"En
Cristo, -señaló FRANCISCO-, actúa el poder misericordioso de Dios, que
cura todo mal del cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es sólo un
sanador, es también maestro porque enseña desde la ''cátedra'' que
representa el monte y en la que pondrá a prueba a sus discípulos que se
plantean cómo dar comer a todos los presentes. Así, el apóstol Felipe
calcula rápidamente que organizando una colecta, se podrán recoger, como
máximo doscientos denarios para comprar el pan que, sin embargo, no
alcanzaría para dar de comer a cinco mil personas".
''Los
discípulos razonan en términos de ''mercado'' -explicó el Papa- pero
Jesús, a la lógica de comprar, sustituye otra lógica, la lógica de
dar... Y, he aquí, que Andrés, otro de los apóstoles... presenta a un
muchacho que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos
peces; pero de seguro – dice Andrés – no son nada para tanta gente''.
Ahora bien, eso es lo que Jesús esperaba y así dice a los discípulos que
pidan a la gente que se siente, toma los panes y los peces, los
bendice, da gracias al Padre y los distribuye.
''Estos
gestos anticipan los de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su
significado más verdadero. El pan de Dios es Jesús mismo. Haciendo la
Comunión con Él, recibimos su vida en nosotros y nos convertimos en
hijos del Padre celestial y hermanos entre nosotros. Tomando la Comunión
nos encontramos con Jesús, realmente vivo y resucitado. Participar en
la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la
gratuidad, de la participación. Y por más pobres que seamos, todos
podemos dar algo. ''Tomar la Comunión'' también significa tomar de
Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los demás lo que
somos y lo que tenemos''.
La
multitud está impresionada por el prodigio de la multiplicación de los
panes y los peces; pero el don que Jesús ofrece es mucho más: es
''plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no sólo el
hambre material, sino una más profunda: el hambre del sentido de la
vida, el hambre de Dios. Frente al sufrimiento, a la soledad, a la
pobreza y a las dificultades de tanta gente, ¿Qué podemos hacer?
Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer lo poco que tenemos.
Como el muchacho del Evangelio. Seguro que tenemos alguna hora de
tiempo, algún talento, alguna competencia... ¿Quién de nosotros no tiene
sus ''cinco panes y sus dos peces''? Todos los tenemos y si estamos
dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el
mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y, sobre todo, de
alegría. ¡Qué necesaria es la alegría en el mundo! Dios es capaz de
multiplicar nuestros pequeños gestos. Gestos de solidaridad y hacernos
partícipes de su don''.
''Que
nuestra oración -terminó el Pontífice- sostenga el esfuerzo común para
que nunca le falte a nadie el Pan del cielo que da la vida eterna ni lo
necesario para una vida decente, y para que se afirme la lógica de la
compartición y del amor. Que la Virgen María nos acompañe con su
intercesión maternal''.