Bamenda, CAMERÚN (Agencia Fides, 29/05/2018) – “No hay enfrentamientos en Bamenda. Sin
embargo, la tensión se corta con un cuchillo. Los comerciantes y
empresarios temen que sus negocios sean destruidos o dañados. Los
taxistas tienen miedo de ser atacados”. Así lo asegura Gioacchino
Catanzaro, fraile capuchino, que relata a Fides cómo es la vida en una
de las principales ciudades de habla inglesa de Camerún.
En Bamenda, como en las provincias del noroeste, se lleva respirando
durante mucho tiempo un aire pesado. Desde la independencia del país
(1960), los cameruneses de habla inglesa han acusado a las autoridades
francófonas de marginarlos, afirmando que las autoridades de Yaoundé les
imponen el idioma y las tradiciones francesas en los tribunales,
oficinas públicas y escuelas. Durante años, las provincias anglófonas
han pedido más espacio para sus costumbres y hábitos y han exigido una
mayor autonomía. Desde 2016 el descontento se ha vuelto constante. El 1°
de octubre de 2017, los sectores más extremistas presionaron para
declarar la independencia de las dos provincias de habla inglesa de
Camerún y el nacimiento de la República de Ambazonia.
Esto causó un aumento de la tensión en las dos provincias. Ha habido
enfrentamientos, cada vez más sangrientos, entre los separatistas y los
funcionarios encargados de hacer cumplir la ley, y que se han saldado
con cientos de muertos y heridos. Según las Naciones Unidas, 160.000
cameruneses de habla inglesa han abandonado sus hogares para buscar
refugio en otras zonas de Camerún o en el extranjero (especialmente en
Nigeria). “La mayoría de ellos, según revela un informe de la ONU, viven
en el monte con poco para sobrevivir”.
“En Bamenda, - explica Gioacchino -, no hay peleas en las calles. Pero
hay algo más terrible que los enfrentamientos, el miedo. Se siente que
en la gente existe el temor a los incidentes. La vida social ha
desaparecido. En los últimos meses, muchas negocios han sido atacados e
incendiados. Los pequeños empresarios han cerrado sus empresas. Los
comerciantes de sus tiendas. “Encontrar un saco de cemento, -continúa-,
es casi imposible. Así como herramientas o utensilios. Los panaderos y
los comerciantes mantienen las tiendas cerradas y las abren desde la
parte trasera solo a quienes conocen. Para moverse hay muy pocos taxis y
mototaxis”.
Fra Gioacchino continúa su trabajo en la prisión de Bamenda. Lleva a los
más de 800 presos consuelo religioso, comida, ropa. Junto con el equipo
de la capellanía de la diócesis, presta apoyo especialmente a los más
débiles, sobre todo, a los niños y a las mujeres: “Tratamos de evitar
que los junten con los presos comunes. Les ayudamos a estudiar y
aprender un oficio”. Los frailes también han comenzado proyectos para
llevar electricidad y agua potable a la penitenciaría. Durante años han
estado trabajando con presos con SIDA, ofreciéndoles el tratamiento para
contener el virus.
¿La revuelta contra el gobierno central ha llevado a la cárcel a presos
políticos? “No lo sabemos con exactitud”, concluye el fraile.
“Evidentemente hay algunos, pero se cree que la mayoría de los
separatistas arrestados han sido transferidos a otro lado”.