miércoles, 16 de julio de 2014

FRANCISCO: Segunda parte de los discursos de junio (28, 26 [2] y 20)

DISCURSOS DEL PAPA FRANCISCO
JUNIO 2014



SALUDO A UN GRUPO DE JÓVENES ROMANOS
QUE ESTÁN MADURANDO SU OPCIÓN VOCACIONAL



Gruta de Lourdes de los Jardines Vaticanos
Sábado 28 de junio de 2014
 

Ante todo pido disculpas por el retraso, pero la verdad es que no me di cuenta del tiempo. Estaba en una conversación tan interesante que no me di cuenta. ¡Disculpadme! Esto no se hace, la puntualidad se debe mantener.


Os agradezco esta visita, esta visita a la Virgen que es tan importante en nuestra vida. Y ella nos acompaña también en la opción definitiva, la opción vocacional, porque ella acompañó a su Hijo en su camino vocacional que fue muy duro, muy doloroso. Ella nos acompaña siempre.


Cuando un cristiano me dice, no que no ama a la Virgen, sino que no le nace buscar a la Virgen o rezar a la Virgen, yo me siento triste. Recuerdo una vez, hace casi 40 años, yo estaba en Bélgica, en un congreso, y había una pareja de catequistas, ambos profesores universitarios, con hijos, una hermosa familia, y hablaban muy bien de Jesucristo. A un cierto punto dije: «¿Y la devoción a la Virgen?». «Nosotros hemos superado esa etapa. Nosotros conocemos tanto a Jesucristo que no necesitamos a la Virgen». Y lo que surgió en mi mente y en mi corazón fue: «¡Bah..., pobres huérfanos!». Es así, ¿no? Porque un cristiano sin la Virgen es huérfano. También un cristiano sin Iglesia es un huérfano. Un cristiano necesita a estas dos mujeres, dos mujeres madres, dos mujeres vírgenes: la Iglesia y la Virgen. Y para hacer el «test» de una vocación cristiana justa, es necesario preguntarse: «¿Cómo es mi relación con estas dos Madres que tengo?», con la madre Iglesia y con la madre María. Esto no es un pensamiento de «piedad», no, es teología pura. Esto es teología. ¿Cómo es mi relación con la Iglesia, con mi madre Iglesia, con la santa madre Iglesia jerárquica? ¿Y cómo es mi relación con la Virgen, que es mi mamá, mi Madre?


Esto hace bien: no abandonarla jamás y no caminar solos. Os deseo un buen camino de discernimiento. Para cada uno de nosotros el Señor tiene su vocación, ese sitio donde Él quiere que nosotros vivamos nuestra vida. Pero es necesario buscarlo, encontrarlo; y luego continuar, seguir adelante.


Otra cosa que quisiera añadir —además de la Iglesia y la Virgen— es el sentido de lo definitivo. Esto para nosotros es importante, porque estamos viviendo una cultura de lo provisional: esto sí, pero por un tiempo, y para otro momento... ¿Te casas? Sí, sí, pero hasta que dure el amor, luego otra vez cada uno a su casa...


Un muchacho —me contaba un obispo—, un joven, un profesional joven, le dijo: «Yo quisiera ser sacerdote, pero sólo por diez años». Es así, es lo provisional. Tenemos miedo a lo definitivo. Y para elegir una vocación, la vocación que sea, incluso las vocaciones «de estado» —el matrimonio, la vida consagrada, el sacerdocio— se debe elegir con una perspectiva de lo definitivo. Y a esto se opone la cultura de lo provisional. Es una parte de la cultura que nos toca vivir a nosotros en este tiempo, pero debemos vivirla, y vencerla.


Muy bien. También en este aspecto de lo definitivo, creo que uno que tiene más seguro su camino definitivo es el Papa. Porque el Papa... ¿dónde acabará el Papa? Allí, en esa tumba, ¿no?


Os agradezco mucho esta visita, y os invito a rezar a la Virgen o, no sé, a cantar... La «Salve Regina»... ¿La saben cantar? ¿Cantamos la «Salve Regina» a la Virgen todos juntos? ¡Vamos!


(Canto...)


Ahora a vosotros, a vuestras familias, a todos doy la bendición y os pido, por favor, que recéis por mí.


(Bendición...)


¡Gracias a vosotros! ¡Muchas gracias! ¡Buen camino!


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A LOS PARTICIPANTES EN LA ESCUELA ESTIVAL DE ASTROFÍSICA
DE LA SPECOLA VATICANA


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala de los Papas
Jueves 26 de junio de 2014
 

Buenos días:


Me complace acogeros a vosotros, profesores y alumnos del curso estival organizado por la Specola vaticana, sobre el tema «Galaxias: cercanas y lejanas, nuevas y antiguas»; como también a los padres y hermanos jesuitas y a los empleados de la Specola. Me alegro por la numerosa y cualificada participación en esta escuela internacional, que reúne a profesores y alumnos provenientes de 23 países. Doy las gracias de manera especial a los profesores que dedicaron tiempo y esfuerzo para introduciros a vosotros, jóvenes astrónomos, en el arduo y fascinante trabajo de estudiar el universo, don precioso del Creador. Deseo agradecer también a los bienhechores que generosamente han contribuido con las becas de estudio.


Durante casi un mes, vosotros os habéis dedicado no sólo al estudio de las galaxias, guiados por profesores expertos en este campo, sino que habéis también compartido vuestras tradiciones culturales y religiosas, dando un hermoso testimonio de diálogo y convivencia en armonía. En el curso de estas semanas de estudio disteis vida a colaboraciones científicas y vínculos duraderos de amistad. Al ver vuestros rostros, me parece admirar un mosaico que comprende pueblos de todas las partes del mundo. Es justo que todos los pueblos tengan acceso a la investigación y formación científica. El deseo de que todos los pueblos puedan gozar de los beneficios de la ciencia es un desafío que nos compromete a todos, especialmente a los científicos.


La escuela de astrofísica de la Specola vaticana se convierte así en un lugar donde los jóvenes del mundo dialogan, colaboran y se ayudan mutuamente en la búsqueda de la verdad que se concretiza en este caso en el estudio de las galaxias. Esta iniciativa sencilla y concreta muestra cómo las ciencias pueden ser un instrumento idóneo y eficaz para promover la paz y la justicia.


Por eso la Iglesia también está comprometida en el diálogo con las ciencias partiendo de la luz que ofrece la fe, porque está convencida de que la fe puede ampliar las perspectivas de la razón, enriqueciéndola (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 238). En este diálogo con las ciencias, la Iglesia se alegra del admirable progreso científico reconociendo el enorme potencial que Dios ha dado a la mente humana (cf. ibid., 243), como una madre se alegra y está justamente orgullosa cuando sus hijos crecen «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2, 52).


Quisiera también alentaros a compartir los conocimientos adquiridos sobre el universo con la gente de vuestros respectivos países. Sólo una pequeñísima parte de la población mundial tiene acceso a tales conocimientos, que abren el corazón y la mente a los grandes interrogantes que la humanidad desde siempre se plantea: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué sentido tiene este universo de cientos de miles de millones de galaxias?... La búsqueda de respuestas a estos interrogantes nos predispone al encuentro con el Creador, Padre bueno, porque «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 28).


Que Dios omnipotente y misericordioso, que «cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre» (Sal 147, 4) os colme de su paz y os bendiga.



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A LOS PARTICIPANTES EN LA ASAMBLEA DE LA REUNIÓN
DE LAS OBRAS PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)


Palacio Apostólico Vaticano
 Sala Clementina
Jueves 26 de junio de 2014


Queridos amigos:


Hace un mes tuve la gracia de realizar la peregrinación a Tierra Santa, y este encuentro de hoy con la Congregación para las Iglesias orientales y con los representantes de la R.O.A.C.O. me permite renovar el abrazo a todas las Iglesias de Oriente. Grande fue el consuelo y grandes el estímulo y la responsabilidad que surgieron de esa peregrinación a fin de que prosigamos el camino hacia la plena unidad de todos los cristianos y también el diálogo interreligioso.


Doy las gracias al cardenal prefecto por haber evocado las etapas de la peregrinación. Saludo de corazón a cada uno de vosotros y a las comunidades a las que pertenecéis. Juntos demos gracias a Dios y oremos para que ese viaje apostólico, como buena semilla, dé frutos abundantes. Es el Señor quien los hace germinar y crecer, si nos encomendamos a Él con la oración y perseveramos, a pesar de las contrariedades, por las sendas del Evangelio.


El olivo que planté en los jardines Vaticanos junto con el patriarca de Constantinopla y los presidentes israelí y palestino, recuerda esa paz que es segura sólo si se cultiva con varias manos. Quien se compromete a cultivar no debe, sin embargo, olvidar que el crecimiento depende del verdadero Agricultor que es Dios. Por lo demás, la verdadera paz, la que el mundo no puede dar, nos la da Jesucristo. Por eso, a pesar de las graves heridas que lamentablemente padece incluso hoy, ella puede resurgir siempre. Os estoy siempre agradecido porque vosotros colaboráis en esta «cantera» con la caridad, que constituye la finalidad más auténtica de vuestras organizaciones. Con la unidad y la caridad los discípulos de Cristo cultivan la paz para cada pueblo y comunidad venciendo las persistentes discriminaciones, comenzando por aquellas por motivos religiosos.


Los primeros llamados a cultivar la paz son los propios hermanos y hermanas de Oriente, con sus pastores. Esperando a veces contra toda esperanza, permaneciendo allí donde nacieron y donde desde los inicios resonó el Evangelio del Hijo de Dios hecho hombre, que puedan experimentar que son «bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán ellos llamados hijos de Dios» (Mt 5, 9). Y puedan tener siempre el apoyo de la Iglesia universal, para conservar la certeza de que el fuego de Pentecostés, el poder del Amor, puede detener el fuego de las armas, del odio y la venganza. Sus lágrimas y sus miedos son los nuestros, como también su esperanza. Quien lo demostrará será nuestra solidaridad, si logra ser concreta y eficaz, capaz de estimular a la comunidad internacional en defensa de los derechos de los individuos y los pueblos.


En especial a los hermanos y hermanas de Siria e Irak, a sus obispos y sacerdotes, expreso junto con vosotros la cercanía de la Iglesia católica. Y la extiendo a Tierra Santa y Oriente Próximo, pero también a la amada Ucrania, en la hora tan grave que está viviendo, y a Rumanía, a la que os habéis interesado en vuestros trabajos. Os exhorto a continuar el compromiso profuso en su favor. Vuestra ayuda en las naciones más golpeadas puede responder a las necesidades primarias, especialmente de los más pequeños y débiles, como de los jóvenes tentados a abandonar la patria de origen. Y puesto que las comunidades orientales están presentes en todo el mundo, buscad llevar alivio y sostén por doquier a los numerosos desplazados y refugiados, restituyendo dignidad y seguridad, con el debido respeto por su identidad y libertad religiosa.


Queridos amigos, os animo a llevar adelante las prioridades establecidas en vuestra pasada sesión plenaria, en especial la formación de las nuevas generaciones y educadores. Al mismo tiempo, al acercarse la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos dedicada a la familia, os invito a dar prioridad también a este ámbito, a la luz de la Exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente (nn. 58-61). En efecto, la santa familia de Nazaret, «que vivió... el dolor de la persecución, la emigración y el duro trabajo cotidiano», nos enseña «a confiar en el Padre, a imitar a Cristo y a dejarse guiar por el Espíritu Santo» (ibid., 59). Que la Santa Madre de Dios acompañe a las familias una por una para que, gracias a ellas, la Iglesia, con la alegría y la fuerza del Evangelio, sea siempre una madre fecunda y solícita en edificar la universal familia de Dios.


Gracias a todos vosotros por vuestro trabajo. Os bendigo de corazón.


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A LOS PARTICIPANTES EN EL CONGRESO INTERNACIONAL
«LA LIBERTAD RELIGIOSA SEGÚN EL DERECHO INTERNACIONAL 
Y EL CONFLICTO GLOBAL DE LOS VALORES»


Palacio Apostólico Vaticano
Sala del Consistorio
Viernes 20 de junio de 2014


Os acojo con ocasión de vuestro Congreso internacional, queridos hermanos y hermanas. Agradezco al profesor Giusseppe Dalla Torre por sus palabras corteses.
Hace poco, el debate acerca de la libertad religiosa se hizo muy interesante, interpelando sea a los Gobiernos que a las Confesiones religiosas. La Iglesia católica, a este propósito, hace referencia a la Declaración Dignitatis humanae, uno de los documentos más importantes del Concilio Ecuménico Vaticano II.


En efecto, cada ser humano es un «buscador» de la verdad acerca del propio origen y del propio destino. En su mente y en su «corazón» surgen interrogantes y pensamientos que no pueden ser reprimidos o sofocados, en cuanto que surgen de lo profundo y son connaturales a la íntima esencia de la persona. Son preguntas religiosas que tienen necesidad de la libertad religiosa para manifestarse plenamente. Estas buscan arrojar luz sobre el auténtico significado de la existencia, sobre la conexión que la une al cosmos y a la historia, y pretenden desgarrar las tinieblas de las que estaría circundada la vida humana si tales cuestiones no se propusieran y quedaran sin respuesta. Dice el salmista: «Cuando veo el cielo, obra de tus dedos, / la luna y las estrellas que has creado. / ¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, / el ser humano, para mirar por él?» (Sal 8, 5).


La razón reconoce en la libertad religiosa un derecho fundamental del hombre que reflexiona su más alta dignidad, la de poder buscar la verdad y de adherirse a ella, y reconoce en ella una condición indispensable para poder desplegar toda la propia potencialidad. La libertad religiosa no es sólo la de un pensamiento o de un culto privado. Es la libertad de vivir según los principios éticos consiguientes a la verdad encontrada, sea privada que públicamente. Este es un gran reto en el mundo globalizado, donde el pensamiento débil –que es como una enfermedad– rebajan el nivel ético general, y en nombre de un falso concepto de tolerancia se termina persiguiendo a los que defienden la verdad sobre el hombre y sus consecuencias éticas.


Las ordenanzas jurídicas, gubernamentales o internacionales, están llamadas, por lo tanto, a reconocer, garantizar y proteger la libertad religiosa, que es un derecho intrínsecamente inherente a la naturaleza humana, a su dignidad de ser humano, y es, además, un indicador de una sana democracia y una de las fuentes principales de la legitimidad del Estado.


La libertad religiosa, recogida en la Constitución y en las leyes, y traducida en comportamientos coherentes, favorece el desarrollo de las relaciones de mutuo respeto entre las diversas Confesiones y una sana colaboración de ellas con el Estado y la sociedad política, sin confusión de funciones y sin antagonismos. En lugar del conflicto global de valores, se hace posible, a partir de un núcleo de valores universalmente compartidos, una global colaboración en vista del bien común.


A la luz de las adquisiciones de la razón, confirmadas y perfeccionadas por la revelación, y del progreso civil de los pueblos, resulta incomprensible y preocupante que, hasta el día de hoy, en el mundo perduren las discriminaciones y restricciones de los derechos por el simple hecho de pertenecer y profesar públicamente una determinada fe. ¡Es inaceptable que, de hecho, subsistan verdaderas y propias persecuciones por motivos de pertenencia religiosa! ¡También guerras! Esto hiere la razón, atenta contra la paz y humilla la dignidad del hombre.


Es para mí motivo de grande dolor constatar que los cristianos del mundo padecen el mayor número de tales discriminaciones. Las persecuciones contra los cristianos, de hecho, hoy es más fuerte que en los primeros siglos de la Iglesia, y hay más cristianos mártires que en aquella época. Esto sucede a más de 1700 años del edicto de Constantino, que concedía la libertad a los cristianos de profesar públicamente la fe.


Deseo vivamente que vuestro congreso ilustre con profundidad y rigor científico las razones que obligan a toda ordenanza jurídica a respetar y defender la libertad religiosa. Os agradezco esta contribución. Os pido que recéis por mí. De corazón os deseo lo mejor y pido a Dios que os bendiga. Gracias.


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