Yuan Qu, CHINA (Agencia Fides, 27/06/2017) – “Gracias a este joven misionero holandés que
dedicó su vida a la Iglesia en China y a la evangelización en el país,
hemos podido recibir este maravilloso don de la fe en Cristo”, así lo ha
dicho Mons. Peter Wu Jun Wei, Obispo de la Diócesis de Yun Cheng, en la
provincia de Shan Xi, durante la solemne conmemoración de los 110 años
del nacimiento del misionero franciscano holandés, el padre Aemilianus
Van Heel, OFM. El misionero fue asesinado a los 31 años por los
invasores japoneses, ya que defendía y acogía en su iglesia a los
desplazados chinos, católicos y no católicos, salvando miles de personas
que huían de la violencia de los japoneses.
Según las noticias recogidas por la Agencia Fides, durante la ceremonia
del 17 de junio Mons. Wu ha inaugurado y bendecido la nueva lápida de la
tumba del misionero. La celebración tuvo lugar tres días antes de la
Jornada Internacional del Refugiado, el 20 de junio. Varios testigos
recordaron el comportamiento heroico de los misioneros franciscanos con
hechos que aún hoy conmueven. Según Mons. Wu “el padre Aemilianus
sacrificó su preciosa vida a la edad de 31 años para salvar a los
refugiados, católicos y no, de los invasores japoneses. Hoy, nuestros
frutos misioneros se deben a su sangre y su sudor.
Como cristianos, pero especialmente nosotros sacerdotes, religiosos y
religiosas, tenemos que seguir sus pasos y los de muchos otros
misioneros pioneros en llevar el Evangelio a todos”. Se ha colocado una
nueva lápida precisamente para mantener vivo el espíritu del padre
Aemilianus, algo que tanto necesitamos hoy en día: el amor universal y
la justicia.
El Superior Provincial holandés de los Franciscanos y el Ex-embajador
holandés en China, Roland Van den Berg, han enviado un telegrama de
participación.
El Padre Aemilianus Van Heel a Leiden, OFM, nació en Leiden, Holanda, el
8 de junio de 1907. Llegó a China como misionero en 1933 y comenzó su
misión en la aldea de Shi Tou Ge Ta (actualmente Changzhi), en Yuanqu de
Chang Zhi, en la provincia de Shan Xi. Era muy querido por los
habitantes, tanto católicos como no católicos, hablaba bien la lengua
china, practicaba medicina, acogía a los huérfanos y amaba a la gente
del lugar, hasta el punto de tomar como nombre chico el más extendido en
la aldea. En definitiva “estaba siempre preparado para darlo todo por
su rebaño”.
Durante la invasión del ejército japones en Yuanqu, en 1938, los
militares quemaron las casas, asesinaron, secuestraron, violaron y
torturaron a muchas personas. Más de 2.000 mujeres y niños se
escondieron en la iglesia, en busca de refugio, gracias al gran coraje y
a la generosidad del padre Aemilianus. El sacerdote había organizado el
lugar para acoger a todos los refugiados, alzando muros en el patio de
la iglesia y ampliando el sótano. Se enfrentó a los soldados japoneses
que continuaban llevando a cabo actos de violencia contra la población,
especialmente contra las mujeres y las niñas de la escuela que él
dirigía. Dijo a los militares japoneses: “Mientras yo este aquí, no os
llevareis a ninguna de las mujeres o las niñas de aquí”. Los japoneses
lo asesinaron brutalmente la noche del 8 de octubre de 1938.