CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 15 de febrero de 2017).- En la catequesis de la Audiencia General de los miércoles el Papa
FRANCISCO retomó el tema de la esperanza esta vez a la luz de la Carta
de San Pablo a los Romanos en la que el apóstol invita a sus
destinatarios a gloriarse. ¿Pero a que se refiere? Porque como recordó
el Pontífice, “desde pequeños nos enseñan que no está bien gloriarse y
es justo que sea así porque, además de algo de soberbia, también delata
una falta de respeto hacia los demás, sobre todo de los que son menos
afortunados”.
Entonces, ¿de que es justo gloriarse? ¿Y cómo se puede hacer sin ofender, sin excluir a nadie?.
A lo que invita San Pablo, como indicó el Santo Padre es a “gloriarse
de la abundancia de la gracia de la que estamos imbuidos en Jesucristo,
por la fe. Pablo quiere que entendamos que si aprendemos a leer todo a
la luz del Espíritu Santo, nos damos cuenta de que todo es gracia, todo
es don. Si prestamos atención, tanto en la historia como en nuestras
vidas, no actuamos solamente nosotros, sino Dios… que crea todo como un
regalo de amor, que teje la trama de su plan de salvación y lo conduce a
la plenitud para nosotros, a través de su Hijo, Jesús. A nosotros se
nos pide que nos demos cuenta de todo ello, que lo aceptemos con
gratitud y lo convirtamos en motivo de alabanza… y alegría. Si lo
hacemos, estamos en paz con Dios y experimentamos la libertad. Y esa
paz se extiende a todas las áreas y todas las relaciones de nuestras
vidas: estamos en paz con nosotros mismos, estamos en paz con la
familia, en nuestra comunidad, en el trabajo y con las personas que
encontramos todos los días en nuestro camino”.
Pero Pablo insta a gloriarse también en las tribulaciones, algo más
difícil y que puede parecer que no guarde relación alguna con la
condición apenas descrita. “En cambio, es el presupuesto más auténtico,
más verdadero –subrayó FRANCISCO– No hay que entender la paz que el
Señor nos brinda y nos da como la ausencia de preocupaciones, de
decepciones, de fracasos, de sufrimientos. De ser así, en el caso de que
consiguierámos estar en paz, ese momento terminaría pronto y caeríamos
inevitablemente en el desconsuelo. En cambio, la paz que viene de la fe
es un regalo: es la gracia de experimentar que Dios nos ama y que está
siempre a nuestro lado, que no nos deja solos ni siquiera un momento
en nuestra vida. Y esto, como dice el Apóstol, genera paciencia, porque
sabemos que incluso en los momentos más duros y turbulentos, la
misericordia y la bondad del Señor son más grandes que cualquier otra
cosa y nada nos arrancará de las manos y de la comunión con Él”.
Por eso la esperanza cristiana es “sólida, por eso no defrauda. No
se basa en lo que hagamos o seamos, ni tampoco en lo que creamos. Su
fundamento, es decir el fundamento de la esperanza cristiana, es lo más
fiel y seguro que hay, el amor que Dios nutre por cada uno de nosotros.
Es fácil decir : Dios nos ama; todos lo decimos –señaló el Santo Padre-
Pero pensad un poco: ¿Cada uno de nosotros es capaz de decir: “Estoy
seguro de que Dios me ama”?. No es tan fácil decirlo, pero es verdad. Es
un buen ejercicio éste de decirse a uno mismo: Dios me ama. Esta es la
raíz de nuestra seguridad, la raíz de la esperanza. Y el Señor ha derramado en nuestro corazón el Espíritu, que es el amor de Dios, para
que como artífice y garante, alimente en nosotros la fe y mantenga viva
esa esperanza y esa seguridad. Dios me ama. ¿Pero en este momento
horrible? Dios me ama. ¿Y a mí que he hecho esto y aquello? Dios me ama.
Esa seguridad no nos la quita nadie. Y tenemos que repetirlo como una
oración :Dios me ama. Estoy seguro de que Dios me ama. Estoy segura de
que Dios me ama”.
Ahora entendemos por qué el apóstol Pablo nos exhorta a gloriarnos siempre de todo esto. “Yo
me glorio del amor de Dios, porque me ama. La esperanza que se nos ha
dado no nos separa de los demás, ni mucho menos nos lleva a
desacreditarlos o a marginarlos -explicó el Santo Padre- Se trata, en
cambio, de un don extraordinario del que estamos llamados a ser
"canales", con humildad y sencillez, para todos. Por lo tanto nuestro
mayor orgullo es tener a Dios como un Padre que no tiene favoritos, que
no excluye a nadie, sino que abre su casa a todos los seres humanos,
empezando por los últimos y, los alejados, para que, como hijos suyos
aprendamos a consolarnos y a apoyarnos los unos a los otros. Y no os
olvidéis: la esperanza no defrauda”.