CIUDAD DEL VATICANO (http://press.vatican.va - 28 de febrero de 2018). Hoy y mañana se celebra en Roma la conferencia internacional “Palliative Care: everywhere & by Everyone. Palliative care in every region. Palliative care in every religion or belief”,
organizada por la Academia Pontificia para la Vida. En esta ocasión, se
presentará oficialmente el proyecto PAL-Life, concebido y realizado por
la Pontificia Academia para la Vida para la difusión mundial de los
cuidados paliativos. Durante el Congreso se abordarán varios temas
importantes, como la contribución de los cuidados paliativos a la
medicina, a la asistencia sanitaria y a la sociedad, la difusión de los
cuidados paliativos, la repercusión de diferentes creencias religiosas y
perspectivas espirituales en el cuidado de los moribundos, las
implicaciones políticas y económicas de los cuidados paliativos. El
objetivo principal del Congreso y del proyecto PAL-Life es promover el
diálogo y la cooperación entre los diferentes actores que participan en
el ejercicio y la difusión de los cuidados paliativos y, a través de
ello, proteger la dignidad de los moribundos, haciéndose cargo de su
vulnerabilidad.
Carta que el Cardenal Secretario de
Estado, Pietro Parolin, ha enviado a S.E. Mons. Vincenzo Paglia,
presidente de la Pontificia Academia para la Vida con motivo de la
apertura de los trabajos de la conferencia:
Carta de S.E. el Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado
Excelencia Reverendísima,
En nombre del Santo Padre FRANCISCO y del mío propio, le saludo
cordialmente así como a los organizadores y a los participantes en la
Conferencia de Cuidados Paliativos. Se trata de argumentos que
conciernen los momentos finales de nuestra vida terrenal y que ponen al
ser humano frente a un límite que parece insuperable para la libertad,
suscitando a veces rebelión y angustia. Por eso, la sociedad actual
intenta de muchas maneras evitarlo o removerlo, y se olvida de escuchar
la inspirada indicación del Salmo: "Enséñanos a contar nuestros días y
adquiriremos un corazón sabio" (89.12). Nos privamos así de la riqueza
que se oculta precisamente en la finitud y de la ocasión de madurar una
forma de vida más sensata, tanto a nivel personal como social.
Los cuidados paliativos, sin embargo, no secundan esta renuncia a la
sabiduría de la finitud, y este es otro motivo de la importancia de
estas temáticas. Esos cuidados indican, en efecto, un redescubrimiento
de la vocación más profunda de la medicina, que consiste ante todo en cuidar:
su tarea es cuidar siempre, aunque no siempre sea posible curar.
Ciertamente, la empresa médica se basa en el esfuerzo incansable de
adquirir nuevos conocimientos y de superar un número cada vez mayor de
enfermedades. Pero los cuidados paliativos prueban, dentro de la
práctica clínica, la conciencia de que el límite requiere no solo ser
combatido y alejado, sino también reconocido y aceptado. Y esto
significa no abandonar a las personas enfermas, sino estar cerca de
ellas y acompañarlas en la difícil prueba que se presenta al final de la
vida. Cuando todos los recursos del "hacer" parecen agotados, emerge
entonces el aspecto más importante de las relaciones humanas, que es el
de "ser": estar presentes, estar cerca, ser acogedores. Esto también
implica compartir la impotencia de los que llegan al punto extremo de la
vida. Entonces, el límite puede cambiar de significado: no ya lugar de
separación y soledad, sino ocasión de encuentro y comunión. La muerte
misma se introduce en un horizonte simbólico dentro del cual puede
resaltar no tanto como el término contra el cual la vida se rompe y
sucumbe, sino más bien como el cumplimiento de una existencia recibida
gratuitamente y amorosamente compartida.
La lógica del cuidado recuerda, en efecto, esa dimensión de dependencia mutua del amor
que se evidencia en particular en los momentos de enfermedad y
sufrimiento, sobre todo al final de la vida, pero que en realidad
atraviesa todas las relaciones humanas y, aún más, constituye su
característica más específica "No estés en deuda con nadie, excepto de
amor; porque el que ama al otro ha cumplido la Ley "(Rom 13, 8): así nos
advierte y nos consuela el Apóstol. Parece, pues, razonable arrojar un
puente entre el cuidado que se ha recibido desde el comienzo de la vida y
que la ha permitido desplegarse en todo el arco de su desarrollo, y el
cuidado que se debe prestar responsablemente a los demás, en el
sucederse de las generaciones, hasta abrazar a toda la familia humana.
Por esta senda, puede encenderse la chispa que vincula la experiencia
del amoroso compartir de la vida humana, hasta su misteriosa despedida,
con la proclamación evangélica que ve a todos como hijos del mismo Padre
y reconoce en cada uno su imagen inviolable. Este precioso vínculo
defiende una dignidad, humana y teológica, que no cesa de vivir, ni
siquiera con la pérdida de la salud, del papel social y del control del
propio cuerpo. Es entonces cuando los cuidados paliativos muestran su
valor no solo en la práctica médica, -porque incluso cuando actúa con
eficacia logrando curaciones a veces espectaculares, no hay que olvidar
esta actitud fundamental que está en la raíz de cada relación de
cuidado- sino también más en general para toda la convivencia humana.
Vuestro programa de estos días resalta la multiplicidad de dimensiones
que entran en juego en la práctica de los cuidados paliativos. Una
tarea que moviliza muchas habilidades científicas, organizativas,
relacionales y comunicativas, incluidas el acompañamiento espiritual y
la oración. Además de las diversas figuras profesionales, se debe
subrayar la importancia de la familia en este camino. Desempeña
un papel único como lugar donde la solidaridad entre las generaciones se
presenta como constitutiva de la comunicación de la vida y la ayuda
mutua se experimenta incluso en tiempos de sufrimiento o enfermedad.
Precisamente por esta razón, en las etapas finales de la vida, la red
familiar, por frágil e inconexa que pueda ser en el mundo de hoy,
constituye siempre un elemento fundamental. Seguramente podemos
aprender mucho sobre esto de las culturas donde la cohesión familiar,
incluso en tiempos de dificultad, se tiene en alta estima.
Un tema muy actual para los cuidados paliativos es el de la terapia del dolor.
Ya Pío XII había legitimado con claridad, distinguiéndola de la
eutanasia, la administración de analgésicos para aliviar dolores
insoportables que no pueden ser tratados de otra forma, incluso si, en
la fase de muerte inminente, fueran la causa de un acortamiento de la
vida (cf. Acta Apostolicae Sedis XLIX [1957 ], 129-147). Hoy,
después de muchos años de investigación, el acortamiento de la vida ya
no es un efecto secundario frecuente, pero el mismo interrogante se
replantea con nuevos fármacos que actúan sobre el estado de consciencia
y hacen posibles diversas formas de sedación. El criterio ético no
cambia, pero el uso de estos procedimientos siempre requiere un
cuidadoso discernimiento y mucha prudencia. De hecho, son muy difíciles
tanto para los enfermos como para sus familias, como para los médicos:
con la sedación, especialmente cuando es prolongada y profunda, se anula
esa dimensión relacional y comunicativa que hemos visto que es crucial
en el acompañamiento de los cuidados paliativos. Por lo tanto, resulta
siempre, al menos parcialmente, insatisfactoria, por lo que debe
considerarse como un remedio extremo, después de haber examinado y
aclarado cuidadosamente las indicaciones.
La complejidad y lo delicado de los temas presentes en los cuidados
paliativos requieren una reflexión continua y una difusión de la
práctica para facilitar el acceso: una tarea en la que los creyentes
pueden encontrar compañeros de camino en muchas personas de buena
voluntad. Y es significativo que en esta perspectiva participen en
vuestro encuentro los representantes de diferentes religiones y culturas
en un esfuerzo por profundizar y en un compromiso compartido. También
en la formación de los agentes sanitarios, de aquellos con
responsabilidades públicas y en la sociedad en general, es importante
que estos esfuerzos se lleven a cabo juntos.
Mientras le pide que rece por su ministerio, el Santo Padre envía de
todo corazón, a Su Excelencia, y a todos los participantes en la
conferencia, la Bendición Apostólica. Uno mis mejores deseos personales y
le confirmo un distinguido saludo.
Cardenal Pietro Parolin
Secretario de Estado