miércoles, 2 de julio de 2014

FRANCISCO: Visita Pastoral a Cassano all'Jonio (Junio 21, 2014)




VISITA A LOS RECLUSOS, AL PERSONAL DEL CENTRO PENITENCIARIO 
Y A SU FAMILIAS



DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO



Plaza de la cárcel de Castrovillari
Sábado 21 de junio de 2014




Queridos hermanas y hermanos:


El primer gesto de mi visita pastoral es el encuentro con vosotros, en este Centro penitenciario de Castrovillari. De este modo quisiera expresar la cercanía del Papa y de la Iglesia a cada hombre y a cada mujer que está en la cárcel, en cualquier parte del mundo. Jesús dijo: «Estuve en la cárcel y vinisteis a verme» (cf. Mt 25, 36).


En las reflexiones que se refieren a los detenidos, se destaca a menudo el tema del respeto de los derechos fundamentales del hombre y la exigencia de correspondientes condiciones de expiación de la pena. Este aspecto de la política penitenciaria es ciertamente esencial y la atención al respecto debe permanecer siempre alta. Pero esta perspectiva no es todavía suficiente si no está acompañada y completada por un compromiso concreto de las instituciones con vistas a una efectiva reinserción en la sociedad (cf. Benedicto XVI, Discurso a los participantes en la 17ª Conferencia de los directores de las Administraciones penitenciarias del Consejo de Europa, 22 de noviembre de 2012). Cuando esta finalidad se descuida, la ejecución de la pena se degrada a un instrumento de sólo castigo o venganza social, a su vez perjudicial para el individuo y para la sociedad. Y Dios no hace esto con nosotros. Dios, cuando nos perdona, nos acompaña y nos ayuda en el camino. Siempre. Incluso en las cosas pequeñas. Cuando vamos a confesarnos, el Señor nos dice: «Yo te perdono. Pero ahora ven conmigo». Y Él nos ayuda a retomar el camino. Jamás condena. Jamás sólo perdona, sino que perdona y acompaña. Además somos frágiles y debemos volver a la confesión, todos. Pero Él no se cansa. Siempre nos vuelve a tomar de la mano. Este es el amor de Dios, y nosotros debemos imitarlo. La sociedad debe imitarlo. Recorrer este camino.



Por otro lado, una auténtica y plena reinserción de la persona no tiene lugar como término de un itinerario solamente humano. En este camino entra también el encuentro con Dios, la capacidad de dejarnos mirar por Dios que nos ama. Es más difícil dejarse mirar por Dios que mirar a Dios. Es más difícil dejarse encontrar por Dios que encontrar a Dios, porque en nosotros hay siempre una resistencia. Y Él te espera, Él nos mira, Él nos busca siempre. 
Este Dios que nos ama, que es capaz de comprendernos, capaz de perdonar nuestros errores. El Señor es un maestro de reinserción: nos toma de la mano y nos vuelve a llevar a la comunidad social. El Señor siempre perdona, siempre acompaña, siempre comprende; a nosotros nos toca dejarnos comprender, dejarnos perdonar, dejarnos acompañar.



Deseo a cada uno de vosotros que este tiempo no sea un tiempo perdido, sino que sea un tiempo precioso, durante el cual podáis pedir y obtener de Dios esta gracia. Actuando así contribuiréis a ser mejores ante todo vosotros mismos, pero al mismo tiempo también la comunidad, porque, en el bien y en el mal, nuestras acciones influyen en los demás y en toda la familia humana.



Un pensamiento afectuoso quiero dirigir en este momento a vuestros familiares; que el Señor os conceda volver a abrazarlos con serenidad y paz.



Por último, un estímulo a todos los que trabajan en este Centro: a los dirigentes, a los agentes de la Policía penitenciaria, a todo el personal.



Os bendigo de corazón a todos y os encomiendo a la protección de la Virgen, nuestra Madre. Y, por favor, os pido que recéis por mí, porque también yo tengo mis errores y debo hacer penitencia. Gracias.


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ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES DIOCESANOS

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO



Catedral de Cassano all'Jonio
Sábado 21 de junio de 2014




Queridos sacerdotes:



Os doy las gracias por vuestra acogida. He deseado mucho este encuentro con vosotros que lleváis el peso diario del trabajo parroquial.



Ante todo quisiera compartir con vosotros la alegría de ser sacerdotes. La sorpresa siempre nueva de haber sido llamado, más aún, de se ser llamado por el Señor Jesús. Llamado a seguirle, a estar con Él, para ir hacia los demás llevándoles al Señor, su Palabra, su perdón... No hay nada más hermoso para un hombre que esto, ¿verdad? Cuando nosotros, sacerdotes, estamos ante el sagrario, y nos detenemos un momento allí, en silencio, sentimos nuevamente la mirada de Jesús sobre nosotros, y esta mirada nos renueva, nos infunde ánimo...



Cierto, a veces no es fácil permanecer ante el Señor; no es fácil porque estamos ocupados en muchas cosas, con muchas personas...; pero a veces no es fácil porque sentimos una cierta incomodidad, la mirada de Jesús nos inquieta un poco, nos pone también en crisis... Pero esto nos hace bien. En el silencio de la oración Jesús nos hace ver si estamos trabajando como buenos obreros, o bien tal vez nos hemos convertido un poco en «empleados»; si somos «canales» abiertos, generosos a través de los cuales fluye abundante su amor, su gracia, o si en cambio nos ponemos a nosotros mismos en el centro, y, así, en lugar de ser «canales» nos convertimos en «pantallas» que no ayudan al encuentro con el Señor, con la luz y la fuerza del Evangelio.



Y la segunda cosa que deseo compartir con vosotros es la belleza de la fraternidad: ser sacerdotes juntos, seguir al Señor no solos, cada uno por su lado, sino juntos, incluso en la gran variedad de los dones y de las personalidades; es más, precisamente esto enriquece al presbiterio, esta variedad de procedencias, edades, talentos... Y todo vivido en la comunión, en la fraternidad.



También esto no es fácil, no es inmediato y no se da por descontado. Antes que nada porque también nosotros sacerdotes estamos inmersos en la cultura subjetivista de hoy, esta cultura que exalta el yo hasta idolatrarlo. Y además a causa de un cierto individualismo pastoral que lamentablemente está difundido en nuestras diócesis. Por ello debemos reaccionar a esto con la opción de la fraternidad. Intencionalmente hablo de «opción». No puede ser sólo algo dejado al azar, a las circunstancias favorables... No, es una opción, que corresponde a la realidad que nos constituye, al don que hemos recibido, pero que siempre se debe acoger y cultivar: la comunión en Cristo en el presbiterio, en torno al obispo. Esta comunión pide ser vivida buscando formas concretas y adecuadas a los tiempos y a la realidad del territorio, pero siempre en perspectiva apostólica, con estilo misionero, con fraternidad y sencillez de vida. Cuando Jesús dice: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13, 35), lo dice ciertamente para todos, pero ante todo para los Doce, para aquellos que ha llamado a seguirlo más de cerca.



La alegría de ser sacerdotes y la belleza de la fraternidad. Estas son las dos cosas que consideraba más importantes pensando en vosotros. Una última cosa solamente la menciono: os aliento en vuestro trabajo con las familias y por la familia. Es un trabajo que el Señor nos pide realizar de modo especial en este tiempo, que es un tiempo difícil tanto para la familia como institución, como para las familias, como causa de la crisis. Pero precisamente cuando el momento es difícil, Dios hace sentir su cercanía, su gracia, la fuerza profética de su Palabra. Y nosotros estamos llamados a ser testigos, mediadores de esta cercanía a las familias y de esta fuerza profética para la familia.



Queridos hermanos, os doy las gracias. Y sigamos adelante, animados por el común amor al Señor y a la santa madre Iglesia. Que la Virgen os proteja y os acompañe. Permanezcamos unidos en la oración. ¡Gracias!

 
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SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO


Explanada de Marina di Sibari
Sábado 21 de junio de 2014






En la fiesta del Corpus Christi celebramos a Jesús «pan vivo que ha bajado del cielo» (Jn 6, 51), alimento para nuestra hambre de vida eterna, fuerza para nuestro camino. Doy gracias al Señor que hoy me concede celebrar el Corpus Christi con vosotros, hermanos y hermanas de esta Iglesia que está en Cassano all’Jonio.



La fiesta de hoy es la fiesta en la que la Iglesia alaba al Señor por el don de la Eucaristía. Mientras que el Jueves Santo hacemos memoria de su institución en la última Cena, hoy predomina la acción de gracias y la adoración. Y, en efecto, es tradicional en este día la procesión con el Santísimo Sacramento. Adorar a Jesús Eucaristía y caminar con Él. Estos son los dos aspectos inseparables de la fiesta de hoy, dos aspectos que dan la impronta a toda la vida del pueblo cristiano: un pueblo que adora a Dios y un pueblo que camina: ¡que no está quieto, camina!



Ante todo, nosotros somos un pueblo que adora a Dios. Adoramos a Dios que es amor, que en Jesucristo se entregó a sí mismo por nosotros, se entregó en la cruz para expiar nuestros pecados y por el poder de este amor resucitó de la muerte y vive en su Iglesia. Nosotros no tenemos otro Dios fuera de este.



Cuando la adoración del Señor es sustituida por la adoración del dinero, se abre el camino al pecado, al interés personal y al abuso; cuando no se adora a Dios, el Señor, se llega a ser adoradores del mal, como lo son quienes viven de criminalidad y de violencia. Vuestra tierra, tan hermosa, conoce las señales y las consecuencias de este pecado. La ’ndrangheta es esto: adoración del mal y desprecio del bien común. Este mal se debe combatir, se debe alejar. Es necesario decirle no. La Iglesia, que sé que está muy comprometida en educar las conciencias, debe entregarse cada vez más para que el bien pueda prevalecer. Nos lo piden nuestros muchachos, nos lo exigen nuestros jóvenes necesitados de esperanza. Para poder dar respuesta a estas exigencias, la fe nos puede ayudar. Aquellos que en su vida siguen esta senda del mal, como son los mafiosos, no están en comunión con Dios: están excomulgados.



Hoy lo confesamos con la mirada dirigida al Corpus Christi, al Sacramento del altar. Y por esta fe, nosotros renunciamos a satanás y a todas sus seducciones; renunciamos a los ídolos del dinero, de la vanidad, del orgullo, del poder, de la violencia. Nosotros cristianos no queremos adorar nada ni a nadie en este mundo salvo a Jesucristo, que está presente en la santa Eucaristía. Tal vez no siempre nos damos cuenta hasta el fondo de lo que esto significa, qué consecuencias tiene, o debería tener, esta nuestra profesión de fe.



Esta fe nuestra en la presencia real de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, en el pan y en el vino consagrados, es auténtica si nos comprometemos acaminar detrás de Él y con Él. Adorar y caminar: un pueblo que adora es un pueblo que camina. Caminar con Él y detrás de Él, tratando de poner en práctica su mandamiento, el que dio a los discípulos precisamente en la última Cena: «Como yo os he amado, amaos también unos a otros» (Jn 13, 34). El pueblo que adora a Dios en la Eucaristía es el pueblo que camina en la caridad. 


Adorar a Dios en la Eucaristía, caminar con Dios en la caridad fraterna.



Hoy, como obispo de Roma, estoy aquí para confirmaros no sólo en la fe sino también en la caridad, para acompañaros y alentaros en vuestro camino con Jesús Caridad. Quiero expresar mi apoyo al obispo, a los presbíteros y a los diáconos de esta Iglesia, y también de la eparquía de Lungro, rica de su tradición greco-bizantina. Pero lo extiendo a todos, a todos los Pastores y fieles de la Iglesia en Calabria, comprometida valientemente en la evangelización y en favorecer estilos de vida e iniciativas que pongan en el centro las necesidades de los pobres y de los últimos. Y lo hago extensivo también a las autoridades civiles que buscan vivir el compromiso político y administrativo por lo que es, un servicio al bien común.



Os aliento a todos a testimoniar la solidaridad concreta con los hermanos, especialmente los que tienen mayor necesidad de justicia, de esperanza, de ternura. La ternura de Jesús, la ternura eucarística: ese amor tan delicado, tan fraterno, tan puro. Gracias a Dios hay muchas señales de esperanza en vuestras familias, en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos eclesiales. El Señor Jesús no cesa de suscitar gestos de caridad en su pueblo en camino. Una señal concreta de esperanza es el Proyecto Policoro, para los jóvenes que quieren ponerse en juego y crear posibilidades de trabajo para sí y para los demás. Vosotros, queridos jóvenes, no os dejéis robar la esperanza. Lo he dicho muchas veces y lo repito una vez más: ¡no os dejéis robar la esperanza! Adorando a Jesús en vuestro corazón y permaneciendo unidos a Él sabréis oponeros al mal, a las injusticias, a la violencia, con la fuerza del bien, de la verdad, de la belleza.



Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía nos ha congregado juntos. El Cuerpo del Señor hace de nosotros una cosa sola, una sola familia, el pueblo de Dios reunido en torno a Jesús, Pan de vida. Lo que he dicho a los jóvenes lo digo a todos: si adoráis a Cristo y camináis detrás de Él y con Él, vuestra Iglesia diocesana y vuestras parroquias crecerán en la fe y en la caridad, en la alegría de evangelizar. Seréis una Iglesia en la cual padres, madres, sacerdotes, religiosos, catequistas, niños, ancianos y jóvenes caminan uno junto al otro, se sostienen, se ayudan, se aman como hermanos, especialmente en los momentos de dificultad.



María, nuestra Madre, Mujer eucarística, que vosotros veneráis en tantos santuarios, especialmente en el de Castrovillari, os precede en esta peregrinación de la fe. Que Ella os ayude, os ayude siempre a permanecer unidos a fin de que, incluso por medio de vuestro testimonio, el Señor pueda seguir dando la vida al mundo. Que así sea.


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