sábado, 3 de septiembre de 2016

FRANCISCO: Ángelus de agosto 2016 (28, 21, 15, 14 y 7)

ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
AGOSTO 2016


Plaza de San Pedro
Domingo 28 de agosto de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El episodio del Evangelio de hoy nos muestra a Jesús en la casa de uno de los jefes de los fariseos, observando entretenido cómo los invitados al almuerzo se afanan en ocupar los primeros puestos. Es una escena que hemos visto muchas veces: hacerse con el mejor sitio incluso con los codos. Al ver esta escena, Él narra dos breves parábolas con las cuales ofrece dos indicaciones: una se refiere al lugar, la otra se refiere a la recompensa.


La primera semejanza está ambientada en un banquete nupcial. Jesús dice: «cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú, y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: “Déjale el sitio a este”.... al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto» (Lc 14, 8-9). Con esta recomendación, Jesús no pretende dar normas de comportamiento social, sino una lección sobre el valor de la humildad. La historia enseña que el orgullo, el arribismo, la vanidad y la ostentación son la causa de muchos males. Y Jesús nos hace entender la necesidad de elegir el último lugar, es decir, de buscar la pequeñez y pasar desapercibidos: la humildad. Cuando nos ponemos ante Dios en esta dimensión de humildad, Dios nos exalta, se inclina hacia nosotros para elevarnos hacia Él: «Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado» (v. 11).


Las palabras de Jesús subrayan actitudes completamente distintas y opuestas: la actitud de quien se elige su propio sitio y la actitud de quien se lo deja asignar por Dios y espera de Él la recompensa. No lo olvidemos: ¡Dios paga mucho más que los hombres! ¡Él nos da un lugar mucho más bonito que el que nos dan los hombres! El lugar que nos da Dios está cerca de su corazón y su recompensa es la vida eterna. «Y serás dichoso —dice Jesús— ...se te recompensará en la resurrección de los justos» (v. 14).


Es lo que describe la segunda parábola, en la cual Jesús indica la actitud desinteresada que debe caracterizar la hospitalidad, y dice así: «Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque ellos no te pueden corresponder» (vv. 13-14). Se trata de elegir la gratuidad en lugar del cálculo oportunista que intenta obtener una recompensa, que busca el interés y que intenta enriquecerse cada vez más. En efecto, los pobres, los sencillos, los que no cuentan, jamás podrán corresponder a una invitación para almorzar. Jesús demuestra de esta manera, su preferencia por los pobres y los excluidos, que son los privilegiados del Reino de Dios, y difunde el mensaje fundamental del Evangelio que es servir al prójimo por amor a Dios. Hoy, Jesús se hace portavoz de quien no tiene voz y dirige a cada uno de nosotros un llamamiento urgente para abrir el corazón y hacer nuestros los sufrimientos y las angustias de los pobres, de los hambrientos, de los marginados, de los refugiados, de los derrotados por la vida, de todos aquellos que son descartados por la sociedad y por la prepotencia de los más fuertes. Y estos descartados representan, en realidad, la mayor parte de la población.


En este momento, pienso con gratitud en los comedores donde tantos voluntarios ofrecen su servicio, dando de comer a personas solas, necesitadas, sin trabajo o sin casa. Estos comedores y otras obras de misericordia —como visitar a los enfermos, a los presos...— son gimnasios de caridad que difunden la cultura de la gratuidad, porque todos los que trabajan en ellas están impulsados por el amor de Dios e iluminados por la sabiduría del Evangelio. De esta manera el servicio a los hermanos se convierte en testimonio de amor, que hace creíble y visible el amor de Cristo.


Pidamos a la Virgen María que nos guíe cada día por la senda de la humildad, Ella que fue humilde toda su vida, y nos haga capaces de gestos gratuitos de acogida y solidaridad hacia los marginados, para ser dignos de la recompensa divina.



Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Deseo renovar mi cercanía espiritual a los habitantes de Lazio, Marche y Umbria, duramente golpeados por el terremoto de estos días. Pienso particularmente en la gente de Amatrice, Accumoli, Arquata del Tronto, de Norcia. Una vez más digo a esas queridas poblaciones que la Iglesia comparte su sufrimiento y sus preocupaciones. Recemos por los difuntos y por los supervivientes. La rapidez con la cual las autoridades, fuerzas de seguridad, protección civil y voluntarios están actuando, demuestra cuánto sea importante la solidaridad para superar pruebas tan dolorosas. Queridos hermanos y hermanas, en cuanto sea posible también yo espero poder visitaros, para llevaros en persona el conforto de la fe, el abrazo de padre y hermano y el apoyo de la esperanza cristiana. Oremos por estos hermanos y hermanas todos juntos:


Ave María...


Ayer en Santiago del Estero, en Argentina, fue proclamada Beata Sor María Antonia de San José: el pueblo la llama Mama Antula. Que su ejemplar testimonio cristiano, especialmente su apostolado en la promoción de los ejercicios espirituales, puedan suscitar el deseo de adherir cada vez más a Cristo y al Evangelio.


El próximo jueves, 1° de septiembre, celebraremos la Jornada mundial de oración por el cuidado de la creación junto con los hermanos ortodoxos y de otras Iglesias: será una ocasión para reforzar el compromiso común para proteger la vida, respetando el ambiente y la naturaleza.


Saludo ahora a todos los peregrinos provenientes de Italia y de distintos países, en particular a los monaguillos de Kleinraming (Austria); los Marinos de la Nave Escuela «Fragata Libertad» —lo he dicho en español porque ¡la tierra tira!; a los fieles de Gonzaga, Spirano, Brembo, Cordenons y Daverio; a los jóvenes de Venaria, Val Liona, Angarano, Moncalieri y Tombelle.


A todos os deseo un feliz domingo y, por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Feliz almuerzo y adiós!
 
 
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Plaza de San Pedro
Domingo 21 de agosto de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


La hodierna página evangélica nos sugiere meditar sobre el tema de la salvación. El evangelista Lucas narra que a Jesús, viajando a Jerusalén, durante el recorrido se le acerca uno que le formula esta pregunta: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» (Lc 13, 23). Jesús no da una respuesta directa sino que traslada el debate a otro plano, con un lenguaje sugestivo, que al inicio tal vez los discípulos non comprenden: «Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán» (v. 24). Con la imagen de la puerta, Él quiere que sus interlocutores entiendan que no es cuestión de número —cuántos se salvarán—, no importa saber cuántos, sino que lo importante es que todos sepan cuál es el camino que conduce a la salvación.


Tal recorrido prevé que se atraviese una puerta. Pero, ¿dónde está la puerta? ¿Cómo es la puerta? ¿Quién es la puerta? Jesús mismo es la puerta. Lo dice Él en el Evangelio de Juan: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 9). Él nos conduce a la comunión con el Padre, donde encontramos amor, comprensión y protección. Pero, ¿por qué esta puerta es estrecha?, se puede preguntar. ¿Por qué dice que es estrecha? Es una puerta estrecha no porque sea opresiva; sino porque nos exige restringir y contener nuestro orgullo y nuestro miedo, para abrirnos con el corazón humilde y confiado a Él, reconociéndonos pecadores, necesitados de su perdón. Por eso es estrecha: para contener nuestro orgullo, que nos hincha. La puerta de la misericordia de Dios es estrecha pero ¡siempre abierta de par en par para todos! Dios no tiene preferencias, sino que acoge siempre a todos, sin distinción. Una puerta estrecha para restringir nuestro orgullo y nuestro miedo; una puerta abierta de par en par para que Dios nos reciba sin distinción. Y la salvación que Él nos ofrece es un flujo incesante de misericordia que derriba toda barrera y abre interesantes perspectivas de luz y de paz. La puerta estrecha pero siempre abierta: no os olvidéis de esto.


Jesús hoy nos ofrece, una vez más, una apremiante invitación a dirigirnos hacia Él, a pasar el umbral de la puerta de la vida plena, reconciliada y feliz. Él nos espera a cada uno de nosotros, cualquiera que sea el pecado que hayamos cometido, para abrazarnos, para ofrecernos su perdón. Solo Él puede transformar nuestro corazón, solo Él puede dar un sentido pleno a nuestra existencia, donándonos la verdadera alegría. Entrando por la puerta de Jesús, la puerta de la fe y del Evangelio, nosotros podremos salir de los comportamientos mundanos, de los malos hábitos, de los egoísmos y de la cerrazón. Cuando hay contacto con el amor y la misericordia de Dios, hay un auténtico cambio. Y nuestra vida es iluminada por la luz del Espíritu Santo: ¡una luz inextinguible!


Quisiera haceros una propuesta. Pensemos ahora, en silencio, por un momento, en las cosas que tenemos dentro de nosotros y que nos impiden atravesar la puerta: mi orgullo, mi soberbia, mis pecados. Y luego, pensemos en la otra puerta, aquella abierta de par en par por la misericordia de Dios que al otro lado nos espera para darnos su perdón.


El Señor nos ofrece tantas ocasiones para salvarnos y entrar a través de la puerta de la salvación. Esta puerta es una ocasión que no se debe desperdiciar: no debemos hacer discursos académicos sobre la salvación, como aquel que se había dirigido a Jesús, sino que debemos aprovechar las ocasiones de salvación. Porque llegará el momento en que «el dueño de casa se levantará y cerrará la puerta» (cf. Lc 13,25), como nos lo ha recordado el Evangelio. Pero si Dios es bueno y nos ama, ¿por qué llegará el momento en que cerrará la puerta? Porque nuestra vida no es un videojuego o una telenovela; nuestra vida es seria y el objetivo que hay que alcanzar es importante: la salvación eterna.


A la Virgen María, Puerta del Cielo, pidamos que nos ayude a aprovechar las ocasiones que el Señor nos ofrezca para pasar el umbral de la puerta de la fe y entrar así en un ancho camino: es el camino de la salvación capaz de acoger a todos aquellos que se dejan incluir por el amor. Es el amor que salva, el amor que ya en la tierra es fuente de bienaventuranza de cuantos, en la mansedumbre, en la paciencia y en la justicia, se olvidan de sí mismos y se entregan a los demás, especialmente a los más débiles.


Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Me ha llegado la triste noticia del sangriento atentado que ayer ha herido a la querida Turquía. Recemos por las víctimas, por los muertos y los heridos y pidamos el don de la paz para todos.


Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los provenientes de varios países, en particular a los fieles de Kalisz (Polonia) y Gondomar (Portugal); querría además saludar de manera especial a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio norteamericano. ¡Bienvenidos a Roma!


Saludo a la Asociación Santísimo Redentor de Manfredonia, a los motociclistas del Polesine, a los fieles de Delianuova y a los de Verona que han llegado peregrinando a pie. Saludo a los jóvenes de Padulle, venidos para ofrecer su servicio en el comedor de Cáritas Roma.


A todos os deseo un feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí.


¡Buen almuerzo y adiós!


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SOLEMNIDAD DE LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

 Plaza de San Pedro
Lunes 15 de agosto de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! ¡feliz fiesta de la Asunción!


La página evangélica (Lc 1, 39-56) de la fiesta de hoy de la Asunción de María al cielo, describe el encuentro entre María y su prima Isabel, destacando que «se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá» (v. 39). Esos días, María corría hacia una pequeña ciudad en los alrededores de Jerusalén para encontrarse con Isabel. Hoy, sin embargo, la contemplamos en su camino hacia la Jerusalén celestial, para encontrar finalmente el rostro del Padre y volver a ver el rostro de su hijo Jesús. Muchas veces en su vida terrena había recorrido zonas montuosas, hasta la última dolorosa etapa del Calvario, asociada al misterio de la pasión de Cristo. Hoy la vemos alcanzar la montaña de Dios, «vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1) —como dice el libro del Apocalipsis— y la vemos cruzar el umbral de la patria celestial.


Ha sido la primera en creer en el Hijo de Dios, y es la primera en ser ascendida al cielo en alma y cuerpo. Fue la primera que acogió y tomó en brazos a Jesús cuando aún era un niño, es la primera en ser acogida en sus brazos para entrar en el Reino eterno del Padre. María, una humilde y sencilla joven de un pueblecito perdido de la periferia del Imperio romano, justamente porque acogió y vivió el Evangelio, fue admitida por Dios para estar en la eternidad al lado del trono de su Hijo. De este modo el Señor derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes (cf. Lc 1, 52).


La Asunción de María es un misterio grande que concierne a cada uno de nosotros, atañe a nuestro futuro. María, efectivamente, nos precede en la vía por la que se encaminan quienes, mediante el Bautismo, han unido su vida a Jesús, así como María unió a Él su propia vida. La fiesta de hoy nos hace mirar al cielo, pre-anuncia los «cielos nuevos y la tierra nueva», con la victoria de Cristo resucitado sobre la muerte y la derrota definitiva del maligno. Por tanto, la alegría de esa humilde joven de Galilea, expresada en el cántico del Magníficat, se convierte en el canto de la humanidad entera, que se complace al ver al Señor inclinarse sobre todos los hombres y mujeres, criaturas humildes, y admitirles con Él en el cielo.


El Señor se inclina sobre los humildes para elevarles, como proclama el cántico del Magníficat. Este canto de María nos lleva a pensar también en tantas situaciones dolorosas actuales, particularmente en las mujeres superadas por el peso de la vida y el drama de la violencia, en las mujeres esclavas de la prepotencia de los poderosos, en las niñas obligadas a realizar trabajos inhumanos, en las mujeres obligadas a rendirse con su cuerpo y su espíritu a la avidez de los hombres. Que para ellas llegue cuanto antes el inicio de una vida de paz, de justicia, de amor, en espera del día en el cual, finalmente, se sentirán aferradas por manos que no las humillen, sino que con ternura las levanten y conduzcan, por la senda de la vida, hasta el cielo. María, una joven, una mujer que ha sufrido tanto en su vida, nos hace pensar en estas mujeres que sufren mucho. Pidamos al Señor que Él mismo las conduzca de la mano y las lleve por la senda de la vida, liberándolas de estas esclavitudes.


Y ahora nos dirigimos con confianza a María, dulce Reina del cielo, y le pedimos: «dónanos días de paz, vigila nuestro camino, haz que veamos a tu Hijo, llenos de la alegría del cielo» (Himno de las Segundas Vísperas). 



Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


A la Reina de la paz, que contemplamos en la gloria celestial querría encomendar una vez más las ansias y los dolores de las poblaciones que en muchas partes del mundo son víctimas inocentes de conflictos duraderos. Mi pensamiento va dirigido a los habitantes Kivu del Norte, en la República Democrática del Congo, recientemente golpeados por nuevas masacres que desde hace tiempo son perpetradas con un silencio vergonzoso, sin ni siquiera llamar nuestra atención. Estas víctimas forman parte, desgraciadamente, de los muchos inocentes que no tienen peso en la opinión mundial. ¡Que María obtenga para todos sentimientos de compasión, de comprensión y de deseo de concordia!


¡Os saludo a vosotros, romanos y peregrinos provenientes de distintos lugares! en particular saludo a los jóvenes de Villadose, a los fieles de Credaro y a los de Crosara.


Deseo una feliz fiesta de la Asunción a todos los que estáis aquí presentes y a los que se encuentran en los distintos lugares de vacaciones, así como a los que no han podido tomarse vacaciones, especialmente a los enfermos, y a las personas solas y a quienes aseguran durante estos días de fiesta los servicios indispensables para la comunidad.


Os doy las gracias por haber venido y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!


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Plaza de San Pedro
Domingo 14 de agosto de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


El Evangelio de este domingo (Lc 12, 49-53) forma parte de las enseñanzas de Jesús dirigidas a sus discípulos a lo largo del camino de subida hacia Jerusalén, donde le espera la muerte en la cruz. Para indicar el objetivo de su misión, Él se sirve de tres imágenes: el fuego, el bautismo y la división. Hoy deseo hablar de la primera imagen: el fuego.


Jesús la narra con estas palabras: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, ¡y cúanto desearía que ya estuviera encendido!» (v. 49). El fuego del cual habla Jesús es el fuego del Espíritu Santo, presencia viva y operante en nosotros desde el día de nuestro Bautismo. Este –el fuego– es una fuerza creadora que purifica y renueva, quema toda miseria humana, todo egoísmo, todo pecado, nos transforma desde dentro, nos regenera y nos hace capaces de amar. Jesús desea que el Espíritu Santo estalle como el fuego en nuestro corazón, porque sólo partiendo del corazón el incendio del amor divino podrá extenderse y hacer progresar el Reino de Dios. No parte de la cabeza, parte del corazón. Y por eso Jesús quiere que el fuego entre en nuestro corazón. Si nos abrimos completamente a la acción de este fuego que es el Espíritu Santo, Él nos donará la audacia y el fervor para anunciar a todos a Jesús y su confortante mensaje de misericordia y salvación, navegando en alta mar, sin miedos.


Cumpliendo su misión en el mundo, la Iglesia —es decir, todos los que somos la Iglesia— necesita la ayuda del Espíritu Santo para no ser paralizada por el miedo y el cálculo, para no acostumbrarse a caminar dentro de confines seguros. Estas dos actitudes llevan a la Iglesia a ser una Iglesia funcional, que nunca arriesga. En cambio, la valentía apostólica que el Espíritu Santo enciende en nosotros como un fuego nos ayuda a superar los muros y las barreras, nos hace creativos y nos impulsa a ponernos en marcha para caminar incluso por vías inexploradas o incómodas, dando esperanzas a cuantos encontramos. Con este fuego del Espíritu Santo estamos llamados a convertirnos cada vez más en una comunidad de personas guiadas y transformadas, llenas de comprensión, personas con el corazón abierto y el rostro alegre. Hoy más que nunca se necesitan sacerdotes, consagrados y fieles laicos, con la atenta mirada del apóstol, para conmoverse y detenerse ante las minusvalías y la pobreza material y espiritual, caracterizando así el camino de la evangelización y de la misión con el ritmo sanador de la proximidad.


Es precisamente el fuego del Espíritu Santo que nos lleva a hacernos prójimos de los demás, de los necesitados, de tantas miserias humanas, de tantos problemas, de los refugiados, de aquellos que sufren.


En este momento, pienso también con admiración sobre todo en los numerosos sacerdotes, religiosos y fieles laicos que, por todo el mundo, se dedican a anunciar el Evangelio con gran amor y fidelidad, no pocas veces a costa de sus vidas. Su ejemplar testimonio nos recuerda que la Iglesia no necesita burócratas y diligentes funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de llevar a todos la confortante palabra de Jesús y su gracia. Este es el fuego del Espíritu Santo. Si la Iglesia no recibe este fuego o no lo deja entrar en sí, se convierte en una Iglesia fría o solamente tibia, incapaz de dar vida, porque está compuesta por cristianos fríos y tibios. Nos hará bien, hoy, tomarnos cinco minutos y preguntarnos: ¿Cómo está mi corazón? ¿Es frío? ¿Es tibio? ¿Es capaz de recibir este fuego? Dediquemos cinco minutos a esto. Nos hará bien a todos.


Y pidamos a la Virgen María que rece con nosotros y por nosotros al Padre celeste, para que infunda sobre todos los creyentes el Espíritu Santo, fuego divino que enciende los corazones y nos ayuda a ser solidarios con las alegrías y los sufrimientos de nuestros hermanos. Que nos sostenga en nuestro camino el ejemplo de san Maximiliano Kolbe, mártir de la caridad, de quien hoy celebramos la fiesta: que él nos enseñe a vivir el fuego del amor por Dios y por el prójimo.



Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas:


Saludo con afecto a todos vosotros, romanos y peregrinos presentes.


Hoy también tengo la alegría de saludar a algunos grupos de jóvenes: ante todo a los scouts llegados de París. Así como a los jóvenes llegados a Roma, de peregrinación a pie o en bicicleta desde Bisuschio, Treviso, Solarolo, Macherio, Sovico, Vall’Alta di Bergamo y a los seminaristas del seminario menor de Bergamo.


Os repito, también a vosotros, las palabras que han sido el tema del gran encuentro de Cracovia: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos encontrarán la misericordia». ¡Esforzáos en perdonar siempre y tened un corazón compasivo!


Saludo también a las asociaciones del proyecto «Cartoline in bicicletta».


A todos os deseo un feliz domingo y un buen almuerzo.


Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.


¡Adiós!

  
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Plaza de San Pedro
Domingo 7 de agosto de 2016



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


En el pasaje de hoy del Evangelio (Lc 12,32-48), Jesús habla a sus discípulos del comportamiento que deben asumir en vista del encuentro final con Él, y explica como la espera de este encuentro debe impulsar a una vida rica de obras buenas. Entre otras dice: «Vendan sus posesiones y denlas en limosna; háganse bolsas que no acumulen, un tesoro seguro en los cielos, donde el ladrón no llega ni la polilla lo consume» (v. 33). Es una invitación a dar valor a la limosna como obra de misericordia, a no depositar la confianza en los bienes efímeros, a usar las cosas sin apego al egoísmo, pero según la lógica de Dios, la lógica de la atención a los otros, la lógica del amor. Nosotros podemos, ser tan apegados al dinero, a tantas cosas, pero al final no podemos llevárnoslas con nosotros. Recuerden que “el sudario no tiene bolsillos”.



La enseñanza de Jesús prosigue con tres breves parábolas sobre el tema de la vigilancia. Esto es importante: la vigilancia, estar atentos, estar vigilantes en la vida. La primera es la parábola de los sirvientes que espera en la noche el regreso del patrón. «Felices aquellos sirvientes que patrón a su regreso encuentra velando su llegada» (v. 37): y la felicidad de atender con fe al Señor, de estar preparados rápido, en actitud de servicio. Ël se hace presente cada día, llama a la puerta de nuestro corazón. Y será beato quien lo abrirá, porque tendrá una gran recompensa: es más el Señor mismo se hará siervo de sus siervos - es una bella recompensa - en el gran banquete de su Reino pasará Él mismo a servirles. Con esta parábola, ambientada de noche, Jesús presenta la vida como una vigilia de espera laboriosa, que es preludio al día luminoso de la eternidad. Para poder acceder necesitamos estar prontos, despiertos y comprometidos al servicio de los otros, en la consolante perspectiva que, “desde allí”, no seremos más nosotros para servir a Dios, sino Él mismo nos acogerá a su mesa. Pensándolo bien, esto ocurre ya hoy cada vez que encontramos al Señor en la oración, ocurre en el servicio a los pobres, y sobretodo en la Eucaristía, donde Él prepara un banquete para nutrirnos de su Palabra y de su Cuerpo.
 

La segunda parábola tiene como imagen la venida imprevisible del ladrón. Este hecho exige una vigilancia; es más Jesús exhorta: «Estad prontos, porque, en la hora que no imaginan, vendrá el Hijo del hombre» (v. 40). El discípulo es aquel que espera al Señor y a su Reino. El Evangelio aclara esta perspectiva con la tercera parábola: el administrador de una casa después de la partida del patrón. En el primer cuadro, el administrador sigue fielmente a sus deberes y recibe la recompensa. En el segundo cuadro, el administrador abusa de su autoridad y golpea a los siervos, por lo cual, al regreso imprevisto del patrón, será castigado. Esta escena describe una situación frecuente aún en nuestros días: tantas injusticias, violencia y maldades cotidianas nacen de la idea de comportarse como patrones en la vida de los otros. Tenemos un sólo patrón al cual no le gusta hacerse llamar “patrón” sino “Padre”. Nosotros todos somos siervos, pecadores e hijos: Él es el único Padre.


Jesús hoy nos recuerda que la espera de la bienaventuranza eterna no nos dispensa del compromiso de hacer más justo y más habitable el mundo. Es más, justo esta nuestra esperanza de poseer el Reino en la eternidad nos empuja a trabajar para mejorar las condiciones de la vida terrena, especialmente de los hermanos más débiles. La Virgen María nos ayude a ser personas y comunidad no conformes con el presente, o, peor, nostálgicas del pasado, pero dirigidas hacia el futuro de Dios, hacia el encuentro con Él, nuesstra vida y nuestra esperanza.





Después del Ángelus:


Queridos hermanos y hermanas,


Desafortunadamente desde Siria continúan llegando noticias de víctimas civiles de la guerra, en particular de Aleppo. Es inaceptable que tantas personas inermes –  también tantos niños – deban pagar el precio del conflicto, el precio de la cerrazón del corazón y de la falta de la voluntad de paz de los potentados. Estamos cercanos con la oración y la solidaridad a los hermanos y hermanas sirios, y los encomendamos a la materna protección de la Virgen María, Oremos todos un poco en silencio y posteriormente el Ave María.
 

¡Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios Países! ¡Veo tantas banderas!


Hoy están presentes diversos grupos de chicos y jóvenes. ¡Los saludo con gran afecto! En particular, al grupo de la pastoral juvenil de Verona; a los jóvenes de Padova, Sandrigo y Brembilla; al grupo de chicos de Fasta, venidos de Argentina. Pero estos argentinos hacen escándalo por todas partes! Así mismo saludo a los adolescentes de Campogalliano y San Matteo della Decima, venidos a Roma para desempeñar un servicio de voluntariado en centros de acogida.


Saludo también a los fieles de Sforzatica, diócesis de Bergamo.


A todos deseo un buen domingo. Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!


 (Traducción del original italiano: http://catolicidad.blogspot.com)


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