Brazzaville, CONGO (Agencia Fides, 22/06/2020) – “De un mal puede nacer un bien”, escribe a
la Agencia Fides don Armand Brice Ibombo, sacerdote y maestro en la
República del Congo, describiendo las consecuencias de la pandemia de
COVID-19 en su país.
En Congo Brazzaville, los primeros casos de COVID-19 fueron reportados
el 14 de marzo. Inmediatamente después, “comenzó el período de
emergencia sanitaria, con el cierre de lugares que podían ser puntos de
contagio del virus, como escuelas, oficinas, lugares de culto, bares,
restaurantes, estadios, etc.” explica don Ibombo: "En su mensaje del 28
de marzo, el Presidente de la República decretó el estado de emergencia
sanitaria, con la obligación de confinamiento en la propia casa y un
toque de queda de las 20:00 a las 5:00 de la mañana”.
Como es evidente, “el aspecto religioso ha estado fuertemente
influenciado por el coronavirus, porque como en la mayoría de los
países, se decidió cerrar los lugares de culto, obligando a los
cristianos a rezar y meditar en casa o seguir las celebraciones en la
televisión, sin contacto físico con los hermanos y hermanas y con los
propios pastores y guías”, continúa don Ibombo. “Pero ‘de un mal puede
nacer un bien’, dice un dicho popular, el coronavirus ha dado a muchos
cristianos la capacidad o la voluntad de rezar y ha desarrollado otros
valores que a menudo son ignorados o se pasan por alto. Por ejemplo, con
el confinamiento, el coronavirus ha revelado la importancia de la
oración personal y familiar. Los que tienen dificultades para orar solos
y en casa se han visto obligados durante este período a cultivar una
relación íntima y profunda con Dios, lejos de la comunidad parroquial”,
subraya el sacerdote.
“El coronavirus ha hecho que las familias sean conscientes de su
vocación como ‘iglesias domésticas’, es decir, el primer lugar de
educación para la oración y los valores de la vida”, comenta don Ibombo.
“Incluso desde un punto de vista social, algunos han vivido una vida
familiar muy unida, en la que toda la familia se ve, viven juntos de la
mañana a la noche, porque no hay actividades extra-familiares para
llevar a cabo. Incluso aquellos que trabajaban durante este período (en
actividades consideradas esenciales) el impacto ha sido positivo para
las familias, porque después del trabajo se apresuraban a regresar a la
familia. En resumen, el coronavirus indudablemente ha fortalecido los
lazos y las relaciones en muchas familias, a parte del aburrimiento
causado por el efecto del confinamiento doméstico obligatorio”, dice el
sacerdote.
Sin embargo, las familias han tenido que hacer frente a serias
dificultades económicas porque la mayoría de los congoleños viven el día
a día llevando a cabo actividades informales que han sido bloqueadas
por las medidas de contención de la pandemia.
“El estado ha tomado todas las medidas para controlar el Covid-19, pero
no las necesarias para acompañar a la población. En el Congo, solo unas
pocas familias han tenido la suerte de beneficiarse del proyecto Lisungi
(un programa para ayudar a las familias más pobres), pero es una
pequeña minoría a expensas de la gran mayoría de las familias”, dice don
Ibombo, según el cual “el estado congoleño debería seguir el ejemplo de
los países desarrollados mediante la creación de reservas de alimentos
para ser utilizados durante desastres o tiempos de crisis, como lo que
estamos experimentando. De lo contrario, en lugar de morir por el
coronavirus, la gente podría morir de hambre, lo que afortunadamente no
ha sucedido”.
En conclusión, según don Ibombo, “aún queda mucho por hacer en la
prevención, gestión de conflictos y desastres naturales. Nadie ha
predicho el coronavirus, es cierto, pero ya podemos usar esta crisis
para el futuro, porque ‘un hombre avisado es un hombre medio salvado’,
como dice el dicho popular”.