VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD FRANCISCO A CHILE Y PERÚ
(15-22 DE ENERO DE 2018)
(15-22 DE ENERO DE 2018)
SALUDO DEL SANTO PADRE A LOS PERIODISTAS
DURANTE EL VUELO A CHILE
DURANTE EL VUELO A CHILE
Lunes, 15 de enero de 2018
CHILE
Lunes 15 de enero de 2018
Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, encontrarme con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga acompañando y gestando los sueños de esta bendita nación. Muchas gracias.
[1]Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile.
[2] Homilía en el Te Deum Ecuménico (4 noviembre 1970).
[3] Te Deum (septiembre 1948).
[4] Carta enc. Laudato si’, 111.
[5] Cf. Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, en Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.
«Al ver a la multitud» (Mt 5,1). En estas primeras palabras
del Evangelio que acabamos de escuchar encontramos la actitud con la que
Jesús quiere salir a nuestro encuentro, la misma actitud con la que
Dios siempre ha sorprendido a su pueblo (cf. Ex 3,7). La primera actitud de Jesús es ver, es
mirar el rostro de los suyos. Esos rostros ponen en movimiento el amor
visceral de Dios. No fueron ideas o conceptos los que movieron a Jesús…
son los rostros, son las personas; es la vida que clama a la Vida que el
Padre nos quiere transmitir.
Al ver a la multitud, Jesús encuentra el rostro de la gente que lo seguía y lo más lindo es ver que ellos, a su vez, encuentran en la mirada de Jesús el eco de sus búsquedas y anhelos. De ese encuentro nace este elenco de bienaventuranzas que son el horizonte hacia el cual somos invitados y desafiados a caminar. Las bienaventuranzas no nacen de una actitud pasiva frente a la realidad, ni tampoco pueden nacer de un espectador que se vuelve un triste autor de estadísticas de lo que acontece. No nacen de los profetas de desventuras que se contentan con sembrar desilusión. Tampoco de espejismos que nos prometen la felicidad con un «clic», en un abrir y cerrar de ojos. Por el contrario, las bienaventuranzas nacen del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón compasivo y necesitado de compasión de hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida bendecida; de hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el desconcierto y el dolor que se genera cuando «se te mueve el piso» o «se inundan los sueños» y el trabajo de toda una vida se viene abajo; pero más saben de tesón y de lucha para salir adelante; más saben de reconstrucción y de volver a empezar.
¡Cuánto conoce el corazón chileno de reconstrucciones y de volver a empezar; cuánto conocen ustedes de levantarse después de tantos derrumbes! ¡A ese corazón apela Jesús; para que ese corazón reciba las bienaventuranzas!
Las bienaventuranzas no nacen de actitudes criticonas ni de la «palabrería barata» de aquellos que creen saberlo todo pero no se quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando toda posibilidad de generar procesos de transformación y reconstrucción en nuestras comunidades, en nuestras vidas. Las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de esperar. Y experimenta que la esperanza «es el nuevo día, la extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa» (Pablo Neruda, El habitante y su esperanza, 5).
Jesús, al decirle bienaventurado al pobre, al que ha llorado, al afligido, al paciente, al que ha perdonado... viene a extirpar la inmovilidad paralizante del que cree que las cosas no pueden cambiar, del que ha dejado de creer en el poder transformador de Dios Padre y en sus hermanos, especialmente en sus hermanos más frágiles, en sus hermanos descartados. Jesús, al proclamar las bienaventuranzas viene a sacudir esa postración negativa llamada resignación que nos hace creer que se puede vivir mejor si nos escapamos de los problemas, si huimos de los demás; si nos escondemos o encerramos en nuestras comodidades, si nos adormecemos en un consumismo tranquilizante (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Esa resignación que nos lleva a aislarnos de todos, a dividirnos, separarnos; a hacernos ciegos frente a la vida y al sufrimiento de los otros.
Las bienaventuranzas son ese nuevo día para todos aquellos que siguen apostando al futuro, que siguen soñando, que siguen dejándose tocar e impulsar por el Espíritu de Dios.
Qué bien nos hace pensar que Jesús desde el Cerro Renca o Puntilla viene a decirnos: bienaventurados… Sí, bienaventurado vos y vos; a cada uno de nosotros. Bienaventurados ustedes que se dejan contagiar por el Espíritu de Dios y luchan y trabajan por ese nuevo día, por ese nuevo Chile, porque de ustedes será el reino de los cielos. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Y frente a la resignación que como un murmullo grosero socava nuestros lazos vitales y nos divide, Jesús nos dice: bienaventurados los que se comprometen por la reconciliación. Felices aquellos que son capaces de ensuciarse las manos y trabajar para que otros vivan en paz. Felices aquellos que se esfuerzan por no sembrar división. De esta manera, la bienaventuranza nos hace artífices de paz; nos invita a comprometernos para que el espíritu de la reconciliación gane espacio entre nosotros. ¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices los que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa. ¿Quieres paz?, trabaja por la paz.
No puedo dejar de evocar a ese gran pastor que tuvo Santiago cuando en un Te Deum decía: «“Si quieres la paz, trabaja por la justicia” … Y si alguien nos pregunta: “¿qué es la justicia?” o si acaso consiste solamente en “no robar”, le diremos que existe otra justicia: la que exige que cada hombre sea tratado como hombre» (Card. Raúl Silva Henríquez, Homilía en el Te Deum Ecuménico, 18 septiembre 1977).
¡Sembrar la paz a golpe de proximidad, de vecindad! A golpe de salir de casa y mirar rostros, de ir al encuentro de aquel que lo está pasando mal, que no ha sido tratado como persona, como un digno hijo de esta tierra. Esta es la única manera que tenemos de tejer un futuro de paz, de volver a hilar una realidad que se puede deshilachar. El trabajador de la paz sabe que muchas veces es necesario vencer grandes o sutiles mezquindades y ambiciones, que nacen de pretender crecer y «darse un nombre», de tener prestigio a costa de otros. El trabajador de la paz sabe que no alcanza con decir: no le hago mal a nadie, ya que como decía san Alberto Hurtado: «Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien» (Meditación radial, abril 1944).
Construir la paz es un proceso que nos convoca y estimula nuestra creatividad para gestar relaciones capaces de ver en mi vecino no a un extraño, a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra.
Encomendémonos a la Virgen Inmaculada que desde el Cerro San Cristóbal cuida y acompaña esta ciudad. Que ella nos ayude a vivir y a desear el espíritu de las bienaventuranzas; para que en todos los rincones de esta ciudad se escuche como un susurro: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
PERÚ
CHILE
Lunes 15 de enero de 2018
Greg Burke:
Santidad, gracias. Gracias en primer lugar por el detalle de esta
mañana: todos hemos recibimos la estampa [con la imagen del niño] de
Nagasaki. Y gracias sobre todo por la posibilidad de viajar con usted.
Estamos al completo: 70 personas, incluidos, creo, 12 de Chile y Perú,
por tanto 12 nuevos. Aprovecho para decirles que se trata de un saludo,
no son 70 preguntas, cuando haremos el recorrido. Esto es todo aquí. Tal
vez usted quiere decir alguna cosa ...
Papa FRANCISCO:
Buenos días.
Les deseo un buen viaje. Desde Alitalia me han dicho que el vuelo
Roma-Santiago es el vuelo directo más largo que tiene Alitalia: quince
horas y cuarenta, o veinte, no lo sé... Tendremos tiempo para descansar,
trabajar, muchas cosas. Gracias por su arduo trabajo, que será
fatigoso: tres días en un país, tres días en el otro... Para mí no será
tan difícil en Chile porque estudié allí un año, tengo muchos amigos, y
lo conozco bien -bueno... conozco más-. En cambio, de Perú conozco
menos, porque he ido allí dos o tres veces para conferencias,
encuentros.
Después, Greg ha hablado de lo que les he dado [la estampa]: la
encontré por casualidad. Fue tomada en 1945, en el reverso están los
datos. Es un niño, con su hermano más pequeño muerto sobre sus hombros,
esperando su turno frente al crematorio, en Nagasaki, después de la
bomba. Me conmoví cuando vi esta [foto], y me atreví a escribir solo "El
fruto de la guerra". Y pensé de mandarla a imprimir y darla, porque una
imagen como esa conmueve más que mil palabras. Es por eso que quería
compartirlo con ustedes.
Y gracias por su trabajo.
Greg Burke:
Gracias.
A su llegada al Aeropuerto internacional de Santiago de Chile, el Santo Padre FRANCISCO fue recibido por la Presidenta de la República de Chile, Michelle Bachelet Jeria, por el Presidente del Senado, Andrés Zaldívar, el Presidente de la Cámara de Diputados Fidel Espinoza, el Presidente del Tribunal Supremo Haroldo Brito, el ministro de Exteriores Heraldo Muñoz y el Embajador de Chile ante la Santa Sede, Mariano Fernández. También estaban presentes el Arzobispo de Santiago, Cardenal Ricardo Ezzatti Andrello , S.D.B., y el Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, S. E. Mons. Santiago Silva Retamales.
Después de la ofrenda floral de dos niños vestidos con trajes típicos, de los honores militares y de la presentación de las delegaciones, el Papa se trasladó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Santiago de Chile.
Antes de llegar a la Nunciatura Apostólica, el Papa FRANCISCO hizo una breve parada en la parroquia San Luis Beltrán, de Pudahuel, para recogerse en la oración ante la tumba de Monseñor Enrique Alvear Urrutia, conocido como el "Obispo de los pobres".
Señora Presidenta,
miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
representantes de la sociedad civil,
distinguidas autoridades,
señoras y señores:
Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido. Me viene a la memoria esa estrofa ―que recién escuché― del himno nacional: «Puro, Chile, es tu cielo azulado, / puras brisas te cruzan también, / y tu campo de flores bordado/ es la copia feliz del Edén», un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro. Como de alguna manera dijo la señora Presidenta.
Gracias señora Presidenta por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales»[1]. La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.
Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores. Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del País los próximos cuatro años.
Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.
En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez»[2].
Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.
Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir»[3]. Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.
Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común —que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien—. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.
Con esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar una preferencial atención a nuestra casa común. Escuchar nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático»[4] que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.
El alma de la chilenía ―la Presidenta dijo que era desconfiada― el alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir[5]. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.
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CEREMONIA DE BIENVENIDA
Aeropuerto internacional de
Santiago de Chile
Lunes 15 de enero de 2018
A su llegada al Aeropuerto internacional de Santiago de Chile, el Santo Padre FRANCISCO fue recibido por la Presidenta de la República de Chile, Michelle Bachelet Jeria, por el Presidente del Senado, Andrés Zaldívar, el Presidente de la Cámara de Diputados Fidel Espinoza, el Presidente del Tribunal Supremo Haroldo Brito, el ministro de Exteriores Heraldo Muñoz y el Embajador de Chile ante la Santa Sede, Mariano Fernández. También estaban presentes el Arzobispo de Santiago, Cardenal Ricardo Ezzatti Andrello , S.D.B., y el Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, S. E. Mons. Santiago Silva Retamales.
Después de la ofrenda floral de dos niños vestidos con trajes típicos, de los honores militares y de la presentación de las delegaciones, el Papa se trasladó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Santiago de Chile.
Antes de llegar a la Nunciatura Apostólica, el Papa FRANCISCO hizo una breve parada en la parroquia San Luis Beltrán, de Pudahuel, para recogerse en la oración ante la tumba de Monseñor Enrique Alvear Urrutia, conocido como el "Obispo de los pobres".
Martes 16 de enero de 2018
ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Palacio de la Moneda (Santiago de Chile)
Martes, 16 de enero de 2018
Martes, 16 de enero de 2018
miembros del Gobierno de la República y del Cuerpo Diplomático,
representantes de la sociedad civil,
distinguidas autoridades,
señoras y señores:
Es para mí una alegría poder estar nuevamente en suelo latinoamericano y comenzar esta visita por esta querida tierra chilena que ha sabido hospedarme y formarme en mi juventud; quisiera que este tiempo con ustedes fuera también un tiempo de gratitud por tanto bien recibido. Me viene a la memoria esa estrofa ―que recién escuché― del himno nacional: «Puro, Chile, es tu cielo azulado, / puras brisas te cruzan también, / y tu campo de flores bordado/ es la copia feliz del Edén», un verdadero canto de alabanza por la tierra que habitan, llena de promesas y desafíos; pero especialmente preñada de futuro. Como de alguna manera dijo la señora Presidenta.
Gracias señora Presidenta por las palabras de bienvenida que me ha dirigido. En usted quiero saludar y abrazar al pueblo chileno desde el extremo norte de la región de Arica y Parinacota hasta el archipiélago sur «y a su desenfreno de penínsulas y canales»[1]. La diversidad y riqueza geográfica que poseen nos permite vislumbrar la riqueza de esa polifonía cultural que los caracteriza.
Agradezco la presencia de los miembros del gobierno; los Presidentes del Senado, de la Cámara de Diputados y de la Corte Suprema, así como las demás autoridades del Estado y sus colaboradores. Saludo al Presidente electo aquí presente, señor Sebastián Piñera Echenique, que ha recibido recientemente el mandato del pueblo chileno de gobernar los destinos del País los próximos cuatro años.
Chile se ha destacado en las últimas décadas por el desarrollo de una democracia que le ha permitido un sostenido progreso. Las recientes elecciones políticas fueron una manifestación de la solidez y madurez cívica que han alcanzado, lo cual adquiere un relieve particular este año en el que se conmemoran los 200 años de la declaración de la independencia. Momento particularmente importante, ya que marcó su destino como pueblo, fundamentado en la libertad y en el derecho, que ha debido también enfrentar diversos períodos turbulentos pero que logró —no sin dolor— superar. De esta forma supieron ustedes consolidar y robustecer el sueño de sus padres fundadores.
En este sentido, recuerdo las emblemáticas palabras del Card. Silva Henríquez cuando en un Te Deum afirmaba: «Nosotros —todos— somos constructores de la obra más bella: la patria. La patria terrena que prefigura y prepara la patria sin fronteras. Esa patria no comienza hoy, con nosotros; pero no puede crecer y fructificar sin nosotros. Por eso la recibimos con respeto, con gratitud, como una tarea que hace muchos años comenzaba, como un legado que nos enorgullece y compromete a la vez»[2].
Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos.
Tienen ustedes, por tanto, un reto grande y apasionante: seguir trabajando para que la democracia y el sueño de sus mayores, más allá de sus aspectos formales, sea de verdad lugar de encuentro para todos. Que sea un lugar en el que todos, sin excepción, se sientan convocados a construir casa, familia y nación. Un lugar, una casa, una familia, llamada Chile: generoso, acogedor, que ama su historia, que trabaja por su presente de convivencia y mira con esperanza al futuro. Nos hace bien recordar aquí las palabras de san Alberto Hurtado: «Una Nación, más que por sus fronteras, más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones, es una misión a cumplir»[3]. Es futuro. Y ese futuro se juega, en gran parte, en la capacidad de escuchar que tengan su pueblo y sus autoridades.
Tal capacidad de escucha adquiere gran valor en esta nación donde su pluralidad étnica, cultural e histórica exige ser custodiada de todo intento de parcialización o supremacía y que pone en juego la capacidad que tengamos para deponer dogmatismos exclusivistas en una sana apertura al bien común —que si no tiene un carácter comunitario nunca será un bien—. Es preciso escuchar: escuchar a los parados, que no pueden sustentar el presente y menos el futuro de sus familias; a los pueblos originarios, frecuentemente olvidados y cuyos derechos necesitan ser atendidos y su cultura cuidada, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de esta nación. Escuchar a los migrantes, que llaman a las puertas de este país en busca de mejora y, a su vez, con la fuerza y la esperanza de querer construir un futuro mejor para todos. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos activamente del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. No los podemos abandonar. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Y aquí no puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza, vergüenza que siento ante el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia. Me quiero unir a mis hermanos en el episcopado, ya que es justo pedir perdón y apoyar con todas las fuerzas a las víctimas, al mismo tiempo que hemos de empeñarnos para que no se vuelva a repetir.
Con esta capacidad de escucha somos invitados —hoy de manera especial— a prestar una preferencial atención a nuestra casa común. Escuchar nuestra casa común: fomentar una cultura que sepa cuidar la tierra y para ello no conformarnos solamente con ofrecer respuestas puntuales a los graves problemas ecológicos y ambientales que se presentan; en esto se requiere la audacia de ofrecer «una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático»[4] que privilegia la irrupción del poder económico en contra de los ecosistemas naturales y, por lo tanto, del bien común de nuestros pueblos. La sabiduría de los pueblos originarios puede ser un gran aporte. De ellos podemos aprender que no hay verdadero desarrollo en un pueblo que dé la espalda a la tierra y a todo y a todos los que la rodean. Chile tiene en sus raíces una sabiduría capaz de ayudar a trascender la concepción meramente consumista de la existencia para adquirir una actitud sapiencial frente al futuro.
El alma de la chilenía ―la Presidenta dijo que era desconfiada― el alma de la chilenía es vocación a ser, esa terca voluntad de existir[5]. Vocación a la que todos están convocados y en la que nadie puede sentirse excluido o prescindible. Vocación que reclama una opción radical por la vida, especialmente en todas las formas en la que ésta se vea amenazada.
Agradezco una vez más la invitación de poder venir a encontrarme con ustedes, encontrarme con el alma de este pueblo; y ruego para que la Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, siga acompañando y gestando los sueños de esta bendita nación. Muchas gracias.
[1]Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile.
[2] Homilía en el Te Deum Ecuménico (4 noviembre 1970).
[3] Te Deum (septiembre 1948).
[4] Carta enc. Laudato si’, 111.
[5] Cf. Gabriela Mistral, Breve descripción de Chile, en Anales de la Universidad de Chile (14), 1934.
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SANTA MISA POR LA PAZ Y LA JUSTICIA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Parque O’Higgins (Santiago de Chile)
Martes, 16 de enero de 2018
Martes, 16 de enero de 2018
Al ver a la multitud, Jesús encuentra el rostro de la gente que lo seguía y lo más lindo es ver que ellos, a su vez, encuentran en la mirada de Jesús el eco de sus búsquedas y anhelos. De ese encuentro nace este elenco de bienaventuranzas que son el horizonte hacia el cual somos invitados y desafiados a caminar. Las bienaventuranzas no nacen de una actitud pasiva frente a la realidad, ni tampoco pueden nacer de un espectador que se vuelve un triste autor de estadísticas de lo que acontece. No nacen de los profetas de desventuras que se contentan con sembrar desilusión. Tampoco de espejismos que nos prometen la felicidad con un «clic», en un abrir y cerrar de ojos. Por el contrario, las bienaventuranzas nacen del corazón compasivo de Jesús que se encuentra con el corazón compasivo y necesitado de compasión de hombres y mujeres que quieren y anhelan una vida bendecida; de hombres y mujeres que saben de sufrimiento; que conocen el desconcierto y el dolor que se genera cuando «se te mueve el piso» o «se inundan los sueños» y el trabajo de toda una vida se viene abajo; pero más saben de tesón y de lucha para salir adelante; más saben de reconstrucción y de volver a empezar.
¡Cuánto conoce el corazón chileno de reconstrucciones y de volver a empezar; cuánto conocen ustedes de levantarse después de tantos derrumbes! ¡A ese corazón apela Jesús; para que ese corazón reciba las bienaventuranzas!
Las bienaventuranzas no nacen de actitudes criticonas ni de la «palabrería barata» de aquellos que creen saberlo todo pero no se quieren comprometer con nada ni con nadie, y terminan así bloqueando toda posibilidad de generar procesos de transformación y reconstrucción en nuestras comunidades, en nuestras vidas. Las bienaventuranzas nacen del corazón misericordioso que no se cansa de esperar. Y experimenta que la esperanza «es el nuevo día, la extirpación de una inmovilidad, el sacudimiento de una postración negativa» (Pablo Neruda, El habitante y su esperanza, 5).
Jesús, al decirle bienaventurado al pobre, al que ha llorado, al afligido, al paciente, al que ha perdonado... viene a extirpar la inmovilidad paralizante del que cree que las cosas no pueden cambiar, del que ha dejado de creer en el poder transformador de Dios Padre y en sus hermanos, especialmente en sus hermanos más frágiles, en sus hermanos descartados. Jesús, al proclamar las bienaventuranzas viene a sacudir esa postración negativa llamada resignación que nos hace creer que se puede vivir mejor si nos escapamos de los problemas, si huimos de los demás; si nos escondemos o encerramos en nuestras comodidades, si nos adormecemos en un consumismo tranquilizante (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 2). Esa resignación que nos lleva a aislarnos de todos, a dividirnos, separarnos; a hacernos ciegos frente a la vida y al sufrimiento de los otros.
Las bienaventuranzas son ese nuevo día para todos aquellos que siguen apostando al futuro, que siguen soñando, que siguen dejándose tocar e impulsar por el Espíritu de Dios.
Qué bien nos hace pensar que Jesús desde el Cerro Renca o Puntilla viene a decirnos: bienaventurados… Sí, bienaventurado vos y vos; a cada uno de nosotros. Bienaventurados ustedes que se dejan contagiar por el Espíritu de Dios y luchan y trabajan por ese nuevo día, por ese nuevo Chile, porque de ustedes será el reino de los cielos. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Y frente a la resignación que como un murmullo grosero socava nuestros lazos vitales y nos divide, Jesús nos dice: bienaventurados los que se comprometen por la reconciliación. Felices aquellos que son capaces de ensuciarse las manos y trabajar para que otros vivan en paz. Felices aquellos que se esfuerzan por no sembrar división. De esta manera, la bienaventuranza nos hace artífices de paz; nos invita a comprometernos para que el espíritu de la reconciliación gane espacio entre nosotros. ¿Quieres dicha? ¿Quieres felicidad? Felices los que trabajan para que otros puedan tener una vida dichosa. ¿Quieres paz?, trabaja por la paz.
No puedo dejar de evocar a ese gran pastor que tuvo Santiago cuando en un Te Deum decía: «“Si quieres la paz, trabaja por la justicia” … Y si alguien nos pregunta: “¿qué es la justicia?” o si acaso consiste solamente en “no robar”, le diremos que existe otra justicia: la que exige que cada hombre sea tratado como hombre» (Card. Raúl Silva Henríquez, Homilía en el Te Deum Ecuménico, 18 septiembre 1977).
¡Sembrar la paz a golpe de proximidad, de vecindad! A golpe de salir de casa y mirar rostros, de ir al encuentro de aquel que lo está pasando mal, que no ha sido tratado como persona, como un digno hijo de esta tierra. Esta es la única manera que tenemos de tejer un futuro de paz, de volver a hilar una realidad que se puede deshilachar. El trabajador de la paz sabe que muchas veces es necesario vencer grandes o sutiles mezquindades y ambiciones, que nacen de pretender crecer y «darse un nombre», de tener prestigio a costa de otros. El trabajador de la paz sabe que no alcanza con decir: no le hago mal a nadie, ya que como decía san Alberto Hurtado: «Está muy bien no hacer el mal, pero está muy mal no hacer el bien» (Meditación radial, abril 1944).
Construir la paz es un proceso que nos convoca y estimula nuestra creatividad para gestar relaciones capaces de ver en mi vecino no a un extraño, a un desconocido, sino a un hijo de esta tierra.
Encomendémonos a la Virgen Inmaculada que desde el Cerro San Cristóbal cuida y acompaña esta ciudad. Que ella nos ayude a vivir y a desear el espíritu de las bienaventuranzas; para que en todos los rincones de esta ciudad se escuche como un susurro: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
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BREVE VISITA A CENTRO PENITENCIARIO FEMENINO
SALUDO DEL SANTO PADRE
Santiago de Chile
Martes, 16 de enero de 2018
Martes, 16 de enero de 2018
Queridas hermanas y hermanos:
Gracias, gracias, gracias por lo que hicieron y gracias por la
oportunidad que me dan para visitarlas. Para mí es importante compartir
este tiempo con ustedes y poder estar más cerca de tantos hermanos
nuestros que hoy están privados de la libertad. Gracias, Hna. Nelly, por
sus palabras y especialmente por testimoniar que la vida triunfa siempre sobre la muerte,
siempre. Gracias, Janeth, por animarte a compartir con todos nosotros
tus dolores y ese valiente pedido de perdón. ¡Cuánto tenemos que
aprender de esa actitud tuya llena de coraje y humildad! Te cito:
«Pedimos perdón a todos los que herimos con nuestros delitos». Gracias
por recordarnos esa actitud sin la cual nos deshumanizamos, todos
tenemos que pedir perdón, yo primero, todos, eso los humaniza. Sin esta
actitud de pedir perdón perdemos la conciencia de que nos equivocamos y
que nos podemos equivocar y que cada día estamos invitados a volver a
empezar, de una u otra manera.
También ahora me viene al corazón la frase de Jesús: «El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra» (Jn
8,7). ¡La conocéis bien! ¿Y saben qué suelo hacer yo en los sermones
cuando hablo de que todos tenemos algo adentro o por debilidad, o porque
siempre caemos, o lo tenemos muy escondido? Le digo a la gente: “A ver,
todos somos pecadores, todos tenemos pecados. No sé, ¿acá hay alguno
que no tiene pecados?. Levante la mano”. Ninguno se anima a levantar la
mano. Él nos invita, Jesús, a dejar la lógica simplista de dividir la
realidad en buenos y malos, para ingresar en esa otra dinámica capaz de
asumir la fragilidad, los límites e incluso el pecado, para ayudarnos a
salir adelante.
Cuando ingresaba, me esperaban las madres con sus hijos. Ellos me
dieron la bienvenida, que bien se puede expresar en dos palabras: madre e hijos.
Madre: muchas de ustedes son madres y saben qué significa
gestar la vida. Han sabido «cargar» en su seno una vida y la gestaron.
La maternidad nunca es ni será un problema, es un don, es uno de los
regalos más maravillosos que puedan tener. Y hoy tienen un desafío muy
parecido: se trata también de gestar vida. Hoy a ustedes se les pide que
gesten el futuro. Que lo hagan crecer, que lo ayuden a desarrollarse.
No solamente por ustedes, sino por sus hijos y por la sociedad toda.
Ustedes, las mujeres, tienen una capacidad increíble de poder adaptarse a
las situaciones y salir adelante. Quisiera hoy apelar a esa capacidad
de gestar futuro, capacidad de gestar futuro que vive en cada una de
ustedes. Esa capacidad que les permite luchar contra los tantos
determinismos «cosificadores», es decir, que transforman a las personas
en cosas, que terminan matando la esperanza. Ninguno de nosotros es
cosa, todos somos personas y como personas tenemos esa dimensión de
esperanza. No nos dejemos “cosificar”: No soy un número, no soy el
detenido número tal, soy fulano de tal que gesta esperanza, porque
quiere parir esperanza.
Estar privadas de la libertad, como bien nos decías, Janeth, no es sinónimo de pérdida de sueños y de esperanzas.
Es verdad, es muy duro, es doloroso, pero no quiere decir perder la
esperanza, no quiere decir dejar de soñar. Ser privado de la libertad no
es lo mismo que el estar privado de la dignidad, no, no es lo mismo. La
dignidad no se toca a nadie, se cuida, se custodia, se acaricia. Nadie
puede ser privado de la dignidad. Ustedes están privadas de la libertad.
De ahí que es necesario luchar contra todo tipo de corsé, de etiqueta
que diga que no se puede cambiar, o que no vale la pena, o que todo da
lo mismo. Como dice el tango argentino: “dale que va, que todo es igual,
que allá en el horno nos vamos a encontrar..”. No es todo lo mismo, no
es todo lo mismo. Queridas hermanas, ¡no! Todo no da lo mismo. Cada
esfuerzo que se haga por luchar por un mañana mejor —aunque muchas veces
pareciera que cae en saco roto— siempre dará fruto y se verá
recompensado.
La segunda palabra es hijos: ellos son fuerza, son esperanza,
son estímulo. Son el recuerdo vivo de que la vida se construye para
delante y no hacia atrás. Hoy estás privada de libertad, eso no
significa que esta situación sea el fin. De ninguna manera. Siempre
mirar el horizonte, hacia adelante, hacia la reinserción en la vida
corriente de la sociedad. Una condena sin futuro no es una condena
humana, es una tortura. Toda pena que uno está llevando adelante para
pagar una deuda con la sociedad tiene que tener horizonte, es decir, el
horizonte de reinsertarme de nuevo y prepararme para la reinserción. Eso
exíjanlo a ustedes mismas y a la sociedad. Miren siempre el horizonte,
hacia adelante, hacia la reinserción de la vida corriente de la
sociedad. Por eso, celebro e invito a intensificar todos los esfuerzos
posibles para que los proyectos como el Espacio Mandela y la Fundación Mujer Levántate puedan crecer y robustecerse.
El nombre de la Fundación me hace recordar ese pasaje evangélico
donde muchos se burlaban de Jesús por decir que la hija del jefe de la
sinagoga no estaba muerta, sino dormida. Se burlaban, se reían de él.
Frente a la burla, la actitud de Jesús es paradigmática; entrando donde
la chica estaba, la tomó de la mano y le dijo: «¡Niña, yo te lo ordeno,
levántate!» (Mc 5,41). Para todos estaba muerta, para Jesús no.
Ese tipo de iniciativas son signo vivo de que este ese Jesús que entra
en la vida de cada uno de nosotros, que va más allá de toda burla, que
no da ninguna batalla por perdida con tal de tomarnos las manos e
invitarnos a levantarnos. Qué bueno que haya cristianos, que haya
personas de buena voluntad, que haya personas de cualquier creencia, de
cualquier opción religiosa en la vida o no religiosa pero de buena
voluntad que sigan las huellas de Jesús y se animen a entrar y a ser
signo de esa mano tendida que levanta. Yo te lo pido, ¡levántate!
Siempre levantando.
Todos sabemos que muchas veces, lamentablemente, la pena de la cárcel
puede ser pensada o reducida a un castigo, sin ofrecer medios adecuados
para generar procesos. Es lo que les decía yo sobre la esperanza, es
mirar adelante, generar procesos de reinserción. Este tiene que ser el
sueño de ustedes: la reinserción. Y si es larga llevar este camino,
hacer lo mejor posible para que sea más corta, pero siempre reinserción.
La sociedad tiene la obligación, obligación de reinsertarlas a todas.
Cuando digo reinsertarlas, digo reinsertarlas a cada una, cada una con
el proceso personal de reinserción, una por un camino, otra por otro,
una más tiempo, otra menos tiempo, pero es una persona que está en
camino hacia la reinserción. Y eso métanselo en la cabeza y exíjanlo.
Esto es generar un proceso. En cambio, estos espacios que promueven
programas de capacitación laboral y acompañamiento para recomponer
vínculos son signo de esperanza y de futuro. Ayudemos a que crezcan. La
seguridad pública no hay que reducirla sólo a medidas de mayor control
sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo,
educación y mayor comunidad.
Quiero decir que con estos pensamientos quiero bendecir a todos
ustedes y también saludar a los agentes de pastoral, a los voluntarios, a
los profesionales y, de manera especial, a los funcionarios de
Gendarmería y a sus familias. Rezo por ustedes. Ustedes tienen una tarea
delicada, una tarea compleja, y por eso los invito, a ustedes, a las
autoridades a que puedan también darles, a ustedes las condiciones
necesarias para desarrollar su trabajo con dignidad. Dignidad que genera
dignidad. La dignidad se contagia, se contagia más que la gripe, la
dignidad se contagia, la dignidad genera dignidad.
A María, ella que es Madre y para la cual somos hijos —ustedes son
sus hijas—, le pedimos que interceda por ustedes, por cada uno de sus
hijos, por las personas que tienen en el corazón, y los cubra con su
manto. Y, por favor, les pido que recen por mí porque lo necesito.
Gracias.
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ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS/AS, CONSAGRADOS/AS Y SEMINARISTAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Catedral de Santiago
Martes, 16 de enero 2018
Martes, 16 de enero 2018
Queridos hermanos y hermanas, buenas tardes:
Me alegra poder compartir este encuentro con ustedes. Me gustó la
manera con la que el Card. Ezzati los iba presentando: aquí están, aquí
están … las consagradas, los consagrados, los presbíteros, los diáconos
permanentes, los seminaristas, aquí están. Me vino a la memoria el día
de nuestra ordenación o consagración cuando, después de la presentación,
decíamos: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad». En este
encuentro queremos decirle al Señor: «aquí estamos» para renovar nuestro
sí. Queremos renovar juntos la respuesta al llamado que un día inquietó
nuestro corazón.
Y para ello, creo que nos puede ayudar partir del pasaje del
Evangelio que escuchamos y compartir tres momentos de Pedro y de la
primera comunidad: Pedro/la comunidad abatida, Pedro/la comunidad
misericordiada, y Pedro/la comunidad transfigurada. Juego con este
binomio Pedro-comunidad ya que la vivencia de los apóstoles siempre
tiene este doble aspecto, uno personal y uno comunitario. Van de la
mano, no los podemos separar. Somos, sí, llamados individualmente pero
siempre a ser parte de un grupo más grande. No existe el selfie vocacional, no existe. La vocación exige que la foto te la saque otro, y ¡qué le vamos a hacer! Así son las cosas.
1. Pedro abatido, la comunidad abatida
Siempre me gustó el estilo de los Evangelios de no decorar ni
endulzar los acontecimientos, ni de pintarlos bonitos. Nos presentan la
vida como viene y no como tendría que ser. El Evangelio no tiene miedo
de mostrarnos los momentos difíciles, y hasta conflictivos, que pasaron
los discípulos.
Recompongamos la escena. Habían matado a Jesús; algunas mujeres decían que estaba vivo (cf. Lc
24,22-24). Si bien habían visto a Jesús Resucitado, el acontecimiento
es tan fuerte que los discípulos necesitarían tiempo para comprender.
Lucas dice: “Era tal la alegría que no podían creer”. Necesitarían
tiempo para comprender lo que había sucedido. Comprensión que les
llegará en Pentecostés, con el envío del Espíritu Santo. La irrupción
del Resucitado llevará tiempo para calar el corazón de los suyos.
Los discípulos vuelven a su tierra. Van a hacer lo que sabían hacer:
pescar. No estaban todos, sólo algunos. ¿Divididos, fragmentados? No lo
sabemos. Lo que nos dice la Escritura es que los que estaban no
pescaron nada. Tienen las redes vacías.
Pero había otro vacío que pesaba inconscientemente sobre ellos: el
desconcierto y la turbación por la muerte de su Maestro. Ya no está, fue
crucificado. Pero no sólo Él estaba crucificado, sino ellos también, ya
que la muerte de Jesús puso en evidencia un torbellino de conflictos en
el corazón de sus amigos. Pedro lo negó, Judas lo traicionó, los demás
huyeron y se escondieron. Solo un puñado de mujeres y el discípulo amado
se quedaron. El resto, se marchó. En cuestión de días todo se vino
abajo. Son las horas del desconcierto y la turbación en la vida del discípulo.
En los momentos «en los que la polvareda de las persecuciones,
tribulaciones, dudas, etc., es levantada por acontecimientos culturales e
históricos, no es fácil atinar con el camino a seguir. Existen varias
tentaciones propias de ese tiempo: discutir ideas, no darle la debida
atención al asunto, fijarse demasiado en los perseguidores… y creo que
la peor de todas las tentaciones es quedarse rumiando la desolación»[1]. Sí, quedarse rumiando la desolación. Y esto es lo que le pasó a los discípulos.
Como nos decía el Card. Ezzati, «la vida presbiteral y consagrada en
Chile ha atravesado y atraviesa horas difíciles de turbulencias y
desafíos no indiferentes. Junto a la fidelidad de la inmensa mayoría, ha
crecido también la cizaña del mal y su secuela de escándalo y
deserción».
Momento de turbulencias. Conozco el dolor que han significado los
casos de abusos ocurridos a menores de edad y sigo con atención cuanto
hacen para superar ese grave y doloroso mal. Dolor por el daño y
sufrimiento de las víctimas y sus familias, que han visto traicionada la
confianza que habían puesto en los ministros de la Iglesia. Dolor por
el sufrimiento de las comunidades eclesiales, y dolor también por
ustedes, hermanos, que además del desgaste por la entrega han vivido el
daño que provoca la sospecha y el cuestionamiento, que en algunos o
muchos pudo haber introducido la duda, el miedo y la desconfianza. Sé
que a veces han sufrido insultos en el metro o caminando por la calle;
que ir «vestido de cura» en muchos lados se está «pagando caro». Por eso
los invito a que pidamos a Dios nos dé la lucidez de llamar a la
realidad por su nombre, la valentía de pedir perdón y la capacidad de
aprender a escuchar lo que Él nos está diciendo y no rumiar la
desolación.
Me gustaría añadir además otro aspecto importante. Nuestras
sociedades están cambiando. El Chile de hoy es muy distinto al que
conocí en tiempos de mi juventud, cuando me formaba. Están naciendo
nuevas y diversas formas culturales que no se ajustan a los márgenes
conocidos. Y tenemos que reconocer que, muchas veces, no sabemos cómo
insertarnos en estas nuevas circunstancias. A menudo soñamos con las
«cebollas de Egipto» y nos olvidamos que la tierra prometida está
delante, no atrás. Que la promesa es de ayer, pero para mañana. Y
entonces podemos caer en la tentación de recluirnos y aislarnos para
defender nuestros planteos que terminan siendo no más que buenos
monólogos. Podemos tener la tentación de pensar que todo está mal, y en
lugar de profesar una «buena nueva», lo único que profesamos es apatía y
desilusión. Así cerramos los ojos ante los desafíos pastorales creyendo
que el Espíritu no tendría nada que decir. Así nos olvidamos que el
Evangelio es un camino de conversión, pero no sólo de «los otros», sino
también de nosotros.
Nos guste o no, estamos invitados a enfrentar la realidad así como
se presenta. La realidad personal, comunitaria y social. Las redes
—dicen los discípulos— están vacías, y podemos comprender los
sentimientos que esto genera. Vuelven a casa sin grandes aventuras que
contar, vuelven a casa con las manos vacías, vuelven a casa abatidos.
¿Qué quedó de esos discípulos fuertes, animados, airosos, que se
sentían elegidos y que habían dejado todo para seguir a Jesús? (cf. Mc 1,16-20); ¿qué quedó de esos discípulos seguros de sí, que irían a prisión y hasta darían la vida por su Maestro (cf. Lc 22,33), que para defenderlo querían mandar fuego sobre la tierra (cf. Lc 9,54), por el que desenvainarían la espada y darían batalla? (cf. Lc
22,49-51); ¿qué quedó del Pedro que increpaba a su Maestro acerca de
cómo tendría que llevar adelante su vida y su programa redentor? La
desolación (cf. Mc 8,31-33).
2. Pedro misericordiado, la comunidad misericordiada
Es la hora de la verdad en la vida de la primera comunidad. Es la
hora en la que Pedro se confrontó con parte de sí mismo. Con la parte de
su verdad que muchas veces no quería ver. Hizo experiencia de su
limitación, de su fragilidad, de su ser pecador. Pedro el temperamental,
el jefe impulsivo y salvador, con una buena dosis de autosuficiencia y
exceso de confianza en sí mismo y en sus posibilidades, tuvo que
someterse a su debilidad y a pecado. Él era tan pecador como los otros,
era tan necesitado como los otros, era tan frágil como los otros. Pedro
falló a quien juró cuidar. Hora crucial en la vida de Pedro.
Como discípulos, como Iglesia, nos puede pasar lo mismo: hay
momentos en los que nos confrontamos no con nuestras glorias, sino con
nuestra debilidad. Horas cruciales en la vida de los discípulos, pero en
esa hora es también donde nace el apóstol. Dejemos que el texto nos
lleve de la mano.
«Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?» (Jn 21,15).
Después de comer, Jesús invita a Pedro a dar un paseo y la única
palabra es una pregunta, una pregunta de amor: ¿Me amas? Jesús no va al
reproche ni a la condena. Lo único que quiere hacer es salvar a Pedro.
Lo quiere salvar del peligro de quedarse encerrado en su pecado, de que
quede «masticando» la desolación fruto de su limitación; salvarlo del
peligro de claudicar, por sus limitaciones, de todo lo bueno que había
vivido con Jesús. Jesús lo quiere salvar del encierro y del aislamiento.
Lo quiere salvar de esa actitud destructiva que es victimizarse o, al
contrario, caer en un «da todo lo mismo» y que al final termina aguando
cualquier compromiso en el más perjudicial relativismo. Quiere liberarlo
de tomar a quien se le opone como si fuese un enemigo, o no aceptar con
serenidad las contradicciones o las críticas. Quiere liberarlo de la
tristeza y especialmente del mal humor. Con esa pregunta, Jesús invita a
Pedro a que escuche su corazón y aprenda a discernir. Ya que «no
era de Dios defender la verdad a costa de la caridad, ni la caridad a
costa de la verdad, ni el equilibrio a costa de ambas, tiene que
discernir, Jesús quiere evitar que Pedro se vuelva un veraz destructor o
un caritativo mentiroso o un perplejo paralizado»[2], como nos puede pasar en estas situaciones.
Jesús interrogó a Pedro sobre su amor e insistió en él hasta que este pudo darle una respuesta realista: «Sí, Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero» (Jn 21,17). Así Jesús lo confirma en la misión. Así lo vuelve definitivamente su apóstol.
¿Qué es lo que fortalece a Pedro como apóstol? ¿Qué nos mantiene a
nosotros apóstoles? Una sola cosa: «Fuimos tratados con misericordia».
«Fuimos tratados con misericordia»(1 Tm 1,12-16). «En medio de
nuestros pecados, límites, miserias; en medio de nuestras múltiples
caídas, Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con
misericordia. Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas
las veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con
misericordia»[3].
Los invito a que lo hagan. No estamos aquí porque seamos mejores que
otros. No somos superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse
con los «mortales». Más bien somos enviados con la conciencia de ser
hombres y mujeres perdonados. Y esa es la fuente de nuestra alegría.
Somos consagrados, pastores al estilo de Jesús herido, muerto y
resucitado. El consagrado –y cuando digo consagrados digo todos los que
están aquí– es quien encuentra en sus heridas los signos de la
Resurrección. Es quien puede ver en las heridas del mundo la fuerza de
la Resurrección. Es quien, al estilo de Jesús, no va a encontrar a sus
hermanos con el reproche y la condena.
Jesucristo no se presenta a los suyos sin llagas; precisamente desde
sus llagas es donde Tomás puede confesar la fe. Estamos invitados a no
disimular o esconder nuestras llagas. Una Iglesia con llagas es capaz de
comprender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas,
acompañarlas y buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el
centro, no se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar
las heridas y tiene nombre: Jesucristo.
La conciencia de tener llagas nos libera; sí, nos libera de
volvernos autorreferenciales, de creernos superiores. Nos libera de esa
tendencia «prometeica de quienes en el fondo sólo confían en sus propias
fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas
o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio
del pasado»[4].
En Jesús, nuestras llagas son resucitadas. Nos hacen solidarios; nos
ayudan a derribar los muros que nos encierran en una actitud elitista
para estimularnos a tender puentes e ir a encontrarnos con tantos
sedientos del mismo amor misericordioso que sólo Cristo nos puede
brindar. «¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas,
meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! Así
negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de
sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en
el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo
es sudor de nuestra frente»[5].
Veo con cierta preocupación que existen comunidades que viven
arrastradas más por la desesperación de estar en cartelera, por ocupar
espacios, por aparecer y mostrarse, que por remangarse y salir a tocar
la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel.
Qué cuestionadora reflexión la de ese santo chileno que advertía:
«Serán, pues, métodos falsos todos lo que sean impuestos por
uniformidad; todos los que pretendan dirigirnos a Dios haciéndonos
olvidar de nuestros hermanos; todos los que nos hagan cerrar los ojos
sobre el universo, en lugar de enseñarnos a abrirlos para elevar todo al
Creador de todo ser; todos los que nos hagan egoístas y nos replieguen
sobre nosotros mismos»[6].
El Pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes,
espera pastores, hombres y mujeres consagrados, que sepan de compasión,
que sepan tender una mano, que sepan detenerse ante el caído y, al igual
que Jesús, ayuden a salir de ese círculo de «masticar» la desolación
que envenena el alma.
3. Pedro transfigurado, la comunidad transfigurada
Jesús invita a Pedro a discernir y así comienzan a cobrar fuerza
muchos acontecimientos de la vida de Pedro, como el gesto profético del
lavatorio de los pies. Pedro, el que se resistía a dejarse lavar los
pies, comenzaba a comprender que la verdadera grandeza pasa por hacerse
pequeño y servidor[7].
¡Que pedagogía la de nuestro Señor! Del gesto profético de Jesús a
la Iglesia profética que, lavada de su pecado, no tiene miedo de salir a
servir a una humanidad herida.
Pedro experimentó en su carne la herida no sólo del pecado, sino de
sus propios límites y flaquezas. Pero descubrió en Jesús que sus heridas
pueden ser camino de Resurrección. Conocer a Pedro abatido para conocer
al Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de
abatidos desolados a una Iglesia servidora de tantos abatidos que
conviven a nuestro lado. Una Iglesia capaz de ponerse al servicio de su
Señor en el hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado,
en el desnudo, en el enfermo… (cf. Mt 25,35). Un servicio que no
se identifica con asistencialismo o paternalismo, sino con conversión de
corazón. El problema no está en darle de comer al pobre, o vestir al
desnudo, o acompañar al enfermo, sino en considerar que el pobre, el
desnudo, el enfermo, el preso, el desalojado tienen la dignidad para
sentarse en nuestras mesas, de sentirse «en casa» entre nosotros, de
sentirse familia. Ese es el signo de que el Reino de los Cielos está
entre nosotros. Es el signo de una Iglesia que fue herida por su pecado,
misericordiada por su Señor, y convertida en profética por vocación.
Renovar la profecía es renovar nuestro compromiso de no esperar un
mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal para vivir o para
evangelizar, sino crear las condiciones para que cada persona abatida
pueda encontrarse con Jesús. No se aman las situaciones ni las
comunidades ideales, se aman las personas.
El reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites,
lejos de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo
que «Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra
comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales,
la propuesta cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a
la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos
caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más
elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo
actual»[8]. Qué bien nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón.
Cuando comenzaba este encuentro, les decía que veníamos a renovar
nuestro sí, con ganas, con pasión. Queremos renovar nuestro sí, pero
realista, porque está apoyado en la mirada de Jesús. Los invito a que
cuando vuelvan a casa armen en su corazón una especie de testamento
espiritual, al estilo del Cardenal Raúl Silva Henríquez. Esa hermosa
oración que comienza diciendo:
«La Iglesia que yo amo es la Santa Iglesia de todos los días… la
tuya, la mía, la Santa Iglesia de todos los días... Jesucristo, el
Evangelio, el pan, la eucaristía, el Cuerpo de Cristo humilde cada día.
Con rostros de pobres y rostros de hombres y mujeres que cantaban, que
luchaban, que sufrían. La Santa Iglesia de todos los días».
Te pregunto: ¿Cómo es la Iglesia que tú amas? ¿Amas a esta Iglesia herida que encuentra vida en las llagas de Jesús?
Gracias por este encuentro, gracias por la oportunidad de renovar el
«sí» con ustedes. Que la Virgen del Carmen los cubra con su manto.
Y por favor, no se olviden de rezar por mí.
[1] Jorge Mario Bergoglio, Las cartas de la tribulación, 9, ed. Diego de Torres, Buenos Aires (1987).
[2] Cf. ibíd.
[3] Videomensaje al CELAM en ocasión del Jubileo extraordinario de la Misericordia en el Continente americano (27 agosto 2016).
[4] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.
[6] San Alberto Hurtado, Discurso a jóvenes de la Acción Católica (1943).
[7] «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35).
[8] Exhort. ap. . Evangelii gaudium, 11.
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ENCUENTRO CON LOS OBISPOS
SALUDO DEL SANTO PADRE
Sacristía de la Catedral de Santiago
Martes, 16 de enero de 2018
Martes, 16 de enero de 2018
Queridos hermanos:
Agradezco las palabras que el Presidente de la Conferencia Episcopal me dirigió en nombre de todos ustedes.
En primer lugar, quiero saludar a Mons. Bernardino Piñera Carvallo,
que este año cumplirá 60 años de obispo (es el obispo más anciano del
mundo, tanto en edad como en años de episcopado), y que ha vivido cuatro
sesiones del Concilio Vaticano II. Hermosa memoria viviente.
Dentro de poco se cumplirá un año de la visita ad limina,
ahora me toca a mí venir a visitarlos y me alegra que este encuentro sea
después de haber estado con el «mundo consagrado». Ya que una de
nuestras principales tareas consiste precisamente en estar cerca
de nuestros consagrados, de nuestros presbíteros. Si el pastor anda
disperso, las ovejas también se dispersarán y quedarán al alcance de
cualquier lobo. Hermanos, ¡la paternidad del obispo con sus sacerdotes,
con su presbiterio! Una paternidad que no es ni paternalismo ni abuso de
autoridad. Es un don a pedir. Estén cerca de sus curas al estilo de san
José. Una paternidad que ayuda a crecer y a desarrollar los carismas
que el Espíritu ha querido derramar en sus respectivos presbiterios.
Sé que habíamos quedado en que iba a ser poco tiempo porque ya con lo que hablamos en las dos sesiones largas de la visita ad limina
habíamos tocado muchos temas. Por eso en este «saludo», me gustaría
retomar algún punto del encuentro que tuvimos en Roma y lo podría
resumir en la siguiente frase: la conciencia de ser pueblo, ser Pueblo
de Dios.
Uno de los problemas que enfrentan nuestras sociedades hoy en día es
el sentimiento de orfandad, es decir, que no pertenecen a nadie. Este
sentir «postmoderno» se puede colar en nosotros y en nuestro clero;
entonces empezamos a creer que no pertenecemos a nadie, nos olvidamos de
que somos parte del santo Pueblo fiel de Dios y que la Iglesia no es ni
será nunca de una élite de consagrados, sacerdotes u obispos. No
podemos sostener nuestra vida, nuestra vocación o ministerio sin esta
conciencia de ser Pueblo. Olvidarnos de esto —como expresé a la Comisión
para América Latina— «acarrea varios riesgos y/o deformaciones en
nuestra propia vivencia personal y comunitaria del ministerio que la
Iglesia nos ha confiado»[1].
La falta de conciencia de pertenecer al Pueblo fiel de Dios como
servidores, y no como dueños, nos puede llevar a una de las tentaciones
que más daño le hacen al dinamismo misionero que estamos llamados a
impulsar: el clericalismo, que resulta una caricatura de la vocación
recibida.
La falta de conciencia de que la misión es de toda la Iglesia y no
del cura o del obispo limita el horizonte, y lo que es peor, coarta
todas las iniciativas que el Espíritu puede estar impulsando en medio
nuestro. Digámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros
empleados. No tienen que repetir como «loros» lo que le decimos. «El
clericalismo, lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco
a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a
testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de
que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo
el Pueblo fiel de Dios (cf. Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados.[2].
Velemos, por favor, contra esta tentación, especialmente en los
seminarios y en todo el proceso formativo. Yo les confieso, a mí me
preocupa la formación de los seminaristas, sean Pastores, servicio del
Pueblo de Dios, como tiene que ser un Pastor, con la doctrina, con la
disciplina, con los sacramentos, con la cercanía, con las obras de
caridad, pero que tengan esa conciencia de Pueblo. Los seminarios deben
poner el énfasis en que los futuros sacerdotes sean capaces de servir
al santo Pueblo fiel de Dios, reconociendo la diversidad de culturas y
renunciando a la tentación de cualquier forma de clericalismo. El
sacerdote es ministro de Jesucristo: protagonista que se hace presente
en todo el Pueblo de Dios. Los sacerdotes del mañana deben formarse
mirando al mañana: su ministerio se desarrollará en un mundo
secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros pastores discernir
cómo prepararlos para desarrollar su misión en este escenario concreto y
no en nuestros «mundos o estados ideales». Una misión que se da en
unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a codo, impulsando y
estimulando al laicado en un clima de discernimiento y sinodalidad, dos
características esenciales en el sacerdote del mañana. No al
clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esquemas
pero que no tocan la vida de nadie.
Y aquí, pedir al Espíritu Santo el don de soñar, por favor no dejen
de soñar, soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea
capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los
horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en un
cauce adecuado para la evangelización de Chile más que para una
autopreservación eclesiástica. No le tengamos miedo a despojarnos de lo
que nos aparte del mandato misionero[3].
Hermanos, era esto lo que les quería decir como resumen un poco de lo principal que hablamos en las dos visitas ad limina
encomendémonos a la protección de María, Madre de Chile. Recemos juntos
por nuestros presbiterios, por nuestros consagrados; recemos por el
santo Pueblo fiel de Dios del cual somos parte. Muchas gracias.
[1] Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina (19 marzo 2016).
[3] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27.
A las 19.15 hora local (23.15, hora de Roma), el Santo Padre FRANCISCO realizó una visita privada al Santuario de San Alberto Hurtado.
A su llegada fue acompañado por el Provincial de los Jesuitas en la Capilla que conserva los restos de San Alberto Hurtado, S.I. (1901-1952), fundador de la iniciativa “Hogar de Cristo ", centros de acogida para los marginados.
Estaban presentes 90 sacerdotes chilenos de la Compañía de Jesús. El Papa llegó al altar mayor y saludó a unas 40 personas asistidas por el Hogar de Cristo. Al final de la visita, después del intercambio de regalos, el Papa FRANCISCO regresó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Santiago.
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Visita al Santuario de San Alberto Hurtado y encuentro privado con los sacerdotes de la Compañía de Jesús
A las 19.15 hora local (23.15, hora de Roma), el Santo Padre FRANCISCO realizó una visita privada al Santuario de San Alberto Hurtado.
A su llegada fue acompañado por el Provincial de los Jesuitas en la Capilla que conserva los restos de San Alberto Hurtado, S.I. (1901-1952), fundador de la iniciativa “Hogar de Cristo ", centros de acogida para los marginados.
Estaban presentes 90 sacerdotes chilenos de la Compañía de Jesús. El Papa llegó al altar mayor y saludó a unas 40 personas asistidas por el Hogar de Cristo. Al final de la visita, después del intercambio de regalos, el Papa FRANCISCO regresó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Santiago.
Miércoles 17 de enero de 2018
SANTA MISA POR EL PROGRESO DE LOS PUEBLOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Aeródromo Maquehue, Temuco
Miércoles, 17 de enero de 2018
Miércoles, 17 de enero de 2018
«Mari, Mari» (Buenos días)
«Küme tünngün ta niemün» (La paz esté con ustedes) (Lc 24,36).
Doy gracias a Dios por permitirme visitar esta linda parte de nuestro
continente, la Araucanía: Tierra bendecida por el Creador con la
fertilidad de inmensos campos verdes, con bosques cuajados de imponentes
araucarias —el quinto elogio realizado por Gabriela Mistral a esta
tierra chilena—[1],sus
majestuosos volcanes nevados, sus lagos y ríos llenos de vida. Este
paisaje nos eleva a Dios y es fácil ver su mano en cada criatura.
Multitud de generaciones de hombres y mujeres han amado y aman este
suelo con celosa gratitud. Y quiero detenerme y saludar de manera
especial a los miembros del pueblo Mapuche, así como también a los demás
pueblos originarios que viven en estas tierras australes: rapanui (Isla
de Pascua), aymara, quechua y atacameños, y tantos otros.
Esta tierra, si la miramos con ojos de turistas, nos dejará
extasiados, pero luego seguiremos nuestro rumbo sin más; y acordándonos
de los lindos paisajes, pero si nos acercamos a su suelo lo escucharemos
cantar: «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias
de siglos que todos ven aplicar»[2].
En este contexto de acción de gracias por esta tierra y por su gente,
pero también de pena y dolor, celebramos la Eucaristía. Y lo hacemos en
este aeródromo de Maquehue, en el cual tuvieron lugar graves
violaciones de derechos humanos. Esta celebración la ofrecemos por todos
los que sufrieron y murieron, y por los que cada día llevan sobre sus
espaldas el peso de tantas injusticias. Y recordando estas cosas unos
quedamos un instante en silencio ante tanto dolor y tanta injusticia. La
entrega de Jesús en la cruz carga con todo el pecado y el dolor de
nuestros pueblos, un dolor para ser redimido.
En el Evangelio que hemos escuchado, Jesús ruega al Padre para que «todos sean uno» (Jn
17,21). En una hora crucial de su vida se detiene a pedir por la
unidad. Su corazón sabe que una de las peores amenazas que golpea y
golpeará a los suyos y a la humanidad toda será la división y el
enfrentamiento, el avasallamiento de unos sobre otros. ¡Cuántas lágrimas
derramadas! Hoy nos queremos agarrar a esta oración de Jesús, queremos
entrar con Él en este huerto de dolor, también con nuestros dolores,
para pedirle al Padre con Jesús: que también nosotros seamos uno; no
permitas que nos gane el enfrentamiento ni la división.
Esta unidad clamada por Jesús, es un don que hay que pedir con
insistencia por el bien de nuestra tierra y de sus hijos. Y es necesario
estar atentos a posibles tentaciones que pueden aparecer y «contaminar
desde la raíz» este don que Dios nos quiere regalar y con el que nos
invita a ser auténticos protagonistas de la historia. ¿Cuáles son esas
tentaciones?
1. Los falsos sinónimos
Una de las principales tentaciones a enfrentar es confundir unidad
con uniformidad. Jesús no le pide a su Padre que todos sean iguales,
idénticos; ya que la unidad no nace ni nacerá de neutralizar o silenciar
las diferencias. La unidad no es un simulacro ni de integración forzada
ni de marginación armonizadora. La riqueza de una tierra nace
precisamente de que cada parte se anime a compartir su sabiduría con los
demás. No es ni será una uniformidad asfixiante que nace normalmente
del predominio y la fuerza del más fuerte, ni tampoco una separación que
no reconozca la bondad de los demás. La unidad pedida y ofrecida por
Jesús reconoce lo que cada pueblo, cada cultura está invitada a aportar
en esta bendita tierra. La unidad es una diversidad reconciliada porque
no tolera que en su nombre se legitimen las injusticias personales o
comunitarias. Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para
aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas
superiores o culturas inferiores. Un bello «chamal» requiere de
tejedores que sepan el arte de armonizar los diferentes materiales y
colores; que sepan darle tiempo a cada cosa y a cada etapa. Se podrá
imitar industrialmente, pero todos reconoceremos que es una prenda
sintéticamente compactada. El arte de la unidad necesita y reclama
auténticos artesanos que sepan armonizar las diferencias en los
«talleres» de los poblados, de los caminos, de las plazas y paisajes. No
es un arte de escritorio la unidad, ni tan solo de documentos, es un
arte de la escucha y del reconocimiento. En eso radica su belleza y
también su resistencia al paso del tiempo y de las inclemencias que
tendrá que enfrentar.
La unidad que nuestros pueblos necesitan reclama que nos escuchemos,
pero principalmente que nos reconozcamos, que no significa tan sólo
«recibir información sobre los demás… sino recoger lo que el Espíritu ha
sembrado en ellos como un don también para nosotros»[3].
Esto nos introduce en el camino de la solidaridad como forma de tejer
la unidad, como forma de construir la historia; esa solidaridad que nos
lleva a decir: nos necesitamos desde nuestras diferencias para que esta
tierra siga siendo bella. Es la única arma que tenemos contra la
«deforestación» de la esperanza. Por eso pedimos: Señor, haznos
artesanos de unidad.
Otra tentación puede venir de la consideración de cuáles son las armas de la unidad.
2. Las armas de la unidad
La unidad, si quiere construirse desde el reconocimiento y la
solidaridad, no puede aceptar cualquier medio para lograr este fin.
Existen dos formas de violencia que más que impulsar los procesos de
unidad y reconciliación terminan amenazándolos. En primer lugar, debemos
estar atentos a la elaboración de «bellos» acuerdos que nunca llegan a
concretarse. Bonitas palabras, planes acabados, sí —y necesarios—, pero
que al no volverse concretos terminan «borrando con el codo, lo escrito
con la mano». Esto también es violencia, ¿y por qué? porque frustra la
esperanza.
En segundo lugar, es imprescindible defender que una cultura del
reconocimiento mutuo no puede construirse en base a la violencia y
destrucción que termina cobrándose vidas humanas. No se puede pedir
reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta
es mayor violencia y división. La violencia llama a la violencia, la
destrucción aumenta la fractura y separación. La violencia termina
volviendo mentirosa la causa más justa. Por eso decimos «no a la
violencia que destruye», en ninguna de sus dos formas.
Estas actitudes son como lava de volcán que todo arrasa, todo quema,
dejando a su paso sólo esterilidad y desolación. Busquemos, en cambio, y
no nos cansemos de buscar el diálogo para la unidad. Por eso decimos
con fuerza: Señor, haznos artesanos de unidad.
Todos nosotros que, en cierta medida, somos pueblo de la tierra (Gn 2,7) estamos llamados al Buen vivir (Küme Mongen) como nos los recuerda la sabiduría ancestral del pueblo Mapuche. ¡Cuánto camino a recorrer, cuánto camino para aprender! Küme Mongen,
un anhelo hondo que brota no sólo de nuestros corazones, sino que
resuena como un grito, como un canto en toda la creación. Por eso
hermanos, por los hijos de esta tierra, por los hijos de sus hijos
digamos con Jesús al Padre: que también nosotros seamos uno; Señor,
haznos artesanos de unidad.
[1] Gabriela Mistral, Elogios de la tierra de Chile.
[2] Violeta Parra, Arauco tiene una pena.
[3] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 246.
A las 12.45 hora local (16.45 horas en Roma), el Santo Padre FRANCISCO ha almorzado con el Obispo de Temuco y con una representación de los habitantes de la Araucanía en la Casa Madre de la Santa Cruz. Antes de dejar la Casa, el Papa fue a la Capilla del Instituto donde estaban reunidas cerca de 40 Hermanas de la Casa, algunos sacerdotes ancianos y algunos Superiores de Congregaciones Religiosas presentes en la diócesis.
Después del intercambio de regalos, el Papa FRANCISCO se desplazó al Aeropuerto "La Araucanía" de Temuco desde donde a las 15.30 hora local (19.30 horas de Roma) despegó - a bordo de una A321 de LATAM – con destino a Maipú. A su llegada a la Base Aérea "Grupo 8 de la FACH" de Santiago, fue en automóvil al Santuario de Maipú para encontrarse con los jóvenes.
Yo también Ariel estoy gozoso de estar con ustedes. Gracias por tus
palabras de bienvenida en nombre de todos los presentes. Ciertamente
estoy agradecido de compartir este tiempo con ustedes que según leí ahí:
“se bajaron del sofá y se pusieron los zapatos”. ¡Gracias! Considero
para mí importante encontrarnos, y caminar juntos un rato, ¡que nos
ayudemos a mirar para adelante! Y creo que también para ustedes es
importante. Gracias.
Y me alegra que este encuentro se realice aquí en Maipú. En esta tierra donde con un abrazo de fraternidad se fundó la historia de Chile; en este Santuario que se levanta en el cruce de los caminos del Norte y del Sur, que une la nieve y el océano, y hace que el cielo y la tierra tengan un hogar. Hogar para Chile, hogar para ustedes queridos jóvenes, donde la Virgen del Carmen los espera y los recibe con el corazón abierto. Y así como acompañó el nacimiento de esta Nación y acompañó a tantos chilenos a lo largo de estos doscientos años, quiere seguir acompañando los sueños que Dios pone en vuestro corazón: sueños de libertad, sueños de alegría, sueños de un futuro mejor. Esas ganas, como decías vos Ariel, de «ser protagonistas del cambio». Ser protagonistas. La Virgen del Carmen los acompaña para que sean los protagonistas del Chile que sus corazones sueñan. Y yo sé que el corazón de los jóvenes chilenos sueña, y sueña a lo grande, no solo cuando están un poco curaditos, no, siempre sueñan a lo grande, porque de estas tierras han nacido experiencias que se fueron expandiendo y multiplicando a lo largo de diversos países de nuestro continente. ¿Y quiénes las impulsaron? Jóvenes como ustedes que se animaron a vivir la aventura de la fe. Porque la fe provoca en los jóvenes sentimientos de aventura que invita a transitar por paisajes increíbles, paisajes nada fáciles, nada tranquilos… pero a ustedes les gustan las aventuras y los desafíos, excepto los que no se llegaron a bajar del sofá. ¡Bájenlos rápido!, así podemos seguir, ustedes que son especialistas, y les ponen los zapatos. Es más, se aburren cuando no tienen desafíos que los estimulen. Esto se ve, por ejemplo, cada vez que sucede una catástrofe natural: tienen una capacidad enorme para movilizarse, que habla de la generosidad de los corazones. Gracias.
Y quise empezar por esta referencia a la Patria porque el camino hacia adelante, los sueños que tienen que ser concretados, el mirar siempre hacia el horizonte, se tienen que hacer con los pies en la tierra y se empieza con los pies en la tierra de la Patria, y si ustedes no aman a su Patria, yo no les creo que lleguen a amar a Jesús y que lleguen a amar a Dios. El amor a la Patria es un amor a la madre, la llamamos Madre Patria porque aquí nacimos, pero ella misma como toda madre nos enseña a caminar y se nos entrega para que la hagamos sobrevivir a otras generaciones. Por eso quise empezar con esta referencia de la Madre, de la Madre Patria. Si no son patriotas –no patrioteros–, patriotas, no van a hacer nada en la vida. Quieran a su tierra, chicas y chicos, quieran a su Chile, den lo mejor de ustedes por su Chile.
En mi trabajo como obispo, pude descubrir que hay muchas, pero muchas, buenas ideas en los corazones y en las mentes de los jóvenes. Y eso es verdad, ustedes son inquietos, buscadores, idealistas. ¿Saben quién tienen problemas?. El problema lo tenemos los grandes que cuando escuchamos estos ideales, estas inquietudes de los jóvenes, con cara de sabiondos decimos: “Piensa así porque es joven, ya va a madurar, o peor, ya se va a corromper”. Y eso es verdad, detrás del “ya va a madurar” contra las ilusiones y los sueños se esconde el tácito “ya se va a corromper”. ¡Cuidado con eso! Madurar es crecer y hacer crecer los sueños y hacer crecer las ilusiones, no bajar la guardia y dejarse comprar por dos “chirolas”, eso no es madurar. Así que cuando los grandes pensamos eso, no le hagan caso.
Pareciera que en esta (frase, n.d.r.) “ya va a madurar” de nosotros los grandes, donde parece que les tiráramos una frazada mojada encima para hacerlos callar, se escondiera que madurar es aceptar la injusticia, es creer que nada podemos hacer, que todo siempre fue así: “¿Para qué vamos a cambiar, si siempre fue así, si siempre se hizo así?”. Eso es corrupción. Madurar, la verdadera madurez es llevar adelante los sueños, las ilusiones de ustedes, juntos, confrontándose mutuamente, discutiendo entre ustedes, pero siempre mirando para adelante, no bajando la guardia, no vendiendo esas ilusiones y esas cosas. ¿Está claro? (Responden: ¡Sí!)
Teniendo en cuenta toda esta realidad de los jóvenes es porque se va a realizar lo que…. (se interrumpe porque uno de los presentes se siente mal) esperemos un minutito que saquen a esta hermana nuestra que se descompuso y la acompañamos con una pequeña oración para que se reponga enseguida. Es por esta realidad de ustedes los jóvenes, les quería hacer el anuncio de que he convocado el Sínodo de la fe, del discernimiento en ustedes. Y además el encuentro de jóvenes, porque el Sínodo lo hacemos los obispos, pensamos sobre los jóvenes, pero ya saben, le tengo miedo a los filtros porque a veces las opiniones de los jóvenes para viajar a Roma tienen que hacer varias conexiones y esas propuestas pueden llegar muy filtradas, no por las compañías aéreas sino por los que las transcriben, por eso antes quiero escuchar a los jóvenes y por eso se hace ese Encuentro de jóvenes, encuentro donde ustedes van a ser los protagonistas, jóvenes de todo el mundo, jóvenes católicos y jóvenes no católicos, jóvenes cristianos y de otras religiones, y jóvenes que no saben si creen o no creen, todos, para escucharlos, para escucharnos directamente, porque es importante que ustedes hablen, que no se dejen callar. A nosotros nos toca el ayudarlos a que sean coherentes con lo que dicen, eso es el trabajo que los vamos a ayudar, pero si ustedes no hablan, ¿cómo los vamos a ayudar? Y que hablen con valentía, y que digan lo que sienten. Entonces lo van a poder hacer en esa semana de encuentro previa al Domingo de Ramos, que vendrán delegaciones de jóvenes de todo el mundo, que nos ayudemos a que la Iglesia tenga un rostro joven. Una vez uno, hace poco, me decía: “Yo no sé si hablar de la Santa Madre Iglesia –hablaba de un lugar especial– o de la Santa Abuela Iglesia”. No, no, la Iglesia tiene que tener rostro joven, y eso ustedes tienen que dárnoslo. Pero, claro, un rostro joven es real, lleno de vida, no precisamente joven por maquillarse con cremas rejuvenecedoras. No, eso no sirve, sino joven porque desde su corazón se deja interpelar, y eso es lo que nosotros, la Santa Madre Iglesia hoy necesita de ustedes: que nos interpelen. Después prepárense para la respuesta, pero necesitamos que nos interpelen, la Iglesia necesita que ustedes saquen el carnet de mayores de edad, espiritualmente mayores y tengan el coraje de decirnos: “Esto me gusta, este camino me parece que es el que hay que hacer, esto no va, esto no es un puente es una muralla, etcétera”. Que nos digan lo que sienten, lo que piensan y eso lo elaboren entre ustedes en los grupos de ese encuentro y después eso irá al Sínodo, donde ciertamente habrá una representación de ustedes, pero el Sínodo lo harán los obispos con la representación de ustedes que recogerá a todos. Así que prepárense para ese encuentro y, para los que vayan a ese encuentro, darles sus ideas, sus inquietudes, lo que vayan sintiendo en el corazón. ¡Cuánto necesita de ustedes la Iglesia, y la Iglesia chilena, que nos «muevan el piso», nos ayuden a estar más cerca de Jesús! Eso es lo que les pedimos, que nos muevan el piso si estamos instalados y nos ayuden a estar más cerca de Jesús. Las preguntas de ustedes, el querer saber de ustedes, querer ser generosos son exigencias para que estemos más cerca de Jesús. Y todos estamos invitados una y otra vez a estar cerca de Jesús. Si una actividad, si un plan pastoral, si este encuentro no nos ayuda a estar más cerca de Jesús, perdimos el tiempo, perdimos una tarde, horas de preparación: que nos ayuden a estar más cerca de Jesús. Y eso se lo pedimos a quien nos puede llevar de la mano, miramos a la Madre; cada uno en su corazón le diga con las palabras, a ella que es la primera discípula, que nos ayude a estar más cerca de Jesús, desde el corazón, cada uno.
Y déjenme contarles una anécdota. Charlando un día con un joven le pregunté qué es lo que lo ponía de mal humor. “¿A vos qué te pone de mal humor?” –porque el contexto se daba para hacer esa pregunta. Y él me dijo: «cuando al celular se le acaba la batería o cuando pierdo la señal de internet». Le pregunté: «¿Por qué?». Me responde: «Padre, es simple, me pierdo todo lo que está pasando, me quedo fuera del mundo, como colgado. En esos momentos, salgo corriendo a buscar un cargador o una red de wifi y la contraseña para volverme a conectar». Esa respuesta me enseñó, me hizo pensar que con la fe nos puede pasar lo mismo. Todos estamos entusiastas, la fe se renueva –que un retiro, que una predicación, que un encuentro, que la visita del Papa–, la fe crece pero después de un tiempo de camino o del «embale» inicial, hay momentos en los que sin darnos cuenta comienza a bajar «nuestro ancho de banda», despacito, y aquel entusiasmo, aquel querer estar conectados con Jesús se empieza a perder, y empezamos a quedarnos sin conexión, sin batería, y entonces nos gana el mal humor, nos volvemos descreídos, tristes, sin fuerza, y todo lo empezamos a ver mal. Al quedarnos sin esta «conexión» que es la que le da vida a nuestros sueños, el corazón empieza a perder fuerza, a quedarse también sin batería y como dice esa canción: «El ruido ambiente y soledad de la ciudad nos aíslan de todo. El mundo que gira al revés pretende sumergirme en él ahogando mis ideas»[1]. ¿Les pasó esto alguna vez? No, no, cada cual se contesta adentro, no quiero hacer pasar vergüenza a los que no les pasó. A mí me pasó.
Sin conexión, sin la conexión con Jesús, sin esta conexión terminamos ahogando nuestras ideas, ahogando nuestros sueños, ahogando nuestra fe y, claro, nos llenamos de mal humor. De protagonistas —que lo somos y lo queremos ser— podemos llegar a sentir que vale lo mismo hacer algo que no hacerlo: “¿Para qué te vas a gastar? Mirá –el joven pesimista–: Pasála bien, dejá, todas estas cosas sabemos cómo terminan, el mundo no cambia, tomálo con soda y andá para adelante”. Y quedamos desconectados de la realidad y de lo que está pasando en «el mundo». Y quedamos, sentimos que quedamos, «fuera del mundo», en “mi mundito” donde estoy tranquilo, en mi sofá, ahí. Me preocupa cuando, al perder «señal», muchos sienten que no tienen nada que aportar y quedan como perdidos: “Pará, vos tenés algo que dar” – “No mirá esto es un desastre, yo trato de estudiar, tener un título, casarme, pero basta, no quiero líos, termina todo mal”. Eso es cuando se pierde la conexión. Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: “Le haces falta a mucha gente y esto pensálo”. Cada uno de ustedes piénselo en su corazón: “Yo le hago falta a mucha gente”. Ese pensamiento, como le gustaba decir a Hurtado, «es el consejo del diablo» –“no le hago falta a nadie”–, que quiere hacerte sentir que no vales nada… pero para dejar las cosas como están, por eso te hace sentir que no vales nada, para que nada cambie, porque el único que puede hacer un cambio en la sociedad es el joven, uno de ustedes. Nosotros ya estamos del otro lado. (Otro joven de los presentes se desmaya) Y gracias, entre paréntesis, porque estos desmayos son un signo de lo que están sintiendo muchos de ustedes. ¿Desde qué hora están acá, me lo dicen? (Los jóvenes responden) ¡Gracias! Todos, decía, somos importantes y todos tenemos algo que aportar. Con un “cachitito” de silencio se pregunta cada uno –en serio, mírense en su corazón–: “¿Qué tengo yo para aportar en la vida?”. Y cuántos de ustedes sienten las ganas de decir: “No sé”. ¿No sabés lo que tenés para aportar? Lo tenés adentro y no lo conocés. Apuráte a encontrarlo para aportar. El mundo te necesita, la patria te necesita, la sociedad te necesita, vos tenés algo que aportar, no pierdas la conexión.
Los jóvenes del Evangelio que escuchamos hoy querían esa «señal», buscaban esa señal que los ayudara a mantener vivo el fuego en sus corazones. Esos jóvenes, que estaban ahí con Juan Bautista, querían saber cómo cargar la batería del corazón. Andrés y el otro discípulo —que no dice el nombre, y podemos pensar que ese otro discípulo puede ser cada uno de nosotros— buscaban la contraseña para conectarse con Aquel que es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). A ellos los guió Juan el Bautista. Y creo que ustedes tienen un gran santo que les puede hacer de guía, un santo que iba cantando con su vida: «contento, Señor, contento». Hurtado tenía una regla de oro, una regla para encender su corazón con ese fuego capaz de mantener viva la alegría. Porque Jesús es ese fuego al cual quien se acerca queda encendido.
Y la contraseña de Hurtado para reconectar, para mantener la señal es muy simple —seguro que ninguno de ustedes trajo un teléfono, ¿no? Me gustaría que la anotaran en el teléfono, a ver si se animan, yo se las dicto–. Hurtado se pregunta –esta es la contraseña–: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Los que pueden anótenlo: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». «¿Qué haría Cristo en mi lugar, en la escuela, en la universidad, en la calle, en la casa, entre amigos, en el trabajo; frente al que le hacen bullying: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Cuando salen a bailar, cuando están haciendo deportes o van al estadio: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Esa es la contraseña, esa es la batería para encender nuestro corazón y encender la fe y encender la chispa en los ojos que no se les vaya. Eso es ser protagonistas de la historia. Ojos chispeantes porque descubrimos que Jesús es fuente de vida y de alegría. Protagonistas de la historia, porque queremos contagiar esa chispa en tantos corazones apagados, opacos que se olvidaron de lo que es esperar; en tantos que son «fomes» y esperan que alguien los invite y los desafíe con algo que valga la pena. Ser protagonistas es hacer lo que hizo Jesús. Allí donde estés, con quien te encuentres y a la hora en que te encuentres: «¿Qué haría Jesús en mi lugar?». ¿Cargaron la contraseña? (Los jóvenes responde: “Sí”). Y la única manera de no olvidarse de la contraseña es usarla, sino no va a pasar lo que… –claro esto es de mi época, no de la de ustedes, pero por ahí saben algo–, lo que les pasó a los tres chiflados en aquel film que arman un asalto, un robo, una caja fuerte, todo pensado, todo, y cuando llegan se olvidaron de la contraseña, se olvidaron de la clave. Si no usan la contraseña se la van a olvidar. ¡Cárguenla en el corazón! ¿Cómo era la contraseña? (R: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?») Esa es la contraseña. ¡Repítanla, pero úsenla, úsenla! –¿Qué haría Cristo en mi lugar?–. Y hay que usarla todos los días. Llegará el momento que se la van a saber de memoria y llegará el día en que, sin darse cuenta, y llegará el día en que, sin darse cuenta, el corazón de cada uno de ustedes latirá como el corazón de Jesús.
No basta con escuchar alguna enseñanza religiosa o aprender una doctrina; lo que queremos es vivir como Jesús vivió: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Traducir Jesús a mí vida. Por eso los jóvenes del Evangelio le preguntan: «Señor, ¿dónde vives?»[2]; –lo escuchamos recién– ¿cómo vives? ¿Yo le pregunto a Jesús?
Queremos vivir como Jesús, Él sí que hace vibrar el corazón.
Hace vibrar el corazón y te pone en el camino del riesgo. Arriesgarse, correr riesgos. Queridos amigos, sean valientes, salgan «al tiro» al encuentro de sus amigos, de aquellos que no conocen o que están en un momento de dificultad.
Y vayan con la única promesa que tenemos: en medio del desierto, del camino, de la aventura, siempre habrá «conexión», existirá un «cargador». No estaremos solos. Siempre gozaremos de la compañía de Jesús y de su Madre y de una comunidad. Ciertamente una comunidad que no es perfecta, pero eso no significa que no tenga mucho para amar y para dar a los demás. ¿Cómo era la contraseña? (R: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?) Está bien, todavía la conservan.
Queridos amigos, queridos jóvenes: «Sean ustedes, –se lo pido por favor–, sean ustedes los jóvenes samaritanos que nunca abandonan a nadie tirado en el camino. En el corazón, otra pregunta: “¿Alguna vez abandoné a alguien tirado en el camino? ¿Un pariente, un amigo, amiga…?”. Sean samaritanos, nunca abandonen al hombre tirado en el camino. Sean ustedes los jóvenes cirineos que ayudan a Cristo a llevar su cruz y se comprometen con el sufrimiento de sus hermanos. Sean como Zaqueo, que transformó su enanismo espiritual en grandeza y dejó que Jesús transformara su corazón materialista en un corazón solidario. Sean como la joven Magdalena, apasionada buscadora del amor, que sólo en Jesús encuentra las respuestas que necesita. Tengan el corazón de Pedro, para abandonar las redes junto al lago. Tengan el cariño de Juan, para reposar en Jesús todos sus afectos. Tengan la disponibilidad de nuestra Madre, la primera discípula, para cantar con gozo y hacer su voluntad»[3].
Queridos amigos, me gustaría quedarme más tiempo. Los que tienen teléfono agárrenlo en la mano, es un signo para no olvidarse de la contraseña. ¿Cuál era la contraseña? (R: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?) Así reconectan y no se quedan fuera de banda. Me gustaría quedarme más tiempo. Gracias por el encuentro, gracias por la alegría de ustedes. Gracias, muchas gracias y les pido por favor que no se olviden de rezar por mí.
[1] La Ley, Aquí.
[2] Jn 1,38.
[3] Card. Raúl Silva Henríquez, Mensaje a los jóvenes (7 octubre 1979).
Señor Gran Canciller, Cardenal Ricardo Ezzati,
hermanos en el episcopado,
señor Rector, Doctor Ignacio Sánchez,
distinguidas autoridades universitarias,
queridos profesores, funcionarios, personal de la Universidad,
queridos alumnos:
Estoy contento por estar junto a ustedes en esta Casa de Estudios que, en sus casi 130 años de vida, ha ofrecido un servicio inestimable al país. Agradezco al señor Rector sus palabras de bienvenida en nombre de todos y también le agradezco a usted señor Rector, el bien que hace con su “sapiencialidad” en el gobierno de la Universidad y en defender con coraje la identidad de la Universidad Católica. Muchas gracias.
La historia de esta Universidad está entrelazada, en cierto modo, con la historia de Chile. Son miles los hombres y mujeres que, formándose aquí, han cumplido tareas relevantes para el desarrollo de la patria. Quisiera recordar especialmente la figura de san Alberto Hurtado, en este año que se cumplen 100 años desde que comenzó aquí sus estudios. Su vida se vuelve un claro testimonio de cómo la inteligencia, la excelencia académica y la profesionalidad en el quehacer, armonizadas con la fe, la justicia y la caridad, lejos de disminuirse, alcanzan una fuerza que es profecía capaz de abrir horizontes e iluminar el sendero, especialmente para los descartados de la sociedad, sobre todo hoy en que priva esta cultura del descarte.
En este sentido, quiero retomar sus palabras, señor Rector, cuando afirmaba: «Tenemos importantes desafíos para nuestra patria, que dicen relación con la convivencia nacional y con la capacidad de avanzar en comunidad».
1. Convivencia nacional
Hablar de desafíos es asumir que hay situaciones que han llegado a un punto que exigen ser repensadas. Lo que hasta ayer podía ser un factor de unidad y cohesión, hoy está reclamando nuevas respuestas. El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la Universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro»[1]. Ya que «la verdadera sabiduría, [es] producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas»[2].
La convivencia nacional es posible —entre otras cosas— en la medida en que generemos procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia. Educar para la convivencia no es solamente adjuntar valores a la labor educativa, sino generar una dinámica de convivencia dentro del propio sistema educativo. No es tanto una cuestión de contenidos sino de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora. Lo que los clásicos solían llamar con el nombre de forma mentis.
Y para lograr esto es necesario desarrollar una alfabetización integradora que sepa acompasar los procesos de transformación que se están produciendo en el seno de nuestras sociedades.
Tal proceso de alfabetización exige trabajar de manera simultánea la integración de los diversos lenguajes que nos constituyen como personas. Es decir, una educación —alfabetización— que integre y armonice el intelecto, los afectos y las manos— es decir, la cabeza, el corazón y la acción. Esto brindará y posibilitará a los estudiantes crecer no sólo armoniosoa nivel personal sino, simultáneamente, a nivel social.
Urge generar espacios donde la fragmentación no sea el esquema
dominante, incluso del pensamiento; para ello es necesario enseñar a
pensar lo que se siente y se hace; a sentir lo que se piensa y se hace; a
hacer lo que se piensa y se siente. Un dinamismo de capacidades al
servicio de la persona y de la sociedad.
La alfabetización, basada en la integración de los distintos lenguajes que nos conforman, irá implicando a los estudiantes en su propio proceso educativo; proceso de cara a los desafíos que el mundo próximo les va a presentar. El «divorcio» de los saberes y de los lenguajes, el analfabetismo sobre cómo integrar las distintas dimensiones de la vida, lo único que consigue es fragmentación y ruptura social.
En esta sociedad líquida[3] o ligera[4], como la han querido denominar algunos pensadores, van desapareciendo los puntos de referencia desde donde las personas pueden construirse individual y socialmente. Pareciera que hoy en día la «nube» es el nuevo punto de encuentro, que está marcado por la falta de estabilidad ya que todo se volatiliza y por lo tanto pierde consistencia.
Y tal falta de consistencia podría ser una de las razones de la pérdida de conciencia del espacio público. Un espacio que exige un mínimo de trascendencia sobre los intereses privados —vivir más y mejor— para construir sobre cimientos que revelen esa dimensión tan importante de nuestra vida como es el «nosotros». Sin esa conciencia, pero especialmente sin ese sentimiento y, por lo tanto, sin esa experiencia, es y será muy difícil construir la nación, y entonces parecería que lo único importante y válido es aquello que pertenece al individuo, y todo lo que queda fuera de esa jurisdicción se vuelve obsoleto. Una cultura así ha perdido la memoria, ha perdido los ligamentos que sostienen y posibilitan la vida. Sin el «nosotros» de un pueblo, de una familia, de una nación y, al mismo tiempo, sin el nosotros del futuro, de los hijos y del mañana; sin el nosotros de una ciudad que «me» trascienda y sea más rica que los intereses individuales, la vida será no sólo cada vez más fracturada sino más conflictiva y violenta.
La Universidad, en este sentido, tiene el desafío de generar nuevas dinámicas al interno de su propio claustro, que superen toda fragmentación del saber y estimulen a una verdadera universitas.
2. Avanzar en comunidad
De ahí, el segundo elemento tan importante para esta casa de estudios: la capacidad de avanzar en comunidad.
He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y dela
vitalidad alegre de su Pastoral Universitaria, signo de una Iglesia
joven, viva y «en salida». Las misiones que realizan todos los años en
diversos puntos del País son un punto fuerte y muy enriquecedor. En
estas instancias, ustedes logran alargar el horizonte de sus miradas y
entran en contacto con diversas situaciones que, más allá del
acontecimiento puntual, los dejan movilizados. El «misionero», en el
sentido etimológico de la palabra, nunca vuelve igual de la misión;
experimenta el paso de Dios en el encuentro con tantos rostros o que no
conocían o que no le eran cotidianos, o que le eran lejanos.
Esas experiencias no pueden quedar aisladas del acontecer universitario. Los métodos clásicos de investigación experimentan ciertos límites, más cuando se trata de una cultura como la nuestra que estimula la participación directa e instantánea de los sujetos. La cultura actual exige nuevas formas capaces de incluir a todos los actores que conforman el hecho social y, por lo tanto, educativo. De ahí la importancia de ampliar el concepto de comunidad educativa.
La comunidad está desafiada a no quedarse aislada de los modos de conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los destinatarios de los mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendecida tierra. Una sabiduría cargada de intuiciones, de «olfato», que no se puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se producirá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popular.Esta La estrecha
interacción entre ambos impide el divorcio entre la razón y la acción,
entre el pensar y el sentir, entre el conocer y el vivir, entre la
profesión y el servicio. El conocimiento siempre debe sentirse al
servicio de la vida y confrontarse con ella para poder seguir
progresando. De ahí que la comunidad educativa no puede reducirse a
aulas y bibliotecas, sino que debe avanzar continuamente a la
participación. Tal diálogo sólo se puede realizar desde una episteme
capaz de asumir una lógica plural, es decir, que asuma la
interdisciplinariedad e interdependencia del saber. «En este sentido, es
indispensable prestar atención a los pueblos originarios con sus
tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que
deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a la
hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios»[5].
La comunidad educativa guarda en sí un sinfín de posibilidades y potencialidades cuando se deja enriquecer e interpelar por todos los actores que configuran el hecho educativo. Esto exige un mayor esfuerzo en la calidad y en la integración, pues el servicio universitario ha de apuntar siempre a ser de calidad y de excelencia, puestas al servicio de la convivencia nacional. Podríamos decir que la Universidad se vuelve un laboratorio para el futuro del país, ya que logra incorporar en su seno la vida y el caminar del pueblo superando toda lógica antagónica y elitista del saber.
Cuenta una antigua tradición cabalística que el origen del mal se encuentra en la escisión producida por el ser humano al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. De esta forma, el conocimiento adquirió un primado sobre la creación, sometiéndola a sus esquemas y deseos[6]. La tentación latente en todo ámbito académico será la de reducir la Creación a unos esquemas interpretativos, privándola del Misterio propio que ha movido a generaciones enteras a buscar lo justo, bueno, bello y verdadero. Y cuando el profesor, por su sapiencialidad, se convierte en «maestro», entonces sí es capaz de despertar la capacidad de asombro en nuestros estudiantes. ¡Asombro ante un mundo y un universo a descubrir!
Hoy resulta profética la misión que tienen entre manos. Ustedes son interpelados para generar procesos que iluminen la cultura actual, proponiendo un renovado humanismo que evite caer en reduccionismos de cualquier tipo. Esta profecía que se nos pide, impulsa a buscar espacios recurrentes de diálogo más que de confrontación; espacios de encuentro más que división; caminos de amistosa discrepancia, porque se difiere con respeto entre personas que caminan en la búsqueda honesta de avanzar en comunidad hacia una renovada convivencia nacional.
Y si lo piden, no dudo que el Espíritu Santo guiará sus pasos para que esta Casa siga fructificando por el bien del Pueblo de Chile y para la Gloria de Dios.
Les agradezco nuevamente este encuentro, y por favor les pido que no se olviden de rezar por mí.
[1] Discurso a la Plenaria de la Congregación para la Educación Católica (9 febrero 2017).
[2] Carta enc. Laudato si’, 47.
[3] Cf. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida (1999).
[4] Cf. Gilles Lipovetsky, De la ligereza (2016).
[5] Carta enc. Laudato si’, 146.
[6] Cf. Gershom Scholem, La mystique juive, París (1985), 86.
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Almuerzo con los habitantes de la Araucanía en la
“Madre de la Santa Cruz” de Temuco
A las 12.45 hora local (16.45 horas en Roma), el Santo Padre FRANCISCO ha almorzado con el Obispo de Temuco y con una representación de los habitantes de la Araucanía en la Casa Madre de la Santa Cruz. Antes de dejar la Casa, el Papa fue a la Capilla del Instituto donde estaban reunidas cerca de 40 Hermanas de la Casa, algunos sacerdotes ancianos y algunos Superiores de Congregaciones Religiosas presentes en la diócesis.
Después del intercambio de regalos, el Papa FRANCISCO se desplazó al Aeropuerto "La Araucanía" de Temuco desde donde a las 15.30 hora local (19.30 horas de Roma) despegó - a bordo de una A321 de LATAM – con destino a Maipú. A su llegada a la Base Aérea "Grupo 8 de la FACH" de Santiago, fue en automóvil al Santuario de Maipú para encontrarse con los jóvenes.
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ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Santuario Nacional de Maipú
Miércoles, 17 de enero de 2018
Miércoles, 17 de enero de 2018
Y me alegra que este encuentro se realice aquí en Maipú. En esta tierra donde con un abrazo de fraternidad se fundó la historia de Chile; en este Santuario que se levanta en el cruce de los caminos del Norte y del Sur, que une la nieve y el océano, y hace que el cielo y la tierra tengan un hogar. Hogar para Chile, hogar para ustedes queridos jóvenes, donde la Virgen del Carmen los espera y los recibe con el corazón abierto. Y así como acompañó el nacimiento de esta Nación y acompañó a tantos chilenos a lo largo de estos doscientos años, quiere seguir acompañando los sueños que Dios pone en vuestro corazón: sueños de libertad, sueños de alegría, sueños de un futuro mejor. Esas ganas, como decías vos Ariel, de «ser protagonistas del cambio». Ser protagonistas. La Virgen del Carmen los acompaña para que sean los protagonistas del Chile que sus corazones sueñan. Y yo sé que el corazón de los jóvenes chilenos sueña, y sueña a lo grande, no solo cuando están un poco curaditos, no, siempre sueñan a lo grande, porque de estas tierras han nacido experiencias que se fueron expandiendo y multiplicando a lo largo de diversos países de nuestro continente. ¿Y quiénes las impulsaron? Jóvenes como ustedes que se animaron a vivir la aventura de la fe. Porque la fe provoca en los jóvenes sentimientos de aventura que invita a transitar por paisajes increíbles, paisajes nada fáciles, nada tranquilos… pero a ustedes les gustan las aventuras y los desafíos, excepto los que no se llegaron a bajar del sofá. ¡Bájenlos rápido!, así podemos seguir, ustedes que son especialistas, y les ponen los zapatos. Es más, se aburren cuando no tienen desafíos que los estimulen. Esto se ve, por ejemplo, cada vez que sucede una catástrofe natural: tienen una capacidad enorme para movilizarse, que habla de la generosidad de los corazones. Gracias.
Y quise empezar por esta referencia a la Patria porque el camino hacia adelante, los sueños que tienen que ser concretados, el mirar siempre hacia el horizonte, se tienen que hacer con los pies en la tierra y se empieza con los pies en la tierra de la Patria, y si ustedes no aman a su Patria, yo no les creo que lleguen a amar a Jesús y que lleguen a amar a Dios. El amor a la Patria es un amor a la madre, la llamamos Madre Patria porque aquí nacimos, pero ella misma como toda madre nos enseña a caminar y se nos entrega para que la hagamos sobrevivir a otras generaciones. Por eso quise empezar con esta referencia de la Madre, de la Madre Patria. Si no son patriotas –no patrioteros–, patriotas, no van a hacer nada en la vida. Quieran a su tierra, chicas y chicos, quieran a su Chile, den lo mejor de ustedes por su Chile.
En mi trabajo como obispo, pude descubrir que hay muchas, pero muchas, buenas ideas en los corazones y en las mentes de los jóvenes. Y eso es verdad, ustedes son inquietos, buscadores, idealistas. ¿Saben quién tienen problemas?. El problema lo tenemos los grandes que cuando escuchamos estos ideales, estas inquietudes de los jóvenes, con cara de sabiondos decimos: “Piensa así porque es joven, ya va a madurar, o peor, ya se va a corromper”. Y eso es verdad, detrás del “ya va a madurar” contra las ilusiones y los sueños se esconde el tácito “ya se va a corromper”. ¡Cuidado con eso! Madurar es crecer y hacer crecer los sueños y hacer crecer las ilusiones, no bajar la guardia y dejarse comprar por dos “chirolas”, eso no es madurar. Así que cuando los grandes pensamos eso, no le hagan caso.
Pareciera que en esta (frase, n.d.r.) “ya va a madurar” de nosotros los grandes, donde parece que les tiráramos una frazada mojada encima para hacerlos callar, se escondiera que madurar es aceptar la injusticia, es creer que nada podemos hacer, que todo siempre fue así: “¿Para qué vamos a cambiar, si siempre fue así, si siempre se hizo así?”. Eso es corrupción. Madurar, la verdadera madurez es llevar adelante los sueños, las ilusiones de ustedes, juntos, confrontándose mutuamente, discutiendo entre ustedes, pero siempre mirando para adelante, no bajando la guardia, no vendiendo esas ilusiones y esas cosas. ¿Está claro? (Responden: ¡Sí!)
Teniendo en cuenta toda esta realidad de los jóvenes es porque se va a realizar lo que…. (se interrumpe porque uno de los presentes se siente mal) esperemos un minutito que saquen a esta hermana nuestra que se descompuso y la acompañamos con una pequeña oración para que se reponga enseguida. Es por esta realidad de ustedes los jóvenes, les quería hacer el anuncio de que he convocado el Sínodo de la fe, del discernimiento en ustedes. Y además el encuentro de jóvenes, porque el Sínodo lo hacemos los obispos, pensamos sobre los jóvenes, pero ya saben, le tengo miedo a los filtros porque a veces las opiniones de los jóvenes para viajar a Roma tienen que hacer varias conexiones y esas propuestas pueden llegar muy filtradas, no por las compañías aéreas sino por los que las transcriben, por eso antes quiero escuchar a los jóvenes y por eso se hace ese Encuentro de jóvenes, encuentro donde ustedes van a ser los protagonistas, jóvenes de todo el mundo, jóvenes católicos y jóvenes no católicos, jóvenes cristianos y de otras religiones, y jóvenes que no saben si creen o no creen, todos, para escucharlos, para escucharnos directamente, porque es importante que ustedes hablen, que no se dejen callar. A nosotros nos toca el ayudarlos a que sean coherentes con lo que dicen, eso es el trabajo que los vamos a ayudar, pero si ustedes no hablan, ¿cómo los vamos a ayudar? Y que hablen con valentía, y que digan lo que sienten. Entonces lo van a poder hacer en esa semana de encuentro previa al Domingo de Ramos, que vendrán delegaciones de jóvenes de todo el mundo, que nos ayudemos a que la Iglesia tenga un rostro joven. Una vez uno, hace poco, me decía: “Yo no sé si hablar de la Santa Madre Iglesia –hablaba de un lugar especial– o de la Santa Abuela Iglesia”. No, no, la Iglesia tiene que tener rostro joven, y eso ustedes tienen que dárnoslo. Pero, claro, un rostro joven es real, lleno de vida, no precisamente joven por maquillarse con cremas rejuvenecedoras. No, eso no sirve, sino joven porque desde su corazón se deja interpelar, y eso es lo que nosotros, la Santa Madre Iglesia hoy necesita de ustedes: que nos interpelen. Después prepárense para la respuesta, pero necesitamos que nos interpelen, la Iglesia necesita que ustedes saquen el carnet de mayores de edad, espiritualmente mayores y tengan el coraje de decirnos: “Esto me gusta, este camino me parece que es el que hay que hacer, esto no va, esto no es un puente es una muralla, etcétera”. Que nos digan lo que sienten, lo que piensan y eso lo elaboren entre ustedes en los grupos de ese encuentro y después eso irá al Sínodo, donde ciertamente habrá una representación de ustedes, pero el Sínodo lo harán los obispos con la representación de ustedes que recogerá a todos. Así que prepárense para ese encuentro y, para los que vayan a ese encuentro, darles sus ideas, sus inquietudes, lo que vayan sintiendo en el corazón. ¡Cuánto necesita de ustedes la Iglesia, y la Iglesia chilena, que nos «muevan el piso», nos ayuden a estar más cerca de Jesús! Eso es lo que les pedimos, que nos muevan el piso si estamos instalados y nos ayuden a estar más cerca de Jesús. Las preguntas de ustedes, el querer saber de ustedes, querer ser generosos son exigencias para que estemos más cerca de Jesús. Y todos estamos invitados una y otra vez a estar cerca de Jesús. Si una actividad, si un plan pastoral, si este encuentro no nos ayuda a estar más cerca de Jesús, perdimos el tiempo, perdimos una tarde, horas de preparación: que nos ayuden a estar más cerca de Jesús. Y eso se lo pedimos a quien nos puede llevar de la mano, miramos a la Madre; cada uno en su corazón le diga con las palabras, a ella que es la primera discípula, que nos ayude a estar más cerca de Jesús, desde el corazón, cada uno.
Y déjenme contarles una anécdota. Charlando un día con un joven le pregunté qué es lo que lo ponía de mal humor. “¿A vos qué te pone de mal humor?” –porque el contexto se daba para hacer esa pregunta. Y él me dijo: «cuando al celular se le acaba la batería o cuando pierdo la señal de internet». Le pregunté: «¿Por qué?». Me responde: «Padre, es simple, me pierdo todo lo que está pasando, me quedo fuera del mundo, como colgado. En esos momentos, salgo corriendo a buscar un cargador o una red de wifi y la contraseña para volverme a conectar». Esa respuesta me enseñó, me hizo pensar que con la fe nos puede pasar lo mismo. Todos estamos entusiastas, la fe se renueva –que un retiro, que una predicación, que un encuentro, que la visita del Papa–, la fe crece pero después de un tiempo de camino o del «embale» inicial, hay momentos en los que sin darnos cuenta comienza a bajar «nuestro ancho de banda», despacito, y aquel entusiasmo, aquel querer estar conectados con Jesús se empieza a perder, y empezamos a quedarnos sin conexión, sin batería, y entonces nos gana el mal humor, nos volvemos descreídos, tristes, sin fuerza, y todo lo empezamos a ver mal. Al quedarnos sin esta «conexión» que es la que le da vida a nuestros sueños, el corazón empieza a perder fuerza, a quedarse también sin batería y como dice esa canción: «El ruido ambiente y soledad de la ciudad nos aíslan de todo. El mundo que gira al revés pretende sumergirme en él ahogando mis ideas»[1]. ¿Les pasó esto alguna vez? No, no, cada cual se contesta adentro, no quiero hacer pasar vergüenza a los que no les pasó. A mí me pasó.
Sin conexión, sin la conexión con Jesús, sin esta conexión terminamos ahogando nuestras ideas, ahogando nuestros sueños, ahogando nuestra fe y, claro, nos llenamos de mal humor. De protagonistas —que lo somos y lo queremos ser— podemos llegar a sentir que vale lo mismo hacer algo que no hacerlo: “¿Para qué te vas a gastar? Mirá –el joven pesimista–: Pasála bien, dejá, todas estas cosas sabemos cómo terminan, el mundo no cambia, tomálo con soda y andá para adelante”. Y quedamos desconectados de la realidad y de lo que está pasando en «el mundo». Y quedamos, sentimos que quedamos, «fuera del mundo», en “mi mundito” donde estoy tranquilo, en mi sofá, ahí. Me preocupa cuando, al perder «señal», muchos sienten que no tienen nada que aportar y quedan como perdidos: “Pará, vos tenés algo que dar” – “No mirá esto es un desastre, yo trato de estudiar, tener un título, casarme, pero basta, no quiero líos, termina todo mal”. Eso es cuando se pierde la conexión. Nunca pienses que no tienes nada que aportar o que no le haces falta a nadie: “Le haces falta a mucha gente y esto pensálo”. Cada uno de ustedes piénselo en su corazón: “Yo le hago falta a mucha gente”. Ese pensamiento, como le gustaba decir a Hurtado, «es el consejo del diablo» –“no le hago falta a nadie”–, que quiere hacerte sentir que no vales nada… pero para dejar las cosas como están, por eso te hace sentir que no vales nada, para que nada cambie, porque el único que puede hacer un cambio en la sociedad es el joven, uno de ustedes. Nosotros ya estamos del otro lado. (Otro joven de los presentes se desmaya) Y gracias, entre paréntesis, porque estos desmayos son un signo de lo que están sintiendo muchos de ustedes. ¿Desde qué hora están acá, me lo dicen? (Los jóvenes responden) ¡Gracias! Todos, decía, somos importantes y todos tenemos algo que aportar. Con un “cachitito” de silencio se pregunta cada uno –en serio, mírense en su corazón–: “¿Qué tengo yo para aportar en la vida?”. Y cuántos de ustedes sienten las ganas de decir: “No sé”. ¿No sabés lo que tenés para aportar? Lo tenés adentro y no lo conocés. Apuráte a encontrarlo para aportar. El mundo te necesita, la patria te necesita, la sociedad te necesita, vos tenés algo que aportar, no pierdas la conexión.
Los jóvenes del Evangelio que escuchamos hoy querían esa «señal», buscaban esa señal que los ayudara a mantener vivo el fuego en sus corazones. Esos jóvenes, que estaban ahí con Juan Bautista, querían saber cómo cargar la batería del corazón. Andrés y el otro discípulo —que no dice el nombre, y podemos pensar que ese otro discípulo puede ser cada uno de nosotros— buscaban la contraseña para conectarse con Aquel que es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). A ellos los guió Juan el Bautista. Y creo que ustedes tienen un gran santo que les puede hacer de guía, un santo que iba cantando con su vida: «contento, Señor, contento». Hurtado tenía una regla de oro, una regla para encender su corazón con ese fuego capaz de mantener viva la alegría. Porque Jesús es ese fuego al cual quien se acerca queda encendido.
Y la contraseña de Hurtado para reconectar, para mantener la señal es muy simple —seguro que ninguno de ustedes trajo un teléfono, ¿no? Me gustaría que la anotaran en el teléfono, a ver si se animan, yo se las dicto–. Hurtado se pregunta –esta es la contraseña–: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Los que pueden anótenlo: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». «¿Qué haría Cristo en mi lugar, en la escuela, en la universidad, en la calle, en la casa, entre amigos, en el trabajo; frente al que le hacen bullying: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Cuando salen a bailar, cuando están haciendo deportes o van al estadio: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Esa es la contraseña, esa es la batería para encender nuestro corazón y encender la fe y encender la chispa en los ojos que no se les vaya. Eso es ser protagonistas de la historia. Ojos chispeantes porque descubrimos que Jesús es fuente de vida y de alegría. Protagonistas de la historia, porque queremos contagiar esa chispa en tantos corazones apagados, opacos que se olvidaron de lo que es esperar; en tantos que son «fomes» y esperan que alguien los invite y los desafíe con algo que valga la pena. Ser protagonistas es hacer lo que hizo Jesús. Allí donde estés, con quien te encuentres y a la hora en que te encuentres: «¿Qué haría Jesús en mi lugar?». ¿Cargaron la contraseña? (Los jóvenes responde: “Sí”). Y la única manera de no olvidarse de la contraseña es usarla, sino no va a pasar lo que… –claro esto es de mi época, no de la de ustedes, pero por ahí saben algo–, lo que les pasó a los tres chiflados en aquel film que arman un asalto, un robo, una caja fuerte, todo pensado, todo, y cuando llegan se olvidaron de la contraseña, se olvidaron de la clave. Si no usan la contraseña se la van a olvidar. ¡Cárguenla en el corazón! ¿Cómo era la contraseña? (R: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?») Esa es la contraseña. ¡Repítanla, pero úsenla, úsenla! –¿Qué haría Cristo en mi lugar?–. Y hay que usarla todos los días. Llegará el momento que se la van a saber de memoria y llegará el día en que, sin darse cuenta, y llegará el día en que, sin darse cuenta, el corazón de cada uno de ustedes latirá como el corazón de Jesús.
No basta con escuchar alguna enseñanza religiosa o aprender una doctrina; lo que queremos es vivir como Jesús vivió: ¿Qué haría Cristo en mi lugar? Traducir Jesús a mí vida. Por eso los jóvenes del Evangelio le preguntan: «Señor, ¿dónde vives?»[2]; –lo escuchamos recién– ¿cómo vives? ¿Yo le pregunto a Jesús?
Queremos vivir como Jesús, Él sí que hace vibrar el corazón.
Hace vibrar el corazón y te pone en el camino del riesgo. Arriesgarse, correr riesgos. Queridos amigos, sean valientes, salgan «al tiro» al encuentro de sus amigos, de aquellos que no conocen o que están en un momento de dificultad.
Y vayan con la única promesa que tenemos: en medio del desierto, del camino, de la aventura, siempre habrá «conexión», existirá un «cargador». No estaremos solos. Siempre gozaremos de la compañía de Jesús y de su Madre y de una comunidad. Ciertamente una comunidad que no es perfecta, pero eso no significa que no tenga mucho para amar y para dar a los demás. ¿Cómo era la contraseña? (R: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?) Está bien, todavía la conservan.
Queridos amigos, queridos jóvenes: «Sean ustedes, –se lo pido por favor–, sean ustedes los jóvenes samaritanos que nunca abandonan a nadie tirado en el camino. En el corazón, otra pregunta: “¿Alguna vez abandoné a alguien tirado en el camino? ¿Un pariente, un amigo, amiga…?”. Sean samaritanos, nunca abandonen al hombre tirado en el camino. Sean ustedes los jóvenes cirineos que ayudan a Cristo a llevar su cruz y se comprometen con el sufrimiento de sus hermanos. Sean como Zaqueo, que transformó su enanismo espiritual en grandeza y dejó que Jesús transformara su corazón materialista en un corazón solidario. Sean como la joven Magdalena, apasionada buscadora del amor, que sólo en Jesús encuentra las respuestas que necesita. Tengan el corazón de Pedro, para abandonar las redes junto al lago. Tengan el cariño de Juan, para reposar en Jesús todos sus afectos. Tengan la disponibilidad de nuestra Madre, la primera discípula, para cantar con gozo y hacer su voluntad»[3].
Queridos amigos, me gustaría quedarme más tiempo. Los que tienen teléfono agárrenlo en la mano, es un signo para no olvidarse de la contraseña. ¿Cuál era la contraseña? (R: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?) Así reconectan y no se quedan fuera de banda. Me gustaría quedarme más tiempo. Gracias por el encuentro, gracias por la alegría de ustedes. Gracias, muchas gracias y les pido por favor que no se olviden de rezar por mí.
[1] La Ley, Aquí.
[2] Jn 1,38.
[3] Card. Raúl Silva Henríquez, Mensaje a los jóvenes (7 octubre 1979).
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VISITA A LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Miércoles, 17 de enero de 2018
hermanos en el episcopado,
señor Rector, Doctor Ignacio Sánchez,
distinguidas autoridades universitarias,
queridos profesores, funcionarios, personal de la Universidad,
queridos alumnos:
Estoy contento por estar junto a ustedes en esta Casa de Estudios que, en sus casi 130 años de vida, ha ofrecido un servicio inestimable al país. Agradezco al señor Rector sus palabras de bienvenida en nombre de todos y también le agradezco a usted señor Rector, el bien que hace con su “sapiencialidad” en el gobierno de la Universidad y en defender con coraje la identidad de la Universidad Católica. Muchas gracias.
La historia de esta Universidad está entrelazada, en cierto modo, con la historia de Chile. Son miles los hombres y mujeres que, formándose aquí, han cumplido tareas relevantes para el desarrollo de la patria. Quisiera recordar especialmente la figura de san Alberto Hurtado, en este año que se cumplen 100 años desde que comenzó aquí sus estudios. Su vida se vuelve un claro testimonio de cómo la inteligencia, la excelencia académica y la profesionalidad en el quehacer, armonizadas con la fe, la justicia y la caridad, lejos de disminuirse, alcanzan una fuerza que es profecía capaz de abrir horizontes e iluminar el sendero, especialmente para los descartados de la sociedad, sobre todo hoy en que priva esta cultura del descarte.
En este sentido, quiero retomar sus palabras, señor Rector, cuando afirmaba: «Tenemos importantes desafíos para nuestra patria, que dicen relación con la convivencia nacional y con la capacidad de avanzar en comunidad».
1. Convivencia nacional
Hablar de desafíos es asumir que hay situaciones que han llegado a un punto que exigen ser repensadas. Lo que hasta ayer podía ser un factor de unidad y cohesión, hoy está reclamando nuevas respuestas. El ritmo acelerado y la implantación casi vertiginosa de algunos procesos y cambios que se imponen en nuestras sociedades nos invitan de manera serena, pero sin demora, a una reflexión que no sea ingenua, utópica y menos aún voluntarista. Lo cual no significa frenar el desarrollo del conocimiento, sino hacer de la Universidad un espacio privilegiado «para practicar la gramática del diálogo que forma encuentro»[1]. Ya que «la verdadera sabiduría, [es] producto de la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas»[2].
La convivencia nacional es posible —entre otras cosas— en la medida en que generemos procesos educativos también transformadores, inclusivos y de convivencia. Educar para la convivencia no es solamente adjuntar valores a la labor educativa, sino generar una dinámica de convivencia dentro del propio sistema educativo. No es tanto una cuestión de contenidos sino de enseñar a pensar y a razonar de manera integradora. Lo que los clásicos solían llamar con el nombre de forma mentis.
Y para lograr esto es necesario desarrollar una alfabetización integradora que sepa acompasar los procesos de transformación que se están produciendo en el seno de nuestras sociedades.
Tal proceso de alfabetización exige trabajar de manera simultánea la integración de los diversos lenguajes que nos constituyen como personas. Es decir, una educación —alfabetización— que integre y armonice el intelecto, los afectos y las manos— es decir, la cabeza, el corazón y la acción. Esto brindará y posibilitará a los estudiantes crecer no sólo armonioso
La alfabetización, basada en la integración de los distintos lenguajes que nos conforman, irá implicando a los estudiantes en su propio proceso educativo; proceso de cara a los desafíos que el mundo próximo les va a presentar. El «divorcio» de los saberes y de los lenguajes, el analfabetismo sobre cómo integrar las distintas dimensiones de la vida, lo único que consigue es fragmentación y ruptura social.
En esta sociedad líquida[3] o ligera[4], como la han querido denominar algunos pensadores, van desapareciendo los puntos de referencia desde donde las personas pueden construirse individual y socialmente. Pareciera que hoy en día la «nube» es el nuevo punto de encuentro, que está marcado por la falta de estabilidad ya que todo se volatiliza y por lo tanto pierde consistencia.
Y tal falta de consistencia podría ser una de las razones de la pérdida de conciencia del espacio público. Un espacio que exige un mínimo de trascendencia sobre los intereses privados —vivir más y mejor— para construir sobre cimientos que revelen esa dimensión tan importante de nuestra vida como es el «nosotros». Sin esa conciencia, pero especialmente sin ese sentimiento y, por lo tanto, sin esa experiencia, es y será muy difícil construir la nación, y entonces parecería que lo único importante y válido es aquello que pertenece al individuo, y todo lo que queda fuera de esa jurisdicción se vuelve obsoleto. Una cultura así ha perdido la memoria, ha perdido los ligamentos que sostienen y posibilitan la vida. Sin el «nosotros» de un pueblo, de una familia, de una nación y, al mismo tiempo, sin el nosotros del futuro, de los hijos y del mañana; sin el nosotros de una ciudad que «me» trascienda y sea más rica que los intereses individuales, la vida será no sólo cada vez más fracturada sino más conflictiva y violenta.
La Universidad, en este sentido, tiene el desafío de generar nuevas dinámicas al interno de su propio claustro, que superen toda fragmentación del saber y estimulen a una verdadera universitas.
2. Avanzar en comunidad
De ahí, el segundo elemento tan importante para esta casa de estudios: la capacidad de avanzar en comunidad.
He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y de
Esas experiencias no pueden quedar aisladas del acontecer universitario. Los métodos clásicos de investigación experimentan ciertos límites, más cuando se trata de una cultura como la nuestra que estimula la participación directa e instantánea de los sujetos. La cultura actual exige nuevas formas capaces de incluir a todos los actores que conforman el hecho social y, por lo tanto, educativo. De ahí la importancia de ampliar el concepto de comunidad educativa.
La comunidad está desafiada a no quedarse aislada de los modos de conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los destinatarios de los mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que conforman esta bendecida tierra. Una sabiduría cargada de intuiciones, de «olfato», que no se puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se producirá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popular.
La comunidad educativa guarda en sí un sinfín de posibilidades y potencialidades cuando se deja enriquecer e interpelar por todos los actores que configuran el hecho educativo. Esto exige un mayor esfuerzo en la calidad y en la integración, pues el servicio universitario ha de apuntar siempre a ser de calidad y de excelencia, puestas al servicio de la convivencia nacional. Podríamos decir que la Universidad se vuelve un laboratorio para el futuro del país, ya que logra incorporar en su seno la vida y el caminar del pueblo superando toda lógica antagónica y elitista del saber.
Cuenta una antigua tradición cabalística que el origen del mal se encuentra en la escisión producida por el ser humano al comer del árbol de la ciencia del bien y del mal. De esta forma, el conocimiento adquirió un primado sobre la creación, sometiéndola a sus esquemas y deseos[6]. La tentación latente en todo ámbito académico será la de reducir la Creación a unos esquemas interpretativos, privándola del Misterio propio que ha movido a generaciones enteras a buscar lo justo, bueno, bello y verdadero. Y cuando el profesor, por su sapiencialidad, se convierte en «maestro», entonces sí es capaz de despertar la capacidad de asombro en nuestros estudiantes. ¡Asombro ante un mundo y un universo a descubrir!
Hoy resulta profética la misión que tienen entre manos. Ustedes son interpelados para generar procesos que iluminen la cultura actual, proponiendo un renovado humanismo que evite caer en reduccionismos de cualquier tipo. Esta profecía que se nos pide, impulsa a buscar espacios recurrentes de diálogo más que de confrontación; espacios de encuentro más que división; caminos de amistosa discrepancia, porque se difiere con respeto entre personas que caminan en la búsqueda honesta de avanzar en comunidad hacia una renovada convivencia nacional.
Y si lo piden, no dudo que el Espíritu Santo guiará sus pasos para que esta Casa siga fructificando por el bien del Pueblo de Chile y para la Gloria de Dios.
Les agradezco nuevamente este encuentro, y por favor les pido que no se olviden de rezar por mí.
[1] Discurso a la Plenaria de la Congregación para la Educación Católica (9 febrero 2017).
[2] Carta enc. Laudato si’, 47.
[3] Cf. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida (1999).
[4] Cf. Gilles Lipovetsky, De la ligereza (2016).
[5] Carta enc. Laudato si’, 146.
[6] Cf. Gershom Scholem, La mystique juive, París (1985), 86.
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SANTA MISA DE LA VIRGEN DEL CARMEN
Y ORACIÓN POR CHILE
Y ORACIÓN POR CHILE
Campus Lobito (Iquique)
Jueves, 18 de enero de 2018
Jueves, 18 de enero de 2018
Éste fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en la ciudad de Caná de Galilea» (Jn 2,11).
Así termina el Evangelio que hemos escuchado, y que nos muestra la
aparición pública de Jesús: nada más y nada menos que en una fiesta. No
podría ser de otra forma, ya que el Evangelio es una constante
invitación a la alegría. Desde el inicio el Ángel le dice a María:
«Alégrate» (Lc 1,28). Alégrense, le dijo a los pastores;
alégrate, le dijo a Isabel, mujer anciana y estéril...; alégrate, le
hizo sentir Jesús al ladrón, porque hoy estarás conmigo en el paraíso
(cf. Lc 23,43).
El mensaje del Evangelio es fuente de gozo: «Les he dicho estas cosas
para que mi alegría esté en ustedes, y esa alegría sea plena» (Jn 15,11). Una alegría que se contagia de generación en generación y de la cual somos herederos. Porque somos cristianos.
¡Cómo saben ustedes de esto, queridos hermanos del norte chileno!
¡Cómo saben vivir la fe y la vida en clima de fiesta! Vengo como
peregrino a celebrar con ustedes esta manera hermosa de vivir la fe. Sus
fiestas patronales, sus bailes religiosos —que se prolongan hasta por
una semana—, su música, sus vestidos hacen de esta zona un santuario de
piedad y espiritualidad popular. Porque no es una fiesta que queda
encerrada dentro del templo, sino que ustedes logran vestir a todo el
poblado de fiesta. Ustedes saben celebrar cantando y danzando «la
paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante de Dios.
Así llegan a engendrar actitudes interiores que raramente pueden
observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad:
paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación
de los demás, devoción»[1].
Cobran vida las palabras del profeta Isaías: «Entonces el desierto será
un vergel y el vergel parecerá un bosque» (32,15). Esta tierra,
abrazada por el desierto más seco del mundo, logra vestirse de fiesta.
En este clima de fiesta, el Evangelio nos presenta la acción de María
para que la alegría prevalezca. Ella está atenta a todo lo que pasa a
su alrededor y, como buena Madre, no se queda quieta y así logra darse
cuenta de que en la fiesta, en la alegría compartida, algo estaba
pasando: había algo que estaba por «aguar» la fiesta. Y acercándose a su
Hijo, las únicas palabras que le escuchamos decir son: «no tienen vino»
(Jn 2,3).
Y así María anda por nuestros poblados, calles, plazas, casas,
hospitales. María es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en
Calama; la Virgen de las Peñas en Arica, que anda por todos nuestros
entuertos familiares, esos que parecen ahogarnos el corazón para
acercarse al oído de Jesús y decirle: mira, «no tienen vino».
Y luego no se queda callada, se acerca a los que servían en la fiesta y les dice: «Hagan todo lo que Él les diga» (Jn
2,5). María, mujer de pocas palabras, pero bien concretas, también se
acerca a cada uno de nosotros a decirnos tan sólo: «Hagan lo que Él les
diga». Y de este modo se desata el primer milagro de Jesús: hacer sentir
a sus amigos que ellos también son parte del milagro. Porque Cristo
«vino a este mundo no para hacer una obra solo, sino con nosotros –el
milagro lo hace con nosotros–, con todos nosotros, para ser la cabeza de
un cuerpo cuyas células vivas somos nosotros, libres y activas»[2]. Así hace el milagro Jesús con nosotros.
El milagro comienza cuando los servidores acercan los barriles con
agua que estaban destinados a la purificación. Así también cada uno de
nosotros puede comenzar el milagro, es más, cada uno de nosotros está
invitado a ser parte del milagro para otros.
Hermanos, Iquique es tierra de sueños —eso significa el nombre en
aymara—; tierra que ha sabido albergar a gente de distintos pueblos y
culturas. Gente que han tenido que dejar a los suyos, marcharse. Una
marcha siempre basada en la esperanza por obtener una vida mejor, pero
sabemos que va siempre acompañada de mochilas cargadas con miedo e
incertidumbre por lo que vendrá. Iquique es una zona de inmigrantes que
nos recuerda la grandeza de hombres y mujeres; de familias enteras que,
ante la adversidad, no se dan por vencidas y se abren paso buscando
vida. Ellos —especialmente los que tienen que dejar su tierra porque no
encuentran lo mínimo necesario para vivir— son imagen de la Sagrada
Familia que tuvo que atravesar desiertos para poder seguir con vida.
Esta tierra es tierra de sueños, pero busquemos que siga siendo
también tierra de hospitalidad. Hospitalidad festiva, porque sabemos
bien que no hay alegría cristiana cuando se cierran puertas; no hay
alegría cristiana cuando se les hace sentir a los demás que sobran o que
entre nosotros no tienen lugar (cf. Lc 16,19-31).
Como María en Caná, busquemos aprender a estar atentos en nuestras
plazas y poblados, y reconocer a aquellos que tienen la vida «aguada»;
que han perdido —o les han robado— las razones para celebrar; Los
tristes de corazón. Y no tengamos miedo de alzar nuestras voces para
decir: «no tienen vino». El clamor del pueblo de Dios, el clamor del
pobre, que tiene forma de oración y ensancha el corazón y nos enseña a
estar atentos. Estemos atentos a todas las situaciones de injusticia y a
las nuevas formas de explotación que exponen a tantos hermanos a perder
la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la precarización del
trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los que se
aprovechan de la irregularidad de muchos migrantes porque no conocen el
idioma o no tienen los papeles en «regla». Estemos atentos a la falta de
techo, tierra y trabajo de tantas familias. Y como María digamos: no
tienen vino, Señor.
Como los servidores de la fiesta aportemos lo que tengamos, por poco
que parezca. Al igual que ellos, no tengamos miedo a «dar una mano», y
que nuestra solidaridad y nuestro compromiso con la justicia sean parte
del baile o la canción que podamos entonarle a nuestro Señor.
Aprovechemos también a aprender y a dejarnos impregnar por los valores,
la sabiduría y la fe que los inmigrantes traen consigo. Sin cerrarnos a
esas «tinajas» llenas de sabiduría e historia que traen quienes siguen
arribando a estas tierras. No nos privemos de todo lo bueno que tienen
para aportar.
Y después dejemos a Jesús que termine el milagro, transformando
nuestras comunidades y nuestros corazones en signo vivo de su presencia,
que es alegre y festiva porque hemos experimentado que
Dios-está-con-nosotros, porque hemos aprendido a hospedarlo en medio de
nuestro corazón. Alegría y fiesta contagiosa que nos lleva a no dejar a
nadie fuera del anuncio de esta Buena Nueva; y a trasmitirle todo lo que
hay de nuestra cultura originaria, para enriquecerlo también con lo
nuestro, con nuestras tradiciones, con nuestra sabiduría ancestral, para
que el que viene encuentre sabiduría y dé sabiduría. Eso es fiesta. Eso
es agua convertida en vino. Eso es el milagro que hace Jesús.
Que María, bajo las distintas advocaciones de esta bendecida tierra
del norte, siga susurrando al oído de su Hijo Jesús: «no tienen vino», y
en nosotros sigan haciéndose carne sus palabras: «hagan todo lo que Él
les diga».
Al terminar esta celebración, quiero agradecer a Mons. Guillermo Vera
Soto, Obispo de Iquique, las amables palabras que me ha dirigido en
nombre de sus hermanos obispos y de todo el pueblo de Dios. Esto tiene
algo de despedida.
Agradezco, una vez más, a la señora Presidenta Michelle Bachelet su
invitación a visitar el país. Doy gracias de manera especial a todos los
que han hecho posible esta visita; a las autoridades civiles y, en
ellos, a cada funcionario que con profesionalidad ayudaron a que todos
pudiéramos disfrutar de este tiempo de encuentro.
Gracias también por el trabajo abnegado y silencioso de miles de
voluntarios. Más de veinte mil. Sin su empeño y colaboración hubiesen
faltado las tinajas con agua para que el Señor hiciera posible el
milagro del vino de la alegría. Gracias, a los que de muchas formas y
maneras acompañaron este peregrinar especialmente con la oración. Sé del
sacrificio que han tenido que realizar para participar en nuestras
celebraciones y encuentros. Lo valoro y lo agradezco de corazón. Gracias
a los miembros de la comisión organizadora. Todos han trabajado, muchas
gracias.
Y ahora sigo mi peregrinación hacia Perú. Pueblo amigo y hermano de
esta Patria Grande que estamos invitados a cuidar y a defender. Una
Patria que encuentra su belleza en el rostro pluriforme de sus pueblos.
Queridos hermanos, en cada Eucaristía decimos: «Mira, Señor, la fe de
tu Iglesia y, conforme a tu palabra, concédele la paz y la unidad». Qué
más puedo desearles que terminar mi visita diciéndole al Señor: mira la
fe de este pueblo, y regálales unidad y paz.
Muchas gracias y pido que no se olviden de rezar por mí. Y quiero
agradecer la presencia de tantos peregrinos de los pueblos hermanos, de
Bolivia, Perú, y no se pongan celosos, especialmente de los argentinos,
porque Argentina es mi patria. Gracias a mis hermanos argentinos que me
acompañaron en Santiago, en Temuco y acá en Iquique. Muchas gracias.
[1] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 48.
[2] San Alberto Hurtado, Meditación Semana Santa para jóvenes (1946).
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Ceremonia de despedida de Chile en el aeropuerto "Diego Aracena" de Iquique, Chile
La tarde de ayer, a las 16.15 pm hora local (20.15 en Roma),tuvo lugar la
ceremonia de despedida de Chile en el Aeropuerto Internacional "Diego
Aracena" en Iquique.
A su llegada, el Papa FRANCISCO fue recibido por la Presidenta
de la República, Michelle Bachelet Jeria. Después de los honores
militares y los saludos de las respectivas delegaciones, el avión del
Papa -un A321 de LATAM –despegó rumbo a Lima.
Telegrama a la Presidenta de la República de Chile
Inmediatamente después de la partida en avión desde Iquique, el Santo
Padre FRANCISCO envió el siguiente mensaje telegráfico a la Presidenta
de la República de Chile:
A SU EXCELENCIA MICHELLE BACHELET
PRESIDENTA DE LA REPÚBLICA DE CHILE
SANTIAGO
PRESIDENTA DE LA REPÚBLICA DE CHILE
SANTIAGO
MIENTRAS DEJO CHILE PARA CONTINUAR CON MI VIAJE APOSTÓLICO A PERÚ,
RENUEVO MI PROFUNDO APRECIO A SU EXCELENCIA, AL GOBIERNO YAL AMADO
PUEBLO CHILENO POR SU CALUROSA BIENVENIDA Y GENEROSA HOSPITALIDAD.
INVOCANDO ABUNDANTES BENDICIONES DIVINAS SOBRE TODOS VOSOTROS, OS
GARANTIZO MIS ORACIONES POR LA PAZ Y LA PROSPERIDAD EN LA NACIÓN.
FRANCISCO PP.
PERÚ
Procedente de Chile, el avión del Santo Padre FRANCISCO aterrizó ayer
jueves en el aeropuerto internacional de Lima a las 16.50 locales (22.50
hora de Roma).
A su llegada el Papa FRANCISCO fue recibido por el Presidente de la República
de Perú, Pedro Pablo Kuczynski, por el Cardenal Arzobispo de Lima, Juan
Luis Cipriani Thorne, por el Obispo de Callao, S.E. Mons. José Luis Del
Palacio y Pérez-Medel y por el Presidente de la Conferencia Episcopal
de Perú, S.E. Mons. Salvador Piñeiro. A continuación dos niños, con
trajes típicos, ofrecieron al Papa un ramo de flores. También estaban
presentes autoridades políticas y religiosas, un grupo de fieles y la
orquesta “Sinfonía por el Perú”.
Tras los honores militares y la ejecución de los himnos respectivos tuvo lugar la presentación de las delegaciones respectivas.
Al final el Santo Padre se desplazó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Lima.
Al final el Santo Padre se desplazó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Lima.
Viernes 19 de enero de 2018
ENCUENTRO CON LOS PUEBLOS DE LA AMAZONIA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Coliseo Madre de Dios (Puerto Maldonado)
Viernes, 19 de enero de 2018
Viernes, 19 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Junto a ustedes me brota el canto de san Francisco: «Alabado seas,
mi Señor». Sí, alabado seas por la oportunidad que nos regalas con este
encuentro. Gracias Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, señorHéctor,
señora Yésica y señora María Luzmila por sus palabras de bienvenida y
por sus testimonios. En ustedes quiero agradecer y saludar a todos los
habitantes de Amazonia.
Veo que han venido de los diferentes pueblos originarios de la
Amazonia: Harakbut, Esse-ejas, Matsiguenkas, Yines, Shipibos,
Asháninkas, Yaneshas, Kakintes, Nahuas, Yaminahuas, Juni Kuin, Madijá,
Manchineris, Kukamas, Kandozi, Quichuas, Huitotos, Shawis, Achuar,
Boras, Awajún, Wampís, entre otros. También veo que nos acompañan
pueblos procedentes del Ande que se han venido a la selva y se han hecho
amazónicos. He deseado mucho este encuentro. Quise empezar por aquí la
visita a Perú. Gracias por vuestra presencia y por ayudarnos a ver más
de cerca, en vuestros rostros, el reflejo de esta tierra. Un rostro
plural, de una variedad infinita y de una enorme riqueza biológica,
cultural, espiritual. Quienes no habitamos estas tierras necesitamos de
vuestra sabiduría y conocimiento para poder adentrarnos, sin destruir,
el tesoro que encierra esta región, y se hacen eco las palabras del
Señor a Moisés: «Quítate las sandalias, porque el suelo que estás
pisando es una tierra santa» (Ex 3,5).
Permítanme una vez más decir: ¡Alabado seas Señor por esta obra
maravillosa de tus pueblos amazónicos y por toda la biodiversidad que
estas tierras envuelven!
Este canto de alabanza se entrecorta cuando escuchamos y vemos las
hondas heridas que llevan consigo la Amazonia y sus pueblos. Y he
querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el
corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar
una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y
defensa de las culturas.
Probablemente los pueblos originarios amazónicos ORIGINARIOS nunca
hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora. La
Amazonia es tierra disputada desde varios frentes: por una parte, el
neo-extractivismo y la fuerte presión por grandes intereses económicos
que apuntan su avidez sobre petróleo, gas, madera, oro, monocultivos
agroindustriales. Por otra parte, la amenaza contra sus territorios
también viene CON por la perversión de ciertas políticas que promueven
la «conservación» de la naturaleza sin tener en cuenta al ser humano y,
en concreto, a ustedes hermanos amazónicos que habitan en ellas. Sabemos
de movimientos que, en nombre de la conservación de la selva, acaparan
grandes extensiones de bosques y negocian con ellas generando
situaciones de opresión a los pueblos originarios para quienes, de este
modo, el territorio y los recursos naturales que hay en ellos se vuelven
inaccesibles. Esta problemática provoca asfixia a sus pueblos y
migración de las nuevas generaciones ante la falta de alternativas
locales. Hemos de romper con el paradigma histórico que considera la
Amazonia como una despensa inagotable de los Estados sin tener en cuenta
a sus habitantes.
Considero imprescindible realizar esfuerzos para generar espacios
institucionales de respeto, reconocimiento y diálogo con los pueblos
nativos; asumiendo y rescatando la cultura, lengua, tradiciones,
derechos y espiritualidad que les son propias. Un diálogo intercultural
en el cual ustedes sean los «principales interlocutores, sobre todo a la
hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios»[1].
El reconocimiento y el diálogo será el mejor camino para transformar
las históricas relaciones marcadas por la exclusión y la discriminación.
Como contraparte, es justo reconocer que existen iniciativas
esperanzadoras que surgen de vuestras bases mismas y de vuestras
organizaciones, y propician que sean los propios pueblos originarios y
comunidades los guardianes de los bosques, y que los recursos que genera
la conservación de los mismos revierta en beneficio de sus familias, en
la mejora de sus condiciones de vida, en la salud y educación de sus
comunidades. Este «buen hacer» va en sintonía con las prácticas del
«buen vivir» que descubrimos en la sabiduría de nuestros pueblos. Y
permítanme decirles que si, para algunos, ustedes son considerados un
obstáculo o un «estorbo», en verdad, ustedes con su vida son un grito a
la conciencia de un estilo de vida que no logra dimensionar los costes
del mismo. Ustedes son memoria viva de la misión que Dios nos ha
encomendado a todos: cuidar la Casa Común.
La defensa de la tierra no tiene otra finalidad que no sea la
defensa de la vida. Sabemos del sufrimiento que algunos de ustedes
padecen por los derrames de hidrocarburos que amenazan seriamente la
vida de sus familias y contaminan su medio natural.
Paralelamente, existe otra devastación de la vida que viene
acarreada con esta contaminación ambiental propiciada por la minería
ilegal. Me refiero a la trata de personas: la mano de obra esclava o el
abuso sexual. La violencia contra las adolescentes y contra las mujeres
es un clamor que llega al cielo. «Siempre me angustió la situación de
los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera
que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: “¿Dónde está
tu hermano?” (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? [...] No
nos hagamos los distraídos ni miremos para otra parte. Hay mucha
complicidad. ¡La pregunta es para todos!»[2].
Cómo no recordar a santo Toribio cuando constataba con gran pesar en
el tercer Concilio Limense «que no solamente en tiempos pasados se les
hayan hecho a estos pobres tantos agravios y fuerzas con tanto exceso,
sino también hoy muchos procuran hacer lo mismo…» (Ses. III, c.3). Por
desgracia, después de cinco siglos estas palabras siguen siendo
actuales. Las palabras proféticas de aquellos hombres de fe —como nos lo
han recordado Héctor y Yésica—, son el grito de esta gente, que muchas
veces está silenciada o se les quita la palabra. Esa profecía debe
permanecer en nuestra Iglesia, que nunca dejará de clamar por los
descartados y por los que sufren.
De esta preocupación surge la opción primordial por la vida de los
más indefensos. Estoy pensando en los pueblos a quienes se refiere como
«Pueblos Indígenas en Aislamiento Voluntario» (PIAV). Sabemos que son
los más vulnerables de entre los vulnerables. El rezago de épocas
pasadas los obligó a aislarse hasta de sus propias etnias, emprendieron
una historia de cautiverio en los lugares más inaccesibles del bosque
para poder vivir en libertad. Sigan defendiendo a estos hermanos más
vulnerables. Su presencia nos recuerda que no podemos disponer de los
bienes comunes al ritmo de la avidez y del consumo. Es necesario que
existan límites que nos ayuden a preservarnos de todo intento de
destrucción masiva del hábitat que nos constituye.
El reconocimiento de estos pueblos —que nunca pueden ser
considerados una minoría, sino auténticos interlocutores— así como de
todos los pueblos originarios nos recuerda que no somos los poseedores
absolutos de la creación. Urge asumir el aporte esencial que le brindan a
la sociedad toda, no hacer de sus culturas una idealización de un
estado natural ni tampoco una especie de museo de un estilo de vida de
antaño. Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho que enseñarnos a
quienes no pertenecemos a su cultura. Todos los esfuerzos que hagamos
por mejorar la vida de los pueblos amazónicos serán siempre pocos.
Son preocupantes las noticias que llegan sobre el avance de algunas
enfermedades. Asusta el silencio porque mata. Con el silencio no
generamos acciones encaminadas a la prevención, sobre todo de
adolescentes y jóvenes, ni tratamos a los enfermos, condenándolos a la
exclusión más cruel. Pedimos a los Estados que se implementen políticas
de salud intercultural que tengan en cuenta la realidad y cosmovisión de
los pueblos, promoviendo profesionales de su propia etnia que sepan
enfrentar la enfermedad desde su propia cosmovisión. Y como lo he
expresado en Laudato si’,
una vez más es necesario alzar la voz a la presión que organismos
internacionales hacen sobre ciertos países para que promuevan políticas
de reproducción esterilizantes. Estas se ceban de una manera más
incisiva en las poblaciones aborígenes. Sabemos que se sigue promoviendo
en ellas la esterilización de las mujeres, en ocasiones con
desconocimiento de ellas mismas.
La cultura de nuestros pueblos es un signo de vida. La Amazonia,
además de ser una reserva de la biodiversidad, es también una reserva
cultural que debe preservarse ante los nuevos colonialismos. La familia
es —como digo una de ustedes— y ha sido siempre la institución social
que más ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas. En momentos
de crisis pasadas, ante los diferentes imperialismos, la familia de los
pueblos originarios ha sido la mejor defensa de la vida. Se nos pide un
especial cuidado para no dejarnos atrapar por colonialismos ideológicos
disfrazados de progreso que poco a poco ingresan dilapidando identidades
culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único… y débil.
Escuchen a los ancianos, por favor. Ellos tienen una sabiduría que les
pone en contacto con lo trascendente y les hace descubrir lo esencial de
la vida. No nos olvidemos que «la desaparición de una cultura puede ser
tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal»[3].
Y la única manera de que las culturas no se pierdan es que se mantengan
en dinamismo, en constante movimiento. ¡Qué importante es lo que nos
decían Yésica y Héctor: «queremos que nuestros hijos estudien, pero no
queremos que la escuela borre nuestras tradiciones, nuestras lenguas, no
queremos olvidarnos de nuestra sabiduría ancestral»!
La educación nos ayuda a tender puentes y a generar una cultura del
encuentro. La escuela y la educación de los pueblos originarios debe ser
una prioridad y compromiso del Estado; compromiso integrador e
inculturado que asuma, respete e integre como un bien de toda la nación
su sabiduría ancestral, y así nos lo señalaba María Luzmila.
Pido a mis hermanos obispos que, como se viene haciendo incluso en
los lugares más alejados de la selva, sigan impulsando espacios de
educación intercultural y bilingüe en las escuelas y en los institutos
pedagógicos y universidades[4].
Felicito las iniciativas que desde la Iglesia Amazónica peruana se
llevan a cabo para la promoción de los pueblos originarios: escuelas,
residencias de estudiantes, centros de investigación y promoción como el
Centro Cultural José Pío Aza, el CAAAP y el CETA, novedosos e
importantes espacios universitarios interculturales como el NOPOKI,
dirigidos expresamente a la formación de los jóvenes de las diversas
etnias de nuestra Amazonia.
Felicito también a todos aquellos jóvenes de los pueblos originarios
que se esfuerzan por hacer, desde el propio punto de vista, una nueva
antropología y trabajan por releer la historia de sus pueblos desde su
perspectiva. También felicito a aquellos que, por medio de la pintura,
la literatura, la artesanía, la música, muestran al mundo su cosmovisión
y su riqueza cultural. Muchos han escrito y hablado sobre ustedes. Está
bien, que ahora sean ustedes mismos quienes se autodefinan y nos
muestren su identidad. Necesitamos escucharles.
Queridos hermanos de la Amazonia, ¡cuántos misioneros y misioneras
se han comprometido con sus pueblos y han defendido sus culturas! Lo han
hecho inspirados en el Evangelio. Cristo también se encarnó en una
cultura, la hebrea, y a partir de ella, se nos regaló como novedad a
todos los pueblos de manera que cada uno, desde su propia identidad, se
sienta autoafirmado en Él. No sucumban a los intentos que hay por
desarraigar la fe católica de sus pueblos[5].
Cada cultura y cada cosmovisión que recibe el Evangelio enriquece a la
Iglesia con la visión de una nueva faceta del rostro de Cristo. La
Iglesia no es ajena a vuestra problemática y a vuestras vidas, no quiere
ser extraña a vuestra forma de vida y organización. Necesitamos que los
pueblos originarios moldeen culturalmente las Iglesias locales
amazónicas. Y al respecto, me dio mucha alegría escuchar que uno de los
trozos de Laudato si’
fuera leído por un diácono permanente de vuestra cultura. Ayuden a sus
obispos, ayuden a sus misioneros y misioneras, para que se hagan uno con
ustedes, y de esa manera dialogando entre todos, puedan plasmar una
Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena. Con este
espíritu convoqué el Sínodo para la Amazonia en el año 2019, cuya
primera reunión, como Consejo pre-sinodal, será aquí, hoy, esta tarde.
Confío en la capacidad de resiliencia de los pueblos y su capacidad
de reacción ante los difíciles momentos que les toca vivir. Así lo han
demostrado en los diferentes embates de la historia, con sus aportes,
con su visión diferenciada de las relaciones humanas, con el medio
ambiente y con la vivencia de la fe.
Rezo por ustedes y por su tierra bendecida por Dios, y les pido, por favor, que no se olviden de rezar por mí.
Muchas gracias.
Tinkunakama (Quechua: Hasta un próximo encuentro).
[1] Carta enc. Laudato si’, 146.
[2] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 211.
[3] Carta enc. Laudato si’, 145.
[4] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 530.
[5] Cf. ibíd., 531.
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ENCUENTRO CON LA POBLACIÓN
SALUDO DEL SANTO PADRE
Instituto Jorge Basadre Grohmann (Puerto Maldonado)
Viernes, 19 de enero de 2018
Viernes, 19 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Veo que han venido no sólo de los rincones de esta Amazonia peruana,
sino también de los Andes y de otros países vecinos. ¡Qué linda imagen
de la Iglesia que no conoce fronteras y en la que todos los pueblos
pueden encontrar un lugar! Cuánto necesitamos de estos momentos donde
poder encontrarnos y, más allá de la procedencia, animarnos a generar
una cultura del encuentro que nos renueva en la esperanza.
Gracias Mons. David, por sus palabras de bienvenida. Gracias Arturo y
Margarita por compartir con todos nosotros sus vivencias. Nos decían
ellos: «Nos visita en esta tierra tan olvidada, herida y marginada… pero
no somos la tierra de nadie». Gracias por decirlo: no somos tierra de
nadie. Y es algo que hay que decirlo con fuerza: ustedes no son tierra
de nadie. Esta tierra tiene nombres, tiene rostros: los tiene a ustedes.
Esta región está llamada con ese bellísimo nombre: Madre de Dios. No
puedo dejar de hacer mención de María, joven muchacha que vivía en una
aldea lejana, perdida, considerada también por tantos como «tierra de
nadie». Allí recibió el saludo y la invitación más grande que una
persona pueda experimentar: ser la Madre de Dios; hay alegrías que sólo
las pueden escuchar los pequeños.[1]
Ustedes tienen en María, no sólo un testimonio a quien mirar, sino una Madre
y donde hay madre no está ese mal terrible de sentir que no le
pertenecemos a nadie, ese sentimiento que nace cuando comienza a
desaparecer la certeza de que pertenecemos a una familia, a un pueblo, a
una tierra, a nuestro Dios. Queridos hermanos, lo primero que me
gustaría transmitirles —y lo quiero hacer con fuerza— es que ¡esta no es
una tierra huérfana, es la tierra de la Madre! Y, si hay madre, hay
hijos, hay familia y hay comunidad. Y donde hay madre, familia y
comunidad, no podrán desaparecer los problemas, pero seguro que se
encuentra la fuerza para enfrentarlos de una manera diferente.
Es doloroso constatar cómo hay algunos que quieren apagar esta
certeza y volver a Madre de Dios una tierra anónima, sin hijos, una
tierra infecunda. Un lugar fácil de comercializar y explotar. Por eso
nos hace bien repetir en nuestras casas, comunidades y en lo hondo del
corazón de cada uno: ¡Esta no es una tierra huérfana! ¡Tiene Madre! Esta
buena noticia se va transmitiendo de generación en generación gracias
al esfuerzo de tantos que comparten este regalo de sabernos hijos de
Dios y nos ayuda a reconocer al otro como hermano.
En varias ocasiones me he referido a la cultura del descarte. Una
cultura que no se conforma solamente con excluir, como estábamos
acostumbrados a ver, sino que avanzó silenciando, ignorando y desechando
todo lo que no le sirve a sus intereses; pareciera que el consumismo
alienante de algunos no logra dimensionar el sufrimiento asfixiante de
otros. Es una cultura anónima, sin lazos y sin rostros, la cultura del
descarte. Es una cultura sin madre que lo único que quiere es consumir. Y
la tierra es tratada dentro de esta lógica. Los bosques, ríos y
quebradas son usados, utilizados hasta el último recurso y luego dejados
baldíos e inservibles. Las personas son tratadas también con esta
lógica: son usadas hasta el cansancio y después dejadas como
«inservibles». Esta es la cultura del descarte, se descarta a los
chicos, se descarta a los ancianos. Allí, saliendo, cuando hice el
recorrido hay una abuela de 97 años, ¿vamos a descartar a la abuela, qué
les parece? No, porque la abuela es la sabiduría de un pueblo. ¡Un
aplauso a la abuela de 97 años!
Pensando en estas cosas permítanme detenerme en un tema doloroso.
Nos acostumbramos a utilizar el término «trata de personas». Al llegar a
Puerto Maldonado, en el aeropuerto vi un cartel que me llamó la
atención gratamente: “Está atento contra la trata”. Se ve que están
tomando conciencia. Pero en realidad deberíamos hablar de esclavitud:
esclavitud para el trabajo, esclavitud sexual, esclavitud para el lucro.
Duele constatar cómo en esta tierra, que está bajo el amparo de la
Madre de Dios, tantas mujeres son tan desvaloradas, menospreciadas y
expuestas a un sinfín de violencias. No podemos «naturalizar» la
violencia, tomarla como algo natural. No, no se naturaliza la violencia
hacia las mujeres, sosteniendo una cultura machista que no asume el rol
protagónico de la mujer dentro de nuestras comunidades. No nos es lícito
mirar para otro lado, hermanos, y dejar que tantas mujeres,
especialmente adolescentes sean «pisoteadas» en su dignidad.
Varias personas han emigrado hacia la Amazonia buscando techo,
tierra y trabajo. Vinieron buscando un futuro mejor para sí mismas y
para sus familias. Abandonaron sus vidas humildes, pobres pero dignas.
Muchas de ellas, por la promesa de que determinados trabajos pondrían
fin a situaciones precarias, se basaron en el brillo prometedor de la
extracción del oro. Pero no olvidemos que el oro se puede convertir en
un falso dios que exige sacrificios humanos.
Los falsos dioses, los ídolos de la avaricia, del dinero, del poder
lo corrompen todo. Corrompen la persona y las instituciones, también
destruyen el bosque. Jesús decía que hay demonios que, para expulsarlos,
exigen mucha oración. Este es uno de ellos. Los animo a que se sigan
organizando en movimientos y comunidades de todo tipo para ayudar a
superar estas situaciones; y también a que, desde la fe, se organicen
como comunidades eclesiales de vida en torno a la persona de Jesús.
Desde la oración sincera y el encuentro esperanzado con Cristo podremos
lograr la conversión que nos haga descubrir la vida verdadera. Jesús nos
prometió vida verdadera, vida auténtica, vida eterna. No vida ficticia,
como las falsas promesas deslumbrantes que, prometiendo vida, terminan
llevándonos a la muerte.
Hermanas y hermanos, la salvación no es genérica, no es abstracta.
Nuestro Padre mira personas concretas, con rostros e historias
concretas. Todas las comunidades cristianas tienen que ser reflejo de
esa mirada de Dios, de esta presencia que crea lazos, genera familia y
comunidad. Es una manera de hacer visible el Reino de los Cielos,
comunidades donde cada uno se sienta parte, se sienta llamado por su
nombre e impulsado a ser artífice de vida para los demás.
Tengo esperanza en ustedes… además al recorrer vi muchos chicos y
donde hay chicos hay esperanza, gracias. Tengo esperanza en ustedes, en
el corazón de tantas personas que quieren una vida bendecida. Han venido
a buscarla aquí, a una de las explosiones de vida más exuberante del
planeta. Amen esta tierra, siéntanla suya. Huélanla, escúchenla,
maravíllense de ella. Enamórense de esta tierra Madre de Dios,
comprométanse y cuídenla, defiéndanla. No la usen como un simple objeto
descartable, sino como un verdadero tesoro para disfrutar, hacer crecer y
transmitirlo a sus hijos.
A María, Madre de Dios y Madre Nuestra nos encomendamos, nos ponemos
bajo su protección. Y por favor, no se olviden de rezar por mí, y los
invito a todos a rezar a la Madre de Dios.
Dios te salve, María…
[1]«Te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas
cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños»
(Mt 11,25).
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VISITA AL HOGAR «EL PRINCIPITO»
SALUDO DEL SANTO PADRE
Puerto Maldonado
Viernes, 19 de enero de 2018
Viernes, 19 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas,
queridos niños:
queridos niños:
Muchas gracias por este bonito recibimiento, por las palabras
de bienvenida. Verlos cantar, verlos bailar me da mucha alegría.
Gracias.
Cuando me contaron de la existencia de este Hogar El Principito
y de la Fundación Apronia, sentí que no podía irme de Puerto Maldonado
sin saludarlos. Quisieron reunirse de diferentes albergues en este lindo
Hogar El Principito. Gracias por los esfuerzos que realizaron para poder estar hoy aquí.
Acabamos de celebrar la Navidad. Se nos enterneció el corazón con la
imagen del Niño Jesús. Él es nuestro tesoro, y ustedes niños son el
reflejo, y también son nuestro tesoro, el de todos nosotros, el tesoro
más lindo que tenemos que cuidar. Perdonen las veces que los mayores no
lo hacemos o que no les damos la importancia que ustedes se merecen.
Cuando sean grandes no lo olviden. Sus miradas, sus vidas siempre exigen
un mayor compromiso y trabajo para no volvernos ciegos o indiferentes
ante tantos otros niños que sufren y pasan necesidad. Ustedes, sin lugar
a dudas, son el tesoro más preciado que tenemos que cuidar.
Queridos niños del Hogar El Principito y jóvenes de los otros
hogares de acogida. Algunos de ustedes a veces están tristes por la
noche, echan de menos al papá o la mamá que no está, y sé también que
hay heridas que duelen mucho. Dirsey, vos fuiste valiente y nos lo
compartiste. Y me decías «que mi mensaje sea una luz de esperanza». Pero
déjame decirte algo: tu vida, tus palabras y las de todos ustedes son
luz de esperanza. Quiero darles las gracias por el testimonio de
ustedes. Gracias por ser luz de esperanza para todos nosotros.
Me da alegría ver que tienen un hogar donde son acogidos, donde con
cariño y amistad los ayudan a descubrir que Dios les tiende las manos y
les pone sueños en el corazón. Es lindo eso.
¡Qué testimonio tan bueno el de ustedes jóvenes que han transitado
por este camino, que ayer se llenaron de amor en esta casa y hoy han
podido formar su propio futuro! Ustedes son para todos nosotros la señal
de las inmensas potencialidades que tiene cada persona. Para estos
niños y niñas ustedes son el mejor ejemplo a seguir, la esperanza de que
ellos también podrán. Todos necesitamos modelos a seguir; los niños
necesitan mirar para adelante y encontrar modelos positivos: «Quiero ser
como él, quiero ser como ella», sienten y dicen. Todo lo que ustedes
jóvenes puedan hacer, como venir a estar con ellos, a jugar, a pasar el
tiempo es importante. Sean para ellos, como decía el Principito, las estrellitas que iluminan en la noche.[1]
Algunos de ustedes, jóvenes que nos acompañan, proceden de las
comunidades nativas. Con tristeza ven la destrucción de los bosques. Sus
abuelos les enseñaron a descubrirlos, en ellos encontraban su alimento y
la medicina que los sanaba - lo representaron bien al principio aquí-.
Hoy son devastados por el vértigo de un progreso mal entendido. Los ríos
que acogieron sus juegos y les regalaron comida hoy están enlodados,
contaminados, muertos. Jóvenes, no se conformen con lo que está pasando.
No renuncien al legado de sus abuelos, no renuncien a su vida ni a sus
sueños. Me gustaría estimularlos a que estudien; prepárense, aprovechen
la oportunidad que tienen para formarse, esta oportunidad que les da
esta Fundación Apronia. El mundo los necesita a ustedes, jóvenes de los
pueblos originarios, y los necesita no disfrazados sino tal y cual son.
No disfrazados de ciudadanos de otro pueblo, no, como son ustedes, así
los necesitamos. ¡No se conformen con ser el vagón de cola de la
sociedad, enganchados y dejándose llevar! No, no, nunca sean vagón de
cola. Los necesitamos como motor, empujando. Y les recomiendo una cosa,
escuchen a sus abuelos, valoren sus tradiciones, no frenen su
curiosidad. Busquen sus raíces y, a la vez, abran los ojos a lo
novedoso, sí… y hagan su propia síntesis. Devuélvannos al mundo lo que
aprenden porque el mundo los necesita originales, como realmente son, no
como imitaciones. Los necesitamos auténticos, jóvenes orgullosos de
pertenecer a los pueblos amazónicos y que aportan a la humanidad una
alternativa de vida verdadera. Amigos, nuestras sociedades tantas veces,
necesitan corregir el rumbo y ustedes, los jóvenes de los pueblos
originarios —estoy seguro—, pueden ayudar muchísimo con este reto, sobre
todo enseñándonos un estilo de vida que se base en el cuidado y no en
la destrucción de todo aquello que se oponga a nuestra avaricia.
Y lo principal también, es que quiero agradecer al padre Xavier
[Arbex de Morsier, fundador de la Asociación Apronia]. Padre Xavier ha
sufrido mucho y le ha costado esto, simplemente gracias, gracias por su
ejemplo. Quiero agradecer a los religiosos y religiosas, a las
misioneras laicas que hacen una labor fabulosa y a todos los
benefactores que conforman esta familia. A los voluntarios que regalan
su tiempo gratuito que es como bálsamo refrescante en las heridas. Y
también agradecer a quienes fortalecen a estos jóvenes en sus
identidades amazónicas y los ayudan a forjar un futuro mejor para sus
comunidades y para todo el planeta.
Y ahora, como estamos, cerramos los ojos y pedimos a Dios que nos dé la bendición.
Que el Señor tenga piedad y los bendiga, ilumine su rostro sobre
ustedes, que el Señor tenga piedad y misericordia y los colme con toda
clase de favores, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo. Amén (cf. Nm 6,24-26; Sal 66; Bendición del Tiempo Ordinario).
Y les pido dos cosas: que recen por mí y que no se olviden que son las estrellitas que iluminan en la noche.
[1] Cf.Antoine de Saint-Exupéry, XXIV; XXVI.
A las 13.55 hora local (19.55 horas en Roma), el Santo Padre FRANCISCO almorzó, en el Centro Pastoral Apaktone de Puerto Maldonado, con el Vicario Apostólico, S.E. Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, O.P., y con 9 indígenas representantes de los pueblos de Amazonía.
Después del almuerzo, el Papa fue al aeropuerto internacional "P. José Aldámiz "desde donde a las 15.00 hora local (21.00 hora de Roma) voló en un A319 de LATAM a Lima.
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Almuerzo con representantes del pueblo amazónico en el Centro Pastoral Apaktone de Puerto Maldonado
A las 13.55 hora local (19.55 horas en Roma), el Santo Padre FRANCISCO almorzó, en el Centro Pastoral Apaktone de Puerto Maldonado, con el Vicario Apostólico, S.E. Mons. David Martínez de Aguirre Guinea, O.P., y con 9 indígenas representantes de los pueblos de Amazonía.
Después del almuerzo, el Papa fue al aeropuerto internacional "P. José Aldámiz "desde donde a las 15.00 hora local (21.00 hora de Roma) voló en un A319 de LATAM a Lima.
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ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES, LA SOCIEDAD CIVIL Y EL CUERPO DIPLOMÁTICO
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Patio de Honor del Palacio de Gobierno (Lima)
Viernes, 19 de enero de 2018
Viernes, 19 de enero de 2018
Señor Presidente,
miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,
distinguidas autoridades,
representantes de la sociedad civil,
señoras, señores todos:
miembros del Gobierno y del Cuerpo Diplomático,
distinguidas autoridades,
representantes de la sociedad civil,
señoras, señores todos:
Al llegar a esta histórica casa doy gracias a Dios por la
oportunidad que me concedió de pisar, una vez más, suelo peruano.
Quisiera que mis palabras fueran de saludo y gratitud para cada uno de
los hijos e hijas de este pueblo que supo mantener y enriquecer su
sabiduría ancestral a lo largo del tiempo y es, sin lugar a dudas, uno
de los principales patrimonios que tiene.
Gracias señor Pedro Pablo Kuczynski, Presidente de la Nación, por la
invitación a visitar el país y por las palabras de bienvenida que me ha
dirigido en nombre de todo su pueblo.
Vengo a Perú bajo el lema «unidos por la esperanza». Permítanme
decirles que mirar esta tierra es de por sí un motivo de esperanza.
Parte de vuestro territorio está compuesto por la Amazonía, que he
visitado esta mañana y que constituye en su globalidad el mayor bosque
tropical y el sistema fluvial más extenso del planeta. Este «pulmón»
como se lo ha querido llamar, es una de las zonas de gran biodiversidad
en el mundo pues alberga las más variadas especies.
Poseen ustedes una riquísima pluralidad cultural cada vez más
interactuante que constituye el alma de este pueblo. Alma marcada por
valores ancestrales como son la hospitalidad, el aprecio por el otro, el
respeto y gratitud con la madre tierra y la creatividad para los nuevos
emprendimientos como, asimismo, la responsabilidad comunitaria por el
desarrollo de todos que se conjuga en la solidaridad, mostrada tantas
veces ante las diversas catástrofes vividas.
En este contexto, quisiera señalar a los jóvenes, ellos son el
presente más vital que posee esta sociedad; con su dinamismo y
entusiasmo prometen e invitan a soñar un futuro esperanzador que nace
del encuentro entre la cumbre de la sabiduría ancestral y los ojos
nuevos que brinda la juventud.
Y me alegro también de un hecho histórico: saber que la esperanza en
esta tierra tiene rostro de santidad. Perú engendró santos que han
abierto caminos de fe para todo el continente americano; y por nombrar
tan sólo a uno, Martín de Porres, hijo de dos culturas, mostró la fuerza
y la riqueza que nace en las personas cuando se concentran en el amor. Y
podría continuar largamente esta lista material e inmaterial de motivos
para la esperanza. Perú es tierra de esperanza que invita y desafía a
la unidad de todo su pueblo. Este pueblo tiene la responsabilidad de
mantenerse unido precisamente para defender, entre otras cosas, todos
estos motivos de esperanza.
Sobre esta esperanza apunta una sombra, se cierne una amenaza. «Nunca
la humanidad tuvo tanto poder sobre sí misma y nada garantiza que vaya a
utilizarlo bien, sobre todo si se considera el modo como lo está
haciendo»[1] —decía en la Carta encíclica Laudato si'. Esto
se manifiesta con claridad en la manera en la que estamos despojando a
la tierra de los recursos naturales sin los cuales no es posible ninguna
forma de vida. La pérdida de selvas y bosques implica no sólo la
pérdida de especies, que incluso podrían significar en el futuro
recursos sumamente importantes, sino la pérdida de relaciones vitales
que terminan alterando todo el ecosistema[2].
En este contexto, «unidos para defender la esperanza» significa
impulsar y desarrollar una ecología integral como alternativa a «un
modelo de desarrollo ya caduco pero que sigue provocando degradación
humana, social y ambiental»[3].
Y esto exige escuchar, reconocer y respetar a las personas y a los
pueblos locales como interlocutores válidos. Ellos mantienen un vínculo
directo con la tierra, conocen sus tiempos y procesos y saben, por
tanto, los efectos catastróficos que, en nombre del desarrollo, provocan
muchos proyectos y se altera todo el entramado vital que constituye la
nación. La degradación del medio ambiente, lamentablemente, no se puede
separar de la degradación moral de nuestras comunidades. No podemos
pensarlas como dos instancias distintas.
A modo de ejemplo, la minería informal se ha vuelto un peligro que
destruye la vida de personas; los bosques y ríos son devastados con toda
la riqueza que ellos poseen. Este proceso de degradación conlleva y
promueve organizaciones por fuera de las estructuras legales que
degradan a tantos hermanos nuestros sometiéndolos a la trata —nueva
forma de esclavitud—, al trabajo informal, a la delincuencia… y a otros
males que afectan gravemente su dignidad y, a la vez, la dignidad de
esta nación.
Trabajar unidos para defender la esperanza exige estar muy atentos a
esa otra forma —muchas veces sutil— de degradación ambiental que
contamina progresivamente todo el entramado vital: la corrupción. Cuánto
mal le hace a nuestros pueblos latinoamericanos y a las democracias de
este bendito continente ese «virus» social, un fenómeno que lo infecta
todo, siendo los pobres y la madre tierra los más perjudicados. Lo que
se haga para luchar contra este flagelo social merece la mayor de las
ponderaciones y ayudas… y esta lucha nos compromete a todos. «Unidos
para defender la esperanza», implica mayor cultura de la transparencia
entre entidades públicas, sector privado y sociedad civil, y no excluyo a
las organizaciones eclesiásticas. Nadie puede resultar ajeno a este
proceso; la corrupción es evitable y exige el compromiso de todos.
A quienes ocupan algún cargo de responsabilidad, sea en el área que
sea, los animo y exhorto a empeñarse en este sentido para brindarle, a
su pueblo y a su tierra, la seguridad que nace de sentir que Perú es un
espacio de esperanza y oportunidad… pero para todos, no para unos pocos;
para que todo peruano, toda peruana pueda sentir que este país es suyo,
no de otro, en el que puede establecer relaciones de fraternidad y
equidad con su prójimo y ayudar al otro cuando lo necesita; una tierra
en la que pueda hacer realidad su propio futuro. Y así forjar un Perú
que tenga espacio para «todas las sangres»[4], en el que pueda realizarse «la promesa de la vida peruana»[5].
Quiero renovar junto a ustedes el compromiso de la Iglesia católica,
que ha acompañado la vida de esta Nación, en este empeño mancomunado de
seguir trabajando para que Perú siga siendo una tierra de esperanza.
Que santa Rosa de Lima interceda por cada uno de ustedes y por esta bendita Nación.
Nuevamente gracias.
[1] Carta enc. Laudato si', 104.
[3] Mensaje Urbi et Orbi, Navidad 2017.
[4] José María Arguedas, Todas las sangres, Buenos Aires (1964).
[5] Jorge Basadre, La promesa de la vida peruana, Lima (19582).
A las 17.15, hora local (23.15, hora de Roma), ha tenido lugar la visita de cortesía al Presidente de la República de Perú, Sr. Pedro Pablo Kuczynski.
La reunión privada terminó con el intercambio de regalos. Luego, la familia presidencial fue presentada al Papa. Por último, el Santo Padre bendijo a los funcionarios y al personal del Palacio y, después de haberse despedido, se trasladó en papamóvil a la iglesia de San Pedro.
Por la tarde, a las 17.55, hora local (23.55 horas en Roma), el Papa FRANCISCO se encontró en forma estrictamente privada con los Miembros de la Compañía de Jesús en la iglesia de San Pedro en Lima.
A su llegada fue recibido en la entrada de la Capilla de la Penitenciaría por el Provincial y el Párroco de la iglesia de San Pedro. Atravesando la antigua iglesia de San Pablo, el Papa llegó a la Sacristía, donde se hallaban reunidos alrededor de 100 miembros de la Compañía de Jesús.
Al final, el Santo Padre posó para una foto de grupo, cruzó la iglesia de San Pedro y se detuvo brevemente frente a la lápida del Venerable Padre Francisco del Castillo. Luego regresó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Lima.
Estas tierras tienen sabor a Evangelio. Todo el entorno que nos
rodea, con este inmenso mar de fondo, nos ayuda a comprender mejor la
vivencia que los apóstoles tuvieron con Jesús; y hoy, también nosotros,
estamos invitados a vivirla. Me alegra saber que han venido desde
distintos lugares del norte peruano para celebrar esta alegría del
Evangelio.
Los discípulos de ayer, como tantos de ustedes hoy, se ganaban la vida con la pesca. Salían en barcas, como algunos de ustedes siguen saliendo en los «caballitos de totora», y tanto ellos como ustedes con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan muchos de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a nuestras familias y darles lo que las ayudará a construir un futuro mejor.
Esta «laguna con peces dorados», como la han querido llamar, ha sido fuente de vida y bendición para muchas generaciones. Supo nutrir los sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo.
Ustedes, al igual que los apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes. Así como ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe del «Niño costero», cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares.
También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes.
A esta eucaristía traemos también ese momento tan difícil que cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe. Queremos unirnos a Jesús. Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos los dolores para poder acompañarnos en los nuestros. Jesús en la cruz quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano.
Estos sacudones cuestionan y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y de nuestras actitudes más elementales. Entonces nos damos cuenta de lo importante que es no estar solos sino unidos, estar llenos de esa unión que es fruto del Espíritu Santo.
¿Qué les pasó a las muchachas del Evangelio que hemos escuchado? De repente, sienten un grito que las despierta y las pone en movimiento. Algunas se dieron cuenta que no tenían el aceite necesario para iluminar el camino en la oscuridad, otras en cambio, llenaron sus lámparas y pudieron encontrar e iluminar el camino que las llevaba hacia el esposo. En el momento indicado cada una mostró de qué había llenado su vida.
Lo mismo nos pasa a nosotros. En determinadas circunstancias nos damos cuenta con qué hemos llenado nuestra vida. ¡Qué importante es llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los caminos para salir adelante!
Sé que, en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño, estas tierras supieron ponerse en movimiento y estas tierras tenían el aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos. Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda. En medio de la oscuridad junto a tantos otros fueron cirios vivos que iluminaron el camino con manos abiertas y disponibles para paliar el dolor y compartir lo que tenían desde su pobreza.
En la lectura del Evangelio, podemos observar cómo las muchachas que no tenían aceite se fueron al pueblo a comprarlo. En el momento crucial de su vida, se dieron cuenta de que sus lámparas estaban vacías, de que les faltaba lo esencial para encontrar el camino de la auténtica alegría. Estaban solas y así quedaron, solas, fuera de la fiesta. Hay cosas, como bien saben, que no se improvisan y mucho menos se compran. El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse para enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva la esperanza. Con esa actitud dan el mayor testimonio evangélico. El Señor nos dice: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35). Porque la fe nos abre a tener un amor concreto, no de ideas, concreto, de obras, de manos tendidas, de compasión; que sabe construir y reconstruir la esperanza cuando parece que todo se pierde. Así nos volvemos partícipes de la acción divina, esa que nos describe el apóstol Juan cuando nos muestra a Dios que enjuga las lágrimas de sus hijos. Y esta tarea divina Dios la hace con la misma ternura que una madre busca secar las lágrimas de sus hijos. Qué linda pregunta la que nos puede hacer el Señor a cada uno de nosotros al final del día: ¿cuántas lágrimas has secado hoy?
Otras tormentas pueden estar azotando estas costas y, en la vida de los hijos de estas tierras, tienen efectos devastadores. Tormentas que también nos cuestionan como comunidad y ponen en juego el valor de nuestro espíritu. Se llaman violencia organizada como el «sicariato» y la inseguridad que esto genera; se llaman falta de oportunidades educativas y laborales, especialmente en los más jóvenes, que les impide construir un futuro con dignidad; o falta de techo seguro para tantas familias forzadas a vivir en zonas de alta inestabilidad y sin accesos seguros; así como tantas otras situaciones que ustedes conocen y sufren, que como los peores huaicos destruyen la confianza mutua tan necesaria para construir una red de contención y esperanza. Huaicos que afectan el alma y nos preguntan por el aceite que tenemos para hacerles frente. ¿Cuánto aceite tienes?
Muchas veces nos interrogamos sobre cómo enfrentar estas tormentas, o cómo ayudar a nuestros hijos a salir adelante frente a estas situaciones. Quiero decirles: no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo. Llenen siempre sus vidas de Evangelio. Quiero estimularlos a que sean comunidad que se deje ungir por su Señor con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo renueva todo, lo conforta todo. En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, no hacerlo una cosa natural, no naturalizar lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza. ¡Los peruanos, en este momento de su historia, no tienen derecho a dejarse robar la esperanza! En Jesús, tenemos el Espíritu que nos mantiene unidos para sostenernos unos a otros y hacerle frente a aquello que quiere llevarse lo mejor de nuestras familias. En Jesús, Dios nos hace comunidad creyente que sabe sostenerse; comunidad que espera y por lo tanto lucha para revertir y transformar las múltiples adversidades; comunidad amante porque no permite que nos crucemos de brazos. Con Jesús, el alma de este pueblo de Trujillo podrá seguir llamándose «la ciudad de la eterna primavera», porque con Él todo es una oportunidad para la esperanza.
Sé del amor que esta tierra tiene a la Virgen, y sé cómo la devoción a María los sostiene siempre llevándolos a Jesucristo. Y dándonos el único consejo que siempre repite: «Hagan lo que él les diga» (cf. Jn 2,5). Pidámosle a ella que nos ponga bajo su manto y que nos lleve siempre a su Hijo; pero digámoselo cantando con esa hermosa marinera: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor». ¿Se animan a cantarla? ¿La cantamos juntos? ¿Quién empieza a cantar? «Virgencita de la Puerta…» ¿Nadie canta? ¿El coro tampoco? Entonces se lo decimos, si no lo cantamos. Juntos: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor».
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Visita de cortesía al Presidente de la República del Perú en el Palacio de Gobierno de Lima
A las 17.15, hora local (23.15, hora de Roma), ha tenido lugar la visita de cortesía al Presidente de la República de Perú, Sr. Pedro Pablo Kuczynski.
La reunión privada terminó con el intercambio de regalos. Luego, la familia presidencial fue presentada al Papa. Por último, el Santo Padre bendijo a los funcionarios y al personal del Palacio y, después de haberse despedido, se trasladó en papamóvil a la iglesia de San Pedro.
Encuentro con los Miembros de la Compañía de Jesús en la iglesia de San Pedro en Lima
Por la tarde, a las 17.55, hora local (23.55 horas en Roma), el Papa FRANCISCO se encontró en forma estrictamente privada con los Miembros de la Compañía de Jesús en la iglesia de San Pedro en Lima.
A su llegada fue recibido en la entrada de la Capilla de la Penitenciaría por el Provincial y el Párroco de la iglesia de San Pedro. Atravesando la antigua iglesia de San Pablo, el Papa llegó a la Sacristía, donde se hallaban reunidos alrededor de 100 miembros de la Compañía de Jesús.
Al final, el Santo Padre posó para una foto de grupo, cruzó la iglesia de San Pedro y se detuvo brevemente frente a la lápida del Venerable Padre Francisco del Castillo. Luego regresó en automóvil a la Nunciatura Apostólica de Lima.
Sábado 20 de enero de 2018
SANTA MISA
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Explanada de la playa de Huanchaco (Trujillo)
Sábado, 20 de enero de 2018
Sábado, 20 de enero de 2018
Los discípulos de ayer, como tantos de ustedes hoy, se ganaban la vida con la pesca. Salían en barcas, como algunos de ustedes siguen saliendo en los «caballitos de totora», y tanto ellos como ustedes con el mismo fin: ganarse el pan de cada día. En eso se juegan muchos de nuestros cansancios cotidianos: poder sacar adelante a nuestras familias y darles lo que las ayudará a construir un futuro mejor.
Esta «laguna con peces dorados», como la han querido llamar, ha sido fuente de vida y bendición para muchas generaciones. Supo nutrir los sueños y las esperanzas a lo largo del tiempo.
Ustedes, al igual que los apóstoles, conocen la bravura de la naturaleza y han experimentado sus golpes. Así como ellos enfrentaron la tempestad sobre el mar, a ustedes les tocó enfrentar el duro golpe del «Niño costero», cuyas consecuencias dolorosas todavía están presentes en tantas familias, especialmente aquellas que todavía no pudieron reconstruir sus hogares.
También por esto quise estar y rezar aquí con ustedes.
A esta eucaristía traemos también ese momento tan difícil que cuestiona y pone muchas veces en duda nuestra fe. Queremos unirnos a Jesús. Él conoce el dolor y las pruebas; Él atravesó todos los dolores para poder acompañarnos en los nuestros. Jesús en la cruz quiere estar cerca de cada situación dolorosa para darnos su mano y ayudar a levantarnos. Porque Él entró en nuestra historia, quiso compartir nuestro camino y tocar nuestras heridas. No tenemos un Dios ajeno a lo que sentimos y sufrimos, al contrario, en medio del dolor nos entrega su mano.
Estos sacudones cuestionan y ponen en juego el valor de nuestro espíritu y de nuestras actitudes más elementales. Entonces nos damos cuenta de lo importante que es no estar solos sino unidos, estar llenos de esa unión que es fruto del Espíritu Santo.
¿Qué les pasó a las muchachas del Evangelio que hemos escuchado? De repente, sienten un grito que las despierta y las pone en movimiento. Algunas se dieron cuenta que no tenían el aceite necesario para iluminar el camino en la oscuridad, otras en cambio, llenaron sus lámparas y pudieron encontrar e iluminar el camino que las llevaba hacia el esposo. En el momento indicado cada una mostró de qué había llenado su vida.
Lo mismo nos pasa a nosotros. En determinadas circunstancias nos damos cuenta con qué hemos llenado nuestra vida. ¡Qué importante es llenar nuestras vidas con ese aceite que permite encender nuestras lámparas en las múltiples situaciones de oscuridad y encontrar los caminos para salir adelante!
Sé que, en el momento de oscuridad, cuando sintieron el golpe del Niño, estas tierras supieron ponerse en movimiento y estas tierras tenían el aceite para ir corriendo y ayudarse como verdaderos hermanos. Estaba el aceite de la solidaridad, de la generosidad que los puso en movimiento y fueron al encuentro del Señor con innumerables gestos concretos de ayuda. En medio de la oscuridad junto a tantos otros fueron cirios vivos que iluminaron el camino con manos abiertas y disponibles para paliar el dolor y compartir lo que tenían desde su pobreza.
En la lectura del Evangelio, podemos observar cómo las muchachas que no tenían aceite se fueron al pueblo a comprarlo. En el momento crucial de su vida, se dieron cuenta de que sus lámparas estaban vacías, de que les faltaba lo esencial para encontrar el camino de la auténtica alegría. Estaban solas y así quedaron, solas, fuera de la fiesta. Hay cosas, como bien saben, que no se improvisan y mucho menos se compran. El alma de una comunidad se mide en cómo logra unirse para enfrentar los momentos difíciles, de adversidad, para mantener viva la esperanza. Con esa actitud dan el mayor testimonio evangélico. El Señor nos dice: «En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,35). Porque la fe nos abre a tener un amor concreto, no de ideas, concreto, de obras, de manos tendidas, de compasión; que sabe construir y reconstruir la esperanza cuando parece que todo se pierde. Así nos volvemos partícipes de la acción divina, esa que nos describe el apóstol Juan cuando nos muestra a Dios que enjuga las lágrimas de sus hijos. Y esta tarea divina Dios la hace con la misma ternura que una madre busca secar las lágrimas de sus hijos. Qué linda pregunta la que nos puede hacer el Señor a cada uno de nosotros al final del día: ¿cuántas lágrimas has secado hoy?
Otras tormentas pueden estar azotando estas costas y, en la vida de los hijos de estas tierras, tienen efectos devastadores. Tormentas que también nos cuestionan como comunidad y ponen en juego el valor de nuestro espíritu. Se llaman violencia organizada como el «sicariato» y la inseguridad que esto genera; se llaman falta de oportunidades educativas y laborales, especialmente en los más jóvenes, que les impide construir un futuro con dignidad; o falta de techo seguro para tantas familias forzadas a vivir en zonas de alta inestabilidad y sin accesos seguros; así como tantas otras situaciones que ustedes conocen y sufren, que como los peores huaicos destruyen la confianza mutua tan necesaria para construir una red de contención y esperanza. Huaicos que afectan el alma y nos preguntan por el aceite que tenemos para hacerles frente. ¿Cuánto aceite tienes?
Muchas veces nos interrogamos sobre cómo enfrentar estas tormentas, o cómo ayudar a nuestros hijos a salir adelante frente a estas situaciones. Quiero decirles: no hay otra salida mejor que la del Evangelio: se llama Jesucristo. Llenen siempre sus vidas de Evangelio. Quiero estimularlos a que sean comunidad que se deje ungir por su Señor con el aceite del Espíritu. Él lo transforma todo, lo renueva todo, lo conforta todo. En Jesús, tenemos la fuerza del Espíritu para no naturalizar lo que nos hace daño, no hacerlo una cosa natural, no naturalizar lo que nos seca el espíritu y lo que es peor, nos roba la esperanza. ¡Los peruanos, en este momento de su historia, no tienen derecho a dejarse robar la esperanza! En Jesús, tenemos el Espíritu que nos mantiene unidos para sostenernos unos a otros y hacerle frente a aquello que quiere llevarse lo mejor de nuestras familias. En Jesús, Dios nos hace comunidad creyente que sabe sostenerse; comunidad que espera y por lo tanto lucha para revertir y transformar las múltiples adversidades; comunidad amante porque no permite que nos crucemos de brazos. Con Jesús, el alma de este pueblo de Trujillo podrá seguir llamándose «la ciudad de la eterna primavera», porque con Él todo es una oportunidad para la esperanza.
Sé del amor que esta tierra tiene a la Virgen, y sé cómo la devoción a María los sostiene siempre llevándolos a Jesucristo. Y dándonos el único consejo que siempre repite: «Hagan lo que él les diga» (cf. Jn 2,5). Pidámosle a ella que nos ponga bajo su manto y que nos lleve siempre a su Hijo; pero digámoselo cantando con esa hermosa marinera: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor». ¿Se animan a cantarla? ¿La cantamos juntos? ¿Quién empieza a cantar? «Virgencita de la Puerta…» ¿Nadie canta? ¿El coro tampoco? Entonces se lo decimos, si no lo cantamos. Juntos: «Virgencita de la puerta, échame tu bendición. Virgencita de la puerta, danos paz y mucho amor».
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© Copyright - Libreria Editrice Vaticana
ENCUENTRO CON SACERDOTES, RELIGIOSOS/AS Y SEMINARISTAS DE LAS
CIRCUNSCRIPCIONES ECLESIÁSTICAS DEL NORTE DE PERÚ
CIRCUNSCRIPCIONES ECLESIÁSTICAS DEL NORTE DE PERÚ
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Colegio Seminario San Carlos y San Marcelo (Trujillo)
Sábado, 20 de enero de 2018
Sábado, 20 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenas tardes!
[gran aplauso] Como es costumbre que el aplauso viene al final, quiere decir que ya terminé, así que me voy. [gritan: ¡No!]
Agradezco las palabras que Mons. José Antonio Eguren Anselmi,
Arzobispo de Piura, me ha dirigido en nombre de todos los que están
aquí.
Encontrarme con ustedes, conocerlos, escucharlos y manifestar el amor
por el Señor y la misión que nos regaló es importante. ¡Sé que hicieron
un gran esfuerzo para estar acá, gracias!
Nos recibe este Colegio Seminario, uno de los primeros fundados en
América Latina para la formación de tantas generaciones de
evangelizadores. Estar aquí y con ustedes es sentir que estamos en una
de esas «cunas» que gestaron a tantos misioneros. Y no olvido que esta
tierra vio morir, misionando —no sentado detrás de un escritorio—, a
santo Toribio de Mogrovejo, patrono del episcopado latinoamericano. Y
todo esto nos lleva a mirar hacia nuestras raíces, a lo que nos sostiene
a lo largo del tiempo, nos sostiene a lo largo de la historia para
crecer hacia arriba y dar fruto. Las raíces. Sin raíces no hay flores,
no hay frutos. Decía un poeta que “todo lo que el árbol tiene de florido
le viene de lo que tiene de soterrado”, las raíces. Nuestras vocaciones
tendrán siempre esa doble dimensión: raíces en la tierra y corazón en
el cielo. No se olviden esto. Cuando falta alguna de estas dos, algo
comienza a andar mal y nuestra vida poco a poco se marchita (cf. Lc
13,6-9), como un árbol que no tiene raíces, marchita. Y les digo que da
mucha pena ver algún obispo, algún cura, alguna monja, “marchito”. Y
mucha más pena me da cuando veo seminaristas marchitos. Esto es muy
serio. La Iglesia es buena, la Iglesia es madre y si ustedes ven que no
pueden, por favor, hablen antes de tiempo, antes de que sea tarde, antes
que se den cuenta que no tienen raíces ya y que se están marchitando;
todavía ahí hay tiempo para salvar, porque Jesús vino para eso, a
salvar, y si nos llamó es para salvar.
Me gusta subrayar que nuestra fe, nuestra vocación es memoriosa, esa
dimensión deuteronómica de la vida. Memoriosa porque sabe reconocer que
ni la vida, ni la fe, ni la Iglesia comenzó con el nacimiento de ninguno
de nosotros: la memoria mira al pasado para encontrar la savia que ha
irrigado durante siglos el corazón de los discípulos, y así reconoce el
paso de Dios por la vida de su pueblo. Memoria de la promesa que hizo a
nuestros padres y que, cuando sigue viva en medio nuestro, es causa de
nuestra alegría y nos hace cantar: «el Señor ha estado grande con
nosotros, y estamos alegres» (Sal 125,3).
Me gustaría compartir con ustedes algunas virtudes, o algunas dimensiones, si quieren, de este ser memoriosos.
Cuando yo digo “quiero que un obispo, un cura, una monja, un
seminarista sea memorioso”, ¿qué quiero decir?. Y es lo que me gustaría
compartir ahora.
1. Una dimensión es la alegre conciencia de sí. No hay que ser un
inconsciente de sí mismo, no. Saber qué es lo que le está pasando, pero
alegre conciencia de sí.
El Evangelio que hemos escuchado (cf. Gv 1,35-42) lo leemos
habitualmente en clave vocacional y así nos detenemos en el encuentro de
los discípulos con Jesús. Pero me gustaría, antes, mirar a Juan el
Bautista. Él estaba con dos de sus discípulos y al ver pasar a Jesús les
dice: «Ese es el Cordero de Dios» (Jn 1,36); al oír esto ¿qué
pasó? dejaron a Juan y se fueron con el otro (cf. v. 37). Es algo
sorprendente, habían estado con Juan, sabían que era un hombre bueno,
más aún, el mayor de los nacidos de mujer, como Jesús lo define (cf. Mt 11,11),
pero él no era el que tenía que venir. También Juan esperaba a otro más
grande que él. Juan tenía claro que no era el Mesías sino simplemente
quien lo anunciaba. Juan era el hombre memorioso de la promesa y de su
propia historia. Era famoso, tenía fama, todos venían a hacerse bautizar
por él, lo escuchaban con respeto. La gente creía que era el Mesías,
pero él era memorioso de su propia historia y no se dejó engañar por el
incienso de la vanidad.
Juan manifiesta la conciencia del discípulo que sabe que no es ni
será nunca el Mesías, sino sólo un invitado a señalar el paso del Señor
por la vida de su gente. A mí me impresiona cómo Dios permita que esto
llegue hasta las últimas consecuencias: muere degollado en un calabozo,
así de sencillo. Nosotros consagrados no estamos llamados a suplantar al
Señor, ni con nuestras obras, ni con nuestras misiones, ni con el
sinfín de actividades que tenemos para hacer. Yo cuando digo consagrados
involucro a todos: obispos, sacerdotes, consagrados y consagradas,
religiosos y religiosas y seminaristas. Simplemente se nos pide trabajar
con el Señor, codo a codo, pero sin olvidarnos nunca de que no ocupamos
su lugar. Y esto no nos hace «aflojar» en la tarea evangelizadora, por
el contrario, nos empuja, nos exige trabajar recordando que somos
discípulos del único Maestro. El discípulo sabe que secunda y siempre
secundará al Maestro. Y esa es la fuente de nuestra alegría, la alegre
conciencia de sí mismo.
¡Nos hace bien saber que no somos el Mesías! Nos libra de creernos
demasiado importantes, demasiado ocupados —es típica de algunas regiones
escuchar: «No, a esa parroquia no vayas porque el padre siempre está
muy ocupado»—. Juan el Bautista sabía que su misión era señalar el
camino, iniciar procesos, abrir espacios, anunciar que Otro era el
portador del Espíritu de Dios. Ser memoriosos nos libra de la tentación
de los mesianismos, de creerme yo el Mesías.
Esta tentación se combate de muchos modos, pero también con la risa.
De un religioso a quien yo quise mucho —era jesuita, un jesuita holandés
que murió el año pasado— se decía que tenía tal sentido del humor que
era capaz de reírse de todo lo que pasaba, de sí mismo y hasta de su
propia sombra. Conciencia alegre. Aprender a reírse de uno mismo nos da
la capacidad espiritual de estar delante del Señor con los propios
límites, errores y pecados, pero también aciertos, y con la alegría de
saber que Él está a nuestro lado. Un lindo test espiritual es
preguntarnos por la capacidad que tenemos de reírnos de nosotros mismos.
De los demás es fácil reírse ¿no es cierto?, sacarle el cuero, reírse
pero de nosotros mismos no es fácil. La risa nos salva del
neopelagianismo «autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo
sólo confían en sus propias fuerzas y, se sienten superiores a otros»[1].
Reíte. Rían en comunidad y no de la comunidad o de los otros.
Cuidémonos de esa gente tan pero tan importante que, en la vida, se han
olvidado de sonreir. “Sí, padre, pero usted no tiene un remedio, algo
para…” Mira tengo dos “pastillas” que ayudan mucho: una, hablá con
Jesús, con la Virgen, la oración, rezá y pedí la gracia de la alegría,
de la alegría sobre la situación real; la segunda pastilla la podés
hacer varias veces por día si la necesitás, sino una sola basta, miráte
al espejo, miráte al espejo: “Y ¿ese soy yo?, ¿esa soy yo? Ja ja ja….”. Y
eso te hace reír. Y esto no es narcisismo, al contrario, es lo
contrario, el espejo, acá, sirve como cura.
Primero era entonces la alegre, la alegre conciencia de sí.
2. Lo segundo es la hora del llamado, hacernos cargo de la hora del llamado.
Juan el Evangelista recoge en su Evangelio incluso hasta la hora de
aquel momento que cambió su vida. Sí, cuando el Señor a una persona le
hace crecer la conciencia de que es un llamado…, se acuerda cuándo
empezó todo esto: «Eran las cuatro de la tarde» (v. 39). El encuentro
con Jesús cambia la vida, establece un antes y un después. Hace bien
recordar siempre esa hora, ese día clave para cada uno de nosotros en el
que nos dimos cuenta, en serio, de que “esto que yo sentía” no eran
ganas o atracciones sino que el Señor esperaba algo más. Y acá uno se
puede acordar: ese día me di cuenta. La memoria de esa hora en la que
fuimos tocados por su mirada.
Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros
orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas
fundamentales dejamos de lado lo más valioso que un consagrado puede
tener: la mirada del Señor: “No padre, yo lo miro al Señor en el
sagrario”— Está bien, eso está bien pero sentáte un rato y dejáte mirar y
recordá las veces que te miró y te está mirando. Dejáte mirar por él.
Es de lo más valioso que un consagrado tiene: la mirada del Señor. Quizá
no estás contento con ese lugar donde te encontró el Señor, quizá no se
adecua a una situación ideal que te «hubiese gustado más». Pero fue ahí
donde te encontró y te curó las heridas, ahí. Cada uno de nosotros
conoce el dónde y el cuándo: quizás un tiempo de situaciones complejas,
sí; con situaciones dolorosas, sí; pero ahí te encontró el Dios de la
Vida para hacerte testigo de su Vida, para hacerte parte de su misión y
ser, con Él, ser caricia de Dios para tantos. Nos hace bien recordar que
nuestras vocaciones son una llamada de amor para amar, para servir. No
para sacar tajada para nosotros mismos. ¡Si el Señor se enamoró de
ustedes y los eligió, no fue por ser más numerosos que los demás, pues
son el pueblo más pequeño, sino por amor! (cf. Dt 7,7-8). Así le
dice el Deuteronomio al pueblo de Israel. No te la creas, no sos el
pueblo más importante, sos de lo peorcito, pero se enamoró de ese, y
bueno, qué quieren, tiene mal gusto el Señor, pero se enamoró de ese...
Amor de entrañas, amor de misericordia que mueve nuestras entrañas para
ir a servir a otros al estilo de Jesucristo. No al estilo de los
fariseos, de los saduceos, de los doctores de la ley, de los zelotes,
no, no, esos buscaban su gloria.
Quisiera detenerme en un aspecto que considero importante. Muchos, a
la hora de ingresar al seminario o a la casa de formación, o noviciados
fuimos formados con la fe de nuestras familias y vecinos. Ahí,
aprendimos a rezar, de la mamá, de la abuela, de la tía… y después fue
la catequista la que nos preparó… Y así fue como dimos nuestros primeros
pasos, apoyados no pocas veces en las manifestaciones de piedad y
espiritualidad popular, que en Perú han adquirido las más exquisitas
formas y arraigo en el pueblo fiel y sencillo. Vuestro pueblo ha
demostrado un enorme cariño a Jesucristo, a la Virgen, a sus santos y
beatos en tantas devociones que no me animo a nombrarlas por miedo a
dejar alguna de lado. En esos santuarios, «muchos peregrinos toman
decisiones que marcan sus vidas. Esas paredes contienen muchas historias
de conversión, de perdón y de dones recibidos, que millones podrían
contar»[2].
Inclusive muchas de vuestras vocaciones pueden estar grabadas en esas
paredes. Los exhorto, por favor, a no olvidar, y mucho menos despreciar,
la fe fiel y sencilla de vuestro pueblo. Sepan acoger, acompañar y
estimular el encuentro con el Señor. No se vuelvan profesionales de lo
sagrado olvidándose de su pueblo, de donde los sacó el Señor, de detrás
del rebaño —como dice el Señor a su elegido [David] en la Biblia—. No
pierdan la memoria y el respeto por quien les enseñó a rezar.
A mí me ha pasado que —en reuniones con maestros y maestras de
novicias o rectores de seminarios, padres espirituales de seminario—
sale la pregunta: “¿Cómo le enseñamos a rezar a los que entran?”.
Entonces, les dan algunos manuales para aprender a meditar —a mí me lo
dieron cuando entré—: “o esto haga acá”, o “aquello no”, o “primero
tenés que hacer esto”, “después este otro tal paso”… Y en general, los
hombres y mujeres más sensatos que tienen este cargo de maestros de
novicios o de padres espirituales o rectores de seminarios optan: “Seguí
rezando como te enseñaron en casa”. Y después, poco a poco, los van
haciendo avanzar en otro tipo de oración. Pero, “seguí rezando como te
enseñó tu madre, como te enseñó tu abuela”, que por otro lado es el
consejo que San Pablo le da a Timoteo: “La fe de tu madre y de tu
abuela, esa es la que tenés vos, seguí por estas”. No desprecien la
oración casera porque es la más fuerte. Recordar la hora del llamado,
hacer memoria alegre del paso de Jesucristo por nuestra vida, nos
ayudará a decir esa hermosa oración de san Francisco Solano, gran
predicador y amigo de los pobres, «Mi buen Jesús, mi Redentor y mi
amigo. ¿Qué tengo yo que tú no me hayas dado? ¿Qué sé yo que tú no me
hayas enseñado?».
De esta forma, el religioso, sacerdote, consagrada, consagrado,
seminarista es una persona memoriosa, alegre y agradecida: trinomio para
configurar y tener como «armas» frente a todo «disfraz» vocacional. La
conciencia agradecida agranda el corazón y nos estimula al servicio. Sin
agradecimiento podemos ser buenos ejecutores de lo sagrado, pero nos
faltará la unción del Espíritu para volvernos servidores de nuestros
hermanos, especialmente de los más pobres. El Pueblo de Dios tiene
olfato y sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el
servidor agradecido. Sabe reconocer entre el memorioso y el olvidadizo.
El Pueblo de Dios es aguantador, pero reconoce a quien lo sirve y lo
cura con el óleo de la alegría y de la gratitud. En eso déjense
aconsejar por el Pueblo de Dios. A veces en las parroquias sucede que
cuando el cura se desvía un poquito y se olvida de su pueblo —estoy
hablando de historias reales, ¿no?— cuántas veces la vieja de la
sacristía —como la llaman, “la vieja de la sacristía”— le dice:
“Padrecito, cuánto hace que no va a ver a su mamá. Vaya, vaya a ver a su
mamá que nosotros por una semana nos arreglamos con el Rosario”.
3. Tercer, la alegría contagiosa. La alegría es contagiosa
cuando es verdadera. Andrés era uno de los discípulos de Juan el
Bautista que había seguido a Jesús ese día. Después de haber estado con
Él y haber visto dónde vivía, volvió a casa de su hermano Simón Pedro y
le dijo: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41). Ahí no más fue
contagiado. Esta es la noticia más grande que podía darle, y lo condujo a
Jesús. La fe en Jesús se contagia. Y si hay un cura, un obispo, una
monja, un seminarista, un consagrado que no contagia es un aséptico, es
de laboratorio, que salga y se ensucie las manos un poquito y ahí va a
empezar a contagiar el amor de Jesús. La fe en Jesús se contagia, no
puede confinarse ni encerrarse; y aquí se encuentra la fecundidad del
testimonio: los discípulos recién llamados atraen a su vez a otros
mediante su testimonio de fe, del mismo modo que en el pasaje evangélico
Jesús nos llama por medio de otros. La misión brota espontánea del
encuentro con Cristo. Andrés comienza su apostolado por los más
cercanos, por su hermano Simón, casi como algo natural, irradiando
alegría. Esta es la mejor señal de que hemos «descubierto» al Mesías. La
alegría contagiosa es una constante en el corazón de los apóstoles, y
la vemos en la fuerza con que Andrés confía a su hermano: «¡Lo hemos
encontrado!». Pues «la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida
entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por
Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del
aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría»[3]. Y ésta es contagiosa.
Esta alegría nos abre a los demás, es alegría no para guardarla, sino
para transmitirla. En el mundo fragmentado que nos toca vivir, que nos
empuja a aislarnos, somos desafiados a ser artífices y profetas de
comunidad. Ustedes saben, nadie se salva solo. Y en esto me gustaría ser
claro. La fragmentación o el aislamiento no es algo que se da «fuera»
como si solamente fuese un problema del «mundo». Hermanos, las
divisiones, guerras, aislamientos los vivimos también dentro de nuestras
comunidades, dentro de nuestros presbiterios, dentro de nuestras
Conferencias episcopales ¡y cuánto mal nos hacen! Jesús nos envía a ser
portadores de comunión, de unidad, pero tantas veces parece que lo
hacemos desunidos y, lo que es peor, muchas veces poniéndonos
zancadillas unos a otros, ¿o me equivoco? [responden: ¡No!]. Agachemos
la cabeza y cada cual ponga dentro del propio sayo lo que le toca. Se
nos pide ser artífices de comunión y de unidad; que no es lo mismo que
pensar todos igual, hacer todos lo mismo. Significa valorar los aportes,
las diferencias, el regalo de los carismas dentro de la Iglesia
sabiendo que cada uno, desde su cualidad, aporta lo propio pero necesita
de los demás. Sólo el Señor tiene la plenitud de los dones, sólo Él es
el Mesías. Y quiso repartir sus dones de tal forma que todos podamos dar
lo nuestro enriqueciéndonos con lo de los demás. Hay que cuidarse de la
tentación del «hijo único» que quiere todo para sí, porque no tiene con
quién compartir. Malcriado el muchacho. A aquellos que tengan que
ocupar misiones en el servicio de la autoridad les pido, por favor, no
se vuelvan autorreferenciales; traten de cuidar a sus hermanos, procuren
que estén bien; porque el bien se contagia. No caigamos en la trampa de
una autoridad que se vuelva autoritarismo por olvidarse que, ante todo,
es una misión de servicio. Los que tienen esa misión de ser autoridad
piénsenlo mucho, en los ejércitos hay bastantes sargentos no hace falta
que se nos metan en nuestra comunidad.
Quisiera antes de terminar: ser memorioso y las raíces. Considero
importante que en nuestras comunidades, en nuestros presbiterios se
mantenga viva la memoria y se dé el diálogo entre los más jóvenes y los
más ancianos. Los más ancianos son memoriosos y nos dan la memoria.
Tenemos que ir a recibirla, no los dejemos solos. Ellos [los ancianos],
por ahí, no quieren hablar, alguno se siente un poquito abandonado…
Hagámoslo hablar, sobre todo los jóvenes. Los que están en cargos de
formación de los jóvenes, mándelos hablar con los curas viejos, con las
monjas viejas, con los obispos viejos —dicen que las monjas no envejecen
porque son eternas— mándelos a hablar. Los ancianos necesitan que les
vuelvan a brillar los ojos y que vean que en la Iglesia, en el
presbiterio, en la Conferencia episcopal, en el convento, hay jóvenes
que llevan adelante el cuerpo de la Iglesia. Que los oigan hablar, que
les pregunten los jóvenes a ellos, y a ellos ahí les van a empezar a
brillar los ojos y van a empezar a soñar. Hagan soñar a los viejos. La
profecía de Joel, 3,1. Hagan soñar a los viejos. Y si los jóvenes hacen
soñar a los viejos les aseguro que los viejos harán profetizar a los
jóvenes.
Ir a las raíces. Yo quisiera en esto —ya estoy terminando— citar un
Santo Padre, pero no se me ocurre ninguno, pero voy a citar a un Nuncio
apostólico. Me decía él, hablando de esto, un antiguo refrán africano
que aprendió cuando él estuvo allí —porque los Nuncios apostólicos
primero pasan por África y ahí aprenden muchas cosas— , y el refrán era:
“Los jóvenes caminan rápido —y lo tienen que hacer— pero son los viejos
los que conocen el camino”. ¿Está bien?
Queridos hermanos, nuevamente gracias y que esta memoria
deuteronómica nos haga más alegres y agradecidos para ser servidores de
unidad en medio de nuestro pueblo. Déjense mirar por el Señor, vayan a
buscar al Señor, ahí, en la memoria. Mírense al espejo de vez en cuando.
Y que el Señor los bendiga, que la Virgen Santa los cuide. Y de vez en
cuando —como dicen en el campo— échenme un rezo. Gracias.
[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.
[2] Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe,
Documento de Aparecida (29 junio 2007), 260.
[3] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1.
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CELEBRACIÓN MARIANA EN HONOR DE LA VIRGEN DE LA PUERTA
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Plaza de Armas (Trujillo)
Sábado, 20 de enero de 2018
Sábado, 20 de enero de 2018
Queridos hermanos y hermanas:
Agradezco a Mons. Héctor Miguel sus palabras de bienvenida en nombre de todo el Pueblo de Dios que peregrina en estas tierras.
En esta hermosa e histórica plaza de Trujillo que ha sabido impulsar
sueños de libertad para todos los peruanos nos congregamos para
encontrarnos con la «Mamita de Otuzco». Sé de los muchos kilómetros que
tantos de ustedes han hecho para estar hoy aquí, reunidos bajo la mirada
de la Madre. Esta plaza se transforma así en un santuario a cielo
abierto en el que todos queremos dejarnos mirar por la Madre, por su
maternal y tierna mirada. Madre que conoce el corazón de los norteños
peruanos y de tantos otros lugares; ha visto sus lágrimas, sus risas,
sus anhelos. En esta plaza se quiere atesorar la memoria de un Pueblo
que sabe que María es Madre y no abandona a sus hijos.
La casa se viste de fiesta de manera especial. Nos acompañan las
imágenes
venidas desde distintos rincones de esta región. Junto a la
querida Inmaculada Virgen de la Puerta de Otuzco, saludo y doy la
bienvenida a la Santísima Cruz de Chalpón de Chiclayo, al Señor Cautivo
de Ayabaca, a la Virgen de las Mercedes de Paita, el Divino Niño del
Milagro de Eten, la Virgen Dolorosa de Cajamarca, la Virgen de la
Asunción de Cutervo, la Inmaculada Concepción de Chota, Nuestra Señora
de Alta Gracia de Huamachuco, Santo Toribio de Mogrovejo de Tayabamba
—Huamachuco—, la Virgen Asunta de Chachapoyas, la Virgen de la Asunción
de Usquil, la Virgen del Socorro de Huanchoco y las reliquias de los
Mártires Conventuales de Chimbote.
Cada comunidad, cada rinconcito de este suelo viene acompañado por el
rostro de un santo, el amor a Jesucristo y a su Madre. Y contemplar que
donde haya una comunidad, donde haya vida y corazones latiendo y
ansiosos por encontrar motivos para la esperanza, para el canto, para el
baile, para una vida digna… ahí está el Señor, ahí encontramos a su
Madre y también el ejemplo de tantos santos que nos ayudan a permanecer
alegres en la esperanza.
Con ustedes doy gracias a la delicadeza de nuestro Dios. Él busca la
forma de acercarse a cada uno de la manera que pueda recibirlo y así
nacen las más distintas advocaciones. Expresan el deseo de nuestro Dios
por querer estar cerca de cada corazón porque el idioma del amor de Dios
siempre se pronuncia en dialecto, no tiene otra forma de hacerlo, y
además resulta esperanzador cómo la Madre asume los rasgos de los hijos,
la vestimenta, el dialecto de los suyos para hacerlos parte de su
bendición. María será siempre una Madre mestiza, porque en su corazón
encuentran lugar todas las sangres, porque el amor busca todos los
medios para amar y ser amado. Todas estas imágenes nos recuerdan la
ternura con que Dios quiere estar cerca de cada poblado, de cada
familia, de vos, de vos, de mí, de todos.
Sé del amor que le tienen a la Inmaculada Virgen de la Puerta de
Otuzco que hoy junto a ustedes, quiero declarar: Virgen de la Puerta,
«Madre de Misericordia y de la Esperanza».
Virgencita que, en los siglos pasados, demostró su amor por los hijos
de esta tierra, cuando colocada sobre una puerta los defendió y los
protegió de las amenazas que los afligían, suscitando el amor de todos
los peruanos hasta nuestros días.
Ella nos sigue defendiendo e indicando la Puerta que nos abre el
camino a la vida auténtica, a la Vida que no se marchita. Ella es la que
sabe acompañar a cada uno de sus hijos para que vuelvan a casa. Nos
acompaña y lleva hasta la Puerta que da Vida porque Jesús no quiere que
nadie se quede afuera, a la intemperie. Así acompaña «la nostalgia que
muchos sienten de volver a la casa del Padre, que está esperando su
regreso»[1]
y muchas veces no saben cómo volver. Decía san Bernardo: «Tú que te
sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo,
en medio de borrascas y de tempestades: mira la Estrella e invoca a
María».[2]
Ella nos indica el camino a casa, ella nos lleva a Jesús que es la
Puerta de la Misericordia, y nos deja con Él, no quiere nada para sí,
nos lleva a Jesús.
En el 2015 tuvimos la alegría de celebrar el Jubileo de la
Misericordia. Un año en el que invitaba a todos los fieles a pasar por
la Puerta de la Misericordia, «a través de la cual – escribía –
cualquiera que entrará podrá experimentar el amor de Dios que consuela,
que perdona y ofrece esperanza».[3]
Y quiero repetir junto a ustedes el mismo deseo que tenía entonces:
«¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de misericordia
para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la
ternura de Dios!»[4].
Cómo deseo que esta tierra que tiene a la Madre de la Misericordia y la
Esperanza pueda multiplicar y llevar la bondad y la ternura de Dios a
cada rincón. Porque, queridos hermanos, no hay mayor medicina para curar
tantas heridas que un corazón que sepa de misericordia, que un corazón
que sepa tener compasión ante el dolor y la desgracia, ante el error y
las ganas de levantarse de muchos y que no saben cómo hacerlo.
La compasión es activa porque «hemos aprendido que Dios se inclina hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo inclinándonos hacia los hermanos».[5]
Inclinándonos especialmente ante aquellos que más sufren. Como María,
estar atentos a aquellos que no tienen el vino de la alegría, así
sucedió en las bodas de Caná.
Mirando a María, no quisiera finalizar sin invitarlos a que pensemos
en todas las madres y abuelas de esta Nación; son verdadera fuerza
motora de la vida y de las familias del Perú. ¡Qué sería Perú sin las
madres y las abuelas, qué sería nuestra vida sin ellas! El amor a María
nos tiene que ayudar a generar actitudes de reconocimiento y gratitud
frente a la mujer, frente a nuestras madres y abuelas que son un bastión
en la vida de nuestras ciudades. Casi siempre silenciosas llevan la
vida adelante. Es el silencio y la fuerza de la esperanza. Gracias por
su testimonio.
Reconocer y agradecer, pero mirando a las madres y a las abuelas,
quiero invitarlos a luchar contra una plaga que afecta a nuestro
continente americano: los numerosos casos de feminicidio. Y son muchas
las situaciones de violencia que quedan silenciadas detrás de tantas
paredes. Los invito a luchar contra esta fuente de sufrimiento pidiendo
que se promueva una legislación y una cultura de repudio a toda forma de
violencia.
Hermanos, la Virgen de la Puerta, Madre de la Misericordia y de
Esperanza, nos muestra el camino y nos señala la mejor defensa contra el
mal de la indiferencia y la insensibilidad. Ella nos lleva a su Hijo y
así nos invita a promover e irradiar una «cultura de la misericordia,
basada en el redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura
en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada
cuando vea el sufrimiento de los hermanos».[6] Que la Virgen les conceda esta gracia.
[1]Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericordia (20 noviembre 2016), 16.
[2]Hom. II super «Missus est», 17: PL 183, 70-71.
[3] Bula Misericordiae vultus (11 abril 2015), 3.
[5]Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericordia (20 noviembre 2016), 16.
Domingo 21 de enero de 2018
REZO DE LA HORA TERCIA CON RELIGIOSAS CONTEMPLATIVAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
Santuario del Señor de los Milagros, Lima
Domingo, 21 de enero de 2018
Domingo, 21 de enero de 2018
Queridas hermanas de los diversos monasterios de vida contemplativa:
¡Qué bueno es estar aquí, en este Santuario del Señor de los
Milagros, tan frecuentado por los peruanos, para pedirle su gracia y
para que nos muestre su cercanía y su misericordia! Él, que es «faro que
guía, que nos ilumina con su amor divino». Al verlas a ustedes aquí, me
viene un mal pensamiento: que aprovecharon para salir del convento un
rato y dar un paseíto. Gracias, Madre Soledad, por sus palabras de
bienvenida, y a todas ustedes que desde el silencio del claustro caminan
siempre a mi lado. Y también – me lo van a permitir porque me toca el
corazón – desde aquí mandar un saludo a mis cuatro Carmelos de Buenos
Aires. También a ellas las quiero poner ante el Señor de los Milagros,
porque ellas me acompañaron en mi ministerio en aquella diócesis, y
quiero que estén aquí para que el Señor las bendiga. No se ponen
celosas, ¿no? [Responden: “No”]
Escuchamos las palabras de san Pablo, recordándonos que hemos
recibido el espíritu de adopción filial que nos hace hijos de Dios (cf. Rm
8,15-16). Esas pocas palabras condensan la riqueza de toda vocación
cristiana: el gozo de sabernos hijos. Esta es la experiencia que
sustenta nuestras vidas, la cual quiere ser siempre una respuesta
agradecida a ese amor. ¡Qué importante es renovar día a día este gozo!
Sobre todo en los momentos en que el gozo parece que se fue o el alma
está nublada o hay cosas que no se entienden; ahí volverlo a pedir y
renovar: “Soy hija, soy hija de Dios”.
Un camino privilegiado que tienen ustedes para renovar esta certeza
es la vida de oración, oración comunitaria y personal. La oración es el
núcleo de vuestra vida consagrada, vuestra vida contemplativa, y es el
modo de cultivar la experiencia de amor que sostiene nuestra fe, y como
bien nos decía la Madre Soledad, es una oración siempre misionera. No es
una oración que rebota en los muros del convento y vuelve para atrás,
no, es una oración que va y sale, y sale...
La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las
variadas circunstancias en que se encuentran y rezar para que no les
falte el amor y la esperanza. Así lo decía santa Teresita del Niño
Jesús: «Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los
miembros de la Iglesia y que, si faltase el amor, ni los apóstoles
anunciarían ya el Evangelio, ni los mártires derramarían su sangre.
Reconocí claramente y me convencí de que el amor encierra en sí todas
las vocaciones, que el amor lo es todo, que abarca todos los tiempos y
lugares, en una palabra, que el amor es eterno… En el corazón de la
Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor»[1].
Ojalá que cada una de ustedes pueda decir esto. Si alguna está media
flojita y se le apagó el fueguito del amor, ¡pídalo!, ¡pídalo!. Es un
regalo de Dios amor poder amar.
¡Ser el amor! Es saber estar al lado del sufrimiento de tantos
hermanos y decir con el salmista: «En el peligro grité al Señor, y me
escuchó, poniéndome a salvo» (Sal 117,5). Así vuestra vida en
clausura logra tener un alcance misionero y universal y «un papel
fundamental en la vida de la Iglesia. Rezan e interceden por muchos
hermanos y hermanas presos, emigrantes, refugiados y perseguidos; por
tantas familias heridas, por las personas en paro, por los pobres, por
los enfermos, por las víctimas de dependencias, por no citar más que
algunas situaciones que son cada día más urgentes. Ustedes son como
aquellos amigos que llevaron al paralítico ante el Señor, para que lo
sanara (cf. Mc 2,1-12). No tenían vergüenza, eran “sin
vergüenza”, pero bien dicho. No tuvieron vergüenza de hacer un agujero
en el techo y bajar al paralítico. Sean “sin vergüenza”, no tengan
vergüenza de hacer con la oración que la miseria de los hombres se
acerque al poder de Dios. Esa es la oración vuestra. Por la oración, día
y noche, acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por
diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su
misericordia sanadora, mientras que Él los espera para llenarlos de
gracias. Por vuestra oración ustedes curan las llagas de tantos
hermanos»[2].
Por eso mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni
encoge el corazón sino que lo ensancha ¡Ay! de la monja que tiene el
corazón encogido. Por favor, busquen remedio. No se puede ser monja
contemplativa con el corazón encogido. Que vuelva a respirar, que vuelva
a ser un corazón grande. Además, las monjas encogidas son monjas que
han perdido la fecundidad y no son madres; se quejan de todo, no sé,
amargadas, siempre están buscando un “tiquismiquis” para quejarse. La
santa Madre [Teresa di Gesù] decía: «!Ay! de la monja que dice:
“hiciéronme sin razón, me hicieron una injusticia”. En el convento no
hay lugar para las “coleccionistas de injusticias”, sino hay lugar para
aquellas que abren el corazón y saben llevar la cruz, la cruz fecunda,
la cruz del amor, la cruz que da vida.
El amor ensancha el corazón, y por tanto con el Señor vamos adelante,
porque él nos hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el
sufrimiento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son
víctimas en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo. Que la
intercesión por los necesitados sea la característica de vuestra
plegaria. Con los brazos en alto como Moisés, con el corazón así
hendido, pidiendo… Y cuando sea posible ayúdenlos, no sólo con la
oración, sino también con el servicio concreto. Cuántos conventos de
ustedes, sin faltar la clausura, respetando el silencio, en algunos
momentos de locutorio pueden hacer tanto bien.
La oración de súplica que se hace en sus monasterios sintoniza con el
Corazón de Jesús que implora al Padre para que todos seamos uno, así el
mundo creerá (cf. Jn 17,21). ¡Cuánto necesitamos de la unidad en
la Iglesia! Que todos sean uno. ¡Cuánto necesitamos que los bautizados
sean uno, que los consagrados sean uno, que los sacerdotes sean uno, que
los obispos sean uno! ¡Hoy y siempre! Unidos en la fe. Unidos por la
esperanza. Unidos por la caridad. En esa unidad que brota de la comunión
con Cristo que nos une al Padre en el Espíritu y, en la Eucaristía, nos
une unos con otros en ese gran misterio que es la Iglesia. Les pido,
por favor, que recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana
porque está tentada de desunión. A ustedes le encomiendo la unidad, la
unidad de la Iglesia, la unidad de los agentes pastorales, de los
consagrados, del clero y de los obispos. El demonio es mentiroso y,
además, es chismoso, le encanta andar llevando de un lado para otro,
busca dividir, quiere que en la comunidad unas hablen mal de las otras.
Esto lo dije muchas veces, así que me repito: ¿saben lo que es la monja
chismosa? Es terrorista, peor que los de Ayacucho hace años, peor,
porque el chisme es como una bomba, entonces va y “suif, suiff suiff”
como el demonio, tira la bomba, destruye y se va tranquila. Monjas
terroristas no, sin chismes. Ya saben que el mejor remedio para no
chismeares morderse la lengua. La enfermera va a tener trabajo porque se
les va a inflamar la lengua, pero no tiraron la bomba. O sea, que no
haya chismes en el convento, porque eso lo inspira el demonio, porque es
chismoso por naturaleza y es mentiroso. Y acuérdense de los terroristas
de Ayacucho cuando tengan ganas de pasar un chisme.
Esfuércense en la vida fraterna, haciendo que cada monasterio sea un
faro que pueda iluminar en medio de la desunión y la división. Ayuden a
profetizar que esto es posible. Que todo aquel que se acerque a ustedes
pueda pregustar la bienaventuranza de la caridad fraterna, tan propia de
la vida consagrada y tan necesitada en el mundo de hoy y en nuestras
comunidades.
Cuando se vive la vocación en fidelidad, la vida se hace anuncio del
amor de Dios. Les pido que no dejen de dar ese testimonio. En esta
Iglesia de Nazarenas Carmelitas Descalzas, me permito recordar las
palabras de la Maestra de vida espiritual, santa Teresa de Jesús: «Si
pierden la guía, que es el buen Jesús, nunca acertarán el camino».
Siempre detrás de Él. “Ay, padre, pero a veces Jesús termina en el
Calvario”. Pues andá vos ahí también, que ahí también te espera, porque
te quiere. «Porque el mismo Señor dice que es camino; también dice el
Señor que es luz, y que no puede nadie ir al Padre sino por Él»[3].
Queridas hermanas, sepan una cosa: ¡la Iglesia no las tolera a
ustedes, las necesita! La Iglesia las necesita. Con su vida fiel sean
faros e indiquen a Aquel que es camino, verdad y vida, al único Señor
que ofrece plenitud a nuestra existencia y da vida en abundancia[4].
Recen por la Iglesia, recen por los pastores, por los consagrados,
por las familias, por los que sufren, por los que hacen daño y destruyen
tanta gente, por los que explotan a sus hermanos. Y por favor,
siguiendo con la lista de pecadores no se olviden, de rezar por mí.
Gracias.
[1] Manuscritos autobiográficos, Lisieux (1957), 227-229.
[2] Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 16.
[3] Libro de las Moradas, VI, cap. 7, n. 6.
[4] Cf. Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio 2016), 6.
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ORACIÓN A LAS RELIQUIAS DE LOS SANTOS PERUANOS
Catedral de San Juan Apóstol, Lima
Domingo, 21 de enero de 2018
Domingo, 21 de enero de 2018
Dios y Padre nuestro,
que por medio de Jesucristo
has instituido tu Iglesia
sobre la roca de los Apóstoles,
para que guiada por el Espíritu Santo
sea en el mundo signo e instrumento
de tu amor y misericordia,
te damos gracias por los dones
que has obrado en nuestra Iglesia en Lima.
que por medio de Jesucristo
has instituido tu Iglesia
sobre la roca de los Apóstoles,
para que guiada por el Espíritu Santo
sea en el mundo signo e instrumento
de tu amor y misericordia,
te damos gracias por los dones
que has obrado en nuestra Iglesia en Lima.
Te agradecemos de manera especial
la santidad florecida en nuestra tierra.
Nuestra Iglesia arquidiocesana,
fecundada por el trabajo apostólico
de santo Toribio de Mogrovejo;
engrandecida por la oración,
penitencia y caridad de santa Rosa de Lima
y san Martín de Porres;
adornada por el celo misionero
de san Francisco Solano
y el servicio humilde de san Juan Macías;
bendecida por el testimonio de vida cristiana
de otros hermanos fieles al Evangelio,
agradece tu acción en nuestra historia
y te suplica ser fiel a la herencia recibida.
la santidad florecida en nuestra tierra.
Nuestra Iglesia arquidiocesana,
fecundada por el trabajo apostólico
de santo Toribio de Mogrovejo;
engrandecida por la oración,
penitencia y caridad de santa Rosa de Lima
y san Martín de Porres;
adornada por el celo misionero
de san Francisco Solano
y el servicio humilde de san Juan Macías;
bendecida por el testimonio de vida cristiana
de otros hermanos fieles al Evangelio,
agradece tu acción en nuestra historia
y te suplica ser fiel a la herencia recibida.
Ayúdanos a ser Iglesia en salida,
acercándonos a todos,
en especial a los menos favorecidos;
enséñanos a ser discípulos misioneros
de Jesucristo, el Señor de los Milagros,
viviendo el amor, buscando la unidad
y practicando la misericordia
para que, protegidos por la intercesión
de Nuestra Señora de la Evangelización,
vivamos y anunciemos al mundo
el gozo del Evangelio.
acercándonos a todos,
en especial a los menos favorecidos;
enséñanos a ser discípulos misioneros
de Jesucristo, el Señor de los Milagros,
viviendo el amor, buscando la unidad
y practicando la misericordia
para que, protegidos por la intercesión
de Nuestra Señora de la Evangelización,
vivamos y anunciemos al mundo
el gozo del Evangelio.
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ENCUENTRO CON LOS OBISPOS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Palacio Arzobispal
Domingo, 21 de enero de 2018
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ENCUENTRO CON LOS OBISPOS
DISCURSO DEL SANTO PADRE
Palacio Arzobispal
Domingo, 21 de enero de 2018
Queridos hermanos en el episcopado:
Gracias por las palabras que me han dirigido el señor Cardenal
Arzobispo de Lima, y el Señor Presidente de la Conferencia Episcopal en
nombre de todos los presentes. Tenía ganas de estar con ustedes.
Mantengo un buen recuerdo de la visita ad limina del año pasado. Creo que ahí hablamos muchas cosas por eso lo que voy a decir hoy no va a ser tan extenso.
Los días transcurridos entre ustedes han sido muy intensos y
gratificantes. Pude escuchar y vivir las distintas realidades que
conforman estas tierras —una representación—, y compartir de cerca la fe
del santo Pueblo fiel de Dios, que nos hace tanto bien. Gracias por la
oportunidad de poder «tocar» la fe del Pueblo, de ese Pueblo que Dios
les ha confiado. Y realmente aquí no se puede no tocar. Si vos no tocás
la fe del Pueblo, la fe del Pueblo no te toca a vos; pero estar ahí, las
calles repletas, es una gracia y hay que ponerse de rodillas.
El lema de este viaje nos habla de unidad y de esperanza.
Es un programa arduo, pero a la vez provocador, que nos evoca las
proezas de santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de esta Sede y patrono
del episcopado latinoamericano, un ejemplo de «constructor de unidad
eclesial», como lo definió mi predecesor san Juan Pablo II en su primer Viaje Apostólico a esta tierra[1].
Es significativo que este santo Obispo sea representado en sus
retratos como un «nuevo Moisés». Como saben, en el Vaticano se custodia
un cuadro en el que aparece santo Toribio atravesando un río caudaloso,
cuyas aguas se abren a su paso como si se tratase del mar Rojo, para que
pudiera llegar a la otra orilla donde lo espera un numeroso grupo de
nativos. Detrás de santo Toribio hay una gran multitud de personas, que
es el pueblo fiel que sigue a su pastor en la tarea de la evangelización[2]. En la Pinacoteca Vaticana está esto. Esta hermosa imagen me «da pie» para centrar en ella mi reflexión con ustedes. Santo Toribio, el hombre que quiso llegar a la otra orilla.
Lo vemos desde el momento en que asume el mandato de venir a estas
tierras con la misión de ser padre y pastor. Dejó terreno seguro para
adentrarse en un universo totalmente nuevo, desconocido y desafiante.
Fue hacia una tierra prometida guiado por la fe como «garantía de los
bienes que se esperan» (Hb 11,1). Su fe y su confianza en el
Señor lo impulsó, y lo va a impulsar a lo largo de toda su vida a llegar
a la otra orilla, donde Él lo esperaba en medio de una multitud.
1. Quiso llegar a la otra orilla en busca de los lejanos y dispersos.
Para ello tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el
territorio confiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar
y estar allí donde se lo necesitaba, y ¡cuánto se lo necesitaba! Iba al
encuentro de todos por caminos que, al decir de su secretario, eran más
para las cabras que para las personas. Tenía que enfrentar los más
diversos climas y geografías, «de 22 años de episcopado —22 y un
cachito—, 18 los pasó fuera de Lima, fuera de su ciudad, recorriendo por
tres veces su territorio»[3],
que iba desde Panamá hasta el inicio de la capitanía de Chile, que no
sé dónde empezaba en aquel momento —quizás a la altura de Iquique, no
estoy seguro—, pero hasta el inicio de la capitanía de Chile. ¡Como
cualquiera de las diócesis de ustedes, no más…! Dieciocho años
recorriendo tres veces su territorio, sabía que esta era la única forma
de pastorear: estar cerca proporcionando los auxilios divinos,
exhortación que también realizaba continuamente a sus presbíteros. Pero
no lo hacía de palabra sino con su testimonio, estando él mismo en la
primera línea de la evangelización. Hoy le llamaríamos un Obispo
«callejero». Un obispo con suelas gastadas por andar, por recorrer, por
salir al encuentro para «anunciar el Evangelio a todos, en todos los
lugares, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el
pueblo, no puede excluir a nadie»[4]. ¡Cómo sabía esto santo Toribio! Sin miedo y sin asco se adentró en nuestro continente para anunciar la buena nueva.
2. Quiso llegar a la otra orilla no sólo geográfica sino cultural.
Fue así como promovió por muchos medios una evangelización en la lengua
nativa. Con el tercer Concilio Limense, procuró que los catecismos
fueran realizados y traducidos en quechua y aymara. Impulsó al clero a
que estudiara y conociera el idioma de los suyos para poder
administrarles los sacramentos de forma comprensible. Yo pienso a la
reforma litúrgica de Pío XII,
cuando empezó con esto a retomar para toda la Iglesia... Visitando y
viviendo con su Pueblo se dio cuenta de que no alcanzaba llegar tan sólo
físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje de
los otros, sólo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en
el corazón. ¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo
XXI!, que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el
digital, por citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros
jóvenes, de nuestras familias, de los niños… Como bien supo verlo santo
Toribio, no alcanza solamente llegar a un lugar y ocupar un territorio,
es necesario poder despertar procesos en la vida de las personas para
que la fe arraigue y sea significativa. Y para eso tenemos que hablar su
lengua. Es necesario llegar ahí donde se gestan los nuevos relatos y
paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos
del alma de nuestras ciudades y de nuestros pueblos[5].
La evangelización de la cultura nos pide entrar en el corazón de la
cultura misma para que ésta sea iluminada desde adentro por el
Evangelio.
Estoy seguro que me conmovió, anteayer, en Puerto Maldonado,
cuando… —entre todos esos nativos que había ahí de tantas etnias—, me
conmovió cuando tres me trajeron una estola; todos pintados, con sus
trajes: eran diáconos permanentes. Anímense, anímense, así lo hacía
Toribio. En aquella época no había diáconos permanentes, había
catequistas, pero en su lengua, en su cultura, y ahí se metió. Me
conmovió ver a esos diáconos permanentes.
3. Quiso llegar a la otra orilla de la caridad. Para nuestro patrono
la evangelización no podía darse lejos de la caridad. Porque sabía que
la forma más sublime de la evangelización era plasmar en la propia vida
la entrega de Jesucristo por amor a cada uno de los hombres. Los hijos
de Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no
practica la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su
hermano (cf. 1 Jn 3,10). En sus visitas pudo constatar los abusos
y los excesos que sufrían las poblaciones originarias, y así no le
tembló el pulso, en 1585, cuando excomulgó al corregidor de Cajatambo,
enfrentándose a todo un sistema de corrupción y tejido de intereses que
«arrastraba la enemistad de muchos», incluyendo al Virrey[6].
Así nos muestra al pastor que sabe que el bien espiritual no puede
nunca separarse del justo bien material y tanto más cuando se pone en
riesgo la integridad y la dignidad de las personas. Profecía episcopal
que no tiene miedo a denunciar los abusos y excesos que se cometen
frente a su pueblo. Y de este modo logra recordar dentro de la sociedad y
de sus comunidades que la caridad siempre va acompañada de la justicia y
no hay auténtica evangelización que no anuncie y denuncie toda falta
contra la vida de nuestros hermanos, especialmente contra la vida de los
más vulnerables. Es una alerta a cualquier tipo de coqueteo mundano que
nos ata las manos por algunas migajas; la libertad del Evangelio...
4. Quiso llegar a la otra orilla en la formación de sus sacerdotes.
Fundó el primer seminario postconciliar en esta zona del mundo,
impulsando de esta manera la formación del clero nativo. Entendió que no
bastaba llegar a todos lados y hablar la misma lengua, que era
necesario que la Iglesia pudiera engendrar a sus propios pastores
locales y así se convirtiera en madre fecunda. Para ello defendió la
ordenación de los mestizos —cuando estaba muy discutida la misma—
buscando alentar y estimular a que el clero, si se tenía que diferenciar
en algo, era por la santidad de sus pastores y no por la procedencia
racial[7].
Y esta formación no se limitaba solamente al estudio en el seminario,
sino que proseguía en las continuas visitas que les realizaba, estaba
cerca de sus curas. Ahí podía ver de primera mano el «estado de sus
curas», preocupándose por ellos. Cuenta la leyenda que en las vísperas
de Navidad su hermana le regaló una camisa para que la estrenara en las
fiestas. Ese día fue a visitar a un cura y al ver la situación en que
vivía, se sacó su camisa y se la entregó[8].
Es el pastor que conoce a sus sacerdotes. Busca alcanzarlos,
acompañarlos, estimularlos, amonestarlos —le recordó a sus curas que
eran pastores y no comerciantes y por lo tanto, habrían de cuidar y
defender a los indios como a hijos—[9]. Pero no lo hace desde «el escritorio», y así puede conocer a sus ovejas y ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor.
5. Quiso llegar a la otra orilla, la de la unidad. Promovió de manera
admirable y profética la formación e integración de espacios de
comunión y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de
Dios. Así lo señaló san Juan Pablo II cuando, en estas tierras,
hablándole a los obispos decía: «El tercer Concilio Limense es el
resultado de ese esfuerzo, presidido, alentado y dirigido por santo
Toribio, y que fructificó en un precioso tesoro de unidad en la fe, de
normas pastorales y organizativas a la vez que en válidas inspiraciones
para la deseada integración latinoamericana»[10].
Bien sabemos, que esta unidad y consenso fue precedida de grandes
tensiones y conflictos. No podemos negar las tensiones, existen, las
diferencias, existen; es imposible una vida sin conflictos. Pero estos
nos exigen, si somos hombres y cristianos, mirarlos de frente,
asumirlos. Pero asumirlos en unidad, en diálogo honesto y sincero,
mirándonos a la cara y cuidándonos de caer en tentación, o de ignorar lo
que pasó o quedar prisioneros y sin horizontes que ayuden a encontrar
caminos que sean de unidad y de vida. Resulta inspirador, en nuestro
camino de Conferencia Episcopal, recordar que la unidad siempre
prevalecerá sobre el conflicto[11].
Queridos hermanos obispos, trabajen para la unidad, no se queden presos
de divisiones que parcializan y reducen la vocación a la que hemos sido
llamados: ser sacramento de comunión. No se olviden que lo que atraía
de la Iglesia primitiva era ver cómo se amaban. Esa era, es y será la
mejor evangelización.
6. Y a santo Toribio le llegó el momento de cruzar hacia la orilla
definitiva, hacia esa tierra que lo esperaba y que iba degustando en su
continuo dejar la orilla. Este nuevo partir, no lo hacía solo. Al igual
que el cuadro que les comentaba al inicio, iba al encuentro de los
santos seguido de una gran muchedumbre a sus espaldas. Es el pastor que
ha sabido cargar «su valija» con rostros y nombres. Ellos eran su
pasaporte al cielo. Y fue tan así que no quisiera dejar de lado el
acorde final, el momento en que el pastor entregaba su alma a Dios. Lo
hizo en un caserío junto a su pueblo y un aborigen le tocaba la chirimía
para que el alma de su pastor se sintiera en paz. Ojalá, hermanos, que
cuando tengamos que emprender el último viaje podamos vivir estas cosas.
Pidamos al Señor que nos lo conceda[12].
Recemos unos por los otros y recen por mí. Gracias.
[1] Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
[2] Cf. Milagro de santo Toribio, Pinacoteca vaticana.
[3] Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).
[4] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23.
[6] Cf. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
[7] Cf. José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, en: Kathy Perales Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, 178.
[8] Cf. ibíd., 180.
[9] Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
[10] Juan Pablo II, Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
[12] Cf. Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo 2007).
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PAPA FRANCISCO
ÁNGELUS
Plaza de Armas, Lima
Domingo, 21 de enero de 2018
Domingo, 21 de enero de 2018
Queridos jóvenes: Me alegra poder reunirme con ustedes. Estos
encuentros para mí son muy importantes y más en este año en el cual nos
preparamos para el Sínodo sobre los jóvenes. Sus rostros, sus búsquedas,
sus vidas, son importantes para la Iglesia y debemos darle la
importancia que se merecen y tener la valentía que tuvieron muchos
jóvenes de esta tierra que no se asustaron de amar y jugar su vida por
Jesús.
¡Queridos amigos, cuántos ejemplos tienen ustedes! Pienso en san Martín de Porres. Nada le impidió a ese joven cumplir sus sueños, nada le impidió gastar su vida por los demás, nada le impidió amar y lo hizo porque había experimentado que el Señor lo había amado primero. Así como era: mulato, y teniendo que enfrentar muchas privaciones. A los ojos humanos, o de sus amigos, parecía que tenía todo para «perder» pero él supo hacer algo que sería el secreto de su vida: confiar. Confiar en el Señor que lo amaba, ¿ y saben por qué? Porque el Señor había confiado primero en él; como confía en cada uno de ustedes y no se cansará nunca de confiar. A cada uno de nosotros el Señor nos confía algo, y la respuesta es confiar en Él. Cada uno de ustedes piense ahora en su corazón: qué me confió el Señor? ¿Qué me confió el Señor? Cada uno piense… ¿Qué tengo en mi corazón que me confió el Señor?
Me podrán decir: pero hay veces que se vuelve muy difícil. Los entiendo. En esos momentos pueden venir pensamientos negativos, sentir que hay muchas situaciones que se nos vienen encima y pareciera que nos vamos quedando «fuera del mundial»; pareciera que nos van ganando. Pero no es así, aun en los momentos en que ya se nos viene la descalificación seguir confiando.
Hay momentos donde pueden sentir que se quedan sin poder realizar el deseo de sus vidas, de sus sueños. Todos pasamos por situaciones así. En esos momentos donde parece que se apaga la fe no se olviden que Jesús está a su lado. ¡No se den por vencidos, no pierdan la esperanza! No se olviden de los santos que desde el cielo nos acompañan; acudan a ellos, recen y no se cansen de pedir su intercesión. Esos santos de ayer pero también de hoy: esta tierra tiene muchos, porque es una tierra «ensantada». Perú es una tierra “ensantada”. Busquen la ayuda y el consejo de personas que ustedes saben que son buenas para aconsejar porque sus rostros muestran alegría y paz. Déjense acompañar por ellas y así andar el camino de la vida.
Pero hay algo más: Jesús quiere verlos en movimiento. A vos te quiere ver llevar adelante tus ideales, y que te animes a seguir sus instrucciones. Él los llevará por el camino de las bienaventuranzas, un camino nada fácil pero apasionante, es un camino que no se puede recorrer sólo, hay que recorrerlo en equipo, donde cada uno puede colaborar con lo mejor de sí. Jesús cuenta contigo como lo hizo hace mucho tiempo con santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Juan Macías, san Francisco Solano y tantos otros. Y hoy te pregunta a vos si, al igual que ellos: ¿estás dispuesto, estás dispuesta a seguirlo? [Responden: “Si”] ¿Hoy, mañana, vas a estar dispuesto o dispuesta a seguirlo? [Responden: “Si”] ¿Y dentro de una semana? [responden: “También”] No estés tan seguro, no estés tan segura. Mirá, si querés estar dispuesto a seguirlo, pedíle a Él que te prepare el corazón para estar dispuesto a seguirlo, ¿está claro?
Queridos amigos, el Señor los mira con esperanza, nunca se desanima de nosotros. A veces a nosotros nos pasa que nos desanimamos de un amigo, de una amiga porque nos parecía bueno y después vimos que no era tanto, y bueno, nos desanimamos y lo dejamos de lado. Jesús nunca se desanima, nunca. “Padre, pero si usted supiera las cosas que yo hago…, yo digo una cosa pero hago otra, mi vida no es del todo limpia…”. Así y todo Jesús no se desanima de vos. Y ahora, hagamos un poco de silencio. Cada uno mire en su corazón cómo es la propia vida, la mira en el corazón y vas a encontrar que por momentos hay cosas buenas, que por momentos hay cosas que no son tan buenas, y así y todo, Jesús no se desanima de vos. Y desde tu corazón decíle: “Gracias, Jesús, gracias porque viniste para acompañarme aun cuando estaba en las malas, gracias Jesús”. Se lo decimos todos: “Gracias, Jesús “Gracias, Jesús” (Repiten)
Es muy lindo ver las fotos arregladas digitalmente, pero eso sólo sirve para las fotos, no podemos hacerle «photoshop» a los demás, a la realidad, ni a nosotros. Los filtros de colores y la alta definición sólo andan bien en los videos, pero nunca podemos aplicárselos a los amigos. Hay fotos que son muy lindas, pero están todas trucadas, y déjenme decirles que el corazón no se puede «photoshopear», porque ahí es donde se juega el amor verdadero, ahí se juega la felicidad y ahí mostrás lo que sos: ¿cómo es tu corazón?.
Jesús no quiere que te «maquillen» el corazón; Él te ama así como eres y tiene un sueño para realizar con cada uno de ustedes. No se olviden: Él no se desanima de nosotros. Y si ustedes se desaniman los invito a agarrar la Biblia y acordarse y leer ahí los amigos que Jesús eligió, que Dios eligió:
Moisés era tartamudo; Abrahán, un anciano; Jeremías, era muy joven; Zaqueo, un petizo; los discípulos, cuando Jesús les decía que tenían que rezar, se dormían; la Magdalena, una pecadora pública; Pablo, un perseguidor de cristianos; y Pedro, lo negó, después lo hizo Papa, pero lo negó… y así podríamos seguir esa lista. Jesús te quiere como sos, así como quiso como eran a estos sus amigos, con sus defectos, con ganas de corregirse, pero así como sos, así te ama el Señor. No te maquilles, no te maquilles el corazón, pero mostrate delante de Jesús como sos para que Él te pueda ayudar a progresar en la vida.
Cuando Jesús nos mira, no piensa en lo perfecto somos, sino en todo el amor que tenemos en el corazón para brindar y para seguirlo a Él. Para Él eso es lo importante, eso lo más grande, ¿cuánto amor tengo yo en mi corazón? Y esa pregunta quiero que la hagamos también a nuestra Madre: “Madre, querida Virgen María, mirá el amor que tengo en el corazón, ¿es poco?, ¿es mucho?, no sé si es amor”.
Y tengan por seguro que Ella los acompañará en todos los momentos de su vida, en todas las encrucijadas de sus caminos, especialmente cuando tengan que tomar decisiones importantes. ¡No se desanimen, no se desanimen, vayan adelante, todos juntos! ¡Porque la vida vale la pena vivirla con la frente alta! Que Dios los bendiga.
Estamos en la Plaza Mayor de Lima, un lugar chiquito en una ciudad relativamente chiquita del mundo, pero el mundo es mucho más grande y está lleno de ciudades y de pueblos, y está lleno de problemas, y está lleno de guerras. Y hoy me llegan noticias muy preocupantes desde la República Democrática del Congo. Pensemos en el Congo. En estos momentos, desde esta plaza y con todos estos jóvenes, pido a las autoridades, a los responsables y a todos en ese amado país que pongan su máximo empeño y esfuerzo a fin de evitar toda forma de violencia y buscar soluciones en favor del bien común. Todos juntos, en silencio, rezamos por esta intención, por nuestros hermanos de la República Democrática del Congo.
Ángelus
¡Hasta la vista!
¡Queridos amigos, cuántos ejemplos tienen ustedes! Pienso en san Martín de Porres. Nada le impidió a ese joven cumplir sus sueños, nada le impidió gastar su vida por los demás, nada le impidió amar y lo hizo porque había experimentado que el Señor lo había amado primero. Así como era: mulato, y teniendo que enfrentar muchas privaciones. A los ojos humanos, o de sus amigos, parecía que tenía todo para «perder» pero él supo hacer algo que sería el secreto de su vida: confiar. Confiar en el Señor que lo amaba, ¿ y saben por qué? Porque el Señor había confiado primero en él; como confía en cada uno de ustedes y no se cansará nunca de confiar. A cada uno de nosotros el Señor nos confía algo, y la respuesta es confiar en Él. Cada uno de ustedes piense ahora en su corazón: qué me confió el Señor? ¿Qué me confió el Señor? Cada uno piense… ¿Qué tengo en mi corazón que me confió el Señor?
Me podrán decir: pero hay veces que se vuelve muy difícil. Los entiendo. En esos momentos pueden venir pensamientos negativos, sentir que hay muchas situaciones que se nos vienen encima y pareciera que nos vamos quedando «fuera del mundial»; pareciera que nos van ganando. Pero no es así, aun en los momentos en que ya se nos viene la descalificación seguir confiando.
Hay momentos donde pueden sentir que se quedan sin poder realizar el deseo de sus vidas, de sus sueños. Todos pasamos por situaciones así. En esos momentos donde parece que se apaga la fe no se olviden que Jesús está a su lado. ¡No se den por vencidos, no pierdan la esperanza! No se olviden de los santos que desde el cielo nos acompañan; acudan a ellos, recen y no se cansen de pedir su intercesión. Esos santos de ayer pero también de hoy: esta tierra tiene muchos, porque es una tierra «ensantada». Perú es una tierra “ensantada”. Busquen la ayuda y el consejo de personas que ustedes saben que son buenas para aconsejar porque sus rostros muestran alegría y paz. Déjense acompañar por ellas y así andar el camino de la vida.
Pero hay algo más: Jesús quiere verlos en movimiento. A vos te quiere ver llevar adelante tus ideales, y que te animes a seguir sus instrucciones. Él los llevará por el camino de las bienaventuranzas, un camino nada fácil pero apasionante, es un camino que no se puede recorrer sólo, hay que recorrerlo en equipo, donde cada uno puede colaborar con lo mejor de sí. Jesús cuenta contigo como lo hizo hace mucho tiempo con santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Juan Macías, san Francisco Solano y tantos otros. Y hoy te pregunta a vos si, al igual que ellos: ¿estás dispuesto, estás dispuesta a seguirlo? [Responden: “Si”] ¿Hoy, mañana, vas a estar dispuesto o dispuesta a seguirlo? [Responden: “Si”] ¿Y dentro de una semana? [responden: “También”] No estés tan seguro, no estés tan segura. Mirá, si querés estar dispuesto a seguirlo, pedíle a Él que te prepare el corazón para estar dispuesto a seguirlo, ¿está claro?
Queridos amigos, el Señor los mira con esperanza, nunca se desanima de nosotros. A veces a nosotros nos pasa que nos desanimamos de un amigo, de una amiga porque nos parecía bueno y después vimos que no era tanto, y bueno, nos desanimamos y lo dejamos de lado. Jesús nunca se desanima, nunca. “Padre, pero si usted supiera las cosas que yo hago…, yo digo una cosa pero hago otra, mi vida no es del todo limpia…”. Así y todo Jesús no se desanima de vos. Y ahora, hagamos un poco de silencio. Cada uno mire en su corazón cómo es la propia vida, la mira en el corazón y vas a encontrar que por momentos hay cosas buenas, que por momentos hay cosas que no son tan buenas, y así y todo, Jesús no se desanima de vos. Y desde tu corazón decíle: “Gracias, Jesús, gracias porque viniste para acompañarme aun cuando estaba en las malas, gracias Jesús”. Se lo decimos todos: “Gracias, Jesús “Gracias, Jesús” (Repiten)
Es muy lindo ver las fotos arregladas digitalmente, pero eso sólo sirve para las fotos, no podemos hacerle «photoshop» a los demás, a la realidad, ni a nosotros. Los filtros de colores y la alta definición sólo andan bien en los videos, pero nunca podemos aplicárselos a los amigos. Hay fotos que son muy lindas, pero están todas trucadas, y déjenme decirles que el corazón no se puede «photoshopear», porque ahí es donde se juega el amor verdadero, ahí se juega la felicidad y ahí mostrás lo que sos: ¿cómo es tu corazón?.
Jesús no quiere que te «maquillen» el corazón; Él te ama así como eres y tiene un sueño para realizar con cada uno de ustedes. No se olviden: Él no se desanima de nosotros. Y si ustedes se desaniman los invito a agarrar la Biblia y acordarse y leer ahí los amigos que Jesús eligió, que Dios eligió:
Moisés era tartamudo; Abrahán, un anciano; Jeremías, era muy joven; Zaqueo, un petizo; los discípulos, cuando Jesús les decía que tenían que rezar, se dormían; la Magdalena, una pecadora pública; Pablo, un perseguidor de cristianos; y Pedro, lo negó, después lo hizo Papa, pero lo negó… y así podríamos seguir esa lista. Jesús te quiere como sos, así como quiso como eran a estos sus amigos, con sus defectos, con ganas de corregirse, pero así como sos, así te ama el Señor. No te maquilles, no te maquilles el corazón, pero mostrate delante de Jesús como sos para que Él te pueda ayudar a progresar en la vida.
Cuando Jesús nos mira, no piensa en lo perfecto somos, sino en todo el amor que tenemos en el corazón para brindar y para seguirlo a Él. Para Él eso es lo importante, eso lo más grande, ¿cuánto amor tengo yo en mi corazón? Y esa pregunta quiero que la hagamos también a nuestra Madre: “Madre, querida Virgen María, mirá el amor que tengo en el corazón, ¿es poco?, ¿es mucho?, no sé si es amor”.
Y tengan por seguro que Ella los acompañará en todos los momentos de su vida, en todas las encrucijadas de sus caminos, especialmente cuando tengan que tomar decisiones importantes. ¡No se desanimen, no se desanimen, vayan adelante, todos juntos! ¡Porque la vida vale la pena vivirla con la frente alta! Que Dios los bendiga.
Estamos en la Plaza Mayor de Lima, un lugar chiquito en una ciudad relativamente chiquita del mundo, pero el mundo es mucho más grande y está lleno de ciudades y de pueblos, y está lleno de problemas, y está lleno de guerras. Y hoy me llegan noticias muy preocupantes desde la República Democrática del Congo. Pensemos en el Congo. En estos momentos, desde esta plaza y con todos estos jóvenes, pido a las autoridades, a los responsables y a todos en ese amado país que pongan su máximo empeño y esfuerzo a fin de evitar toda forma de violencia y buscar soluciones en favor del bien común. Todos juntos, en silencio, rezamos por esta intención, por nuestros hermanos de la República Democrática del Congo.
Ángelus
¡Hasta la vista!
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CEREMONIA DE DESPEDIDA
Aeropuerto de Lima, Perú
Domingo 21 de enero de 2018
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SANTA MISA
Base Aérea de Las Palmas (Lima)
Domingo, 21 de enero de 2018
Domingo, 21 de enero de 2018
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
«Levántate y vete a Nínive, la gran ciudad, y predícales el mensaje que te digo» (Jon
3,2). Con estas palabras, el Señor se dirigía a Jonás poniéndolo en
movimiento hacia esa gran ciudad que estaba a punto de ser destruida por
sus muchos males. También vemos a Jesús en el Evangelio de camino hacia
Galilea para predicar su buena noticia (cf. Mc 1,14). Ambas
lecturas nos revelan a Dios en movimiento de cara a las ciudades de ayer
y de hoy. El Señor se pone en camino: va a Nínive, a Galilea… a Lima, a
Trujillo, a Puerto Maldonado… aquí viene el Señor. Se pone en
movimiento para entrar en nuestra historia personal y concreta. Lo hemos
celebrado hace poco: es el Emmanuel, el Dios que quiere estar siempre con nosotros.
Sí, aquí en Lima, o en donde estés viviendo, en la vida cotidiana del
trabajo rutinario, en la educación esperanzadora de los hijos, entre tus
anhelos y desvelos; en la intimidad del hogar y en el ruido
ensordecedor de nuestras calles. Es allí, en medio de los caminos
polvorientos de la historia, donde el Señor viene a tu encuentro.
Algunas veces nos puede pasar lo mismo que a Jonás. Nuestras
ciudades, con las situaciones de dolor e injusticia que a diario se
repiten, nos pueden generar la tentación de huir, de escondernos, de
zafar. Y razones, ni a Jonás ni a nosotros nos faltan. Mirando la ciudad
podríamos comenzar a constatar que existen «ciudadanos que consiguen
los medios adecuados para el desarrollo de la vida personal y familiar
—y eso nos alegra—, el problema está en que son muchísimos los “no
ciudadanos”, “los ciudadanos a medias” o los “sobrantes urbanos”»[1]
que están al borde de nuestros caminos, que van a vivir a las márgenes
de nuestras ciudades sin condiciones necesarias para llevar una vida
digna y duele constatar que muchas veces entre estos «sobrantes humanos»
se encuentran rostros de tantos niños y adolescentes. Se encuentra el
rostro del futuro.
Y al ver estas cosas en nuestras ciudades, en nuestros barrios —que
podrían ser un espacio de encuentro y solidaridad, de alegría— se
termina provocando lo que podemos llamar el síndrome de Jonás: un
espacio de huida y desconfianza (cf. Jon 1,3). Un espacio para
la indiferencia, que nos transforma en anónimos y sordos ante los demás,
nos convierte en seres impersonales de corazón cauterizado y, con esta
actitud, lastimamos el alma del pueblo, de este pueblo noble. Como nos
lo señalaba Benedicto XVI,
«la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su
relación con el sufrimiento y con el que sufre. […] Una sociedad que no
logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la
compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también
interiormente, es una sociedad cruel e inhumana»[2].
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se dirigió a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios. A diferencia de Jonás, Jesús, frente a un
acontecimiento doloroso e injusto como fue el arresto de Juan, entra en
la ciudad, entra en Galilea y comienza desde ese pequeño pueblo a
sembrar lo que sería el inicio de la mayor esperanza: El Reino de Dios
está cerca, Dios está entre nosotros. Y el Evangelio mismo nos muestra
la alegría y el efecto en cadena que esto produce: comenzó con Simón y
Andrés, después Santiago y Juan (cf. Mc 1,14-20) y, desde esos
días, pasando por santa Rosa de Lima, santo Toribio, san Martín de
Porres, san Juan Macías, san Francisco Solano, ha llegado hasta nosotros
anunciado por esa nube de testigos que han creído en Él. Ha llegado
hasta Lima, hasta nosotros para comprometerse nuevamente como un
renovado antídoto contra la globalización de la indiferencia. Porque
ante este Amor, no se puede permanecer indiferentes.
Jesús invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a
eternidad: el amor a Dios y al prójimo; y lo hace de la única manera que
lo puede hacer, a la manera divina: suscitando la ternura y el amor de
misericordia, suscitando la compasión y abriendo sus ojos para que
aprendan a mirar la realidad a la manera divina. Los invita a generar
nuevos lazos, nuevas alianzas portadoras de eternidad.
Jesús camina la ciudad con sus discípulos y comienza a ver, a
escuchar, a prestar atención a aquellos que habían sucumbido bajo el
manto de la indiferencia, lapidados por el grave pecado de la
corrupción. Comienza a develar muchas situaciones que asfixiaban la
esperanza de su pueblo suscitando una nueva esperanza. Llama a sus
discípulos y los invita a ir con Él, los invita a caminar la ciudad,
pero les cambia el ritmo, les enseña a mirar lo que hasta ahora pasaban
por alto, les señala nuevas urgencias. Conviértanse, les dice, el Reino
de los Cielos es encontrar en Jesús a Dios que se mezcla vitalmente con
su pueblo, se implica e implica a otros a no tener miedo de hacer de
esta historia, una historia de salvación (cf. Mc 1,15.21 y ss.).
Jesús sigue caminando por nuestras calles, sigue al igual que ayer
golpeando puertas, golpeando corazones para volver a encender la
esperanza y los anhelos: que la degradación sea superada por la
fraternidad, la injusticia vencida por la solidaridad y la violencia
callada con las armas de la paz. Jesús sigue invitando y quiere ungirnos
con su Espíritu para que también nosotros salgamos a ungir con esa
unción, capaz de sanar la esperanza herida y renovar nuestra mirada.
Jesús sigue caminando y despierta la esperanza que nos libra
de conexiones vacías y de análisis impersonales e invita a involucrarnos
como fermento allí donde estemos, donde nos toque vivir, en ese
rinconcito de todos los días. El Reino de los cielos está entre ustedes
—nos dice— está allí donde nos animemos a tener un poco de ternura y
compasión, donde no tengamos miedo a generar espacios para que los
ciegos vean, los paralíticos caminen, los leprosos sean purificados y
los sordos oigan (cf. Lc 7,22) y así todos aquellos que dábamos
por perdidos gocen de la Resurrección. Dios no se cansa ni se cansará de
caminar para llegar a sus hijos. A cada uno. ¿Cómo encenderemos la
esperanza si faltan profetas? ¿Cómo encararemos el futuro si nos falta
unidad? ¿Cómo llegará Jesús a tantos rincones, si faltan audaces y
valientes testigos?
Hoy el Señor te invita a caminar con Él la ciudad, te invita a
caminar con Él tu ciudad. Te invita a que seas discípulo misionero, y
así te vuelvas parte de ese gran susurro que quiere seguir resonando en
los distintos rincones de nuestra vida: ¡Alégrate, el Señor está
contigo!
SALUDO FINAL
Doy las gracias al Cardenal Juan Luis Cipriani, Arzobispo de Lima,
por sus palabras, y a los obispos de Puerto Maldonado y de Trujillo,
cuyas jurisdicciones eclesiásticas pude visitar durante estos días.
También doy gracias al presidente de la Conferencia Episcopal, a mis
hermanos obispos por su presencia y a todos ustedes que han hecho
posible que esta visita dejara una huella en mi corazón.
Agradezco a todos los que han hecho posible este viaje, que fueron
muchos y muchos anónimos. En primer lugar, al señor Presidente Pedro
Pablo Kuczynski, a las autoridades civiles, a los miles de voluntarios
que con su trabajo silencioso y abnegado como «hormiguitas»
contribuyeron para que todo pudiera concretarse. Gracias voluntarios,
anónimos. Agradezco a la comisión organizadora y a todos los que con su
dedicación y esfuerzo hicieron posible este encuentro. De modo especial
quiero agradecer al grupo de arquitectos que han diseñado los tres
altares en las tres ciudades. Que Dios les conserve buen gusto. Me ha
hecho bien encontrarme con ustedes.
Comenzaba mi peregrinación entre ustedes diciendo que Perú es tierra
de esperanza. Tierra de esperanza por la biodiversidad que la compone,
con la belleza de una geografía capaz de ayudarnos a descubrir la
presencia de Dios.
Tierra de esperanza por la riqueza de sus tradiciones y costumbres que han marcado el alma de este pueblo.
Tierra de esperanza por los jóvenes, los cuales no son el futuro,
sino el presente de Perú. A ellos les pido que descubran en la sabiduría
de sus abuelos, de sus ancianos, el ADN que guió a sus grandes santos.
Chicas y chicos, por favor, no se desarraiguen. Abuelos y ancianos, no
dejen de transmitir a las jóvenes generaciones las raíces de su pueblo y
la sabiduría del camino para llegar al cielo. A todos los invito a no
tener miedo a ser los santos del siglo XXI.
Hermanos peruanos, tienen tantos motivos para esperar, lo lo vi, lo
“toqué” en estos días. Por favor, cuiden la esperanza, que no se la
roben. No hay mejor manera de cuidar la esperanza que permanecer
unidos, para que todos estos motivos que la sostienen, crezcan cada día
más.
La esperanza no defrauda (cf. Rm 5,5).
Los llevo en el corazón.
Que Dios los bendiga. Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.
[1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.
CEREMONIA DE DESPEDIDA
Aeropuerto de Lima, Perú
Domingo 21 de enero de 2018
A las 18:30, hora local (00.30 horas en Roma), el Santo Padre
FRANCISCO llegó al Aeropuerto internacional de Lima, donde tuvo lugar la
despedida oficial de Perú.
A su llegada, el Papa fue recibido por el Presidente de la República y
su esposa en la Sala Presidencial, donde tuvo lugar un breve encuentro.
Después de los honores militares y los saludos de las delegaciones
respectivas, el Santo Padre subió a bordo de un B767 de LATAM para
regresar a Italia.
El avión despegó a las 19.10 hora local (01.10 hora en Roma) y el aterrizaje en el Aeropuerto italiano de Roma-Ciampino donde llegó a
las 14:15 horas de hoy lunes, 22 de enero.
Telegrama al Presidente della República de Perú
Inmediatamente después de la salida en avión de Lima, el Santo Padre
FRANCISCO envió al Presidente della República de Perú, Pedro Pablo
Kuczynski, el telegrama siguiente:
A SU EXCELENCIA PEDRO PABLO KUCZYNSKI
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE PERU
LIMA
MIENTRAS SALGO DE PERÚ, DESEO EXPRESAR MI PROFUNDA GRATITUD A SU
EXCELENCIA, AL GOBIERNO Y AL AMADO PUEBLO DE PERÚ POR SU CALUROSA
BIENVENIDA Y GENEROSA HOSPITALIDAD. CON LA GARANTÍA DE MIS ORACIONES,
INVOCO SOBRE LA NACIÓN LA BENDICIÓN DE DIOS TODOPODEROSO
FRANCISCO PP
En el curso de viaje aéreo de Lima a Roma, sobrevolando Colombia,
Venezuela, Portugal, España, Francia e Italia, el Santo Padre ha enviado
a los respectivos Jefes de Estado los siguientes mensajes telegráficos:
Sobrevolando Colombia
SU EXCELENCIA JUAN MANUEL SANTOS
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA
BOGOTÁ
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE COLOMBIA
BOGOTÁ
EN MI VUELO DE REGRESO DE CHILE Y PERÚ
SOBREVOLANDO COLOMBIA, LE ENVÍO MIS CORDIALES SALUDOS A VUESTRA
EXCELENCIA Y A VUESTROS CIUDADANOS. RECORDANDO CON PLACER MI RECIENTE
VISITA A COLOMBIA, INVOCO LAS DIVINAS BENDICIONES DE PAZ Y ALEGRÍA SOBRE
LA NACIÓN.
FRANCISCUS PP.
Sobrevolando Venezuela
SU EXCELENCIA NICOLÁS MADURO
PRESIDENTE DE LA BOLIVARIANA REPÚBLICA DE VENEZUELA
CARACAS
PRESIDENTE DE LA BOLIVARIANA REPÚBLICA DE VENEZUELA
CARACAS
LE ENVÍO MIS CORDIALES SALUDOS A VUESTRA EXCELENCIA Y A TODO EL PLUEBLO DE VENEZUELA EN MI VUELO DE REGRESO DE CHILE Y PERÚ AL SOBREVOLAR POR VUESTRO PAÍS.
ENCOMENDANDO A LA NACIÓN A LA PROVIDENCIA DE DIOS TODOPODEROSO E
INVOCANDO SOBRE TODOS LAS BENDICIONES DIVINAS DE PAZ Y FORTALEZA
FRANCISCUS PP.
Sobrevolando Portugal
SU EXCELENCIA MARCELO REBELO DE SOUSA
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE PORTUGAL
LISBOA
AL SOBREVOLAR SOBRE PORTUGAL EN MI REGRESO DE MI VIAJE A CHILE Y PERÚ A TOMA, LE ENVÍO MIS CORDIALES SALUDOS A VUESTRA EXCELENCIA Y A VUESTROS CIUDADANOS. RECORDANDO CON PLACER MI RECIENTE VISITA A PORTUGAL, E INVOCO LAS DIVINAS BENDICIONES DE PAZ Y PROSPERIDAD SOBRE LA NACIÓN.
FRANCISCUS PP.
Sobrevolando España
A SU MAJESTAD FELIPE VI
REY DE ESPAÑA
MADRID
REY DE ESPAÑA
MADRID
EN MI VIAJE DE REGRESO A ROMA QUE ME LLEVA UNA
VEZ MÁS SOBRE EL ESPACIO AÉREO DE ESPAÑA, CORDIALMENTE RENUEVO MIS
ORACIONES PARA EL PUEBLO DE ESPAÑA PARA QUE PUEDA DISFRUTAR DE LAS
ABUNDANTES BENDICIONES DE DIOS TODOPODEROSO.
FRANCISCUS PP.
Sobrevolando Francia
SU EXCELENCIA EMMANUEL MACRON
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE FRANCIA
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE FRANCIA
PARIS
REGRESANDO A TOMA AL CONCLUIR MI VISITA
APOSTÓLICA A CHILE Y PERÚ, UNA VEZ MAŚ LE EXPRESO MIS MEJORES DESEOS A
VUESTRA EXCELENCIA Y A TODO EL PUEBLO DE FRANCIA. ASEGURÁNDOLES MIS
ORACIONES, GUSTOSAMENTE INVOCO SOBRE TODOS USTEDES LAS BENDICIONES DE
ALEGRÍA Y ARMONÍA DE DIOS TODOPODEROSO.
FRANCISCUS PP.
Telegrama al Presidente de la República Italiana
A SU EXCELENCIA
DON SERGIO MATTARELLA
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA
PALAZZO DEL QUIRINALE
AL
REGRESAR DEL VIAJE APOSTÓLICO A CHILE Y PERÚ, DONDE HE PODIDO ENCONTRAR
NUMEROSOS FIELES Y REPRESENTANTES DE AQUELLAS QUERIDAS POBLACIONES
ADMIRADO DE LA FE Y EL DESEO DE CRESCIMIENTO ESPIRITUAL Y SOCIAL,
EXPRESO A USTED, SEÑOR PRESIDENTE, MI CORDIAL SALUDO Y LE ASEGURO UNA
ESPECIAL ORACIÓN POR EL BIEN, LA SERENIDAD Y LA PROSPERIDAD DE TODA LA
NACIÓN ITALIANA, A LA CUAL ENVÍO DE CORAZÓN MI
BENDICIÓN.
FRANCISCUS PP.
[Traducido del original inglés e italiano por http://catolicidad.blogspot.mx]
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