Kara, TOGO (Agencia Fides, 23/05/2018) - “Las celebraciones de la fiesta de Pentecostés
han terminado y el sueño de comunión, fraternidad y amor se siente cada
vez más en el continente. Sin embargo, las divisiones tribales, de
clanes y étnicas, incluso dentro de la Iglesia que alimentan
constantemente nuestra vida cotidiana, nos recuerdan que el espíritu
separatista de Babel sigue siendo fuerte”, recuerda el teólogo
marfileño, el padre Donald Zagore.
“Convertirse en cristiano”, -explica-, “significa alimentar la communio
y, por lo tanto, entrar en la forma de ser del Espíritu Santo que es la
fuerza de comunión, el único y último mediador que hace posible la
comunicación entre Dios y los hombres primero y luego entre los hombres
mismos”. Uno no puede pensar en vivir una vida cristiana separado de los
demás. La fiesta de Pentecostés nos recuerda constantemente la esencia
de nuestra misión como Iglesia en África, que es trabajar por la
reconciliación y la unificación de nuestras comunidades religiosas y de
nuestros países”.
El Papa Francisco, en su homilía del domingo 20 de mayo, invocó al
Espíritu Santo diciendo: “Sopla sobre la Iglesia y empújala hasta lo más
lejano para que, llevada por ti, no lleve otra cosa que a ti. Sopla
sobre el mundo delicado calor de la paz y el frescor de la esperanza”.
Esta invitación resuena entre los bautizados de África: “No hay un
escándalo mayor que ver a las Iglesias divididas, especialmente por
cuestiones tribales, étnicas y de clanes”, continúa el padre Zagore.
“El tribalismo de nuestras comunidades sigue siendo una distorsión grave
de la acción del Espíritu Santo y de la naturaleza misma de la Iglesia,
ya que la Iglesia misma es obra del Espíritu Santo. EL tribalismo de
nuestras iglesias es esencialmente un pecado contra el Espíritu Santo.
Donde el Espíritu de Cristo reina, no hay división, más bien hay unidad y
reconciliación”, señala.
El teólogo concluye: “El Espíritu Santo se ofrece a la comunidad de
aquellos que se apoyan unos a otros a través de Cristo. Pentecostés es
la fiesta de la unidad y la comunión de la Iglesia y de toda la
humanidad. A través de Pentecostés toda la Iglesia, toda la humanidad
habla el mismo lenguaje: el del amor. Solo un amor más fuerte que todos
los intereses personales puede construir y hacer fértil una comunidad de
hombres unidos y reconciliados. Este amor más fuerte que cualquier cosa
no es otro que el de Cristo. Debe decirse con fuerza que la unidad de
la Iglesia está impregnada del único amor de Cristo, que murió y
resucitó para la salvación de todos”.