contrarrestar con su vida el individualismo, el pensar sólo en sí mismo y
desinteresarse de los hermanos necesitados. Estad siempre contentos y
llenos de alegría por vuestro servicio, pero no dejéis que nunca sea
motivo de presunción que lleva a sentirse mejores que los demás. Por el
contrario, vuestra obra de misericordia sea la humilde y elocuente
prolongación de Jesucristo que sigue inclinándose y haciéndose cargo de
quien sufre. De hecho, el amor «edifica» y, día tras día, permite a
nuestras comunidades ser signo de la comunión fraterna”.
También les exhortó a hablar con el Señor de todo esto, haciendo como
la religiosa de las Misioneras de la Caridad, es decir “llamando al
tabernáculo” porque el Señor escucha, y a pedirle que mirase la pobreza,
la indiferencia, el dar la espalda, preguntándole también el porqué.
“¿Por qué yo soy tan débil y tu me has llamado a hacer este servicio?”
Ayúdame, dame fuerzas y dame humildad. El núcleo de la misericordia es
este dialógo con el corazón misericordioso de Jesús”.
“Mañana –prosiguió- tendremos la alegría de ver a Madre Teresa
proclamada santa. Se lo merece. Este testimonio de misericordia de
nuestro tiempo se añade a la innumerable lista de hombres y mujeres que
han hecho visible con su santidad el amor de Cristo. Imitemos también
nosotros su ejemplo, y pidamos ser instrumentos humildes en las manos de
Dios para aliviar el sufrimiento del mundo, y dar la alegría y la
esperanza de la resurrección”.
Antes de impartir la bendición final el Pontífice invitó a todos a
rezar en silencio por las muchas personas que sufren, por los muchos
descartados de la sociedad y también por los voluntarios como ellos que
salen al encuentro de la carne de Cristo para tocarla, curarla y
sentirla cerca. “Rezad también, dijo, por los muchos que ante tanta
miseria miran al otro lado y en el corazón sienten una voz que les dice:
“A mí no me toca, a mí no me importa”.