CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
Basílica Vaticana
Domingo 14 de enero de 2018
Basílica Vaticana
Domingo 14 de enero de 2018
Este año he querido celebrar la Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado con una Misa a la que estáis invitados especialmente vosotros,
migrantes, refugiados y solicitantes de asilo. Algunos acabáis de
llegar a Italia, otros lleváis muchos años viviendo y trabajando aquí, y
otros constituís las llamadas “segundas generaciones”.
Para todos ha resonado en esta asamblea la Palabra de Dios, que nos
invita hoy a profundizar la especial llamada que el Señor dirige a cada
uno de nosotros. Él, como hizo con Samuel (cf. 1 S 3,3b-10.19) nos llama por nuestro nombre —a cada uno—
y nos pide que honremos el hecho de que hemos sido creados como seres
únicos e irrepetibles, diferentes los unos de los otros y con un papel
singular en la historia del mundo. En el Evangelio (Jn 1,35-42)
los dos discípulos de Juan preguntaron a Jesús: «¿Dónde vives?» (v. 38),
lo que sugiere que de la respuesta a esta pregunta dependerá su juicio
sobre el maestro de Nazaret. La respuesta de Jesús es clara: «Venid y
veréis» (v. 39), y abre un encuentro personal, que encierra un tiempo
adecuado para acoger, conocer y reconocer al otro.
En el Mensaje para la Jornada
de hoy escribí: «Cada forastero que llama a nuestra puerta es una
ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero
acogido o rechazado en cualquier época de la historia (cf. Mt
25,35.43)». Y para el forastero, el migrante, el refugiado, el prófugo y
el solicitante de asilo, todas las puertas de la nueva tierra son
también una oportunidad de encuentro con Jesús. Su invitación «Venid y
veréis» se dirige hoy a todos nosotros, a las comunidades locales y a
quienes acaban de llegar. Es una invitación a superar nuestros miedos
para poder salir al encuentro del otro, para acogerlo, conocerlo y
reconocerlo. Es una invitación que brinda la oportunidad de estar cerca
del otro, para ver dónde y cómo vive. En el mundo actual, para quienes
acaban de llegar, acoger, conocer y reconocer significa conocer y
respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los
han acogido. También significa comprender sus miedos y sus
preocupaciones de cara al futuro. Y para las comunidades locales,
acoger, conocer y reconocer significa abrirse a la riqueza de la
diversidad sin ideas preconcebidas, comprender los potenciales y las
esperanzas de los recién llegados, así como su vulnerabilidad y sus
temores.
El verdadero encuentro con el otro no se limita a la acogida sino que
nos involucra a todos en las otras tres acciones que resalté en el Mensaje para esta Jornada: proteger, promover e integrar.
Y en el verdadero encuentro con el prójimo, ¿sabremos reconocer a
Jesucristo que pide ser acogido, protegido, promovido e integrado? Como
nos enseña la parábola evangélica del juicio final: el Señor tenía
hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, era extranjero y estaba en la
cárcel, y fue asistido por algunos, mientras que otros pasaron de largo
(cf. Mt 25,31-46). Este verdadero encuentro con Cristo es fuente
de salvación, una salvación que debe ser anunciada y llevada a todos,
como nos muestra el apóstol Andrés. Después de haber revelado a su
hermano Simón: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1,41), Andrés lo llevó a Jesús para que pudiera vivir la misma experiencia del encuentro.
No es fácil entrar en la cultura que nos es ajena, ponernos en el
lugar de personas tan diferentes a nosotros, comprender sus pensamientos
y sus experiencias. Y así, a menudo, renunciamos al encuentro con el
otro y levantamos barreras para defendernos. Las comunidades locales, a
veces, temen que los recién llegados perturben el orden establecido,
“roben” algo que se ha construido con tanto esfuerzo. Incluso los recién
llegados tienen miedos: temen la confrontación, el juicio, la
discriminación, el fracaso. Estos miedos son legítimos, están basados
en dudas que son totalmente comprensibles desde un punto de vista
humano. Tener dudas y temores no es un pecado. El pecado es dejar que
estos miedos determinen nuestras respuestas, condicionen nuestras
elecciones, comprometan el respeto y la generosidad, alimenten el odio y
el rechazo. El pecado es renunciar al encuentro con el otro, al
encuentro con aquel que es diferente, al encuentro con el prójimo, que
en realidad es una oportunidad privilegiada de encontrarse con el Señor.
De este encuentro con Jesús presente en el pobre, en quien es
rechazado, en el refugiado, en el solicitante de asilo, nace la oración
de hoy. Es una oración recíproca: migrantes y refugiados rezan por las
comunidades locales, y las comunidades locales rezan por los que acaban
de llegar y por los migrantes que llevan más tiempo residiendo en el
país. Encomendamos a la maternal intercesión de la Santísima Virgen
María las esperanzas de todos los migrantes y refugiados del mundo, y
las aspiraciones de las comunidades que los acogen, para que, conforme
con el supremo mandamiento divino de la caridad y el amor al prójimo,
todos podamos aprender a amar al otro, al extranjero, como nos amamos a
nosotros mismos.
© Copyright - Libreria Editrice Vaticana