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Santa Cruz de la Sierra, BOLIVIA, 10 de julio de 2015
(VIS).- ''La Eucaristía, pan partido para la vida del mundo'' es el lema
del V Congreso Eucarístico Nacional de Bolivia que ayer inauguró el
Santo Padre FRANCISCO con la celebración de una misa en la Plaza del Cristo
Redentor en Santa Cruz de la Sierra. Y a la compartición del pan, que
Jesús distribuye a la multitud con las mismas manos que levanta al cielo
para bendecir a Dios, el Pontífice dedicó su homilía escuchada por casi
dos millones de personas reunidas en la plaza y en las calles adyacentes
donde la misa se pudo ver en pantallas gigantes.
Las
lecturas y oraciones de la celebración fueron en español y en las
lenguas indígenas: guaraní, quechua y aimara. El evangelio de san Marcos
era el relato de la multiplicación de los panes y los peces.
''Hemos
venido desde distintos lugares, regiones, poblados, para celebrar la
presencia viva de Dios entre nosotros -dijo el Papa- Salimos hace horas
de nuestras casas y comunidades para poder estar juntos, como Pueblo
Santo de Dios. La cruz y la imagen de la misión nos traen el recuerdo de
todas las comunidades que han nacido en el nombre de Jesús en estas
tierras, de las cuales nosotros somos sus herederos. En el Evangelio que
acabamos de escuchar se nos describía una situación bastante similar a
la que estamos viviendo ahora. Al igual que esas cuatro mil personas,
estamos nosotros queriendo escuchar la Palabra de Jesús y recibir su
vida. Ellos ayer y nosotros hoy junto al Maestro, Pan de vida.
Me
conmuevo cuando veo a muchas madres cargando a sus hijos en las
espaldas. Como lo hacen aquí tantas de ustedes. Llevando sobre sí la
vida y el futuro de su gente. Llevando sus motivos de alegría, sus
esperanzas. Llevando la bendición de la tierra en los frutos. Llevando
el trabajo realizado por sus manos. Manos que han labrado el presente y
tejerán las ilusiones del mañana. Pero también cargando sobre sus
hombros desilusiones, tristezas y amarguras, la injusticia que parece no
detenerse y las cicatrices de una justicia no realizada. Cargando sobre
sí el gozo y el dolor de una tierra. Ustedes llevan sobre sí la memoria
de su pueblo. Porque los pueblos tienen memoria, una memoria que pasa
de generación en generación, los pueblos tienen una memoria en camino. Y
no son pocas las veces que experimentamos el cansancio de este camino.
No son pocas las veces que faltan las fuerzas para mantener viva la
esperanza. Cuántas veces vivimos situaciones que pretenden anestesiarnos
la memoria y así se debilita la esperanza y se van perdiendo los
motivos de alegría. Y comienza a ganarnos una tristeza que se vuelve
individualista, que nos hace perder la memoria de pueblo amado, de
pueblo elegido. Y esa pérdida nos disgrega, hace que nos cerremos a los
demás, especialmente a los más pobres.
A
nosotros nos puede suceder lo que a los discípulos de ayer, cuando
vieron esa la cantidad de gente que estaba ahí. Le piden a Jesús que los
despida: “Mandálos a la casa”, ya que es imposible alimentar a tanta
gente. Frente a tantas situaciones de hambre en el mundo podemos decir:
“Perdón, no nos dan los números, no nos cierran las cuentas”. Es
imposible enfrentar estas situaciones, entonces la desesperación termina
ganándonos el corazón. En un corazón desesperado es muy fácil que gane
espacio la lógica que pretende imponerse en el mundo, en todo el mundo,
en de nuestros días. Una lógica que busca transformar todo en objeto de
cambio, todo en objeto de consumo, todo negociable. Una lógica que
pretende dejar espacio a muy pocos, descartando a todos aquellos que no
''producen'', que no se los considera aptos o dignos porque
aparentemente ''no nos dan los números''. Y Jesús, una vez más, vuelve a
hablarnos y nos dice: “No, no, no es necesario excluirlos, no es
necesario que se vayan, denles ustedes de come
Es
una invitación que resuena con fuerza para nosotros hoy: “No es
necesario excluir a nadie. No es necesario que nadie se vaya, basta de
descartes, denles ustedes de comer”. Jesús nos lo sigue diciendo en esta
plaza. Sí, basta de descartes, denles ustedes de comer. La mirada de
Jesús no acepta una lógica, una mirada que siempre “corta el hilo” por
el más débil, por el más necesitado. Tomando “la posta” Él mismo nos da
el ejemplo, nos muestra el camino. Una actitud en tres palabras, toma un
poco de pan y unos peces, los bendice, los parte y entrega para que los
discípulos lo compartan con los demás. Y este Ese es el camino del
milagro. Ciertamente no es magia o idolatría. Jesús, por medio de estas
tres acciones, logra transformar una lógica del descarte, en una lógica
de comunión, en una lógica de comunidad. Quisiera subrayar brevemente
cada una de estas acciones.
Toma.
El punto de partida, es tomar muy en serio la vida de los suyos. Los
mira a los ojos y en ellos conoce su vivir, su sentir. Ve en esas
miradas lo que late y lo que ha dejado de latir en la memoria y en el
corazón de su pueblo. Lo considera y lo valora. Valoriza todo lo bueno
que pueden aportar, todo lo bueno desde donde se puede construir. Pero
no habla de los objetos, o de los bienes culturales, o de las ideas;
sino habla de las personas. La riqueza más plena de una sociedad se mide
en la vida de su gente, se mide en sus los ancianos que logran
transmitir su sabiduría y la memoria de su pueblo a los más pequeños.
Jesús nunca se saltea la dignidad de nadie, por más apariencia de no
tener nada para aportar y o compartir. Toma todo, como viene.
Bendice.
Jesús toma sobre sí, y bendice al Padre que está en los cielos. Sabe
que estos dones son un regalo de Dios. Por eso, no los trata como
“cualquier cosa” ya que toda vida, toda esa vida, es fruto del amor
misericordioso. Él lo reconoce. Va más allá de la simple apariencia, y
en este gesto de bendecir y de alabar, pide a su Padre el don del
Espíritu Santo. El bendecir tiene esa doble mirada, por un lado
agradecer y por el otro el poder transformar. Es reconocer que la vida,
siempre es un don, un regalo que, puesto en las manos de Dios, adquiere
una fuerza de multiplicación. Nuestro Padre no nos quita nada, todo lo
multiplica.
Entrega.
En Jesús, no existe un tomar que no sea una bendición, y no existe una
bendición que no sea una entrega. La bendición siempre es misión, tiene
un destino, compartir, el condividir de lo que se ha recibido, ya que
sólo en la entrega, en el compartir es cuando las personas encontramos
la fuente de la alegría y la experiencia de la salvación. Una entrega
que quiere reconstruir la memoria de pueblo santo, de pueblo invitado a
ser y a llevar portador de la alegría de la salvación. Las manos que
Jesús levanta para bendecir al Dios del cielo son las mismas que
distribuyen el pan a la multitud que tiene hambre. Y podemos imaginar
imaginarnos, podemos imaginar ahora cómo iban pasando de mano en mano
los panes y los peces hasta llegar a los más alejados. Jesús, logra
generar una corriente entre los suyos, todos iban compartiendo lo
propio, convirtiéndolo en don para los demás y así fue como comieron
hasta saciarse, increíblemente sobró: lo recogieron en siete canastas.
Una memoria tomada, una memoria bendecida, y una memoria entregada
siempre sacia al pueblo.
La
Eucaristía es el ''Pan partido para la vida del mundo'', como dice el
lema del V Congreso Eucarístico que hoy inauguramos y que tendrá lugar
en Tarija. Es Sacramento de comunión, que nos hace salir del
individualismo para vivir juntos el seguimiento y nos da la certeza de
que lo que tenemos, de lo que somos, que si es tomado, si es bendecido y
si es entregado, con el poder de Dios, con el poder de su amor, se
convierte en pan de vida para los demás. Y la Iglesia celebra la
Eucaristía, celebra la memoria del Señor, el sacrificio del Señor.
Porque la Iglesia es comunidad memoriosa. Por eso, fiel al mandato del
Señor, dice una y otra vez: ''Hagan esto en memoria mía''. Actualiza,
hace real, generación tras generación, en los distintos rincones de
nuestra tierra, el misterio del Pan de vida. Nos lo hace presente, y nos
lo entrega. Jesús quiere que participemos de su vida y a través nuestro
se vaya multiplicando en nuestra sociedad. No somos personas aisladas,
separadas, sino somos el Pueblo de la memoria actualizada y siempre
entregada. Una vida memoriosa necesita de los demás, del intercambio,
del encuentro, de una solidaridad real que sea capaz de entrar en la
lógica del tomar, bendecir y entregar, en la lógica del amor''.
El
Papa finalizó la homilía recordando que María, al igual que muchas de
las madres presentes ''llevó sobre sí la memoria de su pueblo, la vida
de su Hijo, y experimentó en sí misma la grandeza de Dios, proclamando
con júbilo que Él ''colma de bienes a los hambrientos'', que Ella sea
hoy nuestro ejemplo para confiar en la bondad del Señor, que hace obras
grandes con poca cosa, con la humildad de sus siervos. Que así sea''.